Reflexiones sobre la experiencia del rey-pastor David

El pastor, por sus funciones en diferentes niveles, ejerce ciertos grados de poder. Las Escrituras presentan personajes que podrían ser considerados modelos “pastorales”. De entre ellos, quizá David sea el que mejor refleje esta realidad. Sin embargo, a pesar de ser un tipo del “Buen Pastor” Jesús, David usó su poder para propósitos contrarios a los principios divinos. Y no pudo evitar las consecuencias. Este artículo analiza la relación del pastor con el poder y, para ello, analiza el caso de David como referente.

El rey-pastor

En la Biblia, probablemente el nombre de David sea más recurrente que el de Moisés. Históricamente, se lo considera un “personaje complejo”[1] que poetas, literatos, historiadores, escultores y otros han tratado de representar. Sin embargo, la importancia de David radica no solo en su papel como rey, sino también en su actitud como pastor y en su relación con la genealogía del Mesías.

Refiriéndose a David, Asaf afirmó que Dios “eligió a David su siervo, lo tomó de las majadas de las ovejas, de detrás de las ovejas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo y a Israel su heredad. Y los apacentó con la integridad de su corazón, y los pastoreó con la pericia de sus manos” (Sal. 78:70-72). Según el texto, se puede deducir que David se destacó por su capacidad como rey y su actitud como pastor de la nación de Israel.

El término pastor deriva del verbo hebreo ra‘ah, que significa “pastar, alimentar, engordar, cuidar, gobernar, pastorear e impartir conocimiento”.[2] En el antiguo Cercano Oriente, esta definición se aplicó al rey, ya que su función no era solo gobernar, sino también cuidar al pueblo. Curiosamente, las Escrituras contienen muchas referencias en las que se presenta al Señor como Pastor.[3] Esto presupone que los monarcas de su pueblo deberían actuar también como pastores.

La Biblia presenta a Dios como quien apacienta, pastorea y gobierna a su pueblo. Asimismo, desde el punto de vista bíblico, pastorear “implica un cuidado tierno y una supervisión atenta”.[4] Con esto en vista, está claro que David cumplió con estas condiciones. Además, se lo considera el prototipo del verdadero Pastor: el Mesías. La diferencia es que Cristo restauraría el pleno significado del pastorado davídico (Eze. 37:22, 24). En el reinado escatológico de Dios, Israel y Judá serán una sola nación. Será también un pastor divino, que “gobernará con cetro de hierro” (Apoc. 19:15). En consecuencia, el “poder de gobierno ejercido por el Pastor será de carácter firme”.[5]

Si el pastor recibe una especie de poder de parte de Dios, debe administrarlo –por lo tanto– según el modelo bíblico. David se destacó en sus roles como rey y pastor. De hecho, parece haber llegado a ser el modelo “más cercano al ideal bíblico de pastor- monarca”.[6] En algunos episodios, David utilizó el “poder” con fines políticos, pero lo hizo como rey. Su actitud hacia el pueblo muestra a un monarca dispuesto a sacrificarse para protegerlo. Por lo tanto, el Señor se refirió a él como “un hombre según su corazón” (1 Sam. 13:14). Esta descripción sigue siendo ideal para todo ministro y siervo de Dios.

David y el poder

David cumplió con éxito su papel de rey, al ampliar y fortalecer el reino, pero también su actitud pastoral hacia el pueblo muestra sus cualidades empáticas. En dos ocasiones pudo haber matado a Saúl; sin embargo, no se atrevió a extender su mano contra él (1 Sam. 24:6; 26:23). En otro momento, se abstuvo de matar a Nabal, gracias a la intervención de Abigail (1 Sam. 25:32-34). Además, no respondió a los insultos de Simei; y lo perdonó (2 Sam. 16; 19:23). También actuó con pureza de corazón hacia Abner, Amasa, Absalón y Mefiboset, entre otros.

Durante los primeros años de su reinado, David tenía principios en el ejercicio del poder. Elena de White declaró que: “Hasta entonces, la foja de servicios de David como soberano había sido tal que pocos monarcas la tuvieron jamás igual. […] Su integridad le había ganado la confianza y la lealtad de toda la nación”.[7] El pastor debe emplear el poder que se le ha confiado para el bien de la comunidad. Si lo usa para satisfacer intereses egoístas, puede correr el riesgo de convertirse temporalmente en un agente del enemigo, como alguna vez ocurrió con David.

