Démosle una segunda mirada a este tema tan crucial.
En el movimiento relacionado con el crecimiento de la iglesia, que comenzó en los “campos misioneros”, llegó al mundo occidental a comienzos de la década de los años setenta. Entre los fundadores de ese movimiento se encontraban Donald McGavran y el Seminario Teológico Fuller, de Pasadena, California.
La esencia del pensamiento de este movimiento es que los estudios acerca de teología bíblica, la historia de la iglesia y de las misiones, las ciencias políticas y sociales, la estructura de la iglesia y la información estadística, todos ellos se integran y constituyen el fundamento de los principios que tienen que ver con el crecimiento, tanto en los campos misioneros como en las iglesias, de los países desarrollados. Esta nueva idea produjo algunas bendiciones, pero también creó ciertos peligros.
Cuando comencé mis estudios en la Facultad de Misiones Mundiales en Fuller, el decano me advirtió que no me dejara absorber demasiado por el exagerado “pragmatismo” del movimiento relativo al crecimiento de la iglesia. Sabía que había aspectos, estrategias y falacias relacionados con el progreso de las misiones, que se podían explicar solamente sobre la base de la lógica y de la ciencia humanas. También tenía presente el tema de los números, en virtud del cual las estadísticas de la iglesia pasan a ser un juego que se convierte en un fin en sí mismo. Al haber participado tanto en la enseñanza como en la práctica de la evangelización, a menudo he reflexionado en esta advertencia, y estoy de acuerdo con ella.
¿Es desalentadora la situación de las iglesias del mundo desarrollado?
El número de diciembre del año 2002 de la revista Ministerio en inglés [Ministry], presentaba algunos análisis y resultados de investigaciones relacionadas con la actual situación de las iglesias de los Estados Unidos (del mundo desarrollado). Citaba a George Bama, quien, en varios libros y artículos (escritos entre 1993 y 2003), sin duda presentaba con exactitud y honestidad algunos de sus descubrimientos. Se refirió al hecho de que el 80% de las iglesias evangélicas de ese país (incluso las adventistas) se han estancado y tienen una posibilidad de supervivencia que no supera los setenta años. Describe a los miembros como una “comunidad de santos” que viven en “clubes”, donde se los “mima” y están “demasiado cómodos”.[1]
Estas declaraciones, bastante pesimistas por cierto, aparecieron en Ministry, algunos de cuyos lectores cumplen responsabilidades en los países desarrollados, donde la ganancia de almas, por lo general, es un trabajo arduo que arroja magros resultados. ¿Cuál puede ser el efecto de la publicación de tales hechos sobre los pastores que soportan la carga en medio del calor del día, y que dedican tiempo y energías para mantener reunido al rebaño?
¿No será que se le han cargado las tintas a este cuadro? ¿No nos estaremos sumergiendo demasiado en los aspectos pragmáticos del crecimiento de la iglesia? ¿Es esta información alentadora para un grupo de pastores (alrededor del 25% de los pastores adventistas de todo el mundo) que han sido llamados a trabajar en zonas áridas, donde la ganancia de almas es una batalla sumamente difícil? Permítanme sugerir que hay otros aspectos y otras explicaciones que considerar cuando analizamos y evaluamos la situación que están enfrentando hoy las iglesias del mundo desarrollado.
Conservemos a nuestros hijos en la fe
En Europa (donde yo vivo), tenemos iglesias cristianas de diversas denominaciones que pueden informar vidas de servicio activo que superan en mucho los setenta años. Al servir en diversas partes del mundo, he conocido activos católicos, ortodoxos, anglicanos y miembros de las principales iglesias protestantes, algunas de la cuales pueden informar una existencia espiritual, social y pastoral que supera los mil años en sus respectivas comunidades. La catedral de Canterbury, en Inglaterra, por ejemplo, tiene un letrero a su entrada que anuncia que en ella se han celebrado sin interrupción servicios religiosos por más de quinientos años. Y esto ha ocurrido a pesar de la creciente secularización de Europa Occidental.
Sin duda, su existencia ininterrumpida a lo largo de generaciones tiene muchas explicaciones: espirituales, sociales, culturales, económicas y hasta políticas. Pero la principal razón, de todos modos, es que los padres, en cada generación, criaron, enseñaron e inculcaron en sus hijos el hecho de que la fe cristiana, y su activa presencia y apoyo en la comunidad local, era algo importante en su vida personal.
