Luego, en el siglo siguiente, Justiniano incorporó los cánones de los cuatro primeros concilios generales (incluyendo el canon 29 de Laodicea que recibió valor ecuménico en el de Calcedonia) en su famoso Código (Corpus Juris Civilis), cuya infracción ahora podía ser castigada con penas civiles. Este código permaneció como la ley dominante en Europa durante la Edad Media, hasta que fue modificado por los países que adoptaron el protestantismo por medio de decretos de (tolerancia promulgados por los parlamentos respectivos. Posteriormente fue desplazado por el Código de Napoleón, después de la revolución francesa al final del siglo XVIII.

Nosotros, como adventistas —y sin duda muchos otros protestantes—, negamos la validez de este cambio del día de reposo según lo pretenden los católicos romanos y lo admiten repetidamente protestantes prominentes. Creemos que el séptimo día sigue siendo el inmutable recordativo de la creación de Dios; y además que el creyente regenerado en Cristo quien, dejando de pecar, entra en el reposo espiritual, puede guardar el sábado como la señal de su nuevo nacimiento. Por lo tanto, rehusamos reconocer, honrar y obedecer lo que consideramos un sustituto papal del sábado inmutable de Dios. Tomando la Biblia como nuestra única regla de fe y práctica, y al no encontrar apoyo bíblico para ese cambio, rehusamos seguir lo que consideramos ser tradiciones y “mandamientos de hombres”.

Mientras los católicos se atribuyen la responsabilidad del cambio del día de reposo, protestantes prominentes —desde los días de la Reforma hasta hoy— admiten que el cambio no se hizo con la autoridad bíblica o por un acto apostólico, sino por la acción eclesiástica humana.

La Confesión de Augsburgo de 1530, Art. XXVIII, declara:

 “Ellos [los católicos] sostienen que cambiaron el día de reposo por el día del Señor, contrariamente al Decálogo; y el único ejemplo que tienen en la boca es el cambio del sábado. El poder de la iglesia necesita haber sido muy grande porque ha pasado por alto un precepto del Decálogo” (Philip Schaff, The Creeds of Christendom, tomo 3, pág. 64).

El historiador eclesiástico alemán, Juan Augusto Neander, en The History of the Christian Religión and Church, traducción de Rose (1831), tomo 1, pág. 186, declara:

 “La fiesta del domingo, como todas las demás fiestas, siempre fue una ordenanza humana, y estaba lejos de la intención de los apóstoles establecer una orden divina en este respecto, lejos de ellos y de la iglesia apostólica primitiva, transferir el mandamiento del sábado al domingo”.

Roberto W. Dale, congregacionalista inglés, en The Ten Commandments (1891), pág 100, dice:

 “El sábado fue establecido por un mandamiento divino específico, tal mandamiento para la observar el domingo”.

El Dr. Isaac Williams, anglicano, en Plain Sermons on the Catechism (1882), tomo 1, pág. 336, admite:

 “La razón por la cual observamos el primer día de la semana en vez del séptimo obedece a la misma por la cual observamos muchas otras cosas, no porque así lo ordene la Biblia, sino porque la iglesia lo ha prescripto así”.

Lyman Abbott, congregacionalista norteamericano, en Christian Union del 26 de junio de 1890. declara:

 “El concepto corriente de que Cristo y sus apóstoles cambiaron con su autoridad el séptimo argumento de la semana por el primero, carece absolutamente de autoridad en el Nuevo Testamento”.

El deán inglés F. W. Farrar, en The Voice From Sinai (1892), pág. 167, dice:

 “La iglesia cristiana no hizo una transferencia formal de un día para el otro, sino gradual y casi inconsciente”.

El canónigo anglicano Eyton, de Westminster, en The Ten Commandments (1894), pág. 62, añade:

 “En el Nuevo Testamento no hay ninguna palabra, ninguna indicación que autorice la abstención de trabajar en domingo”.

N. Summerbell, en History of the Christians, pág. 418, dice:

 “[La Iglesia Católica Romana] ha trastrocado el cuarto mandamiento, quitando el día de reposo de la Palabra de Dios e instituyendo el domingo como el día sagrado”.

Y el estadista William E. Giadstone, cuatro veces primer ministro de Gran Bretaña, en Later Gleanings, pág. 342, observa:

 “El séptimo día de la semana ha sido privado de su título de observancia religiosa obligatoria, y sus prerrogativas se han transferido al primero; y esto sin contar con un precepto directo de la Escritura”.

10. El día de reposo cambiado por la “autoridad” de la iglesia romana.—La respuesta formal del papado al protestantismo fue dada en el Concilio de Trento (1545-1563). En él consideró, rechazó y anatematizó las enseñanzas de la Reforma sobre la supremacía de la Biblia y otras claras doctrinas de la Palabra de Dios. El asunto que realmente estaba en juego era la igualdad, o superioridad actual, de la tradición sobre las Escrituras como regla de fe.

Durante la decimoséptima sesión, el cardenal Casper del Fosso, arzobispo de Reggio, el 18 de enero de 1562, declaró que la tradición es el resultado de una continua inspiración de la iglesia, la cual residía en la Iglesia Católica. Acudió al cambio, establecido desde tanto tiempo, del sábado al domingo como prueba de la autoridad inspirada de la Iglesia Romana. Declaró que el cambio no se había hecho por orden de Cristo, sino por la autoridad de la Iglesia Católica, cambio que los protestantes aceptan.

