David, el rey-pastor de Israel, pensó en Dios como el gran Pastor de su pueblo. “Jehová es mi pastor, nada me faltará” (Sal. 23:1). Y este rey de Israel con mentalidad de pastor ha sido considerado como un símbolo del Mesías venidero, el verdadero Pastor de su pueblo. (Eze. 34:23.)
Cuando Cristo vino al mundo y vivió entre los hombres, le agradó referirse a sí mismo como el Pastor de su pueblo: “Yo soy el buen pastor”, dijo (Juan 10:11). Y cuando vio al pueblo sin la dirección debida, tuvo compasión de él y los consideró “como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:36).
Pablo se refiere al Mesías como al “gran pastor de las ovejas” (Heb. 13:20), y Pedro lo llama el “Príncipe de los pastores” (1 Ped. 5:4). Esto sugiere que los que se asocian con el Mesías en el cuidado de su pueblo pueden ser considerados como pastores asistentes o co-pastores. El pueblo de Dios es considerado repetidamente como un “rebaño” y los dirigentes responsables del pueblo de Dios como pastores —asistentes del Príncipe de los pastores. Pablo dijo a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: “Minad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (Hech. 20:28); y Pedro exhorta a los ancianos de la iglesia: “Apacentad la grey de Dios” (1 Ped. 5:2).
Queda bien establecido, entonces, que los que han sido designados dirigentes del pueblo de Dios no deben considerarse como policías, gobernadores, jueces o dictadores, sino como amables pastores; como dice Pedro: “No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:3).
Y no solamente pastores y dirigentes, sino en cierta medida cada miembro del rebaño es un asistente del Pastor. Porque Pablo dice que los fuertes deben animar y ayudar a los débiles. (Rom. 14:1; 15:1.) Y nadie es tan débil como para que no encuentre otro más débil que él a quien animar. ¿Poseemos el tierno corazón del verdadero Pastor?
EL PROPÓSITO DE LA IGLESIA
El Señor inspiró a su mensajera, Elena G. de White, para que escribiera estas palabras: “La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 9). El Señor conduce hacia su iglesia a los que se salvarán. “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:47).
Por lo tanto la puerta del redil debería estar abierta a todos los que buscan la salvación. Y puesto que el Buen Pastor es también la “puerta”, debemos tener la seguridad de que es su voluntad que todos los que acuden a él en busca de seguridad sean recibidos en el redil (la iglesia). El que está junto a la puerta del corazón de cada persona y llama pidiendo entrada, ciertamente abrirá la puerta del redil a todos los que abren la puerta de su corazón para que él entre. Y todos los asistentes del Buen Pastor deberían ser cuidadosos en su celo por cuidar las puertas contra los indignos de entrar, para no negar la entrada a los que el Señor mismo está llamando.
La obra de los pastores consiste en proteger sus rebaños e impedir que sus enemigos entren y los destruyan. Pablo exhortó a los ancianos, como pastores: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño… Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hech. 20:28, 29).
La obra de los pastores consiste también en ver que las ovejas estén en el redil. Dejar descuidadamente algunas ovejas afuera mientras se cuida el redil contra los lobos, sería un error tan serio como dejar de proteger la grey contra los lobos. El pastor debe cuidar todas las fases de esta obra. Debe reunir tiernamente las ovejas, todas ellas, y al mismo tiempo rehusar firmemente la entrada a los lobos.
EL CORAZÓN DEL VERDADERO PASTOR
Y aquí es donde con más probabilidad se probará el corazón del pastor. A veces es más fácil luchar contra un lobo que conducir tierna y pacientemente a las ovejas.
