La estructura de la iglesia al servicio de la misión mundial
“Pastor”, me dijo mirándome fijamente, “estoy esperando que la iglesia, como sistema, caiga”. Luego repitió con convicción: “¡El sistema caerá!”.
En ese momento, intenté comprender lo que realmente quería decir. ¿Qué motivos había detrás de semejante declaración? ¡Más aún viniendo de alguien que sirve a su propia iglesia! Después de todo, ¿qué entiende él por iglesia? ¿Por qué una reacción tan negativa ante la idea de una institución organizada?
Había algo evidente detrás de sus palabras: su visión del mundo asociaba elementos negativos con la organización, el orden y la noción de la iglesia como un cuerpo estructurado y sistémico. Su forma de ver la denominación era evidente en cada frase que pronunciaba.
Cosmovisión eclesiológica y liderazgo
Como pastores, es esencial que comprendamos que nuestra visión eclesiológica del mundo influye directamente en nuestro estilo de liderazgo. Esto se manifiesta desde el establecimiento de nuestros objetivos y prioridades hasta los procesos que guían nuestra toma de decisiones, pasando por el contenido de nuestra predicación, seminarios, formación y opiniones (incluidas las que expresamos en las redes sociales). Nuestro respeto, actitud y adhesión a las decisiones y declaraciones oficiales de la iglesia también reflejan nuestra cosmovisión (como las decisiones o votaciones adoptadas por la iglesia como cuerpo organizado, incluidos el Manual de la iglesia, los Reglamentos Eclesiástico-Administrativos [REA] y las Reglas de Orden).
Vivimos en una época en la que necesitamos reforzar nuestra comprensión eclesiológica a la luz de los parámetros bíblicos, para que nuestro liderazgo sea fiel y coherente. ¿Por qué esto es importante? Porque estamos atravesando un período lleno de tensiones en múltiples niveles. En el contexto cristiano, existe una polarización creciente: por un lado, los modelos congregacionalistas, antisistémicos y antiorganizacionales de las llamadas iglesias emergentes –que a menudo rebasan los límites del protestantismo carismático, evangélico y pentecostal–; por otro, un modelo jerárquico, vertical, autoritario y centralizado, como el modelo católico romano.
Fuera del contexto cristiano, especialmente en Occidente, se observa un aumento significativo del rechazo a los sistemas organizativos tradicionales y formales. En el siglo XXI, muchas personas ya no se guían por instituciones, sino por tendencias, influencers y “vientos de doctrina” que soplan con fuerza, especialmente en las redes sociales.
Bajo este paradigma anárquico, el orden, la administración y la noción de la iglesia como un “cuerpo” se disocian de los esfuerzos por promover una espiritualidad supuestamente “más pura”, desprovista de estructura, organización y principios administrativos. Este modelo individualista, sin embargo, presenta una gran contradicción: algunos predicadores populares –pero sin fundamentos bíblicos o teológicos sólidos– promueven un “discipulado orgánico desestructurado”, sin ningún compromiso con la organización, el orden o los sistemas. Pero, ¿este modelo es apoyado por las Escrituras?
La evidencia bíblica presenta a la iglesia como un cuerpo organizado, fundado en principios de orden, sistema, interdependencia y transparencia (Éxo. 27:21; 40:4; Núm. 2:17; 4:27; 10:12; 1 Sam. 17:2, 8, 20, 21; Esd. 3:4; Isa. 44:7; Jer. 10:12; Hech. 15:24; 16:4; 17:26; Rom. 12:5; 1 Cor. 11:34; 12:27; 14:40; Efe. 1:22, 23; 2:16, 19-22; 3:6; 4:4, 12, 16; 5:23; Col. 1:18, 24; 3:15). A la luz de este paradigma bíblico, la cosmovisión sistémica se convierte en fundamental para el liderazgo eclesiástico.
