Un análisis de los desafíos contemporáneos a los que se enfrenta la Iglesia

La posmodernidad tiene varias características, que se convierten en desafíos para el adventismo. Quiero centrarme solo en tres aspectos, tomando como punto de partida las características señaladas por Roland Chia.[1]

El eclipse de la verdad objetiva

Los posmodernos pretenden “deconstruir” el concepto de verdad absoluta. Aunque hay diferentes enfoques de esta deconstrucción, todos se basan en la idea de que no hay relación entre verdad y realidad. En otras palabras, la epistemología posmoderna rechaza la teoría de la correspondencia de la verdad, que establece una relación directa entre la verdad (lo que se afirma) y la realidad (lo que se observa).

En el posmodernismo, las verdades están relacionadas con perspectivas y puntos de vista, y se consideran construcciones sociales. Al no existir una metanarrativa, la verdad se disuelve y es tan diversa como las propias comunidades. El escritor y crítico social Os Guinness hizo una sucinta descripción de esta condición en su libro Fit Bodies, Fat Minds: “No hay verdad, solo verdades. No hay razón suprema, solo razones. No existe una civilización privilegiada (ninguna cultura, creencia, norma o estilo), solo una multiplicidad de culturas, creencias, normas y estilos. No hay justicia universal, sino intereses y competencia entre grupos de interés”.[2]

En otras palabras: “Tú tienes tus verdades, tus razones, tus creencias, y yo tengo las mías. Y debemos ser tolerantes los unos con los otros”. Con esta visión, el posmodernismo no solo abraza el pluralismo, sino que lo celebra.

La actitud posmoderna hacia la verdad objetiva tiene al menos dos implicaciones importantes para el adventismo. La primera se refiere al papel de la doctrina y la teología en la fe cristiana. En los últimos veinte o treinta años, varios teólogos y miembros de la Iglesia han criticado la falta de énfasis en la doctrina. De hecho, existe un fenómeno alarmante de analfabetismo bíblico. Muchos adventistas ignoran las Escrituras y las profecías, mientras que tienen “maestrías” en series de TV, “doctorados” en redes sociales y “posdoctorados” en música secular. Pueden hablar durante horas sobre el entretenimiento mediático, pero no pueden explicar los elementos básicos de la cosmovisión bíblica.

La segunda implicación está relacionada con la forma de entender e interpretar la Biblia. Muchos ya no consideran que la Biblia sea “fundamental” o “autorizada”, sino que la han convertido en un manual de autoayuda, del que cada cual extrae solo lo que le interesa o conviene. Para el posmodernista, no existe una interpretación correcta de la Biblia, sino un lector interesado. Este punto de vista está influido por una ideología seductora y peligrosa: el deconstruccionismo, un movimiento filosófico que ataca los valores y creencias bíblicos en su núcleo. Como dice el teólogo y hermeneuta Kevin Vanhoozer, “la deconstrucción es la desconfianza en la metafísica”.[3] Entre sus principales defensores se encuentran Jacques Derrida, Richard Rorty y Friedrich Nietzsche. Lo que une a estos pensadores es la idea de que el significado, la verdad y el propio mundo son construcciones humanas.[4] Así, predican que “no hay una única interpretación correcta, no hay un ‘significado real’ en un texto, solo ‘formas de leer’ que son extensiones de los valores e intereses de una comunidad”.[5]

Por eso, cuando nos encontramos con un adolescente, joven o adulto que sonriendo nos dice: “Pastor, lo que usted dice es su forma de pensar, pero yo pienso diferente”, estamos ante un deconstruccionista (aunque él o ella no lo sepa), alguien que ve la interpretación y comprensión de la Biblia como un mero juego lingüístico y de poder. En la posmodernidad, cada cual tiene su propia verdad. El tema es más complejo de lo que creemos.

