Este tema fue presentado en una de las reuniones devocionales celebradas durante la sesión plenaria de la junta de la División Sudamericana que tuvo lugar del 5 al 11 de diciembre de 1962.

El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6).

En mis observaciones de esta mañana quisiera establecer dos proposiciones: las grandes afirmaciones exigen un modo de vida y una conducta consecuentes; y, las grandes profesiones implican grandes obligaciones. Estas dos proposiciones emanan de nuestro versículo.

Examinemos la primera proposición: las grandes afirmaciones exigen un modo de vida y una conducta consecuentes. Si afirmamos o pretendemos morar en Cristo, nos comprometemos a llevar una vida con las características de la vida que vivió Cristo.

En los dos versículos anteriores, Juan establece el hecho de que la obediencia es el fruto de la salvación y no solamente un sentimiento o una profesión. También afirma el hecho de que la obediencia es la prueba de la comunión con Cristo. En Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 157, la mensajera del Señor lo aclara:

 “No debemos medirnos por el mundo, ni por las opiniones de los hombres, ni por lo que éramos antes de aceptar la verdad. Nuestra fe y nuestra posición en el mundo, tal como son ahora, deben compararse con lo que habrían sido si nuestra senda nos hubiese llevado siempre hacia adelante y hacia arriba desde que profesamos seguir a Cristo. Esta es la única comparación que se puede hacer sin peligro”.

Podríamos considerar para adoptarla la siguiente norma que el Dr. J. Wilbur Chapman ha llamado “Mi Regla para la Vida Cristiana”:

“La regla que dirige mi vida es ésta: todo lo que empaña mi visión de Cristo, o quila mi gusto por el estudio de la Biblia, o ahoga mi vida de oración, o dificulta la obra cristiana, es malo para mí, y como cristiano, debo alejarme de ello”.

Desafortunadamente, la regla del Dr. Chapman no es fácilmente aceptada por los obreros cristianos de hoy. y por cierto que no es el énfasis que el hombre moderno parece desear en su religión. Los reavivamientos modernos no producen frutos de la clase que expresa esta regla. La obediencia, la disciplina y la ley no son términos populares en los círculos religiosos o seculares de nuestra generación. El énfasis se hace más bien en la libertad, la expresión de sí mismo y la licencia. Las restricciones y las regulaciones tienen únicamente el efecto de aburrir a la gente.

Una de las grandes paradojas de este tiempo es que mientras parece haber entusiasmo por un reavivamiento de la expresión religiosa, los gobiernos del mundo están frente a la ola más notable de ilegalidad. Creo que puedo decir con seguridad que nunca antes en la historia del mundo tanta gente se ha unido a las iglesias. La religión marcha a velas desplegadas. Sin embargo, ocurre lo mismo con el crimen. Entonces, no puede dudarse de que la experiencia religiosa ha producido en estos días un servicio fingido. Resulta evidente que el reavivamiento ha consistido en una forma de religión a la cual le falla la obediencia, la disciplina y la ley, las cuales, si estuvieran presentes, mostrarían claramente la afirmación personal de creencia en Cristo.

El conocido columnista y comentarista Drew Pearson habla de una pregunta que una vez le formuló su nieto:

 “Mi nieto José, de seis años, observaba un avión que escribía un anuncio en el aire. Decía: ‘Vea el Mundo perdido’”.

—¿Está perdido el mundo? —preguntó el niño.

Mientras el Sr. Pearson procuraba encontrar una respuesta inteligente, Josecito dio su propia respuesta:

—Tal vez sea la gente del mundo la que está perdida.

Es una respuesta que describe acertadamente la condición religiosa de la gran mayoría de la gente de hoy.

El profeta Isaías escribió acerca de un mundo en tinieblas de sus días, y es indudable que sus palabras tienen una gran aplicación en la actualidad: “Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones” (Isa. 60:2).