Elena de White añadió que “el poder de David le había sido dado por Dios, pero para que lo ejercitara solamente en armonía con la Ley divina. Cuando ordenó algo que era contrario a la Ley de Dios, el obedecerle se hizo pecado”.[8] Se puede suponer que tanto el pastor bajo autoridad como la iglesia deben discernir y solo obedecer órdenes que se ajusten a los principios bíblicos. También se espera que quien ejerza poder sobre el rebaño actúe en armonía con la misma ley.

El pastor ejerce un tipo de poder, independientemente

de la actividad que desarrolle. Sobre él recae una delicada responsabilidad, especialmente respecto de la forma en que usa este poder. Es posible encontrar casos en los que el uso del poder distorsiona los verdaderos propósitos. Esto puede ocurrir en los ámbitos de gobernante- nación, pastor-iglesia, ancianato-miembros, esposo-esposa, etc.

La realidad del “poder” ha sido objeto de serio escrutinio y reflexión. Se cree que “se vuelve real en la capacidad de un ser humano para actuar sobre otro ser humano o para influir en las acciones de otro ser humano”;[9] no obstante, “puede convertirse en abusivo o destructivo, incluso violento, o puede resultar en algo hermoso y vivificante”.[10] Es necesario admitir que el poder opera entre los seres humanos de manera relacional, por lo que sus efectos no deben ser ignorados.

En las relaciones humanas hay jerarquías necesarias, incluso en las comunidades eclesiásticas. Se espera que toda persona que asuma alguna responsabilidad, o tenga algún tipo de poder, lo ejerza de manera similar a como lo hizo el pastor David con relación a Israel. La Biblia declara que “David reinó sobre todo Israel, y gobernó con justicia y equidad a todo el pueblo” (2 Sam. 8:15). Elena de White vio el modelo del rey como algo que debía aplicarse en el contexto de la iglesia. Ella afirmó que “los mismos principios de piedad y justicia que debían guiar a los gobernantes del pueblo de Dios en el tiempo de Moisés y de David habían de seguir también aquellos a quienes se les encomendó la vigilancia de la recién organizada iglesia de Dios en la dispensación evangélica”.[11]

Abuso de poder

A veces pueden darse situaciones de abuso de poder en las comunidades eclesiásticas. De hecho, “el poder religioso es aún más pasible de ser corrompido que el poder civil debido a su estructura fuertemente jerarquizada, con la desventaja –para la población– de que el poder religioso es siempre rígido y absoluto”.[12] Además, es importante reflexionar sobre el hecho de que “es una constante histórica y universal que todo ser humano que llega a lo más alto y permanece allí por mucho tiempo se mimetiza con el cargo y, finalmente, se hace difícil separar a la persona de la función o cargo”.[13] El problema es que, aunque se conozca y reconozca que “el poder es un potente corrosivo […] todas las personas se siguen sintiendo atraídas por el poder”.[14]

Aunque –en general– David ejerció el poder con reverencia y con integridad, tuvo un episodio en el que cedió a su egoísmo en su relación con Betsabé (2 Sam. 11). En este episodio es posible encontrar algunos elementos sobre el funcionamiento del poder: la fuerza, el secreto, la sentencia, el perdón y el orden.[15] Todas las personas que disfrutan del poder corren el riesgo de caer en la tentación de utilizarlo para preservar su estatus o actuar contra quienes parecen ser una amenaza.

La fuerza es coercitiva, no persuasiva. En cuanto al secreto, la forma en que operan los que están en el poder, utilizando información “secreta”, genera desconfianza entre los subordinados (por eso se requiere a los allegados ocultar cierta información). La capacidad de sentencia, a su vez, juzga a las personas y resulta en una clasificación de buenos y malos. El perdón o la gracia se utilizan para dar oportunidades a los subalternos o negarlas. Finalmente, el orden (y sus órdenes) “no admite impugnación […] no debe ser discutida, aclarada ni puesta en duda”.[16]

David empleó los recursos aquí mencionados para cumplir sus deseos. En relación con Betsabé, usó la fuerza. Hizo un uso despreciable del secreto con Urías. La sentencia de muerte que llevó el fiel soldado lo evidencia. El perdón a uno mismo o el encubrimiento del pecado tras la muerte de Urías parecían encajar perfectamente en sus planes. Por otro lado, no perdonó a la ciudad de Rabbah. Finalmente, la orden que dio a Joab acerca de Urías completó su crimen. Elena de White declaró que, después de la muerte del soldado hitita, “una relación de cómo se había ejecutado su orden fue enviada a David, pero redactada tan cuidadosamente que no comprometió a Joab ni al rey”.[17]

No se puede ignorar que el uso inapropiado del poder daña primeramente a quien lo ejerce. Es probable que en algunas ocasiones el ministro haga un mal uso del poder; pero, en presencia del Invisible, nada pasa desapercibido. Elena de White afirmó que “el poder ejercido por todo gobernante de la Tierra es impartido por el Cielo; y del uso que hace de este poder el tal gobernante, depende su éxito”.[18] Por inferencia, este concepto puede aplicarse apropiadamente al ministerio pastoral.