Su discurso fue el factor determinante en la decisión del Concilio. Y desde entonces, el cambio del sábado al domingo ha sido señalado por los católicos romanos como la evidencia del poder que tiene la iglesia para cambiar aun el Decálogo. (Véase Credo abreviado de Pío IV, en la obra de José Faa di Bruno, Catholic Belief, págs. 250-254; 1884; Henry Schroeder [tr.] Canons and Decrees of the Council of Trent; 1937.)

11. Por qué observamos el sábado.—Creemos que los protestantes están en un terreno peligroso cuando siguen inconscientemente mismo argumento sutil contra el sábado empleado en el Concilio de Trento, según se registra en el Cathechism of the Council of Trent (Catechismus Romanas). En él se sostiene que mientras el principio del día de reposo es moral y eterno, el elemento temporal especifico es solo ceremonial y transitorio. Y, además, como e séptimo día constituía el énfasis en el tiempo provisorio para los judíos de los tiempos del Antiguo Testamento, así la madre Iglesia Católica, en la plenitud de su poder delegado, autoridad y clarividencia, y como el custodio designado y único falible intérprete de la tradición y la verdad, ha transferido la solemnidad del séptimo al primer día de la semana.  (Donovan, Catechism of the Council of Trent, 1867, págs. 340, 342; véase también Labbe y Cossart, Sacrosancta Concilla; Fra Paolo Sarpi, Histoire da concille de Trente, tomo 2; H. J. Holzmann, Canon and Tradition; T. A. Buckley, A History of the Council of Trent; etc.)

Al poner en práctica estos principios, la mayor parte de los catecismos católicos reducen el mandamiento del sábado simplemente a esto: “Acuérdale de santificar el día de reposo” (por ejemplo, Geiermann, The Convert’s Catechism of Catholic Doctrine, pág. 50; Butler, Catechism, pág. 28; etc).

Y en varios catecismos vernáculos el mandamiento del día de reposo aparece como: “Acuérdate de santificar las fiestas”, en vez de “Acuérdate de santificar el día de reposo”.

La Iglesia Romana reconviene la sinceridad de los protestantes quienes, profesando seguir la Biblia como su única regla de fe y práctica, en realidad aceptan y siguen la autoridad y el ejemplo de la tradición católica.1

Por el contrario, nosotros como adventistas creemos que Jesucristo mismo —quien fue el  Creador de todas las cosas (Juan 1:3, 10; 1 Cor. 8:6) y el forjador original del sábado, y quien es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8)— no hizo ningún cambio en el día de reposo. Tampoco autorizó a sus seguidores para que efectuaran un cambio. Por lo tanto, creemos que hasta que el mandamiento del día de reposo no sea descartado por autoridad divina, y su cambio sea dado a conocer por un mandato bíblico definido, solemnemente nos “acordaremos” y “guardaremos” el séptimo día de reposo original que no ha sido cambiado, y que figura explícitamente en la Biblia.

Creemos sin reserva alguna, que el sábado es el recordativo de un hecho histórico inmutable —una creación terminada, y el reposo del Creador en el séptimo día específico al final de la semana de la creación. Lo decimos humildemente, pero creemos que ninguna cosa —ninguna persona, o grupo, o poder terrenal— puede cambiar el hecho histórico y conmemorativo de que Dios reposó en el séptimo día de la semana de la creación y dio su día de reposo a la humanidad como un recordativo perpetuo de una obra terminada —que nunca ha sido abrogado, y que jamás lo será.

Y además creemos que el sábado será eternamente un monumento del poder creador de Dios y de su justicia (Isa. 66:22, 23), y seguirá siendo el recordativo eterno de su justicia y gobierno soberano, tanto como de su maravilloso plan de redención y de la recreación del hombre por las maravillas de su gracia.


Referencias

  1. Así, el prelado francés Mons. Louis de Segur (Plain Talk About the Protestantism of Today, pág. 213; 1868, con el imprimatur por Johannes Josephus), declara:
     “Fue la Iglesia Católica, la cual, con la autoridad de Jesucristo, ha transferido este reposo del domingo en conmemoración de la resurrección de nuestro Señor. Así la observancia del domingo por los protestantes es un homenaje que rinden a pesar de sí mismos, a la autoridad de la Iglesia [Católica]”.
    El Catholic Mirror, órgano oficial del Cardenal Gibbons (23 de septiembre de 1893). en una serie de cuatro editoriales declaró algo semejante:
     “La Iglesia Católica durante unos mil años antes de la existencia de un protestante, por virtud de su misión divina, cambió el día del sábado al domingo”.
     “El mundo protestante en su nacimiento [la Reforma del siglo XVII] encontró el día de reposo cristiano demasiado bien establecido para ir contra su existencia; por lo tanto fue colocado bajo la necesidad de conformarse con el arreglo, reconociendo así el derecho de la iglesia para cambiar el día, por más de trescientos años. El día de reposo cristiano es por lo tanto hasta hoy el hijo reconociendo a la Iglesia Católica como esposa del Espíritu Santo, sin una palabra del mundo protestante”. ↩︎