A la presente generación le toca vivir en un tiempo en que los hombres “orquesta” están desapareciendo: su lugar está siendo ocupado cada día más por los especialistas. Con raras excepciones, los hombres tienen que limitar sus esfuerzos a una rama de estudio si desean mantener su lugar en las profesiones modernas. Es verdad que no está fuera de lugar tratar de obtener una cultura amplia, pero pocos individuos pueden esperar llegar a ser autoridades en varias profesiones o vocaciones cuyo dominio exige largo tiempo y esfuerzo.

El que dio los talentos a los hombres, no tenía en su plan que cada siervo suyo desempeñara toda clase de trabajos, y menos aún en las tareas de su viña. Como parte del sermón profético encontramos las siguientes palabras de Jesús: “Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra” (Mar. 13:34). Sin duda, la obra de cada uno debe estar en armonía con sus talentos. Cada uno recibió no sólo una cantidad específica de talentos, sino también una clase de trabajo en el que se espera que los talentos concedidos se desarrollen y rindan el máximo en frutos para gloria y honra del que los dio.

Es importante que cada uno descubra cuál es la clase de trabajo que el Señor quiere que haga. Tal vez no siempre sea la que a uno más le gustaría. Cuántas personas han pasado tiempo preparándose para una tarea que Dios no les encomendó. Muchos descubren un poco tarde y con amargura que erraron su vocación. En algunos casos, una persona ha seguido cierta carrera porque sus padres o algún otro de confianza le instaron a hacerlo. En otros, tal vez la persona siente que si logra ubicarse en tal o cual línea de servicio podrá recibir el aprecio o la admiración que anhela. Cualquiera que sea el motivo, si Dios no ha llamado al individuo a esa rama de su obra, los resultados pueden traer un gran chasco. Conozco a un hombre que estudió medicina no porque tuviera mayor inclinación por el arte médico, sino porque su padre ejercía esa profesión y lo presionó para que siguiera la misma carrera. Este hombre llegó a ser médico. Pero cuando lo visitaba, aunque tuviera la sala llena de pacientes, tomaba tiempo para hablarme de los paseos que esperaba hacer por los bosques, y de las vacas y los caballos que quería comprar, de los terrenos y chacras que esperaba obtener. Era obvio que tenía más vocación para la agricultura y la ganadería que para la medicina. No me sorprendí cuando supe que había abandonado la profesión.

En la obra del Señor hay lugar para una variada gama de talentos. Cada uno debe contribuir al adelanto de la obra de Dios, ocupando con gratitud el lugar para el cual el Señor le haya dado mayor capacidad. Cuán patético y lamentable es ver a un hombre en el lugar equivocado, desempeñando en forma mediocre una tarea que no está a tono con su experiencia y capacidad.

Desde mi infancia me gustó la música. Sentía verdadera envidia cuando veía a alguien tocar con maestría algún instrumento. Deseaba también cantar como lo hacían algunos de mis amigos. Pero a pesar de mis grandes deseos y de mucho esfuerzo, un día tuve que pagar la última lección al quinto profesor que trató de enseñarme música y retirarme convencido de que al no seguir tales estudios, el mundo de los filarmónicos no perdía nada con mi renuncia. Con pena tuve que aceptar el fallo de quienes me dijeron con franqueza que mi problema consistía en la falta de “oído musical”. Después de esa experiencia, tuve que conformarme con escuchar a otros y gozar, sin embargo, de las melodías que producen los que recibieron ese talento del Creador.

Se necesita aprender a ubicarse y ser ubicados en el lugar donde se puede servir. Hace un buen número de años que recibí la consagración al ministerio, pero jamás olvidaré al hombre que predicó el sermón de ordenación. Lo recuerdo, más que por el contenido del tema, por el hecho de que en aquella tarde de junio la mitad de la congregación estaba durmiendo. Fue un discurso largo y monótono. No recuerdo nada de lo que se dijo, y creo que fue sólo la excitación que se experimenta cuando se llega a la ordenación lo que me mantuvo despierto durante aquella predicación. Era indudable que la razón por la cual se había elegido a aquel predicador para hablar en dicha ocasión, era el hecho de ser el de más edad, y porque había tenido varios cargos importantes en la organización. Lo cierto es que era un hombre muy consagrado y con mucha experiencia. Sus opiniones en reuniones de negocios eran muy valiosas, pero era evidente que el púlpito no era su especialidad.

