Cómo influir en las nuevas generaciones

Ser pastor en una institución educativa perteneciente al Sistema Educativo Adventista es una oportunidad para cumplir un ministerio de gran magnitud y alcance. En esta área, podemos ser pastores en el sentido más pleno de la palabra y realizar una obra grandiosa. Aunque pocas personas son capaces de ver todo el potencial de esta actividad, afortunadamente el liderazgo de la iglesia ha tratado de reconocer cada vez más la importancia de este significativo ministerio.

En mayo de 2017, una comisión establecida por la División Sudamericana abordó la cuestión de la valoración del ministerio de los pastores dedicados a la Educación Adventista. Entre las diversas recomendaciones, se destacó el uso del término “pastor educativo” en lugar de “capellán escolar” (voto 2017-012), con el objetivo de fortalecer su identidad con el cuerpo ministerial del Campo local. Aunque sus funciones y atribuciones sean algo diferentes, el pastor educativo debe ser visto por la iglesia como un verdadero ministro del evangelio, que está en pleno cumplimiento del ministerio pastoral.

La Revelación y el pastor educativo

Sin embargo, antes de las recomendaciones de los líderes de la Iglesia, podemos recurrir a la Revelación divina para evaluar la relevancia de este ministerio. Según la Biblia y el Espíritu de Profecía, quienes se dedican a esta labor llevan a cabo una tarea noble y valiosa.

En las Escrituras hay cientos de referencias a los verbos ensenar, educar e instruir, en las que se enfatiza que Dios mismo realiza esta actividad. Entre los textos que aluden a esta realidad, se destacan las palabras de Pablo a Tito: “Porque la gracia de Dios que trae salvación se manifestó a todos los hombres, y nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11, 12).

En otro texto, el apóstol Pablo destaca que este don espiritual es necesario para que la iglesia crezca y se fortalezca: “Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros” (Efe. 4:11). Por lo tanto, queda claro que es el Espíritu Santo quien llama y capacita a los pastores para dedicarse a la enseñanza (1 Cor. 12:11). Y puesto que hay diversidad de dones, quienes son llamados a enseñar deben valorar su vocación como un llamado divino.

Entre las muchas referencias bíblicas a la enseñanza, se destacan especialmente las relacionadas al ministerio de Jesús. Él se dedicó intensamente a la enseñanza, convirtiéndola en su principal ocupación, pues le permitía revelar a la gente el carácter del Padre y el camino a la vida eterna. Elena de White comenta: “En el Maestro enviado por Dios, el cielo dio a los hombres lo mejor y lo más grande que tenía. Aquel que había estado en los consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad el conocimiento de Dios”.[1]

Además de predicar y curar, Jesús se dedicó a enseñar

(Mat. 4:23). No en vano, incluso sus enemigos lo llamaban

Maestro. Por eso, la vida y el ministerio de Jesús atestiguan

sin lugar a dudas que la enseñanza es una obra de gran valor

a los ojos de Dios.

Además de la Biblia, los escritos de Elena de White también enfatizan la importancia del pastor educativo. Obsérvense las siguientes citas: “El que coopera con el propósito divino para impartir a los jóvenes un conocimiento de Dios, y modelar el carácter en armonía con el suyo, hace una obra noble y elevada”.[2]

“Debe emplearse el mejor talento ministerial para conducir y dirigir la enseñanza de la Biblia en nuestras escuelas. Los que son elegidos para esta obra necesitan ser cabales estudiantes de ella; deben ser hombres que tengan una profunda experiencia cristiana; y su salario debe pagarse del diezmo”.[3]

“Nuestras Asociaciones deben tratar de que nuestras escuelas estén provistas de maestros que sean cuidadosos y que tengan una profunda experiencia cristiana. El mejor talento ministerial debiera ser llevado a los colegios”.[4]

Puesto que “en el sentido más elevado, la obra de la educación y la de la redención son una”,[5] quien participa en la tarea de educar está trabajando para redimir. A los ojos de Dios, no hay diferencia entre el ministerio en la iglesia y el ministerio educativo, porque ambos realizan la misma obra. Las funciones pueden ser diferentes, pero la finalidad es la misma.

Contexto y competencias

Imagina la siguiente escena. Un joven acaba de graduarse en el seminario donde se preparó para ser pastor de iglesia y llega a su primer campo de trabajo: una escuela. El director le da la bienvenida y le desea un fructífero ministerio. Inmediatamente después de ser nombrado para este trabajo, le vienen a la mente algunas preguntas: ¿Por dónde empiezo? ¿Cuáles son mis obligaciones? ¿Qué tengo que hacer?

Lo ideal sería que todos los pastores destinados al ministerio educativo hayan recibido ya la preparación necesaria y tuvieran respuesta a estas preguntas. Sin embargo, al igual que me sucedió a mí hace casi treinta años, muchos pastores educativos sienten angustia al comenzar su ministerio porque no se consideran preparados para ejercerlo. Ante esta realidad, algunas preguntas merecen una reflexión respetuosa.