Destradicionalización de ideas y comportamientos

A medida que la modernidad avanza hacia lo que algunos filósofos denominan modernidad tardía o hipermodernidad, el proceso de individualización que se ha generado ha creado una creciente desconfianza hacia las convenciones y tradiciones sociales recibidas. Desde una perspectiva sociológica, a menudo se observa que, a medida que se desintegran las grandes narrativas, también se relativizan las certezas, los valores y las normas heredados de la tradición. Se produce una especie de “emancipación” de los vínculos y las ideas que antes se consideraban incuestionables, lo que ha dado lugar a una situación en la que cada ser humano se da a la tarea estructuralmente subjetiva de construir su propia identidad. La gente abandona las ideas tradicionalmente aceptadas y busca otras nuevas.

Las costumbres, los valores y las normas siguen funcionando en cierto sentido, pero ahora pasan a ser solo una opción dentro de un amplio abanico de posibilidades entre las que los individuos pueden elegir libremente. En otras palabras, los principios bíblicos son solo una opción entre otras, que también incluyen principios sociológicos, antropológicos y psicológicos, entre otros. Pero lo más importante es que, en el contexto posmoderno, todas estas costumbres, valores y normas ya no pueden pretender ser la base exclusiva para determinar el estilo de vida de las personas, porque cada individuo puede elegir entre un amplio abanico de opciones lo que más le interese y agrade. ¡Qué inmenso desafío!

Moral pluralista y relativa

El tercer y último aspecto que tiene un fuerte impacto en el adventismo se refiere a la actitud del postmodernismo hacia la moral y la ética. Vivimos en un mundo de múltiples moralidades. Nuestra sociedad pluralista conduce al relativismo moral, que es una forma de subjetivismo y afirma que no existe un modelo moral universal y absoluto. En consecuencia, las verdades morales se convierten en meras preferencias asociadas a individuos y sociedades concretas.

El problema es que cuando las verdades morales se reducen a una cuestión de gustos o preferencias, la pregunta deja de ser “¿Qué es bueno?” y se convierte en “¿Qué le parece bien o correcto al individuo o a la comunidad?” o “¿Qué acciones se consideran significativas para ese individuo o comunidad en particular?”

Ante todo esto, ¿qué debemos hacer? Me gustaría ofrecer tres ideas.

1. La importancia y la necesidad de doctrinas y creencias. Para hacer frente al eclipse de la verdad objetiva, a la destradicionalización de las ideas y de los comportamientos, a la moral pluralista y relativa, es esencial tener una vida fundada en creencias bíblicas. La Iglesia apostólica nos da un ejemplo: “Y perseveraban firmes en la doctrina de los apóstoles…” (Hech. 2:42). La palabra traducida como “doctrina” es didaje, que se refiere a la enseñanza.

Sin duda, la iglesia bíblica se caracteriza por la enseñanza. En este sentido, como reflexiona el teólogo John Wade, las iglesias de hoy necesitan una enseñanza sólida, porque la mayoría de la gente entra en la iglesia sin “una comprensión clara de Dios y de sus propósitos, tal como se revelan en el Antiguo y el Nuevo Testamento. [Deberíamos] desear que las iglesias actuales hicieran tanto hincapié en la enseñanza como lo hicieron los apóstoles”.[6] Una iglesia fiel no puede comercializar la Palabra.[7]

En este sentido, es necesaria una reflexión seria sobre la importancia de las doctrinas y las creencias. Como expresa el libro Creencias de los adventistas del séptimo día: “Las doctrinas definen el carácter del Dios a quien servimos. Interpretan acontecimientos tanto pasados como presentes, estableciendo un sentido de lugar y propósito en el cosmos. Describen los objetivos que Dios tiene al actuar. Las doctrinas constituyen una guía para los cristianos, al proveer estabilidad en lo que de otro modo podría no ser otra cosa que experiencias que desequilibran, e inyecta certidumbre en una sociedad que niega lo absoluto. Las doctrinas alimentan el intelecto humano, y establecen blancos que inspiran a los cristianos y los motivan a demostrar su preocupación por el prójimo”.[8]