Sí, la oscuridad espiritual de la gente de este viejo mundo es grande, a pesar del reavivamiento religioso, el cual no parece ser una experiencia del alma sino meramente una formalidad —un servicio fingido. No es ésta la experiencia que Cristo espera de vosotros y de mí, ni tampoco es la experiencia que los habitantes del mundo tanto necesitan.

Cuando afirmamos que Cristo es una Persona, tenemos que afirmar todo aquello en lo cual Cristo está implicado. Sólo cuando estamos comprometidos con él en todas las cosas, podemos vivir como él vivió. Así nuestras vidas serán ejemplos vividos de que estamos viviendo en unión con Crispo mismo. En Los Hechos de los Apóstoles, pág. 439, la Sra. De White afirma:

 “Los obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos deben conocer a Cristo, y a fin de conocerle deben conocer su amor. En el cielo se mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como Cristo amó y trabajar como él trabajó”.

Como ministros, pienso que conviene que volvamos a leer nuestros votos de la ordenación, no sea que perdamos conciencia de quiénes somos. Somos ministros y obreros de una gran afirmación.

“Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador, que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista, y Jesús quedará manifiesto” (Obreros Evangélicos, pág. 168).

Cuando como ministros y obreros pongamos a tono nuestra afirmación, confesión y convicción con las tremendas obligaciones morales de nuestra vida, entonces tendremos un poder irresistible.

¿No pensáis que ha llegado el tiempo cuando el ministerio adventista y las fuerzas laicas han de ser los poseedores de una comunión en unidad con Cristo, la cual hará detenerse a los hombres, escuchar e imitar? ¿No debería el ministerio, unido con los dirigentes de la iglesia, ocupando el lugar debido en el pulpito y en la iglesia, desafiar, atraer y dirigir el pensamiento del pueblo de este movimiento, antes que permitir que esa dirección y liderazgo pasen a manos de hermanos separatistas y descontentos que están en confusión y discordia?

Uno de los grandes peligros del Movimiento Adventista en todas las épocas ha sido el del divisionismo. Sin un credo, pero con hombres y mujeres deseosos de conocer la verdad, fácilmente pueden producirse diferencias de opinión respecto de las doctrinas. Con el deseo y el entusiasmo por esparcir el mensaje evangélico, pueden surgir diferencias de opinión acerca de los mejores métodos de procedimiento.

Pero no olvidemos que somos “colaboradores juntamente con Dios”. Cuando nos hemos entregado plenamente a él, él nos guía e instruye. Nos ha unido a todos estrechamente, y debemos temer cualquier cosa que pueda perturbar esta unidad.

Los instrumentos del reavivamiento son los ministros y obreros completamente consagrados y convertidos, y unidos entre sí. Esto hará que la gente se detenga a escucharnos, a escuchar a la Biblia y al espíritu de profecía. Cuando nuestra conversión personal y unidad se manifiesten plenamente y se conviertan en el centro de nuestra experiencia con Cristo, entonces haremos algo con nuestro pueblo y con aquellos a quienes damos el mensaje.

Otros nos observan: los jóvenes de nuestros colegios, los miembros de nuestras iglesias, los que no son de nuestra fe. Cristo, nuestro santo ejemplo, es perfecto. No podemos ponernos de una vez a la altura de esta norma perfecta, pero no seremos aprobados por Dios si no lo imitamos y nos asemejamos a él de acuerdo con la habilidad que nos ha dado.

La unidad con Cristo, sostenida por una vida dirigida por Cristo, promueve vidas poderosas y predicaciones notables, y además de esto, la unidad entre unos y otros. No hay otro lugar donde obtener la unidad fuera de los pies de la cruz. La podéis obtener únicamente como experiencia personal de una afirmación positiva y una vida consecuente.

“Es necesario una reforma o reavivamiento entre el pueblo, pero primero debería comenzar su obra purificadera con el ministerio” (Testimonies, tomo 1. pág. 469).

 “Si los cristianos actuaran concertadamente, moviéndose como un solo hombre bajo la dirección de un Poder para el cumplimiento de un propósito, moverían el mundo” (Id., tomo 9, pág. 221).

