Tres años después de la reunión de la Asociación General de 1888, Elena de White le escribió al pastor S. N. Haskell estas sorprendentes palabras: “Es una solemne declaración la que hago a la iglesia, de que ni uno de cada veinte de aquellos cuyos nombres están registrados en los libros de la iglesia se halla preparado para terminar su historia terrenal, y que estaría tan ciertamente sin Dios y sin esperanza en el mundo como el pecador común. Profesan servir a Dios, pero están sirviendo fervientemente a Mammón” (Elena de White, Servicio cristiano, pág. 52).

Al margen del punto de vista que tengamos, si la iglesia aceptó o rechazó los mensajes de Jones y de Waggoner, Elena de White advierte claramente que tan sólo tres años después de esta reunión, el número de miembros de iglesia preparados para encontrarse con el Señor era inferior al cinco por ciento. Si esta estadística se aplicara a toda la iglesia actual, encontraríamos menos de diez feligreses fieles en cada iglesia de doscientos miembros. En otras palabras, ¡la vasta mayoría de hermanos que colaboran en la Escuela Sabática y participan en las actividades de la iglesia no están convertidos!

En el contexto de esta estadística, la consideración de los episodios de 1888 y de la justificación por la fe adopta un significado especial. Por importante que fueren temas como el carácter perfecto, impecable, de la naturaleza de Cristo, nuestros hermanos no necesitan más material sobre ellos; más bien se les debe enseñar de Jesús y de cómo experimentar la justicia del Señor. Hablar de perfección únicamente desalentará a la mayoría de los hermanos que no dieron los primeros pasos hacia Cristo.

En estos números especiales, no buscamos examinar cada rincón y cada hendidura de todo lo que ocurrió en 1888. Detectamos diversidad de enfoques por parte de nuestros autores  —al igual que en la iglesia— lo que nos impide determinar con exactitud lo que ocurrió en Minneapolis. Más bien lo que presentaremos es un cuadro de Jesús y de su justicia. Cuando conozcamos lo que significa depender solamente de los méritos de Jesucristo en cada momento de cada día, estaremos preparados para recibir más alimento sólido.

Como ministros, debemos presentar delante de nuestro pueblo la gracia incomparable de Cristo. Necesitamos revelar por medio de nuestras palabras y actos que también hemos caído sobre la Roca que es Cristo; que el yo ha sido colocado en el altar; que Jesús ocupa el primer lugar en nuestros afectos, en nuestro tiempo y en el empleo de nuestro dinero. No necesitamos tanto elaborar doctrinas sobre Jesús como hacer de Cristo mismo el centro de nuestros sermones.

Por otra parte, argumentando sobre la justificación y la santificación, no ayudaremos al noventa y cinco por ciento de nuestros hermanos. Sólo los alcanzaremos si hablamos de Jesús, de su amor, de su sacrificio, de su resurrección, de su regreso. Nuestra prioridad debería ser exaltar a Jesucristo delante del mundo y de nuestros hermanos.

¿Cuál fue la esencia del mensaje de Jones y de Waggoner? En una carta fechada el 7 de abril de 1889, Elena de White escribió sucintamente: “La religión de Jesucristo ha sido tan claramente definida como para que las almas que están buscando el conocimiento del plan de salvación puedan discernir la sencillez de la fe. En estas reuniones, esto ha sido tan claro que hasta un niño puede entender qué es la entrega inmediata, voluntaria y confiada del corazón a Dios el establecimiento de una relación de confianza con Cristo, de afectuosa obediencia para cumplir los mandamientos en virtud de los méritos de Jesucristo. La entrega del alma al Señor es un acto de la decisión del individuo. Es llegar a Cristo, aferrarse a Cristo, y aceptar la justicia de Cristo como un don gratuito. Se debe entregar la voluntad a Cristo. Es por medio de la fe en la justicia de Cristo como se encuentra la salvación” (Elena de White, The Ellen G. White 1888 Materials [Washington, D.C., The Ellen G. White Estate, 1987], pág. 281). Estamos orando para que el Espíritu Santo utilice estos números especiales para que se produzca una reforma y un reavivamiento en nuestra iglesia. Queremos ver el regreso de Jesús en nuestra generación. Tomamos seriamente las palabras de Jesús a la iglesia de Laodicea: “Te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apoc. 3:18).

Vemos a una iglesia rica en amor y llena del Espíritu Santo, hablando constantemente de la justicia de Cristo. Vemos a una iglesia que hace de Cristo el centro de cada presentación; una iglesia en la que el carácter de cada miembro refleja el carácter del Señor.

Apelamos a cada miembro para que sea un testigo en el vecindario y en la iglesia, para que dé este testimonio en la tierra a fin de que en el lapso de una generación la gloria del Señor ilumine la tierra, entonces Dios declarará el fin de su obra y Cristo vendrá.

Sobre el autor: J. David Newman es director asociado de la revista The Ministry.