Hay veces que predicamos un sermón muy bien hilvanado y sin embargo, notamos que no ha sido alimento sólido para las almas. Es posible que el gran apóstol San Pablo haya escuchado sermones tales y que por eso le advirtió a su discípulo Timoteo: “Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, . . . que prediques la palabra.” (2 Tim. 4:1, 2.) La Palabra de Dios es la que alimenta nuestras almas “porque la Palabra de Dios es viva y eficaz…” (Heb. 4:12.)
No hace mucho tuve el privilegio de hablar por espacio de una hora con un hermano convertido por el poder de la Palabra de Dios. Fue un prestigioso dirigente religioso, como Saulo de Tarso. Ahora ha salido de “Babilonia” y actualmente, por su educación, su cultura, y sobre todo por su entrega incondicional al Señor, trabaja como redactor en una de nuestras casas editoras. Este hermano me dijo: “Pastor, yo no he cambiado mi antiguo credo por el mensaje adventista porque los adventistas sean mejores o peores. Yo soy hoy adventista porque ésta es la verdad.” El corazón de este hombre no podría ser cambiado por sermones muy bien hilvanados llenos de sabiduría humana pero carentes de la “Palabra,” pues él era un predicador profesional; pero la “Palabra de Dios viva y eficaz… penetró hasta su alma… coyunturas y tuétanos.”
Esta es la razón por la cual algunos de los sermones que predicamos o escuchamos, no importa quién sea el predicador, son como “sal sin sabor y como harina sin levadura,” según dice la Hna. White en “Evangelismo” pág. 388. Pero tampoco es suficiente predicar “la palabra,” tenemos que vivir la vida de Cristo. Que Pablo pudiera decir “yo morí,” al mismo tiempo que “sin embargo vivo,” constituye una de las paradojas de sus escritos. El apóstol estaba vivo “a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom. 6:11.) Estaba tan completamente identificado con su Maestro que su personalidad se confundía con la de Cristo. La nueva vida en Cristo no ha de empezarse a vivir en el cielo sino “en la carne” o sea en el mundo actual.
“Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida.” (“Lecciones Prácticas del Gran Maestro,” pág. 289.) Cuando ésta sea nuestra experiencia comprenderemos las palabras del apóstol: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gál. 6:14.)
En los escritos de Lucas se registra un incidente del cual fueron protagonistas algunos pretendidos discípulos que quisieron hacer las obras de Pablo sin vivir la vida de Cristo; dejemos a San Lucas la narración de lo acontecido: “Y hacía Dios singulares maravillas por manos de Pablo… y algunos de los judíos… tentaron a invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica. Y había siete hijos de un tal Sceva, judío, príncipe de los sacerdotes, que hacía esto, y respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo’, más vosotros ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando en ellos, y enseñoreándose de ellos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.” (Hech. 19:11-16.)
Este hecho nos enseña que hablar de Jesús y predicar en su nombre no es suficiente. Tenemos que vivir la vida de Jesús, entonces nuestros sermones serán alimento para las almas hambrientas.
En nuestras iglesias hay problemas, y las almas languidecen por falta de alimento sólido. “Una religión fría y legal nunca puede conducir las almas a Cristo, porque es una religión sin amor y sin Cristo. La religión de la cabeza no penetra en el corazón, ésta se alimenta de la teoría de la religión, carece de experiencia cristiana, trata de asuntos externos, y no transforma la vida. Es una religión sin gozo y sin amor, no trae paz, seguridad y victoria.”—“Evangelismo,” pág. 388.
Es una profanación presentar sermones al pueblo de Dios sin profundo estudio, meditación y oración. Mientras los predicadores no vivamos la vida de Cristo presentaremos fuego extraño, porque “de la abundancia del corazón habla la boca.” No podremos penetrar profundamente en la Palabra de Dios mientras no la vivamos.
En 1887 la sierva del Señor envió mensajes de alarma a los predicadores, he aquí uno de ellos: “Hay demasiada formalidad en la iglesia, las almas están pereciendo por falta de luz y conocimiento. Una rutina de servicios religiosos se mantiene, pero ¿dónde está el amor de Jesús? La espiritualidad está muriendo.”
La sierva del Señor señaló también el remedio. “Un reavivamiento de la verdadera piedad entre nosotros es la más grande y la más urgente de nuestras necesidades. Buscar esto debiera ser nuestro primer trabajo.”
Que Dios nos ayude a meditar acerca de la enorme responsabilidad que recae sobre los predicadores de las verdades eternas, que deberían ser presentadas a los pecadores por boca de ángeles sin pecado. Nuestros labios tienen que pronunciar palabras celestiales, palabras sagradas, y para que estas palabras surtan el efecto que el cielo espera, tienen que salir de un corazón limpio, de un manantial puro.
Sobre el autor: Director de Publicaciones de la Unión Incaica.