Existe un hecho curioso, conocido por todos aquellos que tienen mucho que ver con cuestiones pedagógicas, y es la frecuencia con que encontramos niños descarriados en las familias de maestros, sacerdotes, doctores y abogados, y esto no sólo cuando se trata de educadores sin mucha altura profesional, sino también en casos en que consideramos de importancia las opiniones de éstos. A pesar de su autoridad profesional parecería que son incapaces de traer paz y orden a sus propias familias. La explicación es que en tales familias no se han tenido en cuenta o no se han comprendido ciertos puntos de vista importantes. Parte de las dificultades surgen, en efecto, a causa de las estrictas reglas y regulaciones que el padre educador mediante su asumida autoridad, trata de imponer a su familia. Oprime a los niños con demasiada severidad, amenaza su independencia y hasta llega a robársela del todo. Parecería que fomentara en ellos un sentimiento que les fuerza a la venganza contra esta opresión, clavada en sus memorias por la fuerza de la caña con que han sido castigados. También debe ser tenido en cuenta que una pedagogía deliberada lleva a un sentido de observación extremadamente fino. En general esto constituye una ventaja, pero en el caso de los hijos propios, trae a menudo como resultado el que los niños quieran ser constantemente el centro de toda atracción. Llegan a considerarse a sí mismos como únicos responsables encargados de evitar todas las dificultades, mientras ellos mismos quedan libres de toda responsabilidad. Alfredo Adler. La Educación de los Niños, págs. 43, 44; edit. Losada, B. Aires.