“Porque “así dijo el Señor Jehová, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. Y no quisisteis.” (Isa. 30:15.)

Estas palabras de Isaías sugieren la estrecha relación que existe entre el verdadero evangelismo y el culto verdadero. El término ofrenda expresa una de las tres mayores funciones del culto, y constituye en sí misma la esencia y substancia del evangelismo.

Integran el culto tres funciones capitales: sensibilidad, comunión y ofrenda. El evangelismo tiene por objeto la función de vehículo mediante el cual los seres humanos son llevados a un conocimiento y compañerismo con el Dios viviente.

El término empleado por Isaías, que se ha traducido por “reposo” procede de la expresión hebrea nachath, la cual en su significado literal incluye la idea de asentarse o bajar a tierra. Se ve claramente que el profeta eligió este término a fin de expresar exactamente la acción de uno que acude a su Dios y mora con él en compañerismo y dulce comunión. El resultado inevitable de este compañerismo y comunión será la entrega de sí mismo a Dios, en vida y servicio. Por eso el evangelismo entraña el elemento básico del culto, y ambos términos no son antagónicos.

Esto no significa que la hora del culto divino del sábado de mañana deba dirigirse en la misma forma en que se conduce un servicio proyectado según las normas que rigen el evangelismo público. Ambos tienen el mismo propósito: conducir a los hombres a un encuentro directo con Dios. Este asunto está claramente planteado por el espíritu de profecía.

“Al aumentar la actividad, si los hombres tienen éxito en ejecutar algún trabajo para Dios, hay peligro de que confíen en los planes y métodos humanos. Propenden a orar menos, y a tener menos fe. Como los discípulos, corremos el riesgo de perder de vista cuánto dependemos de Dios, y tratar de hacer de nuestra actividad un salvador. Necesitarnos mirar constantemente a Jesús, comprendiendo que es su poder lo que realiza la obra.”—“El Deseado,” pág. 315.

La actividad ha aumentado, y el peligro está cercano; la misma clase de peligro que la sierva de Dios señaló en el párrafo anterior. La fe nos es ajena a la vida; es su gran secreto revelado. Se la ha puesto a prueba en las actividades más comunes de los hombres y se ha descubierto su utilidad. Se obra por fe en todo aquello que se relaciona con la vida y la persona.

En ninguna otra época fué tan fácil entablar una conversación sobre temas religiosos, porque en todas partes se encuentra una preocupación por la religión. Una de las funciones de ia iglesia consiste en hacer que la gente considere la fe como algo real, y esto debe intentarlo en la hora del culto, en el vecindario de la congregación y en las campañas de evangelismo público.

Debemos mantener siempre abierto el canal que conduce al alma del hombre. La, desesperación cede únicamente cuando los hombres han hallado su libertad en Dios. “Porque el Señor es el Espíritu, y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” (2 Cor. 3:17.)

Los dirigentes y miembros de la iglesia deben cuidarse del peligro constante de darse por satisfechos con el progreso alcanzado. Los gráficos y estadísticas pueden ser muy engañosos, y los santos no están inmunizados contra esa clase de engaño. Aunque los grandes totales revelan cifras asombrosas, es posible que el porcentaje individual esté decreciendo. Al destacar en forma exagerada los resultados estadísticos, se corre el peligro de no conceder suficiente importancia a la declinación espiritual de muchos miembros y a sus escasas realizaciones en el campo misionero. Es necesario prestar atención a algunas significativas declaraciones que la sierva del Señor ha hecho en este sentido:

“El inscribir e! nombre en el registro de una iglesia no tiene ningún valor, si el corazón de la persona no ha sido verdaderamente transformado… Los hombres pueden ser miembros de la iglesia, y aparentemente pueden trabajar con sinceridad, realizando una cantidad de tareas cada año. y sin embargo pueden no estar convertidos.”—The Review and Herald, 14 de febrero de 1899.