Más que eso, el desarrollo y la comprensión de una eclesiología corporativa es urgente en todas las esferas del liderazgo eclesiástico. Sin esta base eclesiológica bíblica, corremos el riesgo de adoptar una visión limitada de la iglesia y de su misión, como puede verse en los modelos congregacionalistas y en las formas de discipulado parcial, que carecen de una identidad eclesiológica y de un propósito misionero en consonancia con la Biblia. Contemplar el conjunto –el sistema, el todo– desde una visión panorámica no solo es una estrategia útil, sino una necesidad esencial de cara a la misión mundial del remanente.
Bajo la cosmovisión sistémica, se hace evidente la necesidad de fortalecer las conexiones entre las partes del cuerpo, promover la sana convivencia, cultivar la interdependencia, establecer un flujo equilibrado de la autoridad eclesiástica y fomentar la interrelación intracorporal. Esto se traduce en el fortalecimiento de la unidad, la identidad y la interdependencia entre los diversos componentes del cuerpo eclesiástico: miembros, iglesias, Campos, instituciones, Uniones, la sede mundial y sus divisiones.
Este modelo prioriza la misión desde la perspectiva del cuerpo como un todo, sin perder de vista la importancia de cada una de sus partes. Dios trabaja en su iglesia dentro de este paradigma, que integra lo macro (la visión del cuerpo organizado como un todo) y lo micro (las interacciones y conexiones entre sus partes). Esta perspectiva revela la necesidad de un trabajo ordenado, sistémico, integrado y colaborativo, centrado en la misión mundial, bajo la guía del Espíritu Santo.
La salud de la iglesia también se manifiesta en su vida administrativa (Hech. 16:4, 5). La rutina administrativa –su ritmo, frecuencia y agenda– es un reflejo de su condición espiritual. Cuando reconocemos a la iglesia como el cuerpo de Cristo, también debemos verla como un cuerpo organizado para la misión mundial. Esto implica que su orden interno, su estructura dinámica, su organización y su administración son elementos vitales para el pleno cumplimiento de su misión.
Asociación General
Es importante recordar estos principios bíblicos y eclesiológicos en el contexto de la vida administrativa de la iglesia mundial, especialmente en el año del congreso de la Asociación General.
Para los adventistas, la Asociación General reunida en asamblea mundial representa la más alta autoridad eclesiástica después de Dios (véase REA B 05 20, inciso 3). Esta asamblea representa la autoridad plenaria de la iglesia en su dimensión mundial: es la representación de todo el cuerpo organizado. Reflexionar sobre estos principios eclesiológicos, comprenderlos y actuar coherentemente con ellos es esencial para el líder adventista en el siglo XXI. El orden y el sistema que sustentan a la iglesia como cuerpo mundial estructurado forman parte de nuestra identidad como remanente.
Identidad eclesiológica
La autocomprensión eclesiológica es fundamental. Como adventistas, tenemos una identidad única, que necesita ser entendida a la luz de los principios revelados. El Gran Conflicto también implica la comprensión de la iglesia, como se pone de manifiesto en el libro del Apocalipsis.
En la actualidad, nos enfrentamos a grandes desafíos eclesiológicos, entre los que se encuentran cuestiones relacionadas con la identidad, la unidad (teológica y administrativa), la autoridad y la corporatividad (es decir, el carácter del cuerpo). En este contexto, Sergio Becerra observa que la doctrina de la iglesia se ha convertido en el eje central de las discusiones teológicas contemporáneas.[1]
Estos desafíos se manifiestan en todos los niveles de la iglesia, desde la congregación local hasta el nivel mundial. Para afrontarlos con coherencia, es necesaria una reflexión teológica integrada, que implique a todo el cuerpo ministerial adventista. Más que eso, es saludable implicar a los miembros en esta reflexión sobre la naturaleza y la misión de la iglesia.