Las ovejas alguna vez ocasionarán dificultades. Entonces el pastor puede estar tentado a decir: “Váyanse afuera, a los lobos, ya que no pueden comportarse bien aquí”. Podría concluir apresuradamente que el que promueve las dificultades es un lobo vestido de oveja, y que de todos modos debe echárselo rápidamente. Pero ésta no debe ser nunca la actitud del verdadero pastor. Los que causan disturbios en el rebaño no necesariamente son lobos vestidos de ovejas, que por lo tanto deban alejarse. El pastor no debería considerar la tranquilidad en el redil más importante que la salvación de todos los componentes del rebaño. Su preocupación principal no debería ser librarse de los perturbadores, sino enseñarles y adiestrarlos pacientemente.
UN LLAMADO A LA DULZURA
Ya debe ser evidente que el peligro principal no es ser demasiado pacientes y suaves sino estar demasiado dispuestos a eliminar a los que perturban la paz del rebaño. Los pastores y los dirigentes del pueblo de Dios a veces han errado en su proceder, y nuestros dirigentes mundiales, en ocasión del congreso general de 1954, hicieron un llamado muy ferviente a nuestros obreros denominacionales de todo el mundo para que reformasen sus métodos de tratar con el pueblo de Dios. Se señaló que se había hecho mucho daño y se había perdido mucho a causa de la dureza y falta de simpatía de parte de los que han sido designados pastores del pueblo de Dios.
Los miembros del rebaño también han compartido este error gravoso y han estado demasiado listos a criticar y censurar, y a votar en favor de la exclusión de miembros débiles y descarriados.
Un ferviente llamado a los pastores del Señor y a su pueblo para que abandonasen sus métodos duros y para que cultivasen la dulzura del Pastor verdadero, apareció en el libro Shepherd Evangelist, del pastor Roy A. Anderson. Cada obrero de la denominación y cada miembro, si fuera posible, deberían leer los maravillosos consejos contenidos en este volumen. Tomamos las siguientes declaraciones del capítulo titulado “Reclaiming the Wanderers” [Reclamando a los extraviados]:
“En el Nuevo Testamento apenas hay alguna sugerencia en el sentido de excluir algún miembro de la iglesia; en cambio, se pone mucho énfasis en la necesidad de conservarlos adentro; o, si alguno se ha descarriado, en la necesidad de rescatarlo y restituirlo a la grey. Sin embargo, si hay que borrarlo de la iglesia debido a una apostasía flagrante, persistente y desafiante, la iglesia debe realizar esa terrible tarea con profunda humildad y mucha oración”.
Como pastores, haríamos muy bien en estudiar cuidadosamente ese párrafo. Dice que la tarea de borrar un miembro es “terrible”, y que cuando la iglesia debe llevarla a cabo, debe hacerlo “con profunda humildad y mucha oración”. Notemos también que dice que es necesario excluir a un miembro únicamente a causa de una “apostasía flagrante, persistente y desafiante”. Citamos algo más:
“La iglesia es el cuerpo de Cristo. Es el objeto de su consideración suprema. Por ella dio su vida. Y cada miembro individual resulta precioso para él. Aun el que puede parecemos poco atractivo forma parte de su cuerpo. Y nuestra actitud hacia tal persona constituye un índice de nuestra actitud hacia el Señor mismo.
“Vistos a la luz del Calvario, los más desprovistos de atractivo entre nosotros valen más que un mundo. Hacemos bien en recordar esto cuando, como pastores, se nos llama a tratar con nuestros hermanos. Habrá ocasiones cuando la iglesia deberá actuar en el caso de algunos que han naufragado en su fe. Aun puede ser necesario excluir algunos nombres de los libros de la iglesia. Pero cuando surgen tales ocasiones (y deberían ser pocas y espaciadas), la iglesia debería humillarse en oración delante de Dios. Excluir a un miembro de la iglesia debería ser una experiencia solemne y dolorosa. Ninguna otra situación en las relaciones humanas puede compararse con esto. Es peor que la muerte, porque si un miembro muere en Cristo, y lo sepultamos, será sólo hasta que el día amanezca y se vayan las sombras. Pero si una persona que va con nosotros a la iglesia pierde el camino y se aparta de la influencia del Espíritu de Dios, y debido a su vida irregenerada se excluye a sí mismo de nuestra compañía (y ésta es la única condición que permite eliminar un nombre de los libros de la iglesia, según las Escrituras), no lo hace durante cierto tiempo, sino por toda la eternidad. Sin embargo, un milagro de la gracia puede restaurar al perdido en el redil, y por esa restauración deberíamos orar y trabajar incesantemente. A menos que ocurra ese milagro, estará perdido para la iglesia, para el reino y para siempre. ¡Cuán terrible! ¡Y sin embargo cuán cierto!”