En nuestro deseo de ver iglesias dinámicas y llenas de gente, sin duda nosotros mismos podríamos haber alcanzado ese objetivo si hubiéramos sido capaces de conservar a nuestros hijos en la fe. Si hubiéramos tenido más éxito en este sentido, en muchas de nuestras iglesias habríamos tenido tres generaciones de adventistas ocupando los bancos. En ese caso, no habría sido necesario ganar a las personas no adventistas en cada generación, para disponer de una iglesia activa, con los bancos rebosantes de gente. Los que nacieron en la iglesia habrían sido capaces de portar la antorcha.
Al referirse a Deuteronomio 6:21, Elena de White nos da el siguiente consejo: “Los que han visto la verdad y han sentido su importancia, y han experimentado las cosas de Dios, han de enseñar sana doctrina a sus hijos. Deben familiarizarlos con las grandes columnas de nuestra fe, las razones por las cuales somos adventistas del séptimo día. Por qué somos llamados, como lo fueron los hijos de Israel, a ser un pueblo peculiar, una nación santa, separada y distinta de todos los otros pueblos de la faz de la tierra. Estas cosas debieran ser explicadas a los niños en lenguaje sencillo, fácil de entender, y a medida que crezcan en años, las lecciones impartidas debieran ser adecuadas a su capacidad creciente, hasta que los fundamentos de la verdad hayan sido establecidos amplia y profundamente”.[2]
Los principios relativos al crecimiento y el mensaje adventista
Nuestra comisión original y nuestro llamado profético no fueron, por cierto, sólo educar a nuestros hijos en una significativa relación con Cristo. Tampoco se limitaba a llenar nuestras iglesias con gente feliz y sinceramente cristiana, aunque esto nos diera una sensación de plenitud, ya que, ciertamente, es uno de los principales temas que abordan los que participan del movimiento de crecimiento de la iglesia. Nuestro llamado divino es más amplio y, en cierto modo, muy diferente: es advertir al mundo acerca de la inminente venida de Jesucristo y la proclamación de los mensajes de los tres ángeles. Esto, en realidad, significa que no deberíamos apuntar meramente a llenar de gente los bancos de la iglesia los sábados; de ninguna manera: el principal medio de atracción debería ser el mensaje adventista.
La cita de Elena de White que acabamos de presentar también subraya este llamado especial y este papel en la tierra. Los adventistas tienen que proclamar un mensaje de amonestación al mundo. Nuestra obra consiste en invitar a la gente a formar parte de una comunidad de creyentes “distintos de todos los otros pueblos de la tierra”, que proclama una cantidad de verdades bíblicas perdidas y olvidadas.
Por este motivo, nuestra principal tarea no es traer gente a las iglesias. Consiste, más bien, en invitar a que se unan con nosotros todos los que buscan la sana doctrina y que están aceptando el último llamado antes de la venida de Cristo.
Tal vez encontremos aquí la noción de que, por más valiosos que sean los principios relativos al crecimiento de la iglesia, siempre se los debería orientar y adaptar a la función especial que debe cumplir la Iglesia Adventista. Nuestra meta no es, principalmente, crecer numéricamente. En forma más específica, estamos aquí para encontrar a los que buscan la verdad para estos últimos días. Y debemos aceptar el hecho de que, en ciertos lugares, éstos son pocos en número.
¿La mano derecha y la mano izquierda de Dios?
Algunos de los analistas del crecimiento de la iglesia afirman que el 80% de las iglesias evangélicas del mundo desarrollado se han estancado y han perdido su sentido de misión. Y ese 80% prefiere que se los arrulle antes que “ensuciarse”, comprometiéndose en la tarea de ganar a los extraviados. Son cristianos cómodos, reunidos en una “comunidad de santos”, en iglesias que parecen más bien clubes sociales.
¿Es justo aplicar esta evaluación a las iglesias adventistas de los países desarrollados? Es posible que haya algo de verdad en esta evaluación, pero ¿no es posible entender también que el Señor de las misiones tiene una “mano derecha” y una “mano izquierda” en el mundo?
