La reina Isabel II de Inglaterra. en ocasión de celebrarse el Domingo de la Juventud de la Comunidad, dijo: “Vosotros que ahora escucháis mis palabras, tenéis el futuro de nuestro mundo atribulado en vuestras manos. Jamás hubo una época en que se ofreciera tanto a la juventud, ni que tanto se le exigiera. Ser joven en 1961 es un desafío” (El Mercurio, Santiago, 15-5-61).
Esta declaración, juntamente con la de J. Nehru, primer ministro de la India, al conversar en Moscú con su colega Nikita Kruschev después de las reuniones de Yugoeslavia, apesadumbrado por la situación mundial, dijo: “Resulta extraño que cuando el hombre tiene el poder de mejorar la suerte de la humanidad y de abrir las puertas del progreso, descienda sobre nosotros el fantasma de la guerra. No puedo comprender por qué tenga que actuar el hombre de este modo” (Id., 8-9-61).
Nosotros los ministros de Dios no lo entendemos todo, pero sí sabemos dar una razón bíblica de este estado de cosas. Si estas dos personalidades de fama y peso mundiales se expresan como lo hacen, al palpar de cerca las angustiosas condiciones actuales de nuestro mundo, ¿qué diremos nosotros? La respuesta está a mano: “El actual es un tiempo de interés agobiador para todos los vivientes. Los gobernantes y estadistas, los hombres que ocupan posiciones de confianza y autoridad, las personas pensadoras de todas clases tienen fija su atención en los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor. Están vigilando las relaciones que existen entre las naciones. Observan la intensidad que está tomando posesión de todo elemento terrenal, y reconocen que algo grande y decisivo está por ocurrir: que el mundo está al borde de una crisis estupenda” (Evangelismo, pág. 144). No estamos en tinieblas para que nos sorprendan estas cosas. Conocemos el tiempo. (1 Tes. 5:4-6; Rom. 13:11.) La ignorancia no disculpa a nadie y menos aún al ministro de Dios. “La ignorancia no excusará ni a jóvenes ni a viejos” (El Conflicto de los Siglos, pág. 656). “Los que quieran permanecer firmes en estos tiempos de peligro deben comprender por sí mismos el testimonio de las Escrituras” (Id., pág. 616). “Escudriñad…” es el consejo de Cristo (Juan 5:39). “Escudriñad por vosotros mismos las Escrituras a fin de comprender la pavorosa solemnidad de la hora presente” (Testimonios Selectos, tomo 1, pág. 189).
El ministro de Dios, antes de cuidar del prójimo, debe cuidar de sí mismo, especialmente en lo que a su devoción personal se refiere. “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren” (1 Tim. 4:16). “Sería bueno que cada día dedicásemos una hora de reflexión a la contemplación de la vida de Cristo. Debiéramos tomarla punto por punto, y dejar que la imaginación se posesione de cada escena, especialmente las finales. Y mientras nos espaciemos así en su gran sacrificio por nosotros, nuestra confianza en él será más constante, se reavivará nuestro amor, y quedaremos más imbuidos de su Espíritu” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 67). “Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: ‘Tómame ¡oh, Señor! Como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en ti’” (El Camino a Cristo, pág. 69, ed. de bolsillo). ¡Qué poder extraordinario habría en el ministerio, si cada obrero en la causa de Dios cumpliera fielmente estos consejos!
Los hábitos de devoción personal debieran estar relacionados con el estudio profundo de la Biblia y de los Testimonios. La oración y meditación, después de la inspiración recibida, debieran ser la savia vivificadora de nuestro ser y el medio directo de unión con el Ciclo, en una vida colmada de trabajo y en un tiempo de premura. Jesús, el ejemplo supremo, llevaba una vida de devoción y de trabajo. Muchas veces pasaba noches enteras orando (Luc. 6:12). Recordemos, queridos compañeros, que “orando el cielo se abrió” (Luc. 3:21) y de la misma manera, vuelve a abrirse hoy.
¿Qué clase de devoción necesitamos hoy, cuando constituye un desafío el ser ministro frente a tantas amenazas y tanto pecado? Necesitamos buscar a Dios de todo corazón: “Y me buscaréis y hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13). “Hay necesidad de oración, de oración muy ferviente y sincera, como en agonía” (Testimonios Selectos, tomo 3, págs. 386, 387). “Quedad delante de Dios hasta que se despierten en vosotros anhelos indecibles para la salvación, hasta que la dulce evidencia del perdón de vuestros pecados os sea concedida” (Estudios de los Testimonios, pág. 39). Jacob y Elías constituyen los modelos para los ministros de nuestros días. El primero se negó a retirarse de la presencia de Dios hasta tener la seguridad de ser aceptado por él (Gén. 32:26), y después de aquella memorare experiencia Jacob fue un nuevo hombre. ¡Y cuán distintos fueron su vida y su ministerio! Elías, el hombre de fuego y de poder (1 Rey. 18:24, 36-38) también supo por experiencia personal lo que era luchar con Dios y prevalecer. La sierva de Dios, al comentar la experiencia de estos hombres, dice: “Hoy se necesita en el mundo una fe tal que se aferré a las promesas de la Palabra de Dios, y se niegue a retirarse hasta que el cielo escuche. Semejante fe nos vincula estrechamente con el Cielo, y nos imparte fortaleza para hacer frente a las fuerzas de las tinieblas” (Profetas y Reyes, pág. 115).
Si la experiencia personal puede ser de inspiración para los compañeros, me siento animado a declarar que también “yo sé a quién he creído” (2 Tim. 1:12) y así como Jacob pasó una noche entera luchando a solas con Dios hasta ganar la victoria, en dos ocasiones de mi vida, yo también pasé dos noches luchando a solas con mi Dios y las recuerdo como dos noches inolvidables en mi experiencia cristiana. Hay triunfos que sólo se obtienen de rodillas y en oración, como en agonía, delante de Dios. La devoción personal diaria del obrero es lo que da poder y nunca debiera alterarse esta costumbre, este hábito de comunión con Dios, especialmente en estos tiempos cuando tanto se exige del ministro que desea triunfar en su sagrado cometido.
La devoción personal y diaria del obrero da alas al ministerio. El profeta Jeremías pasó por una experiencia maravillosa: “Porque desde que hablo, doy voces, grito, violencia y destrucción: porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre: empero fue en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos, trabajé por sufrirlo, y no pude” (Jer. 20:8, 9). Y más adelante agrega: “Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante” (vers. 11).
He pensado muchas veces en esta experiencia. He estudiado las circunstancias en las cuáles le tocó actuar al profeta. He tratado de encontrar dónde residía el secreto de su triunfo y lo descubrí en Jeremías 15:16: “Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón: porque tu nombre se invocó sobre mí, oh, Jehová Dios de los ejércitos”.
Aquí está el secreto del fuego santo en nuestro ministerio, capaz de hacer frente a las exigencias más severas y de darnos las mayores alegrías de nuestra vida en el servicio de Dios. Este es el secreto de las conversiones milagrosas y de los triunfos del Evangelio. E te es el remedio para las tristezas y las pruebas duras que muchas veces nos toca afrontar. Y entonces, bajo el calor de la presencia de Dios y cuando la mente y el corazón se han en anchado, he aquí que Dios aparece en nuestra vida y en nuestro ministerio como “poderoso gigante”. Esta es la clase de comunión que necesitamos poseer. Oro a Dios para que se pueda decir de cada uno de nosotros lo que se dijo de Gedeón: “Jehová es contigo, varón esforzado” (Jue. 6:12).
Sobre el autor: Profesor de Biblia del Colegio de Chillan, Chile