Pastores, teólogos, administradores y miembros deben reflexionar juntos sobre estas cuestiones para ofrecer respuestas sólidas, bíblicas y administrativamente eficaces que ayuden a la iglesia a mantenerse centrada en su misión, preservando su identidad, unidad y orden. De este modo, la misión se nutre, sostiene, fortalece y amplía continuamente. Como bien señaló Carlos Cerdá, el diálogo y la retroalimentación enriquecen y retroalimentan el sistema.[2]
Orden y sistema: el modelo de la acción divina
Es importante recordar que Dios ha guiado al movimiento adventista a lo largo de su desarrollo histórico, en cumplimiento de importantes profecías bíblicas (Dan. 7-9; 10-12; Apoc. 10:14, 18). En este proceso, nuestra comprensióndoctrinal se ha ido construyendo progresivamente. Mediante la oración y el estudio diligente de la Biblia, se descubrieron verdades centrales, como la segunda venida de Cristo, el Santuario, los tres mensajes angélicos, la inmortalidad condicional, la verdad sobre la Ley de Dios y el sábado, y el don profético. Estos pilares han organizado la fe adventista en un sistema teológico coherente y sólido, y se convirtió en una de las principales marcas de identidad de nuestra iglesia. Este firme fundamento sostiene e impulsa el continuo avance administrativo y misionero de la iglesia.
A partir del desarrollo doctrinal –y a veces paralelamente a él– se produjo el desarrollo administrativo, con tres hitos importantes en nuestra historia: la elección del nombre de la iglesia y la organización del primer congreso (1860-1861); la organización formal de la Asociación General en 1863; y la reorganización de la Asociación General en 1901. Estos fundamentos le permitieron a la iglesia sentar unas bases sólidas para una orden misionera capaz de sostener y ampliar la misión mundial.
Elena de White nos recuerda que la organización de la iglesia refleja el patrón de las acciones de Dios en todo el universo. “El orden es la ley del Cielo, y debe ser la ley del pueblo de Dios en la Tierra”.[3] Por lo tanto, no se puede decir que el sistema caerá, porque este expresa la forma de actuar de Dios: con orden y estructura. Es importante liderar con la conciencia de que no podemos ser leales a Dios y, al mismo tiempo, albergar actitudes congregacionalistas, antisistémicas o antiorganizativas. Se trata de un asunto serio, en el que no hay espacio para un punto medio.
Elena de White afirma que el inicio del gran conflicto cósmico está relacionado con un conflicto de gobierno: “Era el propósito de Dios colocar las cosas sobre una eterna base de seguridad, y en los concilios del cielo fue decidido que se le debía dar a Satanás tiempo para que desarrollara los principios que constituían el fundamento de su sistema de gobierno. Él había aseverado que eran superiores a los principios de Dios. Se dio tiempo al desarrollo de los principios de Satanás con el fin de que pudiesen ser vistos por el universo celestial”.[4]
La cosmovisión sistémica nos permite desarrollar un tipo de liderazgo capaz de prevenir problemas como la desunión, el congregacionalismo o la fragmentación, y promueve un trabajo ordenado, integrado y marcado por la comunión cristiana. Cuando actuamos de acuerdo con este principio fundamental, estamos imitando la forma de actuar de Dios en todo el universo. Un liderazgo con estas características fortalece el discipulado y la misión de la iglesia. Y Dios ciertamente bendecirá este liderazgo que impulsa la misión, y movilizará a todo el cuerpo de Cristo hacia la obra.
La iglesia como cuerpo
Todas las metáforas bíblicas que se refieren a la iglesia incluyen aspectos de unidad, conexión sistémica, orden y una estructuración dinámica y funcional orientada a la misión. Más allá de las metáforas, es necesario reconocer un diseño eclesiológico que refleje el patrón de la acción divina. La afirmación de Pablo –“hágase todo decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40)– no es solo un consejo pastoral o administrativo, sino un principio que expresa la naturaleza misma de Dios. Él es un Dios de orden.
Es importante enfatizar que este orden no es un producto humano, sino que pertenece a Dios y se nos comunica a través de Cristo. La iglesia necesita tener esta realidad claramente incorporada a su identidad y misión como pueblo remanente.
