Involucrando a la iglesia en la misión

Viví en la ciudad de Cuiabá, Mato Grosso, durante seis años. Allí encontré un grupo de personas dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad para dar testimonio de Jesús. La ciudad tiene un eslogan que me conquistó, no solo por su marketing, sino por la realidad que viví: se autodenomina la capital más calurosa de Brasil. Y aunque el calor físico es realmente intenso, no es solo el clima lo que distingue a la ciudad: la amabilidad de la gente es extraordinaria.

Fue en este contexto que algunos de los líderes de la iglesia que pastoreaba me dijeron que estaban iniciando un “ministerio flotante”. Yo los había animado, basándome en el libro Un ministerio para las ciudades (ACES, 2012), a pensar en formas creativas, sencillas e incluso divertidas de llegar a la gente. Como el calor es intenso y la ciudad está rodeada de cascadas, pronto compraron cámaras de neumáticos para camiones y, con ellas, un grupo de amigos empezó a invitar a otros a bajar juntos por las cascadas. ¿El resultado? Se creó un ministerio, se fortalecieron amistades, se impartieron estudios bíblicos y hubo bautismos.

¿Cómo podemos activar los ministerios de la iglesia? En este artículo examinaremos estrategias eficaces para involucrar a los miembros en el cumplimiento de la misión.

Origen

La idea de desarrollar ministerios creativos tiene sus raíces en los primeros tiempos del movimiento adventista. En South Lancaster, Estados Unidos, un grupo de mujeres decidió llevar a cabo actividades como visitar a los enfermos, distribuir literatura, ayudar a los necesitados y enseñar la Biblia a quienes lo desearan. Con el tiempo, estas acciones se hicieron regulares y llamaron la atención del pastor Stephen N. Haskell, evangelista y administrador de la región de Nueva Inglaterra. Impresionado por lo que veía, decidió convertir esta iniciativa en un ministerio a desarrollar en todas las iglesias.

Fue así que, en 1869, surgió la primera sociedad misionera de la Iglesia Adventista, la Sociedad Misionera Vigilante.[1] Años más tarde, se convirtió en el núcleo de la Sociedad Misionera de Tratados, que se expandió a varias asociaciones estatales bajo la coordinación de Haskell. En 1913, la Asociación General amplió la actividad misionera creando una subdivisión en el Departamento de Publicaciones llamada “Hogar Misionero”. Con respecto a este departamento, el entonces presidente de la Asociación General, Arthur Daniells, declaró: “El Departamento del Hogar Misionero no es una campaña, es un movimiento religioso en la iglesia, y un avance para transmitirlo a otros. Este departamento une a hombres y mujeres de todo el mundo para que vayan a sus hogares a ganar almas para Cristo”.[2]

Tras el establecimiento de este embrión misionero, la iglesia ha crecido exponencialmente a lo largo de las décadas. En la actualidad, Ministerios Personales es el departamento responsable de preparar a los miembros para que unan sus fuerzas a las del pastor y a la de los líderes locales en la obra de salvar a las personas. Su esencia es el discipulado, y su labor se centra en el crecimiento espiritual, relacional y misionero del cuerpo de Cristo.

Cuerpo

La primera carta a los Corintios hace hincapié en la multiplicidad de dones. Pablo luchaba contra los egos inflados de quienes se consideraban más importantes por los dones que poseían, pero su mensaje fue claro: todos son importantes en el cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:12–20). Ningún servicio debe pasarse por alto, por sencillo que parezca, porque todos son esenciales para el cuerpo. Esta preciosa metáfora implica acción, unidad, cooperación, utilidad y servicio.

En este contexto, Elena de White afirma que el mejor remedio para la iglesia es “planear trabajo para los miembros”. Así, “el desalentado pronto olvidará su desaliento, [y] el débil se hará fuerte”.[3] El pastor debe recordar siempre que su misión primordial es equipar a cada miembro “para el desempeño de su servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:12). ¿Lo hemos hecho?

Puede que alguna vez te hayan dicho un cumplido por tu peinado o el color de tus ojos, pero casi nadie ha elogiado la simetría de tus pulmones o la funcionalidad de tu hígado. Aun así, sabemos que estos órganos “invisibles” son más vitales que los que están a la vista. La lección es clara: no es la visibilidad del servicio lo que define su valor. Los pequeños detalles tienen un gran impacto, y cada don existe para servir al cuerpo en su conjunto. Cuando comprendemos que los dones no sirven para destacar a quienes los poseen sino para edificar el cuerpo y glorificar a Cristo, encontramos el verdadero propósito de nuestras acciones en la iglesia.[4]

¿Estamos valorando a cada persona en nuestras iglesias al reconocerlas como portadoras de dones preciosos para ser utilizados en la obra del Señor?

¿Qué hacer?

