Al comenzar el siglo XVI se advierte en el mundo religioso un malestar que amenaza quebrar la monolítica estructura político-eclesiástica centrada en Roma. Lo que valdenses y albigenses, Wiclef, Jerónimo y Hus tanto anhelaron, iba a realizarse. Como es natural, todo reavivamiento religioso va acompañado de una intensa actividad musical.

Así es que en 1504 los Hermanos Bohemios, continuadores de Hus, publicaron el Libro de Himnos de la Cofradía Bohemia, colección de 400 himnos reunida por el obispo Lucas. Fue el primer himnario escrito en lengua vernácula, y contiene salmos, himnos latinos antiguos traducidos y canciones religiosas autóctonas. Miguel Weiss publicó en 1531 una versión alemana.

Apenas 20 años más tarde, en 1524, apareció el Etlich Christliche Lieder, Lobgesang und Psalmen [1], con 8 himnos métricos, de los cuales 4 eran propios, comenzando así el gran Lutero su obra genial en favor del canto congregacional. Los himnos de Lutero fueron aprendidos con avidez y esparcidos por toda Alemania. El insigne reformador entonces quiso que no sólo el canto congregacional fuera la expresión del sentir religioso popular, sino que se debía introducir el polifonismo hasta entonces privativo de la Iglesia Romana. Publica por lo tanto en 1524, pocos meses después del primer himnario, un libro de canciones sagradas para tres, cuatro y cinco voces, y en 1534, Walther, por encargo suyo, publica otro himnario con 43 melodías en estilo polifónico. A partir de ese momento se sucedieron los himnarios con melodías tratadas según la manera polifónica, estilo que culmina con la obra inmortal de J. S. Bach.[2]

Hay otros compositores de himnos de gran jerarquía que no podemos dejar de mencionar, Gerhardt, Rinkart, Nicolai, Neumark, Schmolk, Tersteegeh.

Por su parte los reformadores de habla francesa, no estaban ociosos; Calvino hace publicar en 1562 el célebre “Salterio de Ginebra” que contenía los 150 Salmos en una versión métrica francesa realizada por Marot y Beza. Calvino quería que el canto fuera puro y sin distracciones, por eso suprimió la polifonía y los acompañamientos, para que la mente de los fieles se concentre exclusivamente en el significado del texto divino. Hay otros nombres ilustres entre los autores y recopiladores de himnos y salmos: Conrart, Pictet, Ritter, Verny, Cuvier, Malán, al cual se considera el padre de la himnología evangélica francesa y que es el autor de más de mil himnos; finalmente sobresale Mme. Guyon, noble dama católica muy ferviente y autora de himnos inspirados. Por su sinceridad tuvo conflictos con las autoridades eclesiásticas y estuvo prisionera en la Bastilla por cuatro años.

En las Islas Británicas la Reforma también trae un resurgimiento musical. En Inglaterra los anglicanos y en Escocia los seguidores de Knox propician el uso de los Salmos en los servicios religiosos. Pero recién en el siglo XVIII se produce un gran reavivamiento religioso que enriquece la himnología de habla inglesa. En primer lugar aparece la figura de Isaac Watts, ministro de una iglesia independiente en Londres. Escribió más de 600 himnos, pero hay uno que sobresale, “Al contemplar la Excelsa Cruz”, fechado en 1707. Escrito en ocasión de la celebración del rito de la Cena del Señor, ha perdurado a través de los siglos, gracias a su pureza y sencillez. Es considerado como el himno más perfecto en el idioma inglés.

En la Abadía de Westminster hay una sencilla lápida con la siguiente inscripción: “Lo mejor de todo es: Dios con nosotros”, y encima dos nombres, los de Juan y Carlos Wesley. ¿Quiénes fueron estos hombres para merecer un lugar entre los grandes del Reino? Se trata nada menos que de los fundadores de la Iglesia Metodista. Poseedores de una profunda erudición, su labor musical es inmensa; basta recordar que Carlos escribió 6.000 himnos y Juan fue un notable traductor, recopilador y editor.

Hay además un gran número de autores de himnos de habla inglesa, los cuales se hallan en general representados en nuestros himnarios. El obispo Tomás Ken escribe “A Dios el Padre celestial”. Cowper y Newton publican en 1779 los “Himnos de Olney”, entre los cuales se encuentran “Oh, quién pudiera andar con Dios” y “Hay una fuente sin igual”. Augusto Montagne Toplady escribe uno de los himnos más conmovedores de todos los tiempos, “Roca de la Eternidad”. Juan Fawcett escribe al despedirse de sus hermanos “Sagrado es el amor”. Hay un himno que se canta en las ceremonias bautismales: “Feliz el día en que escogí”, se lo debemos a la pluma de Felipe Doddridge, ferviente discípulo y admirador de Watts. También el Señor inspira a piadosas mujeres, como Sara Flower Adams, autora de “Más cerca, oh Dios de ti”. Francisca Crosby de Van Alstyne, ciega desde los seis años, es autora de más de 2.000 himnos, entre los cuales sobresalen “Salvo en los tiernos brazos” y “Aun más cerca”. También Carlota Elliot pasó la mayor parte de su vida enferma, sin embargo preparó un himnario para enfermos y escribió el himno que ha ganado más almas para Cristo: “Cordero de Dios”.

La serie de compositores de habla inglesa es interminable, por eso nos apartamos para recordar a un gran propulsor del canto congregacional y autor, recopilador, traductor y editor de himnos en el idioma castellano. Es el gran Juan Bautista Cabrera, nombre familiar para quien haya hojeado aunque sea una sola vez el himnario de dicha lengua, ya que sus himnos se repiten, evidenciando la labor inmensa de este predicador valiente que afrontó las persecuciones y dificultades con una canción de ánimo y consuelo, como por ejemplo este himno:

“Nunca, Dios mío, cesará mi labio

De bendecirte, de cantar tu gloria, Porque conservo de tu amor inmenso, Grata memoria”.


Referencias

[1] Traducción: “Algunos Himnos Cristianos, cantos de alabanza y Salmos”.

[2] El estilo polifónico es aquel en el cual se canta en varias voces, en contraposición con la monodia, al unísono. Actualmente en nuestros himnarios los himnos figuran escritos para las cuatro voces principales: Soprano, contralto, tenor y bajo.