¿QUÉ ANDAIS BUSCANDO?

Existe una tendencia humana general a dar mayor consideración a factores secundarios cuandoquiera que deba tomarse una decisión fundamental con respecto a determinado asunto. Como resultado, las consideraciones secundarias ocupan el lugar de las más esenciales, y con frecuencia, la consecuencia final es la pérdida eterna. Los hombres no se sienten compelidos a preguntar: ¿Cuál es mi deber? ¿Qué me pide Dios que haga? En cambio, inquieren: ¿Qué pensarán de mí mis amigos o mis vecinos?

El predicador experimentado está familiarizado con las trampas tendidas por el enemigo, y está preparado para enfrentar muchas situaciones. Pero el predicador joven e inexperimentado puede preocuparse y angustiarse cuando descubre la debilidad humana que tiende a colocar al hombre antes que Dios. Únicamente una convicción profunda de realidades divinas puede sostenerlo. Solamente contemplando al Invisible puede permanecer firme y ser capaz de decir las palabras correctas en el momento debido. Jesús aseguró a sus discípulos que el Espíritu Santo les recordaría las cosas debidas para decirlas en un momento de necesidad. Para animar a nuestros obreros más jóvenes en particular, referiré un incidente personal que muestra cómo Dios está cerca de los inexpertos para ayudarles en la dificultad.

Hace años, al entrar en el ministerio, me enviaron a Turín (Italia). Era una ciudad de 600.000 habitantes. No había iglesia adventista, y teníamos allí solamente dos miembros de iglesia. Procurando algunos contactos, visité varias casas. Tenía poquísimas direcciones, y sin embargo trataba de encontrar gente que se interesara en el estudio de la Biblia. Como no teníamos iglesia ni salón, habíamos alquilado un departamento en el que yo vivía en una habitación. En la otra habíamos colocado solamente catorce sillas para reunirnos con los pocos simpatizantes que acudían una vez por semana. Cuando me visitó el presidente de la asociación por primera vez, me dijo: “Usted tiene suerte”. Luego, abriendo su Biblia leyó 2 Reyes 4:10: “Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento… y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él”. Resultaba curioso, pero en la habitación donde yo vivía había justamente una cama, una mesa, una silla y una lamparilla eléctrica. Este incidente se cuenta entre los brillantes recuerdos de mi pasado, y me ayuda cuandoquiera que debo confiar únicamente en Aquel que podía comprenderme y ayudarme en las dificultades. Lo he referido con el propósito de ayudar a cualquier joven obrero que pueda encontrarse en situación comprometedora y problemática.

Entre las pocas familias que visité en esa ciudad había una que había comenzado a recibir estudios bíblicos. A medida que progresábamos, la señora, de situación acomodada y de origen ruso aristocrático, después de un cuidadoso análisis en el que habíamos presentado la Biblia como la única fuente de verdad, dijo: “Señor, estoy impresionada por el método que utilizan ustedes los adventistas. Después de cada pregunta usted abre la Biblia y obtiene la respuesta: ‘Así dice Jehová’. Y si yo tuviera que decir ahora mismo cuál iglesia basa su mensaje en la Biblia, diría sin vacilar que es la Iglesia Adventista, y casi me siento tentada a decir que me gustaría unirme a su iglesia. Pero —— ”.

Se detuvo evidentemente confundida.

¡SOLAMENTE 20 SILLAS!

Al cabo de una pausa prolongada me quedé con ese pequeño “pero” pendiente en el aire como un puente en nuestra conversación que no podía cruzarse. Luego, en respuesta a una oración silenciosa, me sentí impulsado a preguntar: “Tenga la bondad de exponer francamente la dificultad que le impide unirse a la Iglesia Adventista”. Esperé la respuesta tan nervioso como cualquier joven pastor en la misma circunstancia. Y recibí esta respuesta: “Una amiga mía lo conoce a usted, y me dijo que en esta ciudad ustedes se reúnen en una sola habitación con solamente veinte sillas”. Parecía muy triste al decir estas palabras, y se detuvo allí para que yo sacara la conclusión. ¿Cómo podría alguien tener confianza en un movimiento representado únicamente por veinte sillas?