A la luz de estos pensamientos, la exclusión de miembros de los registros de la iglesia debería ocurrir infrecuentemente. Estas terribles experiencias deberían ser “pocas y espaciadas”. Ser borrado de la iglesia es “peor que la muerte”. Y solamente cuando un miembro se ha separado del Espíritu de Dios debe ser eliminado de los libros de la iglesia. El mismo autor sigue diciendo:
“¿Sentimos nuestra responsabilidad como dirigentes de la iglesia? ¿Tienen plena conciencia nuestros dirigentes de iglesia y miembros de la responsabilidad que asumen cuando quieren borrar un miembro del registro de la iglesia?… Algunos pueden haber sido bautizados apresuradamente debido al deseo de aumentar el número de miembros en un sistema de evangelismo competitivo. Si ha sido así, resulta trágico. Pero ahora que están adentro, ¿cuál es la responsabilidad de la iglesia hacia ellos?…
“Una vez que han hecho un pacto con su Redentor, la iglesia tiene la responsabilidad de ayudarles a mantener esa experiencia… Después de ser bautizados*, son miembros de la familia de Dios. Son niños espirituales recién nacidos, y necesitan el cuidado y alimento de los miembros mayores de la familia. Después de surgir de las aguas del bautismo, necesitan andar en ‘novedad de vida’. Es cierto que unos serán más débiles que otros. Debemos esperarlo. Algunos niños aprenden a caminar más rápidamente que otros. Y cuando comienzan a caminar no nos sorprende que vacilen y tropiecen. Si caen, todos los miembros de la familia corren hacia ellos para levantarlos.
“Criticar a un hermano no requiere ninguna gracia espiritual. La naturaleza humana siempre está lista a culpar y discutir. Pero no podemos tratar con los miembros de la iglesia únicamente a nivel humano. Ellos, como nosotros, han sido hechos hijos de Dios; son ‘participantes de la naturaleza divina’ (2 Ped. 1:4). Y como pastores, deberíamos manifestar una verdadera preocupación por ellos. Si hay quienes son débiles, apoyémoslos, démosles simpatía y amor fraternal, considerándonos a nosotros mismos para no ser tentados. Esto es un cristianismo real.
“Nuestras pérdidas de miembros deberían alarmarnos. Muchos de ellos podrían ser salvados para el reino si nuestras actitudes como pastores fueran algo diferentes y si nuestra preocupación por ellos fuera un poco mayor”.
Pero hay pastores que tienen la obsesión de librarse de los revoltosos y de “limpiar los registros”. Recomiendan la exclusión de ciertos nombres, y la iglesia vota su eliminación. Y con frecuencia, cuando se adopta tal medida, “no hay llanto, no hay súplica especial, no hay ayuno no hay escudriñamiento del corazón de parte de los dirigentes de la iglesia para ver, si tal vez ellos son en parte culpables de tal situación”.
La última parte de esta declaración suscita serias reflexiones. ¿Podría ser que cuando un miembro es delincuente, obstinado, apóstata, la causa de esta condición pudiera encontrarse en el pastor o en los dirigentes de la iglesia? Ciertamente, esto proporciona motivo para escudriñar el corazón con aflicción, lágrimas y ayuno. Si pastores y dirigentes realizaran más de esta investigación íntima, habría menos apóstatas y menos eliminaciones de miembros. ¡Qué desafío es esto para los pastores!