Si hay un tema que merece ser mejor comprendido, es el de los ministerios. Para muchos hermanos y hermanas en la fe, solo hay ministerio cuando se ocupa un puesto de liderazgo en la iglesia y este papel parece adquirir aún más valor cuando su actuación puede verse durante los servicios de adoración. ¿Qué significa “desempeñar un ministerio”? ¿Necesitamos esperar a la comisión de nombramientos para trabajar para Jesús?

Hace unos años, le pregunté a una joven si estaría dispuesta a participar en alguna de las actividades misioneras de la iglesia. Su respuesta fue: “No sirvo para predicar ni para cantar”. En su opinión, no había nada más allá de esas dos opciones. Este tipo de respuesta la encarnan la mayoría de los hermanos y hermanas que se sientan en los bancos de nuestras iglesias.

Pero echemos un vistazo a este testimonio bíblico. Alrededor del año 50 d. C., una mujer llamada Tabita –también conocida como Dorcas– vivía en Jope, a unos 60 kilómetros de Jerusalén. Ella impactó a toda una ciudad con su servicio. Su influencia fue tan significativa que, cuando murió, muchas personas lloraron profundamente su partida y pidieron que se llamara al apóstol Pedro, que estaba en Lida (a 16 kilómetros de distancia).

Cuando Pedro llegó, fue recibido por varias mujeres que le mostraron las ropas que Dorcas había cosido para ellas. Dios la resucitó por intercesión de Pedro, y la Biblia cuenta que muchos creyeron en el Señor después de este acontecimiento (Hech. 9:42). ¿Pero qué hizo Dorcas que fue tan extraordinario? Ella cosía. ¿No era este un ministerio evangelístico, basado en el amor? Elena de White afirma: “Sus hábiles dedos estaban más atareados que su lengua”.[5]

Mientras que hoy en día muchos se concentran en hacer algo que pueda verse en el culto –como predicar o cantar–, hay innumerables oportunidades de servicio fuera de las puertas de la iglesia. Claramente, Dorcas lo entendió. El ministerio no es un escaparate de un centro comercial; es un mostrador de servicio. Es el amor de Cristo en acción, a través de los dones que ya tenemos.

Acumulación de funciones

Como adventistas, estamos acostumbrados a elegir líderes para departamentos preestablecidos. Como resultado, no es raro encontrar iglesias en las que la misma persona desempeña varias funciones de liderazgo.

Sin embargo, esta práctica difícilmente tiene apoyo bíblico (cf. Hech. 6:1–7). Sabemos que la mayoría de nuestras iglesias tienen menos de cien miembros y que el compromiso sigue siendo un desafío. Pero antes de llegar a la conclusión de que no hay salida porque muchos miembros “no quieren cargar con responsabilidad”, vale la pena examinar detenidamente lo que nos presenta la Palabra.

Tanto en 1 Corintios 12 como en Efesios 4, Pablo deja claro que los dones y los ministerios son diversos, y que el mismo Espíritu que distribuye los talentos también capacita a los miembros para cumplir la misión. Por tanto, afirmar que una sola persona posee todos los dones no parece coherente con la enseñanza bíblica.

Es cierto que hay líderes destacados con talento en varias áreas, pero esa es la excepción, no la regla. Por eso debemos reflexionar: ¿Sería adecuado, al dirigir una comisión de nombramientos, permitir que una misma persona acumule múltiples responsabilidades? La experiencia ha demostrado que estos líderes suelen acabar exhaustos y emocionalmente agotados.

Después de más de 18 años como pastor, he acompañado a personas extremadamente capaces pero abrumadas por demasiadas funciones. Aman a la iglesia y quieren servir, pero están cansados. Esto nos invita a repensar nuestros procesos y buscar una forma más sana y bíblica de involucrar a la iglesia. Ciertamente, la sugerencia de Jetro, suegro de Moisés, y la elección de los setenta son excelentes modelos de trabajo (Éxo. 18:13-26; Núm. 11:16‑25). Confiar en las nuevas generaciones y discipular a los nuevos líderes también son buenas iniciativas. Ahora bien, a falta de recursos humanos, es importante poner en práctica el mandato de Cristo: “Rueguen al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Mat. 9:38).

Necesidades y colaboración

Una pregunta que siempre escucho es: “¿Qué puedo hacer yo por la iglesia?”. En primer lugar, tenemos que darnos cuenta de que la iglesia es el cuerpo de creyentes, no el edificio donde celebramos los cultos. Así que debemos recordar que somos la iglesia dondequiera que estemos, y por lo tanto tenemos la responsabilidad de extender su influencia allí donde Dios nos lleve.

En segundo lugar, es importante tener en cuenta dos cuestiones: los dones y las necesidades. Esta combinación es fundamental. Cuando comprendo las capacidades que Dios me ha dado e identifico las necesidades que pueden satisfacerse con esos dones, el ministerio empieza a tomar forma. A partir de ahí, solo es cuestión de trabajar con regularidad y buscar el progreso, porque los ingredientes esenciales ya están presentes.