“El pueblo de Dios ha perdido mucho por no mantener la sencillez de la verdad tal como está en Jesús. Esta sencillez ha sido desplazada por formas, ceremonias y una cantidad de actividades pertenecientes a la obra rutinaria. El orgullo y la indiferencia han hecho que el profeso pueblo de Dios sea ofensivo a su vista. La jactanciosa presunción y la complaciente justicia propia han disfrazado y encubierto la pobreza y desnudez del alma; pero para Dios todas las cosas son descubiertas y son manifiestas.’’—Id., 7 de agosto de 1894.

“No se han discernido las cosas espirituales. La apariencia y el formalismo han sido exaltados como cosas valiosas, en tanto que se ha relegado a un lugar secundario la verdadera bondad, la noble piedad y la santidad del corazón. Las cosas que debieran ocupar el primer lugar se han puesto en último término, y se ha rebajado su importancia a un grado ínfimo.”—Id., 27 de febrero de 1894.

“Tienen una idea errónea de la obra y piensan que están trabajando arduamente, mientras que si hubieran trabajado metódicamente, y si se hubieran aplicado inteligentemente a realizar sus tareas, habrían hecho mucho más en menos tiempo. Al detenerse en asuntos de menos importancia, se encuentran afanados, perplejos y confundidos cuando son llamados a cumplir tareas más importantes.”—“Evangelism.” pág. 649.

El encuentro con Dios transforma al hombre

Podemos explicar la transformación de Saulo de Tarso en el apóstol Pablo únicamente en base a la experiencia ocurrida en el camino a Damasco. Su encuentro con Dios en forma personal produjo un resultado duradero. La entrega que Pablo realizó en el camino a Damasco fue completa porque la visión que tuvo de Dios fué absoluta. La historia no puede dar otra razón para explicar incontables transformaciones similares. Esto es un evangelismo de la clase más elevada. Es el culto manifestado en su forma más plena.

La experiencia de Isaías nos proporciona otro ejemplo. Únicamente su visión de Dios explica su transformación de joven idealista político en consagrado profeta. Su sencilla declaración: “Vi yo al Señor,” basta para conocer la fuerza que polarizaba su vida.

Podemos ver la debilidad humana ejemplificada en la experiencia de Demás, quien una vez estuvo estrechamente asociado con el apóstol Pablo. Había manifestado de diversas maneras su pretensión de ser un cristiano convertido; sin embargo Pablo escribió con lágrimas en su última carta a Timoteo: “Porque Demas me ha desamparado, amando este siglo.” En este caso la obra del evangelismo no había penetrado a suficiente profundidad. La entrega no había sido completa. No había habido en el sometimiento total del yo, y con el tiempo Demas se retractó de su decisión y se volvió a la vida que llevaba antes de su conversión. No había logre do una completa visión de Dios, de lo contrario no habría vuelto a la oscuridad del mundo.

En estos casos vemos las esferas del evangelismo y del culto obrando concertadamente. Una de les principales diferencias que se dan entre la actuación de un pastor y la de un evangelista radica en el hecho de que el primero conduce una congregación hacia la adoración, mientras que el segundo guía a un auditorio al lugar donde pueda comprender a Dios.

Haciendo que la fe sea algo real

Hay ciertos principios que deben tenerse en cuenta para lograr que la fe sea algo real. A continuación damos seis de ellos.

1. Hay que hacer amigos. La amistad y el amor son las piedras fundamentales sobre las cuales hay que edificar toda la superestructura de la experiencia. La amistad, la bondad y el tacto son cualidades esenciales que hacen que se pueda ser amigo en el sentido más propio de la palabra, porque éste e- el principio fundamental sobre el que Cristo estableció su obra. Cuando habló a sus discípulos y los consideró amigos suyos puso por obra la fuerza que lo impulsó a realizar el propósito de su misión. Un ministerio, ya sea en favor de la congregación de una iglesia o de las multitudes en el evangelismo público, que no esté basado sobre el amor, posiblemente no podría tener éxito.