La “mano derecha de Dios” bien podría referirse a la actividad en el frente de batalla, donde cristianos adventistas están proclamando los mensajes de los tres ángeles en muchas partes del mundo, a veces en circunstancias apremiantes, pero, por lo general, con buenos resultados para el Señor. Constituyen una cantidad creciente de obreros nacionales y misioneros extranjeros que, a pesar de los peligros, han decidido ir a los lugares donde la mies está madura para la cosecha.
La obra de la “mano izquierda” se lleva a cabo en los campos base tradicionales. En estos lugares, los creyentes han sido llamados, especialmente, a sustentar la “obra de la mano derecha”, mientras ésta se desarrolla en las necesitadas zonas de frontera. De acuerdo con este concepto, estos así llamados “cristianos de club” tienen que desempeñar un papel importante en la historia de la salvación. Es posible que no estén viviendo donde se ganan muchas almas, pero por lo común son miembros de iglesias ricas, con buen nivel cultural y en buena posición social.
Esto significa que aportan a la tesorería general considerables sumas de dinero en concepto de diezmos y ofrendas. Esto crea un escenario en el que se puede aplicar correctas estrategias financieras en favor de la iglesia mundial, mientras ésta prosigue con las actividades de la “mano derecha”, que dan como resultado la adición de numerosos miembros de iglesia, generalmente en regiones que no disponen de tantas ventajas financieras.
Otra importante contribución de la “mano izquierda” es la provisión de recursos humanos. La gran mayoría de los administradores, misioneros, maestros, teólogos, pastores y evangelistas del movimiento adventista mundial provienen de la segunda, tercera, cuarta y hasta quinta generación en la congregación. Muchos de ellos proceden de lo que algunos han dado en llamar “una comunidad de santos mimados”.
Por esto, en un momento en que sus iglesias no tienen grandes posibilidades de crecer numéricamente en forma significativa, estas comunidades de santos tienen que realizar una “obra de mano izquierda” muy importante: proporcionan recursos a los campos maduros para la cosecha. Mantienen las ruedas en movimiento. Los obreros del Señor, tanto los de la mano izquierda como los de la derecha, se están complementando mutuamente y se están preocupando por el crecimiento del cuerpo en su conjunto. Las dos manos tienen un lugar importante en el plan general del Señor de las misiones.
¿Es siempre posible que la iglesia crezca?
Hay otros asuntos importantes que considerar cuando evaluamos de manera puramente negativa las iglesias del mundo desarrollado. La ganancia de almas y el crecimiento de la iglesia se ven, a veces, de manera correcta como resultado de ciertos factores, como las cuatro “emes”: ministros eficientes y carismáticos, miembros de iglesia activos, métodos atrayentes y mensajes convincentes. En el mundo de la “mano izquierda”, hay cantidad de iglesias con pastores-evangelistas sumamente trabajadores, con toda clase de métodos e ideas estimulantes, con feligreses dedicados que constantemente están haciendo obra misionera y con la inversión de ingentes sumas de dinero para diferentes clases de esfuerzos de evangelización… y con resultados que siguen siendo magros. Consideremos algunas de las razones de esta situación:
1. Por lo general, sólo la gente que está pasando por cierta clase de transición en la vida está en condiciones de ser ganada para Cristo. Los factores más importantes que inducen a la gente a venir a Cristo y a la iglesia no son los métodos de evangelización; es la gente que echa de menos a Dios, que siente nostalgia de su Reino. Son pecadores que desean ser perdonados y anhelan esa paz que sobrepasa todo entendimiento. A menudo, sufren una sensación de vacío interior, de depresión y de inseguridad. Es gente con toda clase de necesidades: físicas, psíquicas, sociales y espirituales. Es gente que está pasando por un estado de transición, tanto en el ámbito personal como en el comunitario. Para decirlo en pocas palabras, de ningún modo los estimula la actividad de la iglesia.
Por lo general, la gente de las sociedades desarrolladas no pasa por experiencias de extrema tensión, como ocurre en el seno de otras sociedades. Disfrutan de asistencia social desde la cuna hasta la tumba. Los lugares donde la gente acude a Cristo por miles son los países que padecen carencias de todas clases. Los impresionantes informes de gente que acude casi masivamente a Cristo provienen de países del así llamado “mundo en vías de desarrollo”. Un pastor que trabaja mucho en un país rico no puede cambiar esta situación y, por eso mismo, no debería sentirse culpable ni tomar demasiado en serio las críticas de los demás, aunque provengan de las filas de los de la “mano izquierda” que están a su alrededor.
