A lo largo de la Biblia se encuentran referencias a diferentes textos escritos literalmente sobre piedra. Por ejemplo, los Diez Mandamientos consistían en “dos tablas de piedra escritas por el dedo de Dios” (Deut. 9:10). De la misma manera, los nombres de las doce tribus de Israel fueron grabadas sobre doce piedras preciosas que formaban parte de la vestimenta del sumo sacerdote (Éxo. 28:15-30).
Además, el pueblo de Dios también utilizó piedras para levantar monumentos y memoriales. Por ejemplo, Jacob levantó una piedra en Betel como “señal” de la constante presencia de Dios en su vida y de su promesa de devolverle el diezmo al Creador (Gén. 28:18-22). Samuel también levantó una piedra a la que llamó “Eben-ezer” para conmemorar cómo Dios los había ayudado a derrotar a los filisteos (1 Sam. 7:12).
Pero, uno de los episodios más notables ocurrió después de que el pueblo de Israel cruzara el río Jordán. Moisés había dejado instrucciones precisas acerca de la construcción de un altar sobre el cual se ofrecerían holocaustos y se grabaría la Ley de Dios (Deut. 27:4-8). Siguiendo estas directrices, Josué seleccionó un representante por cada tribu de Israel y les ordenó que cada uno sacara una piedra del lecho del río Jordán (Jos. 4:4, 5). Luego de levantar el altar, Josué se dirigió al pueblo y explicó que, cuando en el futuro sus descendientes preguntaran cuál era el significado de esas doce piedras, ellos deberían relatar los milagros, la guía y la protección que Dios había provisto desde su salida de Egipto hasta su entrada en la Tierra Prometida. De esa manera, “esas piedras servirán a los israelitas de monumento conmemorativo para siempre” (vers. 6, 7).
Es notable que Dios instara a su pueblo a recordar los milagros del pasado. Es evidente que recordar cómo Dios actuó en el pasado fortalece nuestra fe en el tiempo presente. Sin embargo, en la narración del cruce del Jordán no solo hay una invitación a mantener viva la memoria, sino también a utilizar los restos materiales del pasado (en este caso, el altar de doce piedras) como un memorial para recordar las acciones divinas.
Lamentablemente este altar de doce piedras ya no existe en la actualidad, o al menos no ha sido encontrado. Sin embargo, la arqueología sí ha logrado desenterrar y traer a la luz incontables restos materiales de los tiempos bíblicos, como inscripciones y objetos de la vida cotidiana. Todos estos descubrimientos arrojan luz sobre la vida del pueblo de Israel en la antigüedad y nos permiten contextualizar y entender mejor el texto bíblico.
Aunque no siempre es fácil interpretar la evidencia arqueológica, y todavía existe mucho por descubrir y descifrar, la arqueología bíblica cumple un rol muy valioso para el estudio de la Biblia. Un ejemplo reciente es un estudio de datación por radiocarbono realizado en 2023 que confirmó que la antigua ciudad de Gezer había sido destruida y reconstruida durante el siglo X a. C. (doi.org/10.1371/journal.pone.0293119). Esto coincide perfectamente con el relato bíblico, que narra cómo el faraón de Egipto conquistó y quemó la ciudad para dársela a Salomón como parte de la dote de su hija. El rey Salomón, por su parte, se encargó de reconstruirla y fortificarla (1 Rey. 9:15-17).
Al ver cómo la arqueología confirma e ilumina los relatos bíblicos, tenemos la oportunidad de mirar los restos materiales del pasado y fortalecer nuestra fe. Podemos considerarlos como “monumentos conmemorativos para siempre” (Jos. 4:6, 7) que nos hablan de la veracidad de la Palabra de Dios y de la confiabilidad de las acciones de Dios en favor de su pueblo. Así como Dios protegió, cuidó y guio al pueblo de Israel en el pasado –lo cual es atestiguado tanto por la Escritura como por la arqueología–, podemos tener la certeza de que el mismo Dios desea salvarnos, guiarnos y protegernos hoy.
Sobre el autor: Editor de Ministerio Adventista, edición de la ACES.