2. Hay que testificar de la propia fe y experiencia. Nada es más contagioso que esta realización del compañerismo cristiano. Nuestra fe pierde su poder y dinamismo cuando se torna arrogante, dogmática o dominante. Uno que haya rendido verdadero culto a Dios, por la misma naturaleza de las cosas, no puede estar sujeto a la intolerancia, porque ésta no tiene parte con la fe y la experiencia. La humildad debe tomar posesión del cristiano, y la fe debe hallar su expresión en el testimonio del gozo persona’ y la satisfacción que se experimentan únicamente en Cristo.

“Poned en acción toda energía espiritual. Decid a quienes visitáis que el fin de todas las cosas está cercano. El Señor Jesús abrirá la puerta de sus corazones y hará impresiones duraderas sobre sus mentes. Esforzaos por despertar a los hombres y mujeres de su insensibilidad espiritual. Decidles cómo encontrasteis a Jesús y cuán bendecidos habéis sido desde que obtuvisteis experiencia en su servicio. Decidles qué bendiciones recibís cuando os sentáis a los pies de Jesús y aprendéis preciosas lecciones de su Palabra. Habladles del gozo que se experimenta en la vida cristiana. Vuestras palabras cálidas y fervientes los convencerán de que habéis hallado la perla de gran precio. Que vuestras palabras gozosas y animadoras dejen ver que en verdad habéis hallado el camino más elevado.”—“Testimonies” tomo 9, pág. 38.

3. Hay que descubrir dónde está la necesidad. Podemos lograr esto sin ser demasiado directos o demasiado ambiguos. La habilidad para lograr este conocimiento es esencial para el pastor. En la predicación evangélica es necesario comenzar con los puntos que todos aceptan como válidos. Una vez descubierta la necesidad, podrá avanzarse de esa posición hacia otras que permitan presentar la verdad en mayor grado.

4. Hay que ser buenos observadores y oidores. El sermonear fuera del púlpito es fatal. Permitid a los demás que hablen de su experiencia personal sin interrumpirlos. Aceptadla tal como es, y haced lo que podáis, con la ayuda de Cristo, con esperanza y fe. La fe se hace real para la otra persona cuando el ministro, al escucharla, demuestra un gozo radiante y una confianza continua.

5. Hay que estar preparados pata dar una respuesta razonable. Este posiblemente sea uno de los pasos más difíciles hacia la fe. Esforzaos por centrar en Dios toda posible solución. Evitad la justificación propia. Buscad la verdad tal como es en Cristo. Haced que la oración sea una experiencia real y profundamente personal.

“Debiera ser la preocupación de cada mensajero exponer la plenitud de Cristo. Cuando no se presenta el don gratuito de la justicia de Cristo, los discursos resultan secos e insípidos; las ovejas y los corderos no son alimentados. Pablo dijo: ‘Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder.’ (1 Cor. 2:4.) En el Evangelio hay sustancia y fecundidad. Jesús es el centro viviente de todas las cosas. Poned a Cristo en todos vuestros sermones. Espaciaos en la hermosura, la misericordia y la gloria de Jesús, hasta que Cristo, la esperanza de gloria, se forme en lo interior.”—The Review and Herald, 19 de marzo de 1895.

6. Hay que guiar al adorador para que presente una ofrenda a Dios. El culto pide la presentación de una ofrenda a Dios. El evangelismo exige una decisión. De manera que podemos ver una estrecha relación en este aspecto culminante, donde el evangelismo y el culto se fusionan. Ambos piden una decisión; ambos se esfuerzan por convencer a los hombres y mujeres de un nuevo concepto moral, de nuevos hábitos devocionales, de nuevas soluciones y de nuevas formas de vida. A menos que logren ese convencimiento, ambos habrán fracasado en su propósito.

Sobre el autor: Profesor de Evangelismo del Seminario Teológico Adventista