2. Hay zonas que pueden haber llegado al punto de saturación. Cuando estaba por ascender al cielo, Jesús trazó las secuencias del progreso geográfico de la futura misión: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Prometió a los apóstoles el poder del Espíritu Santo, para que pudieran testificar. Primero, mencionó a Jerusalén, después a Judea y Samaría, y finalmente, lo último de la tierra. Tomemos nota de que Galilea no está incluida en esta amplia visión de Jesús; sin embargo, en esa provincia creció el Señor y pasó la mayor parte del tiempo de su ministerio terrenal. Desde el punto de vista de la geografía, si se menciona a Samaría habría que mencionar a Galilea también.
La razón de la omisión de la ciudad de Galilea ¿habrá sido el hecho de que Jesús y los discípulos, la mayoría de los cuales eran galileos, ya habían evangelizado esa zona hasta sus mismos límites? La mayor parte del tiempo lo pasaron allí. De los 33 milagros registrados de Jesús, 25 ocurrieron en Galilea, y 19 de sus 32 parábolas las refirió a los galileos. Esa provincia, en los días de Jesús, tenía una población reducida y abarcaba unos 1.800 kilómetros cuadrados (el tamaño del Estado de Rhode Island, en los Estados Unidos). ¿Podemos llegar a la conclusión de que, después de la ascensión, no había ya mucho que hacer en Galilea? Esa gente ya había tenido su oportunidad; ya era tiempo de salir de Galilea.
¿Hay aquí una lección para nosotros, hoy? Una ciudad o una región pueden haber sido evangelizados hasta un punto de saturación, de manera que, después de cierto tiempo, muy poca gente acepta la invitación del evangelio. Una obra intensiva posterior, en ese caso, sería inútil e implicaría un desperdicio de energía y dinero.
A menudo, éste es el caso de los adventistas que viven en tomo de las grandes instituciones de la iglesia. Los feligreses acuden a esos lugares no sólo porque haya oportunidades de trabajo, sino también porque allí se desarrollan programas interesantes y hay escuelas de iglesia. Cuando se llega a esta situación, la tarea del pastor-evangelista consiste, mayormente, en lograr que los miembros sean fieles y que apoyen la misión en los lugares donde sea posible ganar gente para el evangelio.
3. Otros factores que explican la falta de crecimiento. Tres motivos, extraídos del Nuevo Testamento, nos ayudarán a comprender mejor las dificultades que experimentan las iglesias de la “mano izquierda”, en lo que a crecimiento eclesiástico se refiere.
Primero. La Biblia nos presenta casos (Mat. 10:14; Luc. 10:11; Hech. 13:51) de gente que no dio la bienvenida a los misioneros, no quiso escucharlos y hasta los persiguió. El mensaje bíblico para estos casos es que el mensajero no debería perder tiempo con esa gente, y obrar como lo dijo Jesús: sacudir el polvo de las sandalias e irse a otro lugar.
Segundo. En cierta ocasión, el Espíritu Santo impidió a Pablo que predicara en ciertas regiones (Hech. 16:6-10). El apóstol siguió viaje rumbo a Macedonia, donde se bautizaron los primeros conversos europeos. Hay regiones que, en un determinado momento, no están maduras para recibir el evangelio. Al mensajero se le advierte que debe proseguir hasta el siguiente lugar.
Tercero. La iglesia de Éfeso recibió esta advertencia: “Has perdido tu primer amor”, y se sacará tu candelero de su lugar (Apoc. 2:4, 5). El candelero es un símbolo adecuado de la iluminadora proclamación del evangelio por parte de la iglesia, cuyo resultado es el crecimiento. Hay iglesias que podrían no estar espiritualmente preparadas para recibir nuevos conversos. La primera tarea que se debe hacer, en ese caso, es evangelizar a esa tibia iglesia local.