Nuestras creencias nos dicen quiénes somos y cómo debemos vivir. Por eso debemos animar a toda la Iglesia, y especialmente a la generación más joven, a conocer muy bien nuestras seis doctrinas y 28 creencias fundamentales. Porque si no las conocemos, ¿cuál es el sentido y la razón de ser adventista del séptimo día? Nuestros hijos no permanecerán en un lugar del que no saben nada y en el que no ven ningún sentido. Nuestras doctrinas y creencias son nuestras raíces; y sin raíces, un árbol no existe. Además, si examinamos detenidamente cada una de las seis doctrinas que estructuran nuestras 28 creencias, veremos que responden a preguntas fundamentales sobre la existencia humana.[9] Debemos hacer hincapié en esto en los materiales que preparamos para la iglesia en todos los grupos de edad.

2. La importancia de estudiar la Palabra de Dios para conocer nuestra fe.[10] Mientras que el primer tema hace recaer la responsabilidad en el liderazgo de la institución, el segundo enfatiza el papel de cada uno de nosotros. Es muy probable que conozcas a alguien que decía ser adventista pero que, de un momento a otro, empezó a vivir de forma contraria a los principios bíblicos.

No podemos generalizar, pero es posible que en algunos de estos casos las personas tuvieran una idea equivocada de lo que es la fe cristiana adventista y la aceptaran por miedo, conveniencia, moda, presión familiar o tradición. Es más, muchos tienen miedo de cuestionar lo que creen, pensando que eso significa dudar de Dios y de la Biblia. Sin embargo, servir a Dios y creer en él no es irracional. Amar a Dios no es solo un acto espiritual, sino que implica “todo tu corazón”, “toda tu alma”, “toda tu fuerza” y “todo tu entendimiento” (Luc. 10:27). Tienes que conocer y ser capaz de explicar la “razón de la esperanza que hay en ustedes”, según 1 Pedro 3:15.

Animemos a los miembros a examinar las Escrituras. Animemos a los adolescentes a hablar con sus padres, a dialogar con personas de su confianza y a leer libros que aclaren sus dudas sobre lo que creen. Esto es exactamente lo que hicieron los cristianos de la ciudad de Berea cuando Pablo llegó allí predicando sobre Jesús (Hech. 17:11).

Animemos a las nuevas generaciones a no rendir sus mentes a cualquiera que exprese opiniones sobre cualquier tema, sino a comprobar que lo que oyen, leen y ven es cierto.

3) La importancia de luchar por la unidad de la Iglesia. El pensamiento posmoderno ha fomentado el congregacionalismo, un serio desafío en las esferas administrativa y eclesiástica. Si no existe una verdad objetiva, cada uno puede organizar la iglesia según su propia voluntad; si se descarta la buena tradición, la estructura y el funcionamiento de la iglesia no tienen por qué seguir modelos anteriores; y si prevalecen el pluralismo y el relativismo, la administración de la iglesia tiende a realizarse según las conveniencias individuales.

Por lo tanto, el congregacionalismo está directamente relacionado con una interpretación conveniente de la verdad bíblica con respecto a la administración eclesiástica. En este sentido, está conectado con el posmodernismo. Ante esto, sugiero tres actitudes:

a) Demostrar y reforzar el valor y la autoridad de la iglesia local y de cada miembro (1 Ped. 2:9). Las iglesias locales a menudo se sienten olvidadas, ignoradas e infravaloradas porque, en algunos lugares, el liderazgo ha creado enormes distancias. Además, a veces cultivamos un inapropiado sentimiento de superioridad, dando la impresión de que los hermanos existen para servirnos, cuando en realidad somos nosotros quienes debemos servirles a ellos. Si los miembros de la iglesia local se sienten valorados y escuchados, habrá mucha más confianza en el liderazgo y mucha menos tendencia al separatismo.