Algunos pensarán que es demasiado sencillo. Pero que algo sea sencillo no significa que sea fácil. Siempre habrá que hacer un esfuerzo para que algo suceda. Es más, en ciertas ocasiones habrá necesidades que no se puedan cubrir solo con los dones disponibles en la iglesia local. En estos casos, surgen valiosas oportunidades de colaboración.[6] Contar con profesionales de otras confesiones –o incluso sin afiliación religiosa– puede ser una excelente manera de dar testimonio y crear conexiones, tanto con los que reciben ayuda como con los que prestan el servicio.

Por supuesto, hay que tener discernimiento sobre el tipo de colaboración y el contenido ofrecido, pero en la mayoría de las situaciones la oportunidad es muy positiva. Cada vez más personas se alejan de la religión, sobre todo en los grandes centros urbanos. Sin embargo, estas mismas personas siguen sintiendo la necesidad de hacer el bien y contribuir a la sociedad.[7] Un ministerio desarrollado en asociación puede ser un puente eficaz para conectar o reconectar a estas personas con Cristo.

Departamentos y ministerios

Otro punto que debe quedar claro al pensar en el desarrollo de un ministerio es la diferencia entre este y los departamentos de la iglesia. Todo departamento es, en sí mismo, un ministerio, pero un ministerio no tiene exactamente el mismo carácter que un departamento. Mientras que este último tiene una estructura más promocional y administrativa, el ministerio es algo más ágil y simple. Un departamento requiere un liderazgo establecido, con acciones votadas y ordenadas por una comisión administrativa, lo cual es importante y aporta seguridad a todas las actividades. Me gusta pensar en el departamento como un barco, y en el ministerio como una moto acuática o un bote salvavidas. Ambos son necesarios, pero el ministerio puede permitir una participación más inmediata, sobre todo por parte de quienes no se ven involucrados en los programas del templo.

En la iglesia en la que actualmente soy pastor, tenemos un departamento de jóvenes activo y bien organizado. En una reunión con los líderes, me propuse el desafío de implicar a más jóvenes en actividades sencillas que nos acercaran al barrio. Nuestra iglesia está situada en el Ala Norte de Brasilia, uno de los centros urbanos e intelectuales más intensos del país. Entonces, a algunos jóvenes se les ocurrió la idea de llevar lienzos en blanco al eje central de la ciudad los domingos para que la gente pudiera pintarlos. Los domingos, la avenida principal de Brasilia (el Eixão) se cierra a los automóviles, y miles de personas la recorren para practicar actividades físicas, charlar y reunirse con amigos.

A través de esta iniciativa, que se conoció como el ministerio “Avenida del Arte” (Eixo da Arte), tuvimos acceso a muchas personas que difícilmente habrían acudido a nuestra iglesia. Surgió un ministerio dentro de la estructura de un departamento y, como resultado, muchos jóvenes que no participaban en los cultos empezaron a tomar parte activa. Algunos invitaban a los peatones a relajarse pintando; otros enseñaban técnicas sencillas; y la mayoría, simplemente, hacía nuevos amigos con quienes se acercaban a los lienzos.

Conclusión

Tenemos muchas oportunidades a nuestro alrededor. Solo debemos pensar de forma sencilla, audaz y creativa. Todos podemos hacer algo. En lugar de repetir las mismas acciones que ya no producen el mismo efecto y que no despiertan el interés de la mayoría de los miembros, podemos ser iglesia fuera del templo: bendecir a la gente que nos rodea con los talentos que tenemos, las necesidades que conocemos y las colaboraciones que establecemos. Créeme, activar ministerios puede ser lo más sencillo y, al mismo tiempo, lo más revolucionario que tu iglesia haya experimentado jamás.

Sobre el autor: Pastor en Brasilia, Brasil


Referencias

[1] División Sudamericana, disponible en: link.cpb.com.br/e942ed (consultado el 10/4/2025).

[2] “História do MP”, Associação Paulistana, disponible en: link.cpb.com.br/c9cdc3 (consultado el 10/4/2025) y “Haskell, Stephen Nelson”, Encyclopedia of Seventh-Day Adventists, disponible en: link.cpb.com.br/41edda (consultado el 10/4/2025).

[3] Elena de White, El evangelismo (ACES, 2015), p. 358.

[4] Dave Ferguson y Warren Bird, Formador de Heróis (Brasilia: Palavra, 2018), p. 32.

[5] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (ACES, 2009), p. 108.

[6] Tom White, Cidades Transformadas: Conectando Igrejas e Comunidades (Palavra, 2023), p. 120.

[7] Ralph Neighbour Jr., Unidades Básicas do Corpo de Cristo (Ministério Igreja em Células, 2009), p. 55.