Vivimos en un mundo obsesionado con el fin. Desde películas apocalípticas hasta informes científicos, la idea del colapso final de la civilización ocupa cada vez más espacio en la cultura contemporánea. Sin embargo, no todas las formas de pensar sobre el fin del mundo son iguales. La manera en que concebimos el futuro revela mucho sobre cómo entendemos el presente, y es por eso que la escatología, la doctrina bíblica sobre los eventos finales, no es un tema secundario. En particular, es fundamental distinguir entre una escatología centrada en la Biblia y otra que ha perdido el rumbo, ya sea por un exceso de confianza en la ciencia, por una lectura alarmista del presente o por interpretaciones erróneas del texto profético.
Por un lado, encontramos lo que podríamos llamar escatología secular. No se basa en la Biblia, sino en una visión del mundo que anticipa un colapso por causas naturales o humanas: el cambio climático, una pandemia global, una catástrofe nuclear o el impacto de un asteroide. Incluso agencias gubernamentales como la NASA han destinado millones de dólares a proyectos destinados a prevenir o minimizar este tipo de amenazas, como sistemas para desviar objetos cercanos a la Tierra o la exploración planetaria. En este tipo de perspectiva, la esperanza se deposita en el desarrollo científico y tecnológico, supuestamente capaz de garantizar la supervivencia humana.
En el otro extremo, encontramos dentro del cristianismo lo que llamaré escatología desenfocada. Este enfoque, aunque invoca la Biblia, ha desplazado su centro de gravedad. Ya no interpreta la historia a partir de la Palabra de Dios, sino que interpreta las Escrituras a partir de noticias, teorías conspirativas, especulaciones científicas o informaciones de dudosa procedencia. Se trata de un enfoque que ha perdido de vista el principio sola Scriptura, subordinando el mensaje profético a una serie de intereses o agendas que nada tienen que ver con el propósito por el cual Dios reveló el futuro.
La escatología desenfocada suele presentarse con aparente celo doctrinal, pero, en la práctica, se caracteriza por sacar los textos de su contexto y conectar versículos como piezas de un rompecabezas, sin respetar su marco literario, histórico o teológico. Este enfoque sugiere a menudo que, para comprender verdaderamente la profecía bíblica, es necesario convertirse en un experto en sociedades secretas, astronomía, política internacional, ciencias ocultas o historia medieval. Su fundamento no es el estudio serio de la Palabra, sino la acumulación de datos externos utilizados para interpretar las Escrituras, en lugar de permitir que las Escrituras interpreten los acontecimientos del mundo.
Quienes abrazan este tipo de pensamiento a menudo desarrollan una fascinación enfermiza por descubrir indicios de conspiraciones mundiales, viendo conexiones ocultas detrás de cada noticia o acontecimiento global, o incluso dentro de la propia iglesia. Con el tiempo, muchas de estas interpretaciones terminan generando una actitud crítica, desconfiada y despectiva hacia la organización de la iglesia, a la que acusan de complicidad y ceguera espiritual. Este tipo de pensamiento, lejos de edificar, corroe la comunión, debilita el testimonio colectivo y puede terminar aislando al creyente en un camino espiritual construido más sobre el miedo y la sospecha que sobre la verdad revelada. Cuando la interpretación profética se aleja de la Palabra y de la comunidad de fe, el resultado no es una mayor fidelidad, sino un peligroso desvío.
Una de las señales más claras de una escatología desenfocada es la obsesión por “leer los periódicos” como si fueran el comentario autorizado del Apocalipsis o Daniel. Este enfoque invierte el orden correcto: la Biblia no debe interpretarse a la luz de las noticias, sino que es la Palabra de Dios la que nos da discernimiento para comprender el tiempo en que vivimos. Otra manifestación de esta desalineación es la idea de que el estudio de las profecías exige reconstruir el cumplimiento de cada símbolo o detalle del pasado o del presente, como si el valor de la profecía residiera únicamente en su capacidad de coincidir con acontecimientos documentados. Esto no solo agota el texto bíblico, sino que también excluye su poder transformador.
Corrigiendo el enfoque
Ante estas distorsiones, necesitamos promover una escatología que se caracterice por ser bíblica, cristocéntrica y edificante; que reconozca, ante todo, que Cristo es el centro de toda profecía. Como declara Apocalipsis 19:10, “el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía”. Las profecías no fueron dadas para revelar secretos del universo ni para alimentar la ansiedad con predicciones detalladas, sino para llevarnos a conocer mejor a Cristo, confiar en su victoria final y vivir bajo su señorío. Cuando la escatología deja de hablarnos de Cristo, pierde el rumbo. Además, una escatología enfocada afirma que la Escritura es la fuente segura y suficiente. Como escribió el apóstol Pedro: “Además tenemos la palabra profética aún más segura, a la que ustedes hacen bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Ped. 1:19). No debemos recurrir al ocultismo, a las filtraciones digitales o a las conferencias geopolíticas para encontrar luz sobre el futuro. Dios ya ha revelado en su Palabra todo lo necesario para confiar, vivir y esperar. La escatología bíblica no se basa en suposiciones externas, sino en el testimonio fiel de las Escrituras, interpretadas con reverencia, estudio serio y dependencia del Espíritu Santo.
Una escatología enfocada también comprende que el objetivo de la profecía no es satisfacer la curiosidad sobre el futuro, sino preparar el corazón para la venida del Señor. Jesús fue claro en su advertencia: “Tengan cuidado. […] No se dejen arrastrar por las preocupaciones de la vida, o no podrán pensar claramente. De repente llegará el fin y los agarrará por sorpresa” (Luc. 21:34, PDT). El propósito de las señales del fin no es llevarnos a elaborar cronogramas detallados, sino a velar en oración y vivir en santidad. La profecía es un llamado constante a la fidelidad, no a la especulación.
Por último, una escatología centrada en la Biblia afirma que la esperanza del regreso de Cristo ejerce un poder transformador en el presente. El apóstol Juan expresó esta convicción diciendo: “Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica, así como él es puro” (1 Juan 3:3). La escatología no solo nos habla del fin, sino también de cómo vivir hasta ese día. Nos llama a vivir con propósito, paciencia, responsabilidad y alegría. En lugar de paralizarnos por el miedo, nos moviliza por la esperanza.
La verdadera profecía no debe verse como un espectáculo ni como un arma. Su función es fortalecer la fe del pueblo de Dios, como dijo Jesús: “Ahora se lo he dicho antes que suceda para que, cuando suceda, crean” (Juan 14:29). Volver a una escatología enfocada es, en última instancia, volver a Cristo, volver a la Palabra y vivir como aquellos que esperan no un desastre inevitable, sino una gloriosa redención.
Tenemos el privilegio y la responsabilidad de enseñar, predicar y guiar al pueblo de Dios. También se nos ha confiado la tarea de cuidar el enfoque escatológico con el que comunicamos la esperanza cristiana. En tiempos marcados por la ansiedad global y el sensacionalismo religioso, es vital que nuestro ministerio promueva una escatología centrada en la Palabra, arraigada en Cristo y orientada a la fidelidad. No estamos llamados a alimentar temores ni a plantear teorías de base dudosa, sino a anunciar con claridad y convicción la segura esperanza de la venida del Señor. Que en nuestras iglesias, aulas y púlpitos se escuche una escatología que consuele, exhorte y edifique, para que el pueblo de Dios camine con confianza hacia el glorioso día del encuentro con su Salvador.
