Reflexiones hermenéuticas sobre el púlpito adventista
Históricamente, los adventistas del séptimo día siempre han mostrado gran preocupación por la predicación, y ha abogado por que sea esencialmente fiel a las Escrituras. Esta fidelidad a la Biblia debe abarcar no solo el mensaje transmitido, sino también la forma en la que se presenta.
La aplicación es una parte fundamental de la predicación, ya que representa la etapa final del proceso, y hace que la enseñanza bíblica sea relevante y práctica. Su propósito es ayudar a los oyentes a comprender cómo la Palabra de Dios puede influir en sus actitudes, decisiones y comportamiento. Al fin y al cabo, la aplicación trata de traducir el mensaje bíblico en acciones concretas y experiencias significativas, y promueve la edificación, la motivación y la orientación espiritual.
La aplicación es una práctica utilizada constantemente por los propios escritores bíblicos. Richard Davidson escribió: “Muchas de las instrucciones éticas de los evangelios y las epístolas del NT pueden considerarse aplicaciones prácticas de los pasajes del AT: por ejemplo, el Sermón del Monte de Jesús, el cual aplica los principios del Decálogo; la aplicación que hace Santiago de los principios de Levítico 19; la instrucción ética de Pedro construida sobre: ‘Sed santos, porque yo soy santo’ (1 Ped. 1:16, citando Lev. 11:44, 45; 19:2; 20:7)”.[1]
Es evidente que estos escritores no hicieron estas aplicaciones desvinculadas de la intención autorial; por el contrario, se hicieron mediante una exégesis severa y cuidadosa de los escritos anteriores. Existe una metodología específica de interpretación y aplicación del texto, reconocida en la actividad de los profetas y apóstoles, que podemos identificar como la hermenéutica de los escritores bíblicos. Esta hermenéutica es de continuidad y debe constituir el modo en el que los cristianos de hoy interpretan y aplican las Escrituras, ya que “la hermenéutica profética desemboca en la hermenéutica apostólica, que a su vez es la hermenéutica cristiana”.[2] En otras palabras, la aplicación que los autores bíblicos hicieron de los escritos anteriores se basó siempre en la explicación del texto.
Sin embargo, es posible observar, incluso en círculos adventistas, una creciente reformulación en la forma de utilizar las Escrituras en el púlpito, especialmente en lo que se refiere a la práctica de la aplicación. Algunos predicadores, en su búsqueda de un vínculo entre el mensaje bíblico y la vida cotidiana de sus oyentes, se han sentido cada vez más cómodos recurriendo a alegorías, a subjetividades o incluso a situaciones triviales como base de sus aplicaciones. Aunque estos recursos pueden parecer eficaces para conectar el contenido bíblico con la realidad de las personas, a menudo generan graves problemas de índole hermenéutica. En muchos casos, acaban alejando el mensaje predicado de la intención del escritor bíblico y, en consecuencia, de la voluntad del propio Dios, lo que distorsiona la enseñanza.
Surge entonces la pregunta: ¿de dónde viene la aplicación? Es a partir de este cuestionamiento que proponemos esta reflexión hermenéutica y homilética. Para algunos predicadores, la aplicación es un ejercicio de libre imaginación o de mera creatividad, sin ningún tipo de rigor o norma. Ante esto, surge otra pregunta: ¿existen criterios o límites para la aplicación? En caso afirmativo, ¿de dónde deberían proceder?
Muchas aplicaciones se hacen en el púlpito desde la idea de que la aplicación es solo un ejercicio creativo, sin ningún compromiso con el significado del texto. A menudo se basan en otras fuentes de conocimiento, como experiencias personales o relatos históricos, lo que refleja una cierta falta de compromiso con la autoridad de la Escritura. Algunas personas, para eximirse de responsabilidad espiritual, suelen decir después de actuar desde esta perspectiva: “Pero si es solo una aplicación”. Así, ignoran consciente o inconscientemente el hecho de que muchas personas acuden a la iglesia sedientas de respuestas a sus preguntas existenciales más profundas. Al escuchar aplicaciones alejadas del verdadero sentido de las Escrituras, salen engañados por promesas que Dios nunca hizo o entristecidos por reprimendas que nunca pretendió.
La respuesta a la pregunta que hemos planteado se encuentra en la propia Biblia, en la forma en la que sus autores hicieron sus aplicaciones. Antes de hacer cualquier aplicación, se dedicaron a la búsqueda de la comprensión correcta del texto, mediante una exégesis seria y un esfuerzo interpretativo diligente, porque es precisamente en el sentido del texto donde se encuentra la base de la aplicación. “La hermenéutica histórico-gramatical no es una invención reciente; es el modo en que los escritores bíblicos leyeron la Biblia. La hermenéutica cristiana sigue la de los profetas y apóstoles; por tanto, es una hermenéutica de la obediencia”.[3]
Así pues, es el sentido del propio texto el que orienta y determina su adecuada aplicación en el contexto de la vida práctica. La aplicación no es un proceso autónomo, sino un componente integral o, más exactamente, la culminación de un proceso más amplio: la exégesis. Por tanto, la aplicación consiste en transformar el conocimiento correctamente interpretado en la realidad práctica contemporánea.
