En ciertos lugares se efectúan demasiados cambios de obreros, especialmente en el caso de los más jóvenes. Algunos son trasladados después de haber servido apenas seis meses, y otros, después de un año o dos.
Conocimos a un director de colportaje de excelentes condiciones para el trabajo, pero que, según decía él mismo, no podía permanecer más de dos años en un lugar. Esta debilidad suya lo incapacitaba para un servicio eficiente dentro de la organización. Ya hace años que dejó de ser director de colportaje. La estabilidad de los obreros es de mucha importancia para la obra de Dios.
Por lo general, un obrero llega a conocer el territorio y las personas con quienes trabaja después de un año de labor. Este doble conocimiento lo capacita para alcanzar un alto grado de eficiencia, y esto nos indica que un obrero está en condiciones de producir los resultados más definidos después del primer año de trabajo.
El obrero evangélico casi siempre rinde los mejores frutos en el segundo año de trabajo, tanto en la fase pública como en la personal de su ministerio. De lo dicho se desprende que el traslado prematuro de los obreros significa una pérdida para la organización. En términos generales, pensamos que un pastor debe permanecer de cuatro a cinco años en el mismo lugar. Hay quienes opinan que debe quedar por más tiempo, pero debido al número limitado de obreros consideramos que el período indicado es prudente.
Los frutos del trabajo de un evangelista u obrero necesitan tiempo para desarrollarse. La obra realizada con las mentes y los corazones requiere el factor tiempo para evolucionar a un resultado feliz, porque las decisiones para Cristo se obtienen sólo después de largas y arduas luchas espirituales. Para formar una congregación también se necesita tiempo. Y la construcción de un templo tiene sus complicaciones, y no puede llevarse a cabo de un momento a otro. Por último, requiere tiempo enseñar a una congregación la ciencia de ganar almas. Si se traslada a los obreros con demasiada frecuencia, todas estas actividades quedan interrumpidas, y a veces malogradas.
Tampoco debe olvidarse que el obrero que luí sido cambiado de lugar dos o tres veces antes de producir resultados definidos, se desmoralizará y perderá la confianza en sí mismo hasta carecer de toda iniciativa. Cuando se estudia la ordenación de un obrero, se buscan los resultados de su trabajo. Y en más de un caso se luí postergado la ordenación ante la ausencia de tales frutos; y más tarde se ha descubierto que los frecuentes traslados han impedido hacer una obra más eficiente.
El obrero que permanece en un lugar el tiempo necesario para levantar un templo, formar una congregación y adiestrarla en la obra misionera, preparar a dirigentes capaces, establecer una escuela de iglesia, etc., es de mayor beneficio para la obra que otro que no ha podido producir frutos tan definidos.
Nada anima tanto al ser humano como la seguridad de haber realizado un trabajo fructífero, venciendo dificultades y superando momentos difíciles. Ese convencimiento le ayuda a afrontar el presente con valor y a decidirse a hacer grandes cosas para el Señor.
Quisiéramos invitar a nuestros administradores a que tengan en cuenta estos principios al trazar sus planes. Sabemos que hay situaciones de emergencia que obligan a un traslado prematuro, pero en lo posible limitemos el movimiento de obreros.