b) Debemos desconfiar de las actitudes de pastores y miembros que tienden a comportarse de forma diferente a lo establecido en la Palabra de Dios (1 Tim. 3:2). Cada vez es más frecuente que algunos adopten actitudes que se apartan de las prácticas convencionales y correctas. Sin embargo, al tratar de pensar y vivir “fuera de la caja”, terminan creando sus propias cajas y enfoques, ignorando los principios bíblicos, los escritos de Elena de White y las directrices de la iglesia. El comportamiento que se considera “fuera de lo común” suele ser el precursor del separatismo y el congregacionalismo. Ante esto, el liderazgo de la iglesia local, de las Asociaciones y de las Uniones no debe ser cómplice ni demorarse en tomar medidas. Deben seguirse los protocolos establecidos. Si un cantante, influencer, pastor o teólogo adopta un comportamiento que se aparta de los principios bíblicos, es esencial acercarse a ellos, orientarlos y guiarlos con sabiduría y firmeza.

c) Los problemas no se resuelven simplemente cambiándolos de lugar (Luc 17:3). Cuando se trata con alguien que demuestra actitudes que pueden llevar al separatismo, es esencial señalar claramente los problemas e indicarlos cambios necesarios. En el ministerio, trasladar a un pastor o a un obrero sin tener antes un diálogo abierto con ellos es como barrer un gran problema debajo de la alfombra y dejarlo en el salón. No podemos ser irresponsables.

Conclusión

¿Es posible ser relevante y significativo para los posmodernos sin correr el riesgo de relativizar todo el evangelio, caracterizar erróneamente el cristianismo bíblico y “desadventistizar” el adventismo?

El apóstol Pablo se enfrentó al desafío de transmitir los valores de las Escrituras a su sociedad secular. Sus dos discursos públicos –primero ante la multitud de Listra (Hech. 14) y luego ante los filósofos atenienses en el Areópago (Hech. 17)– son los únicos ejemplos registrados en el libro de los Hechos de predicación a un público totalmente pagano. En ambos casos, Pablo no distorsionó el evangelio ni suavizó el mensaje. Al contrario, aplicó una contextualización estratégica, tratando de identificarse con su audiencia sin comprometer la verdad bíblica. Su objetivo no era modificar la revelación divina, sino comunicarla de forma comprensible, utilizando un lenguaje y un enfoque que resonaran en sus oyentes.

Nuestra misión y desafío siguen siendo presentar el evangelio bíblico completo con sabiduría, respeto y amor, confiando en el Espíritu Santo y permitiéndole que lleve a cabo su obra de aplicación y transformación en las vidas de las personas posmodernas.

Sobre el autor: Director del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología


Referencias

[1] Roland Chia, “Postmodernism and the Church”, disponible en: link.cpb.com.br/c6d855 (consultado el 20/3/2025).

[2] Os Guiness, Fit Bodies, Fat Minds: Why Evangelicals Don’t Think and What to do About it (Hodder & Stoughton, 1994), p. 105.

[3] Kevin J. Vanhoozer, Ha um Significado Neste Texto? Interpretacao Biblica: Os Enfoques Contemporaneos (Vida, 2005), p. 94.

[4] Vanhoozer, Ha um Significado Neste Texto?, p. 92.

[5] Vanhoozer, Ha um Significado Neste Texto?, p. 91.

[6] John W. Wade, Acts: Unlocking the Scriptures for you (Standard, 1987), p. 30, 31.

[7] Hernandes D. Lopes, Atos: A Acao do Espirito Santo na Vida da Igreja (Hagnos, 2012), p. 66, 67.

[8] Creencias de los adventistas del séptimo día (ACES, 2018), pp. 10, 11.

[9] Elias Brasil de Souza, “Revisemos Nuestras Creencias Fundamentales: Un Panorama de la Gran Historia Bíblica”, Dialogo 31 (2019), pp. 9-13.

[10] Richarde Guerra, Desconforme-se (Thomas Nelson Brasil, 2017), pp. 47-49.