¡Entonces ocurrió lo inesperado! La respuesta surgió como un relámpago en mi mente, no como el fruto de la sabiduría sino como una revelación de lo Alto. Fue la ayuda dada por un ángel a un joven obrero en dificultad. Contesté calmadamente: “Sí, usted casi tiene razón. En esta ciudad tenemos solamente una habitación para reunirnos, pero pienso que su información acerca de nuestras sillas no es exacta. Si he contado correctamente, tenemos sólo catorce sillas. Pero, verá usted, señora, lo que realmente importa no es la cantidad de sillas, sino la verdad que usted parece andar buscando. Lo que importa que usted resuelva en primer término es: ¿Qué busca usted? ¿Sillas o verdad? Si busca solamente una gran cantidad de sillas, entonces tendrá que ir a otro lugar, fuera de la iglesia protestante a la que asiste habitualmente, porque allí tienen sólo doscientas sillas. Y también puede pasar por alto la iglesia protestante más grande de la ciudad, que tiene mil sillas solamente. Y ni la catedral católica satisfará su búsqueda de asientos. Posiblemente tengan solamente cinco mil asientos. Probablemente el teatro principal de la ciudad satisfará su necesidad con sus diez mil butacas, y sin embargo creo que el gran estadio la impresionará más. No obstante, quiero preguntarle nuevamente: ¿Qué busca realmente usted —sillas o la vida eterna?”

TONELADAS DE PIEDRAS

La preocupación de esta mujer es común a la de mucha gente -en la actualidad. La cantidad de sostenedores de una idea es más importante que la idea en sí. Desgraciadamente, para muchos el envoltorio tiene mayor importancia que el contenido. La apariencia externa más bien que el valor interno de las cosas es considerado más importante. Como predicadores de la verdad, debemos recordar incansablemente esta sencilla observación a nuestros compañeros de viaje que vamos en busca de la verdad: son raras las cosas verdaderamente preciosas en este mundo. Las piedras comunes podemos encontrarlas por toneladas, en todas partes; pero las joyas verdaderas se las reúne con dificultad. También podemos encontrar toneladas de hierro, pero el oro puro se mide por gramos. En cualquier calle encontramos hombres sin principios, pero los hombres íntegros que obran por convicción y con pura conciencia son muy escasos. De modo que tenemos el privilegio de atesorar las cosas de la vida realmente preciosas, descartando las que son secundarias. Jesús descartó muchas cosas que en su tiempo se consideraban valiosas, y aprobó aquellas que realmente tenían valor.

¿APARIENCIA SUPERFICIAL O REALIDAD?

Podemos aprender observando las vidas de los hombres. Nunca hemos oído quejarse a nadie por ser el único que posee cierto privilegio. El hombre más rico de la ciudad no se aflige por ser el único que está en esa condición. Un hombre que se encuentra en la cúspide del poder no se preocupa por ser el único que disfruta de ese privilegio. Una mujer hermosa no se queja por ello, ni un corredor porque gana una carrera. Así, según los valores humanos, los hombres y las mujeres prefieren estar entre los privilegiados que ocupan la cumbre. Pero, aunque parezca extraño, cuando se hace una revelación de valor eterno, solamente unos pocos la reciben y se regocijan en la verdad, como cuando el etíope fue bautizado por Felipe, o cuando Lidia fue bautizada por Pablo y Silas. La mayoría descarta la cosa valiosa y dedica su atención a lo que el mundo dice de ellos. Cuando el hombre descubrió el tesoro escondido, no se preocupó por haber realizado el descubrimiento él solo. Sabía lo que ese tesoro significaría para su vida, y se regocijó por la bendición que había recibido. Jesús dijo: “Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” (Luc. 16:8). Y cuando vemos cuánto se alegran los hijos de este mundo por la posesión de sus efímeros tesoros, y en cambio, cuán sombríos parecen los cristianos algunas veces, entonces nos preguntamos: ¿Por qué ocurre esto? No es difícil hallar la respuesta. La mayoría de la gente fuera de la iglesia, y aun algunas personas que están en ella, no contemplan suficientemente al Invisible. Los incrédulos de afuera y los tibios de adentro están igualmente enceguecidos por la vanidad de las cosas. Hermanos, ¿qué estamos buscando? ¿La apariencia superficial o la realidad? ¿Sillas o verdad?

Sobre el autor: Presidente de la Asociación Ministerial de la División Sudeuropea