Nuestra segunda proposición es: grandes profesiones implican grandes obligaciones. Esto nos conduce directamente a estas preguntas: ¿Cuál es nuestra tarea hoy? ¿La estamos realizando? ¿O estamos sentados sobre los laureles de realizaciones pasadas?

Permitidme dirigir vuestra atención a Jonás 1:2: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella: porque ha subido su maldad delante de mí”. Y luego: “Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jonás 2:10).

Al contemplar nuestra tarea y obligación, no puedo dejar de pensar en dos declaraciones de la sierva del Señor, la primera, realizada en 1900, dice:

 “Si el propósito de Dios hubiera sido llevado a cabo por su pueblo al dar el mensaje de misericordia al mundo, Cristo ya habría venido, y los santos ya habrían recibido su bienvenida en la ciudad de Dios” (Id., tomo 6, pág. 450).

Luego, en 1903, insistió en este mismo pensamiento:

“Sé que si el pueblo de Dios hubiera preservado una conexión viva con él, si hubieran obedecido su Palabra, hoy estarían en la Canaán celestial” (Evangelism, pág. 694).

¿Ha sido nuestra experiencia la misma que la del soldado que no estaba en su lugar en lo más recio de la batalla? Después de terminada la acción, lo encontraron divirtiéndose en un jardín. “No estaba haciendo ningún daño”, dijo. No, no hacía daño alguno, pero tampoco peleaba en su puesto.

¿Hemos sido culpables de tal descuido? Tal vez una de nuestras mayores fallas es nuestra “negligencia santificada”. Hablamos de Cristo, pero rehuimos un programa de cumplimiento de sus órdenes. Resulta más fácil ocuparnos con la programación de las actividades, con la organización y los registros —con todo lo necesario que son—. que presionar hacia la valiente evangelización de los millones que nos rodean.

El mundo debe ser amonestado, y para cumplir esto debemos emplear toda la fuerza de la iglesia. La obra que nos confronta como ministros y obreros laicos está bien resumida en esta declaración formulada en 1895 por Elena G. de White:

 “La pesada obligación de advertir al mundo de su condenación está frente a nosotros. De todas las direcciones, lejos y cerca, nos llegan pedidos de ayuda. La iglesia, consagrada con dedicación a la obra, ha de llevar el mensaje al mundo… Ha de ser alumbrado un mundo que perece en el pecado. Ha de hallarse la perla perdida. Ha de rescatarse la oveja descarriada y llevársela al redil” (Evangelism, pág. 16).

Resulta más fácil cuidar lo que ya poseemos. Pero no permitamos que el cuidado de la iglesia nos lleve a la inactividad en nuestro verdadero propósito: llevar el mensaje evangélico al mundo.

Hay asociaciones que alcanzan sumas notables en la Recolección; dan mucho para las misiones, pero no están creciendo. Ahora bien, la Recolección, los fondos para las misiones y las demás actividades son cosas correctas, pero debemos ganar nuevas almas. Las iglesias se desempeñan en la forma acostumbrada y las almas se van perdiendo por apostasía; bautizan a los niños para restablecer el equilibrio y parecen estar felices y satisfechas con esta condición.

Con demasiada frecuencia somos adormecidos por dos clases de personas a quienes haríamos bien en no creer. Son los adulones. Pueden ser las ancianitas que nos toman la mano al salir de la iglesia y nos dicen emocionadas que ha sido el sermón más admirable del mundo. ¡No lo creáis —puede ser adulación! La otra clase a quien no podemos creer está formada por los “hermanos visitadores” que nos dicen: “Este es el cuerpo de obreros más admirable de todos”. Si nos sentimos inclinados a creer a estas personas, leamos esto:

En cierta asociación, la iglesia con el mayor porcentaje de crecimiento durante un período de diez años, tuvo un promedio de ganancia anual de almas de 2,9, y de ahí en adelante los registros de las demás iglesias retrocedieron cada vez más. hasta el punto de que varias tuvieron pérdida de miembros en lugar de ganancia. Pienso que esto debió ser motivo de preocupación y escudriñamiento del alma.