Indudablemente, a veces es difícil para quienes tienen la responsabilidad de repartir tareas, dar a cada uno el trabajo que le corresponde. En ocasiones especiales, como la que acaba de mencionarse, los encargados de asignar los oradores tienen una dificultad adicional al tener que escoger entre varias personas, todas ellas con muchos años de servicio, y que han llegado desde puntos distantes. Se teme herir susceptibilidades o dar la impresión de no saber dar la consideración que cada uno merece. Pero en algunos casos, por tratar de honrar a alguna persona, se le encomienda algo que otros presentes podrían cumplir más satisfactoriamente. Esto produce solamente chasco en los que esperan oír algo oportuno y en sazón.

Cuando cursaba mis estudios secundarios se ofrecía instrucción para los que quisieran aprender a dar tratamientos hidroterápicos. Las clases de anatomía, unidas a estos cursos de tratamientos, resultaban fascinantes. Pero ninguno de los que cursaban tales materias podía por ello considerarse autoridad en medicina. Es verdad que en ausencia del médico el enfermero puede ofrecer su orientación en la emergencia, pero sólo en ese caso. También recuerdo haber tomado algunos cursos de contabilidad. Pero en ningún momento se me ocurriría legislar en asunto de finanzas. Cuando no hay otros que sepan en cuanto a balances, entonces me atrevo a ofrecer mi pobre opinión. Pero en presencia de contadores profesionales y de experiencia, la razón aconseja cederles el lugar y guardar silencio, cuando se trata de finanzas. Una cosa es ser teólogo, y otra cosa es ser contador.

Hay algunos privilegiados que pueden desempeñarse bien en más de una clase de actividades. En tales casos es bueno reconocer ese hecho y aprovechar su buena contribución. Pero la mayoría de los que hemos recibido solamente un talento, no podemos esperar ser eficientes en tareas que demandan aptitudes que no tenemos.

En nuestros días las condiciones del mundo demandan mayor preparación para trabajar con éxito. Necesitamos concentrar nuestro esfuerzo en la parte de la obra donde mejor podamos servir. La obra de Dios saldrá ganando si no intentamos hacer el trabajo que Dios no nos ha dado. Muchas veces por necesidad, o por salir del apuro, se nombra a personas para cargos que les vienen como la armadura de Saúl al cuerpo de David. Esto no debe ser así. Aquel a quien Dios haya dado el talento para cantar, que cante. El que pueda curar, que cure; el que pueda predicar. que predique; el que pueda contar el dinero, que lo cuente, y el que pueda enseñar, que enseñe.

Cuando los congresos de la Asociación General se celebraban cada año, no era raro que a veces un teólogo tomara la mayor parte del tiempo en las reuniones. En una ocasión cuando la Sra. E. G. de White estaba presente, uno de nuestros teólogos tomó la palabra en 26 reuniones del congreso. Era algo fuera de proporción, tomando en cuenta la cantidad de pastores presentes. Por lo visto, los que dirigían no estaban preocupados por repartir equitativamente las predicaciones; sólo les interesaba que tomara el tiempo quien pudiera responder a la necesidad del momento.

Se deben tener en cuenta la experiencia y el lugar que cada uno merece en la iglesia. Pero no debemos ignorar el hecho de que no siempre los años representan conocimientos. Pues mientras algunos tienen la experiencia de veinte años en la obra, otros pueden teñe- solamente la experiencia de un año vivido veinte veces.

En muchos casos, los años no han traído al corazón sabiduría. En otros casos las circunstancias han hecho que algunos diluyeran sus esfuerzos, probando media docena de actividades distintas, o supliendo vacantes aquí y allí.

Es deseable que cada uno descubra a tiempo en qué dirección puede hacer rendir sus talentos y se mantenga en esa línea para lograr algún grado de eficiencia. De otra manera puede llegar a la vejez siendo aprendiz de muchas cosas, pero maestro de ninguna.

Sobre el autor: Evangelista de la Unión Austral.