En el sueño de Dios, la Educación Adventista fue establecida para ser un instrumento para salvar a las personas. Cada alumno colocado bajo la tutela espiritual de las escuelas adventistas es un candidato para el Reino de Dios. Y si hay alguien dentro de la escuela que no debe perder esto de vista, es el pastor educativo. Su energía y sus esfuerzos deben canalizarse intencionalmente hacia este objetivo.

Por lo tanto, el pastor educativo debe desafiar incansablemente a los líderes de su institución para que comprendan que “la fuerza de nuestro colegio estriba en mantener el predominio del elemento religioso”.[6] Esto solo se logra al buscar el desarrollo espiritual de toda la comunidad escolar. A partir de una planificación detallada, sus acciones deben llevar a quienes pastorea a crecer espiritualmente.

Según el teólogo George Knight, esto solo es posible cuando buscamos el conocimiento de Dios. También enfatiza que este conocimiento no es solo teórico, sino práctico y relacional.[7] Empezando por el propio pastor educativo, quienes forman parte de la Educación Adventista deberían estar contentos de poder decir que conocen a Dios por experiencia y que tienen una relación personal con Jesucristo.

Sin embargo, conviene recordar que no hay verdadero conocimiento de Dios sin su Palabra. Ninguna institución de la Educación Adventista debe permitir que la Biblia pase a un segundo plano. Aunque haya requisitos académicos que cumplir, la primacía de la Biblia sobre las demás ciencias debe ser una realidad constante. Elena de White escribió: “Existe el peligro de que nuestro colegio se desvíe de su propósito original. El propósito de Dios se ha dado a conocer, que nuestro pueblo tenga la oportunidad de estudiar las ciencias y al mismo tiempo aprender los requerimientos de su palabra. Se deben dar disertaciones bíblicas; el estudio de las Escrituras debe ocupar el primer lugar en nuestro sistema de educación”.[8]

Otra cuestión a tener en cuenta es que el pastor educativo tendrá un enorme rebaño que pastorear. Todas las personas relacionadas con su escuela son sus ovejas. Incluso una escuela pequeña ofrecerá un rebaño más grande que la mayoría de las iglesias a su alrededor. Fíjate en los grupos que componen la comunidad de una escuela: alumnos (adventistas y no adventistas); personal (empleados administrativos, maestros y equipos de apoyo); familiares (especialmente el núcleo familiar del alumno); territorio (residentes que viven y trabajan en el barrio de la escuela).

Todos estos grupos deben ser cubiertos por el trabajo del pastor educativo, y esto es, sin duda, un enorme desafío. Solo con la ayuda del Espíritu Santo es posible pastorear a tantas personas; y, por supuesto, con la movilización de otros miembros del personal educativo que estén dispuestos a apoyar la misión.

La prioridad del ministerio educativo

¿Por qué se fundan escuelas? ¿Cuál es su finalidad? En realidad, la mejor pregunta sería: ¿para quién se crean las escuelas? La respuesta es obvia. En todas partes del mundo, las escuelas se crean por los alumnos. Ellos son la razón de ser de cualquier institución educativa. Y, en el caso de la Educación Adventista, toda acción dirigida a ellos tiene como objetivo salvarlos, porque su misión es educar para la eternidad.

Por lo tanto, el pastor educativo debe tener claro que la materia prima de su ministerio son los alumnos. Dios lo ha llamado a ser un instrumento para la salvación de este grupo, especialmente de los alumnos adventistas. De hecho, Dios ordenó el establecimiento de la Educación Adventista para servirlos. Con el tiempo, este propósito ha sido complementado por motivos nobles como la evangelización y la búsqueda de la excelencia académica, pero estos objetivos no son la razón primaria de nuestra existencia. La Educación Adventista fue creada para ayudar en el proceso de salvación de nuestros hijos. Por supuesto, no olvidemos a los demás alumnos que acuden a nosotros.

Recientemente, la División Sudamericana estableció que uno de sus énfasis sea cuidar de las nuevas generaciones para que permanezcan en la iglesia. Esto hace que la Educación Adventista adquiera mayor importancia, ya que puede ser, sin duda, un poderoso instrumento de apoyo a la iglesia y a las familias.

Aunque, en promedio, solo el 30 % de los alumnos de la Educación Adventista en Sudamérica son adventistas, el pastor educativo debe considerarlos sus principales ovejas, para no correr el riesgo de olvidarlos debido al gran número de alumnos a evangelizar. Además del pastor, el equipo administrativo de la escuela debe planear acciones dirigidas a ellos, con tres objetivos claros: 1) conducirlos a una experiencia personal con Jesucristo; 2) fortalecer su identidad adventista; y 3) involucrarlos en la misión de la iglesia.

En uno de los discursos de Jesús, encontramos una advertencia contundente: “¿Qué aprovecha el hombre si gana el mundo entero y pierde su vida?” (Mat. 16:26). Aplicando esta advertencia a nuestro contexto, podríamos decir: “¿De qué sirve evangelizar a todos los estudiantes que aún no conocen el evangelio y perder a los estudiantes adventistas?”