De vez en cuando anunciamos que en el año entrante haremos intensas campañas de evangelismo, que nos especializaremos en evangelismo. Esta declaración es algo así como si el ferrocarril o una compañía de aviación anunciaran que se van a especializar en transportes. El negocio del ferrocarril o la aviación es el transporte, y la ocupación de la iglesia es el evangelismo. Es la ocupación principal que Dios tiene para su iglesia en todos los tiempos.

Al principio la iglesia surgió con un grupo de creyentes en el Señor, llenos con el Espíritu. Con el tiempo se organizó. Lo sencillo tiende a hacerse complejo, y así se formó una vasta organización que se convirtió en un fin en sí misma. Tiende a estar tan ocupada manteniendo en movimiento su maquinaria que bien podría compararse a una bomba de aceite que no produjera ese elemento porque lo emplea todo en lubricar su propia maquinaria. Los movimientos espirituales generalmente se inician en ámbitos reducidos, luego cobran extensión, se organizan y finalmente terminan petrificados, a menos que se les dedique la atención debida.

Estamos inclinados a gastar nuestras energías en asuntos ‘secundarios. Tenemos tantos hierros en el fuego que ninguno de ellos está caliente. No sólo necesitamos consagración sino concentración en nuestras ocupaciones principales. El cuidador de un faro recibió cierta cantidad de aceite para mantener encendido el faro. Pero, con la mejor de las intenciones, le prestó una parte a un pescador, y otra parte se la dio a un aldeano para su lámpara. Así gastó su aceite, aquí y allá. Una noche surgió una violenta tempestad y algunos barcos se hundieron y murieron sus tripulantes debido a que se terminó el aceite en el faro y su luz. dejó de brillar.

La crisis de esta hora nunca será contrarrestada mediante amenas “conferencias” sobre acontecimientos del día y ventas de la Sociedad Dorcas en el subsuelo de la iglesia. Cuán egoístas seríamos si nos atosigáramos de verdades evangélicas mientras hay multitudes que nunca las han escuchado. Cuando los discípulos sirvieron los panes y ‘los peces a los miles de personas, no persistieron en alimentar a los de las primeras filas, sino que las recorrieron todas hasta el último hombre. No podemos sentarnos sobre nuestras propias brasas en círculos sociales congratuladores, detrás de toneladas de ladrillos y rimeros de papeles.

Nuestra gran profesión implica la gran obligación de ganar almas. Los ministros deben ser ganadores de almas antes que cualquier otra cosa, y han de buscar y salvar a los perdidos tal como lo hizo nuestro divino Maestro.

“Los ministros de Dios deben entrar en tima comunión con Cristo, y seguir su ejemplo en todas las cosas…

 “El ganar almas para el reino de Dios debe ser su primera consideración. Con pesar por el pecado y con amor paciente, deben ‘trabajar como trabajó Cristo, en un esfuerzo resuelto e incesante” (Obreros Evangélicos, pág. 31).

Que Dios nos despierte de nuestra holgura de nuestro entretenimiento con multitud de cosas pequeñas, hasta que dejemos de darle mayor importancia a las cosas pequeñas y le demos importancia mayor a las grandes. Si nuestro negocio no es el negocio de Dios pronto habremos quedado desplazados.

Es comprensible que nos sintamos cansados y cargados con tantas exigencias que pesan sobre nosotros. Fácilmente podemos racionalizar la situación diciendo que si hemos trabajado durante ocho horas ya hemos realizado nuestra parte. Inconmovibles por los tiempos en los cuales vivimos, caemos en el grupo de la mayoría que permanece dentro de la “barrera de la fatiga”. Poquísimos de nosotros ‘traspasa ese límite para ir al encuentro de reconfortantes aventuras. La mayor parte de la gente se detiene cuando el trabajo se torna penoso. Tendemos a no recorrer la segunda milla en la proclamación del urgente mensaje para nuestro tiempo.