En otra ocasión, advirtió que “el cargo no engrandece a un hombre ni en una jota o una tilde a la vista de Dios; solo valora el carácter […]. El poder despótico que se ha desarrollado, como si el cargo hubiera convertido a los hombres en dioses, me hace temer, y debe producir temor. Es una maldición dondequiera que se lo ejerza y quienquiera lo ponga en práctica. Este enseñoreamiento de la heredad de Dios creará un resentimiento tan grande hacia la conducción humana que producirá un estado de insubordinación”.[19]

Al ver el abuso de poder de los pastores de Israel, el Señor dijo por medio del profeta Ezequiel: “Levantaré sobre ellas un pastor, a mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor” (Eze. 34:23). Aunque el versículo se refiere al Mesías Jesús, de alguna manera reconoce en David un líder modélico. Dios espera que los pastores ejerzan noblemente este tipo de “poder” en su rol ministerial.

El arrepentimiento sincero de David lo elevó en la ponderación de Dios. De allí en adelante no hay episodios en los que él abusara del poder, sino relatos de empatía y profundo amor por su pueblo. Sus salmos son evidencia de arrepentimiento y de nuevas actitudes. Por eso, ninguna decisión debe tomarse sin medir las consecuencias, tanto para quien la toma como para quien la sufre. Así, se podrían evitar situaciones desafortunadas para ambos.

Conclusión

El poder opera en las relaciones personales en diferentes niveles o jerarquías. Si se utiliza como lo hizo David antes de su pecado, tendrá un impacto positivo en la iglesia y en quienes lo ejercen. Por otro lado, si se utiliza con fines egoístas, tendrá consecuencias lamentables para quienes están en el poder, para los directamente afectados y también para quienes los rodean.

David fue considerado un hombre conforme al corazón de Dios por su arrepentimiento y la forma en que administró justicia. Sin embargo, no pudo evitar los efectos negativos del mal uso del poder. Esto debería ser una advertencia para todo pastor que se sienta tentado a usarlo para propósitos que no corresponden a los principios bíblicos.

Sobre el autor: profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Peruana Unión.


Referencias

[1] Steven L. McKenzie, King David. A Biography (Nueva York: Oxford University Press, 2000), p. 2.

[2] Luis Alonso Schökel, “Ra‘ah” en Diccionario bíblico hebreo-español (Madrid: Editorial Trota, 1999), p. 710. Ver Moisés Chávez, Diccionario de hebreo bíblico (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 1992), p. 584; Gerhard Kittel y Gerhard W. Bromiley, Theological Dictionary of The New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1968), t. 6, pp. 487, 478.

[3] Se pueden encontrar al menos 62 textos en los que se presenta a Dios como Pastor.

[4] W. E. Vine, Diccionario expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento (Nashville, TN: Editorial Caribe, 1999), p. 639.

[5] Ibíd, p. 761.

[6] Walter Alaña, “El ministerio pastoral: su fundamento bíblico”, y Walter Alaña y Benjamín Rojas (eds.), Ministerio pastoral y educación teológica. Una perspectiva adventista (Ñaña, Lima: Editorial Unión, 2019), p. 52.

[7] Elena de White, Patriarcas y profetas (Pacific Press Publishing Association; 1954), p. 777.

[8] Ibíd, p. 778.

[9] Rodney A. Werline, “Prayer, Politics, and Power in the Hebrew Bible”, en Interpretation: A Journal of Bible and Theology 68, Nº 1, 2013, p. 6.

[10] Ibíd.

[11] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1957), p. 78.

[12] Ig Valem, Ley de Acton y Pitt: Teoría del poder (Morrisville, NC: Editorial Lulu, 2011), p. 55.

[13] Ibíd., p. 39.

[14] Ibíd., p. 282.

[15] Canetti, Masa y poder (Barcelona: Muchnik Editores, 1981), p.p 352-373.

[16] Ibíd., p. 379.

[17] White, Patriarcas y profetas, p. 778.

[18] White, Profetas y reyes (Pacific Press Publishing Association, 1957), p. 368.

[19] White, Testimonios para los ministros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1974), p. 362. El ministerio de las publicaciones (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1999), p. 141.