Es cierto que la responsabilidad de la educación recae principalmente en la familia, pero no debemos olvidar que Dios ordenó la creación de nuestras escuelas por el bien de nuestros hijos. Ese es el propósito original de la existencia de la Educación Adventista.

Evangelización subvencionada

Aunque la Educación Adventista no se estableció pensando en los alumnos no adventistas, tenemos que reconocer que el crecimiento y la multiplicación de nuestras instituciones educativas se ha debido principalmente a que ellos se matriculen.

Los estudiantes no adventistas ofrecen una magnífica oportunidad de evangelización. No solo asisten, sino que pagan por estar allí. Pagan por recibir, además de los conocimientos académicos curriculares, el conocimiento del evangelio. Es lo que yo llamo “evangelización subvencionada”.

El pastor educativo evangeliza en un entorno de gran diversidad religiosa. Por ello, debe ser muy prudente para que sus planteamientos muestren respeto por la fe de todos los alumnos. Esto no impide que el trabajo se realice con audacia, impulsado por la fe, pidiendo a Dios que lo guíe y le muestre la mejor estrategia para sembrar el mensaje del evangelio sin correr el riesgo de cerrar el corazón de los alumnos.

El pastor educativo sabe que llegará el momento en que muchos escucharán la invitación divina (Apoc. 18:1) y, en consecuencia, habrá “un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10:16). Por eso, en relación con ese enorme grupo, su misión es sembrar el evangelio y ver en cada alumno un candidato al Reino de los Cielos.

Ejército bien alineado

Alguien podría pensar que trabajar en la Educación Adventista significa trabajar en una empresa. Pero, aunque muchos tengan esto en mente, el pastor educativo debe tener convicciones diferentes. Para él, una escuela adventista es una agencia misionera para la salvación de las personas. Eso implica que una de las mayores tareas del pastor educativo es mantenerla enfocada en esta dirección. Con humildad, pero también con autoridad, debe señalar a todos cuál es la misión. Para ello, no hay mejor estrategia que promover la participación en esta obra.

Empezando por el equipo administrativo de la escuela, pero centrándose especialmente en los profesores sus verdaderos colegas en el ministerio, ya que entran en las aulas todos los días y tienen contacto directo con los alumnos, el pastor educativo tiene la solemne misión de unir a todos en la misma causa. Recepcionistas, bibliotecarios, personal de tecnología, preceptores, conserjes, etc., todos deben ser inspirados, motivados y desafiados a extender su influencia espiritual para que puedan ser intencionalmente el “buen aroma de Cristo” (2 Cor. 2:15). Ruy Shiozawa, gerente general de una empresa mundial de investigación, citó la historia de un conserje de la NASA en los años sesenta. Barriendo el suelo, cuando le preguntaron qué hacía, respondió sin pestañear: “Llevo al hombre a la Luna”.[9]

Si un conserje de la NASA era consciente de la finalidad de su trabajo, cuánto más los que trabajan en la Educación Adventista deben tener en cuenta que trabajan para llevar a sus alumnos al Cielo.

Conclusión

En vista de lo expuesto hasta aquí, me gustaría dirigirme a los que están en el frente de batalla para compartirles algunas directrices que me hubiera gustado recibir cuando comencé mi ministerio en una pequeña escuela del interior del Estado brasileño de Paraná: 1) Haz tu trabajo con alegría y entusiasmo. La falta de preparación no justifica la indolencia, la rebeldía o la mala voluntad. 2) Planifica lo que quieres hacer y comparte tus sueños con los líderes de la escuela. 3) Involucra a mucha gente en tu proyecto. En una escuela, al igual que en una iglesia, este es el trabajo más importante del pastor. 4) Utiliza el método de Cristo: mézclate con la gente, sé amable y atiende sus necesidades. 5) Florece donde has sido plantado. Aunque no te sientas llamado para este tipo de ministerio, créeme, no estás ahí por casualidad. 6) Sigue el consejo de Pablo: “Sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:5).

Junto con las alegrías del ministerio, siempre habrá aflicciones, ya sea en la escuela, en la iglesia o en una función administrativa. Pero lo que es importante que quede en tu mente es: “Cumple tu ministerio”.

Sobre el autor: Capellán de la Casa Publicadora Brasileira


Referencias

[1] Elena de White, La educación (ACES, 2009), p. 73.

[2] White, La educación, p. 19.

[3] Elena de White, Consejos para los maestros (ACES, 2014), p. 397.

[4] Elena de White, El evangelismo (ACES, 2015), pp. 477, 478.

[5] White, La educación, p. 30.

[6] Elena de White, Testimonios para la iglesia (APIA, 1995), t. 5, p. 14.

[7] George R. Knight, Mitos de la educación adventista (APIA, 2017), pp. 66, 67.

[8] White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 2.

[9] “Funcionário que encontra significado no trabalho ajuda mais a empresa”, G1, 6 de agosto de 2015. Disponible en: <link.cpb.com.br/3ee0ab>; consultado el 16/5/2024.