Así lo entendió también Elena de White, quien declaró: “No basta que solamente leamos las Escrituras. Debemos pedir al Señor que llene con su Espíritu nuestro descarriado corazón, para poder comprender el significado de sus palabras. Para recibir beneficio de las palabras de Cristo, debemos aplicarlas en forma adecuada a nuestros casos individuales”.[4]
La experiencia de algunos, por desgracia, puede compararse a la de Satanás en el desierto de la tentación, cuando “había presentado un pasaje bíblico que parecía apropiado para la ocasión, esperando lograr sus designios al hacer la aplicación a nuestro Salvador en esa ocasión especial”.[5] Este episodio nos enseña que la predicación bíblica no significa simplemente utilizar la Biblia –después de todo, incluso Satanás la utilizó–, sino elevarla a su pedestal de autoridad para convertirla realmente en el centro del mensaje. En lugar de ser un mero instrumento retórico, las Escrituras deben ser el punto de partida y la fuente suprema de conocimiento, comprensión y enfoque en la predicación. Nunca deben instrumentalizarse para alcanzar objetivos humanos.
Concluyo con algunas sugerencias prácticas que pueden ayudarte a aplicar correctamente el texto bíblico.
1. Predica de manera contextual. La Biblia es un libro inmenso, rico en temas diversos. Por eso, cuando se predica sobre un tema concreto, hay que buscar pasajes que se correspondan adecuadamente con el tema. Por ejemplo, si el enfoque del mensaje es la evangelización y la misión, puede que no sea apropiado utilizar textos que cuenten historias de guerra. En su lugar, busca relatos que traten directamente de la proclamación de la buena nueva de la salvación, de forma clara y objetiva.
2. Toma en serio el significado del texto y comprométete con él. Elena de White enfatizó: “No se ha de dar cabida a ninguna suposición posterior contraria a la luz que Dios diera. Se levantarán hombres con interpretaciones de las Escrituras que son verdad para ellos, pero que no son verdad”.[6] Es evidente que no siempre es fácil comprender los textos bíblicos, especialmente porque estamos muy alejados del contexto original en términos de historia, cultura e idioma. Por ello, este ejercicio nos exige un esfuerzo diligente, que implica investigaciones y análisis en profundidad desde diferentes perspectivas –histórica, cultural, literaria, entre otras–. Por regla general, este proceso requiere tiempo y dedicación por parte del predicador, y no hay atajos o, al menos, no debería haberlos. Recuerde que, como predicador, usted es portavoz de Dios, de su Palabra, de sus propósitos, de sus designios y de su preciosa gracia.
Así que todo el tiempo y esfuerzo que dediques a comprender la Biblia es una inversión no solo en tu ministerio, sino también en tu relación con Jesús.
3. No inviertas las cosas. Recuerda que existe una dinámica correcta para la aplicación bíblica: debe partir del texto hacia la realidad. Sin embargo, a menudo se invierte este orden, y se parte de la realidad experimentada hacia el texto. De este modo, muchos se acercan a las Escrituras con conclusiones preestablecidas o aplicaciones predefinidas. La mayor tragedia es que en algunos sermones la Biblia se utiliza como mero accesorio o como una especie de insignia, que solo sirve para dar al mensaje un tono “espiritual”. En muchos casos, se cita un versículo o se lee un breve pasaje al principio y al final de la presentación, mientras que el foco principal se centra en discursos, experiencias personales o anécdotas. Esto no significa que no se puedan compartir experiencias, porque tienen su lugar en la predicación y ayudan a ilustrar una realidad. Sin embargo, nunca deben ser el centro del sermón o lo más destacado del culto. El tiempo de adoración debe centrarse en la oración, la alabanza y, sobre todo, la lectura y explicación de la Palabra. Así sucedió con Esdras, que reunió al pueblo para leer y explicar la Palabra de Dios (Neh. 8:8); con Jesús, que leyó y expuso porciones del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret (Luc. 4:16-21); y con Pablo, que discutió las Escrituras con los judíos durante tres sábados en una sinagoga de Tesalónica (Hech. 17:1, 2).
Por último, no debemos olvidar que el púlpito no es un escenario. Recuerdo con cariño las palabras del pastor y profesor jubilado Amin Rodor, que dijo en un sermón que un predicador tiene que decidir, desde el principio de su ministerio, si va a influir o va a impresionar. Muchos predicadores han optado por impresionar, pero un púlpito debería parecerse menos a un escenario y más a un aula porque, según el apóstol Pablo, el primero de los muchos usos de las Escrituras es la enseñanza (2 Tim. 3:16). ¡Elije influir!
Sobre el autor: Pastor en Belém, estado de Paraná, Brasil
Referencias
[1] Richard M. Davidson, “Interpretación bíblica”, en Tratado de teología adventista del séptimo día, ed. por Raoul Dederen (ACES, 2009), p. 99.
[2] Abner Chou, A hermenêutica dos escritores bíblicos (Impacto, 2022), pp. 12, 13.
[3] Chou, A hermenêutica dos escritores bíblicos, p. 15.
[4] Elena de White, El ministerio médico (ACES, 2015), pp. 73, 74.
[5] Elena de White, Mensajes selectos (ACES, 2015), t. 1, p. 343.
[6] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 197.
