Entre los héroes anónimos de la gran iglesia de Dios están sus humildes y fieles pastores esparcidos por miles de comunidades en el mundo. Estos hombres están en la línea de fuego donde los miembros individuales pelean diariamente combates mortales con el enemigo de las almas. Los mismos fundamentos de la iglesia de Dios están arraigados en su ministerio. Su obra es vital. A menudo las arrugas surcan su frente a causa de problemas perturbadores. Aunque aparentemente no se le tribute el honor que con frecuencia se le da al evangelista o al administrador dinámico, la suya es una obra sin parangón he ha para Dios. En su solicitud por la salud espiritual de su pueblo, Dios ha dicho: “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten de ciencia y de inteligencia” (Jer. 3:15).

“Estamos viviendo en un tiempo muy solemne. Todos tienen para hacer una obra que requiere diligencia. Esto es válido especialmente para el pastor, quien debe cuidar y alimentar a la grey de Dios. Aquel cuya tarea especial consiste en conducir al pueblo por las sendas de la verdad, debería ser un expositor capaz de la Palabra, que pueda adaptar sus enseñanzas a las necesidades de su pueblo. Debería estar relacionado tan estrechamente con el cielo como para convertirse en un canal viviente de luz, en un portavoz de Dios.

“El pastor debería poseer una correcta comprensión de la palabra y también del carácter humano… Usualmente un hombre cumple la tarea que deben realizar dos personas; porque la obra del evangelista va necesariamente unida con la del pastor, o cual impone una doble carga sobre el obrero” (Testimonies, tomo 4, pág. 260).

Este número de El Ministerio Adventista se publica como homenaje de reconocimiento a nuestros queridos pastores de la América Latina, y a otros fieles obreros de D os que trabajan en posiciones humildes alejados de la luz que inunda el escenario religioso. A ningún hombre se le puede conferir otro honor mayor que el que se encuentra en la siguiente declaración inspirada:

“El verdadero embajador de Cristo está en perfecta unión con Aquel a quien representa, y su propósito absorbente es la salvación de las almas” (Id., pág. 261).