Esas tres situaciones revelan que hay obstáculos para el crecimiento de la iglesia y para la formación de otras iglesias. Esas causas negativas pueden provenir de dentro de la iglesia o de afuera de ella. El candelero es desplazable: dos mil años de historia nos muestran que el candelero se trasladó del Asia Occidental al África del Norte y al Sur de Europa. Durante la Reforma, Dios trasladó el candelero al Norte de Europa, y de allí a Norteamérica. Hoy, parece que el candelero resplandece con luz más potente en América Latina. Los “misiólogos” predicen que, en los próximos cincuenta años, África será el continente cristiano por excelencia; y esto, al parecer, está en camino de convertirse en realidad.
En la experiencia adventista también hemos palpado este fenómeno del traslado del candelero. Nuestro movimiento era sólo norteamericano hace ciento cincuenta años; hace cien años, era un movimiento de gente de raza blanca, cuando comenzó a extenderse por Europa, Australia y Sudáfrica. Hoy, esos bastiones cuentan con sólo el 10% de la feligresía mundial y, al parecer, las proporciones serán aún menores en el futuro. El candelero se ha trasladado ahora a casi “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Un consejo a los pastores de los países desarrollados
No se desanimen. No se compadezcan a sí mismos, ni disminuyan sus actividades ni sus iniciativas. Mientras enfrentan sus especiales retos, ustedes han recibido un muy importante llamamiento y se les han confiado grandes responsabilidades. Es posible, por supuesto, que tengan que cambiar sus prioridades. Allá van algunas ideas al respecto:
1. Traten de que sus iglesias y sus miembros lleguen a ser conscientes de la obra del Espíritu de Dios, el único que puede proporcionar eficiencia a una iglesia para el cumplimiento de su misión y el logro de un genuino crecimiento. Podría llegar el momento cuando el candelero regrese a su zona. Deberíamos estar listos para eso y trabajando para que el frío hierro se convierta en un hierro caliente.
2. Procure que los programas de su iglesia sean inspiradores y sea diligente al visitar los hogares. Esto mantendrá contentos a los miembros de iglesia y le dará a ésta un buen nombre, tanto en el país como en el extranjero. Que los fieles comprendan que el crecimiento y el progreso en los así llamados campos misioneros es ciertamente su recompensa también, por haber sido leales en la devolución de los diezmos y en las ofrendas, en sus oraciones y por haber enviado gente a trabajar en los lugares donde realmente están sucediendo cosas. Las visitas regulares a los hogares de los hermanos incrementan su asistencia a la iglesia, y la afluencia de los diezmos y las ofrendas.
3. Organice actividades especiales y significativas en favor de los niños de la iglesia. Pero, al hacerlo, tenga cuidado de que no ocurra que los niños sean tratados tan especialmente y tan favorecidos que empiecen a separarse de los mayores. Aunque los programas de los niños deben ser algo diferentes, ellos deberían entender perfectamente bien que también son miembros del cuerpo general de la iglesia. Es sumamente importante que el culto semanal sea una ocasión en la que se reúna toda la familia de Dios para cantar los mismos himnos y escuchar el mismo sermón. En la clase bautismal para los jóvenes, debemos poner de relieve el carácter singular del mensaje adventista, mientras hacemos de la fe en Jesús lo supremo, por cierto.
4. La evangelización pública es una tarea exigente, pero de ningún modo desesperada. Hay gente, incluso en las inmediaciones de cualquier iglesia y hasta en los prósperos países de occidente, que se encuentra en un estado de transición física, emocional y espiritual. Son susceptibles de ser ganados. Estudie su distrito para descubrir cuáles son las circunstancias específicas de cada zona y en qué consisten sus problemas. Entonces, idee programas de evangelización que satisfagan las necesidades de la gente.
5. Preste mucha atención a las publicaciones que tienen relación con el crecimiento de la iglesia. Pero léalas con espíritu crítico; por sobre todo, no se desanime por lo que lee. Recuerde siempre que, en la ganancia de almas, usted no está sentado en una mesa donde se sirve solo: Dios es el único Autor en cuanto al crecimiento de la iglesia. “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:6, el énfasis ha sido añadido).
Sobre el autor: Ph. D. Profesor emérito del Colegio de Newbold. Reside en Dinamarca.
Referencias:
[1] George Bama, citado por Russell BurriH, “Can Dying Churches Be Resuscitated? [¿Se pueden resucitar las iglesias moribundas]”, en Ministry (diciembre de 2002), p. 14.
[2] Elena G. de White, Conducción del niño (Buenos Aires: ACES, 1974), p. 468.