El que habla en nombre de Dios, no importa qué antecedentes educacionales y culturales tenga, no debe pensar que le asiste una razón valedera para sentirse superior a los demás. La humildad es una característica de todo verdadero talento directivo. Pero esto no significa que un heraldo de Dios debe rebajar su vocación diciéndoles a sus oyentes que carece de preparación. Es lamentable la actitud de los que confiesan a su auditorio, como lo hizo hace poco un prominente evangelista, que no vienen con un grado teológico, que nunca han asistido a un seminario ni han tomado un curso dé oratoria. Esta desafortunada observación conduce a muchos a preguntarse: “¿Por qué este señor no se toma el tiempo necesario para prepararse cabalmente antes de querer enseñar a los demás? Ningún médico se atrevería a abrir un consultorio sin dominar su profesión. Y un médico de las almas, ¿no debiera también prepararse, en forma conveniente? ¡Por cierto que no debiera contentarse con menos preparación que la de un facultativo!”

Nuestro Señor, el modelo de todo predicador, no asistió a las escuelas de los rabinos, pero tampoco lo anduvo pregonando. Nunca se sintió impelido a decir que era un indocto. Por el contrario, sus oyentes se daban cuenta de que hablaba con autoridad. Esto los inducía a preguntarse cómo él, que no se había graduado en ninguna de las escuelas de sus días, podía conocer tan a fondo los temas que enseñaba. Jesús no divulgó su falta de educación formal como si tuviera que pedir disculpas. Tenía una preparación superior a la de los estudiosos, y esa preparación más elevada también pueden alcanzarla todos sus siervos. Ningún predicador está verdaderamente equipado sin esa enseñanza del Espíritu Santo, no importa los títulos que haya obtenido.

Hace algunos años el alcalde de una gran ciudad hablaba a una concurrencia en uno de los mejores hoteles de esa metrópoli, y para el asombro de todos dijo: “Sé por qué razón me eligieron. Porque soy un hombre común, y mi esposa una mujer común y mis hijos son niños comunes”. Una disertación de esta clase causa impresiones desafortunadas y descalifica a una persona para el oficio a que ha sido llamada. La verdadera humildad no necesita que se La pregone; se manifiesta en cada acto.