En esta mañana quisiera hacer énfasis en la necesidad de romper la barrera de la fatiga y de pensar en términos de recorrer la segunda milla para el Señor en lo que se refiere al evangelismo real.

Si os desanimáis y os sentís humanamente inadecuados frente al gran desafío, me gustaría recomendaros un pasaje de la inspiración:

“Dios pudiera haber recomendado el mensaje del Evangelio, y toda la obra del ministerio de amor, a los ángeles del cielo. Podría haber empleado otros medios para llevar a cabo su obra. Pero en su amor infinito, quiso hacernos colaboradores con él, con Cristo y con los ángeles, para que participásemos de la bendición, del gozo y de la elevación espiritual que resultan de este abnegado ministerio” (El Camino a Cristo, pág. 79).

La comprensión de que podemos ser un poder para Dios, de que podemos compartir con Cristo y los ángeles la bendición, el gozo y la elevación espiritual mediante la abnegación y él servicio incansable, deberían más que bastar para proporcionarnos nueva fuerza, valor y energía para hacer frente al desafío. Ciertamente esto debería bastar para renovar y redoblar nuestros esfuerzos evangelísticos en favor de los millones que perecen.

Sin embargo, asegurémonos de que estamos progresando y no solo trabajando. Cierta vez en que Rolland Hill visitaba un hogar, vio a un niñito montado sobre un caballo mecánico de juguete, y después de observarlo un momento, dijo: “Esto me recuerda a algunos cristianos. Hay mucho movimiento pero nada de progreso”. El lema de la compañía productora de equipo eléctrico más grande de los Estados Unidos es: “El progreso es nuestro producto más importante”. El progreso hacia la predicación del mensaje de Dios a ‘todos los habitantes del mundo es nuestro producto más importante. En una palabra, el evangelismo.

La sierva del Señor, al referirse a la experiencia de Jonás, nos dice que “esto constituye una lección para los mensajeros que Dios envía hoy, cuando las ciudades de las naciones necesitan tan ciertamente conocer los atributos y propósitos del verdadero Dios, como los ninivitas de antaño. Los embajadores de Cristo han de señalar a los hombres el mundo más noble, que se ha perdido mayormente de vista” (Profetas y Reyes, págs. 204, 205).

Aunque reconocemos que el evangelismo real y todo reavivamiento proceden de Dios y únicamente de él, sin embargo como hombres debemos promoverlos, y debemos ser los portadores de su mensaje. Dios envía la luz del sol y la luna; Dios hace que el suelo sea fértil, pero el hombre debe arar los campos y trabajarlos, en caso contrario la cosecha nunca se realizará.

 “No tenemos tiempo para espaciarnos en asuntos que no tienen importancia… Pronto una terrible sorpresa sobrecogerá a los habitantes del mundo. Cristo vendrá repentinamente, con poder y grande gloria. Entonces no habrá tiempo para prepararse para recibirlo. Ahora es el tiempo en que hemos de dar el mensaje de advertencia” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 220).

Las grandes afirmaciones exigen una modalidad de vida y una conducta consecuentes. Las grandes profesiones implican grandes obligaciones. Primero el llamamiento a llevar una vida como la de Cristo, luego el cumplimiento de nuestra gran obligación de presentar el Evangelio: la potencia de Dios para la salvación de los que están en tinieblas.

Que el Señor nos ayude a vivir a la altura de nuestra gran afirmación y profesión; a permanecer firmes en nuestro progreso y a aceptar el desafío que se nos lanza. Que nunca olvidemos la forma como nos ha guiado. Levantémonos, salgamos y prediquemos este mensaje de amonestación para que la obra de Dios en este mundo pueda terminarse pronto y Jesús pueda volver en busca de su pueblo.

Sobre el autor: Tesorero adjunto de la Asociación General