“¡Cuán diferente es el método del Señor! —sigue diciendo el pastor Anderson—. Cuando nuestra suerte estuvo en la balanza, él se puso de nuestro lado y salvó al mundo mediante su sacrificio. ¡Y qué estímulo nos proporciona el ejemplo de Moisés! Estaba tan unido a su pueblo que cuando el Señor dijo que lo destruiría, Moisés se atrevió a ir ante la presencia de Dios a rogar que borrase su nombre del libro de la vida si es que no podía salvar a los que había sacado de Egipto. (Exo. 32:30-32.) Su pueblo representaba para él más que su propia vida —más, parecería, que la vida eterna. ¿Qué representa para usted, querido compañero en el ministerio?…
“Necesitamos un evangelismo que haga algo más que llevar gente a la iglesia. Necesitamos un evangelismo que la mantenga en la iglesia. ¿De qué sirve traer gente por la puerta principal mientras permitimos que nuestros propios miembros se vayan por la puerta del fondo? Y no siempre se van; a veces son expulsados.
“Hace algunos años, un hermano fue designado como dirigente de una iglesia rural… Muy pronto dio a conocer su programa. Iba a ‘limpiar’ la iglesia. Insignificantes irregularidades eran tomadas como motivo para investigar y aplicar disciplina. No pasó mucho tiempo antes que esa iglesia de 45 miembros había disminuido a quince. Su grito de batalla en su lucha contra las debilidades de la iglesia parecía muy ortodoxo, pero sus métodos carecían de misericordia en la misma medida en que carecían de Cristo. ‘Es mejor tener seis cristianos verdaderos —decía—, que una iglesia llena de cristianos a medias’. Esa declaración es insensata. ¡Cómo debe alegrar al diablo! Por cierto, que deseamos tener cristianos verdaderos en nuestras iglesias. Pero una comunión genuina no se lleva a cabo mediante una dictadura. Únicamente el Espíritu de Cristo puede purificar la iglesia de Cristo…
“Nuestros miembros necesitan algo más que corrección; requieren, además, atención. Confianza y amor de parte de los pastores producirá más beneficio que la censura y la disciplina. El rebaño debe ser conducido y no arreado…
“Jesús dijo: ‘En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros’. Y el amor debe manifestarse no mediante actitudes ruidosas y aparatosas, sino mediante tranquilas actitudes de devoción. Hay que lamentar que muchos, ‘en lugar de imitar a Cristo en sus modales y su trabajo… son severos, críticos y dictatoriales. Alejan a las almas en lugar de ganarlas. Los tales nunca sabrán a cuántos débiles han herido y desanimado sus palabras”.
“Es bastante grave comprender que mientras hemos sido llamados al servicio sagrado de ganar a hombres y mujeres para Cristo, tal vez los estamos alejando del Salvador simplemente porque nuestro espíritu repele en lugar de atraer.
“El método del Maestro era tan diferente. Para él era más importante ganar a los hombres que ganar las discusiones. Y todos eran atraídos por el Salvador.
“La belleza de su semblante, la hermosura de su carácter, sobre todo, el amor expresado en su mirada y el tono de su voz, atraía hacia él a todos los que no habían sido endurecidos por la incredulidad. Si no hubiera sido por el espíritu tierno y comprensivo que trascendía de cada mirada y palabra, no habría atraído a las enormes muchedumbres que lo seguían”.
Se profetizó acerca del Mesías, el Príncipe de los Pastores de su pueblo: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare” (Isa. 42: 3). Mientras haya una chispa de esperanza, sí, y aun un poco de humo en el corazón humano, el tierno pastor debe estimar a esa persona y procurar aumentar su esperanza y fe y conducirla a la salvación. Cada asistente del Príncipe de los Pastores debería compartir ese espíritu. Quiera Dios concedernos a todos el corazón del verdadero pastor.
Sobre el autor: Pastor Jubilado de Luisiana