Cada congreso de la Asociación General representa una oportunidad para contemplar el orden y el sistema como aspectos esenciales de la vida y la misión de la iglesia. El cuerpo de Cristo se reúne de forma plenaria y representativa para evaluar, impulsar, desarrollar, relanzar y finalizar una misión mundial. Orden y sistema son fuerzas que impulsan a la iglesia, como cuerpo organizado, en el cumplimiento de su misión mundial.
Bajo la guía del Espíritu Santo, el orden y el sistema articulan armónicamente la misión, la administración y la teología de la iglesia. Sin embargo, algunos cometen el error de reducir el orden, la organización y la necesidad de administración a meras cuestiones temporales, circunstanciales o exclusivamente humanas. Por esta razón –y sin fundamentos teológicos consistentes– esperan que el sistema se derrumbe algún día.
Es crucial recordar que el orden, el sistema y la administración son principios de la acción divina y, como tales, trascienden la ventana temporal de la historia del tiempo del fin del remanente. El remanente, en su papel profético, emula este orden sistémico en el cumplimiento de su misión mundial y definitiva. Cuando Cristo venga por su pueblo, habrá un solo pueblo, un solo orden y un solo sistema victorioso en este gran conflicto.
Conectando con Cristo
¿Qué impacto tiene este enfoque sistémico de la iglesia en el ejercicio del liderazgo hoy en día? Los líderes están llamados a promover el orden interno y reforzar las conexiones entre las distintas partes del cuerpo con Cristo. No sería posible mantener el orden y el sistema al servicio de la misión mundial sin la conexión vital con Cristo, que es “la cabeza del cuerpo” (Col. 1:18).
Corresponde a los líderes fomentar, promover y fortalecer esta conexión esencial con Cristo en todas las partes del cuerpo organizado, reconociendo esa conexión como premisa indispensable para cualquier esfuerzo de ordenamiento interno y para avanzar en la misión mundial de la iglesia. Cristo es el principio que articula el ordenamiento eclesiástico, administrativo, teológico y misionero de la iglesia remanente en su misión mundial.
Conclusión
El contexto del 62.° Congreso de la Asociación General, celebrado este año en Saint Louis, Missouri (EE. UU.), recuerda estos principios eclesiológicos fundamentales. Debemos valorar el modelo eclesiológico divino, promoviendo el cuidado de la unidad, el trabajo conjunto y el relanzamiento de la misión local y mundial. El respeto al orden, al sistema, a la unidad y a la identidad de la iglesia – así como a sus expresiones corporativas–, por parte de cada miembro de la iglesia, líder, pastor, administrador, teólogo, misionero, institución o entidad eclesiástica, es esencial para fortalecer la misión global de la iglesia remanente.
Es especialmente apropiado aprovechar estas fechas administrativas de la iglesia mundial para orar por la denominación, renovar nuestro compromiso total con Dios y reafirmar nuestra lealtad a su causa. Fomentar las reuniones de oración, las semanas de oración y los momentos de estudio sobre la iglesia representan una valiosa oportunidad. El estudio en profundidad de estos principios eclesiológicos repercutirá no solo en el ejercicio del liderazgo eclesiástico, sino también en la identidad de cada miembro, e impulsará la misión a todos los niveles y promoverá un nuevo y vigoroso incentivo para el compromiso misionero.
Sobre el autor: Presidente de la Misión Bonaerense del Norte, Argentina
Referencias
[1] Sergio Becerra, “¿Qué lugar para la eclesiología en la teología sistemática?”, en La Iglesia: Cuerpo de Cristo y plenitud de Dios (Editorial UAP, 2006), pp. 3-11.
[2] Carlos H. Cerdá, “La Misión en un contexto de desconfianza”, en Misión y contextualización: Llevar el mensaje bíblico a un mundo multicultural (Editorial UAP, 2005), pp. 23-36.
[3] Elena de White, Eventos de los últimos días (ACES, 2011), p. 47.
[4] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (ACES, 2008), p. 707.
