Uno de los capítulos de la Biblia que posiblemente hemos pasado por alto o leído sin mucho interés, pero que a mi me ha impresionado tanto últimamente debido a las lecciones que contiene para nosotros los ministros, es Éxodo 28. Habla de la escuela de Aarón y de sus hijos para el sacerdocio, y también de las vestiduras sacerdotales, del Urim y el Tumin, y de la plancha de oro. Este capítulo encierra profundas lecciones para el ministerio actual.
La Escuela De Los Sacerdotes
En Exodo 28:1 leemos: “Y tú allega a ti a Aarón tu hermano, y a sus hijos consigo, de entre los hijos de Israel, para que sean mis sacerdotes; a Aarón, Nadab y Abiú, Eleazar e Ithamar, hijos de Aarón”. ¿Por qué razón Dios estableció el sacerdocio? La respuesta la encontramos en Hebreos 5:1-4: “Porque todo pontífice, tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios toca, para que ofrezca presentes y sacrificios por los pecados: ‘que se pueda compadecer de los ignorantes y extraviados, pues que él también está rodeado de flaqueza; y por causa de ella debe, por sí mismo, así también como por el pueblo, ofrecer sacrificio por los pecados. Ni nadie toma para sí la honra sino el que es llamado de Dios, como Aarón”. De este modo vemos que su responsabilidad principal consistía en actuar como mediador, como un eslabón entre lo santo y lo profano, entre Dios y el hombre. El sumo sacerdote en su posición oficial no era sólo un hombre, sino una institución, un símbolo, la misma encarnación del pueblo y el representante espiritual de todo Israel. ¿Para qué?
Para expiar los pecados del pueblo (Heb. 2:17), y ser un mediador que ministrara por el pecado. Era como si cada israelita estuviese en él. Por eso sus actitudes afectaban a todo el pueblo; cuando él pecaba, el pueblo pecaba; de ese modo toda la nación participaba de las consecuencias de su pecado, porque se consideraba su acción oficial como siendo la del pueblo mismo. Pero también se cumplía lo contrario, acarreando la bendición del cielo a toda la nación.
Pues bien, ¡los ministros de Dios somos los sumos sacerdotes de hoy!
“Dios tiene una iglesia, y ésta posee un ministerio debidamente elegido. Hombres designados por Dios fueron escogidos para vigilar con celoso cuidado” (Testimonies to Ministers, págs. 52, 53).
Lo que Dios esperó de Aarón y de sus hijos, hoy lo espera de nosotros. Espera que sintamos el peso de las almas que están bajo nuestro cuidado; que nos sintamos realmente apartados para ministrar e interceder como representantes del pueblo; que nuestra preocupación sea la de Bera, rey de Sodoma, en aquella guerra de los cuatro reyes contra los cinco, cuando le dijo a Abrahán, después de la victoria y en la repartición de los despojos: “Dame las personas [margen: almas], y toma para ti la hacienda” (Gén. 14:21).
El ministro de Dios, cuando desempeña sus funciones sacerdotales, no es simplemente un hombre, sino que es una institución, un embajador. “Los ministros de Cristo en la tierra, [han sido] asignados para que actúen por él”(Los Hechos de los Apóstoles, pág. 100).
Y eso es también lo que la iglesia espera de nosotros.
En una serie de asambleas ministeriales realizadas en la Unión Sur del Brasil por el Pastor Enoch de Oliveira, director de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana, tuvo la feliz idea de pedir a dos miembros laicos de óptima reputación que expresaran delante de los pastores reunidos lo que la iglesia esperaba de ellos. El Hno. Werner Rolof, anciano de la Iglesia Central de San Pablo, después de estudiar el asunto con otros cuatro laicos, preparó cuarenta puntos, que eran otras tantas cualidades que él y su iglesia desean ver en su pastor. Entre otras cosas, debía ser puntual, cortés, amable, estudioso, agradecido, imparcial, etc. El último punto era éste: “Que manifieste una profunda pasión por las almas” (Joel 2:17).
Esta pasión debe ser una característica del pastor y su mayor preocupación.
El otro laico, el Hno. Amoldo Becker, anciano de la Iglesia de Blumenaur, del estado de Santa Catalina, habló acerca de lo que esperaba de su pastor, y dijo lo que sigue: “Yo, como miembro y anciano de la iglesia, siento seriamente la responsabilidad que pesa sobre mí en lo que se refiere a la salvación de las almas. Por eso creo que vuestra responsabilidad como ministros es mayor todavía que la mía; no porque recibáis un sueldo, sino porque esa es vuestra responsabilidad. ¿Estáis velando por vuestras ovejas? ¿Sois un ejemplo para ellas? ¿No está el león comiéndose a vuestras ovejas? “Yo una vez tuve el gran anhelo de entrar en el ministerio, pero no pude hacerlo. Leía algunos pasajes de los escritos del espíritu de profecía, y sentía mi responsabilidad. A veces pienso que estoy empleando tiempo de más en mis negocios particulares. ¿No debería yo buscar más las cosas espirituales de Dios?
“No son las cosas materiales como el oro o la plata las que nos hacen felices, sino las almas que podemos buscar y curar. Pablo, en 2 Timoteo 1:8-11 habla acerca de lo que Dios espera del pastor. El mismo sentía tal responsabilidad. No midió los sacrificios, y llegó a entregar todo lo que poseía a fin de llegar hasta las almas y sanarlas.
“Actualmente nuestro campo necesita, obreros. Hemos hecho varios llamados, pero hasta ahora todos los han rechazado. ¿Por qué? ¿Por qué motivo un pastor o un obrero rechaza un llamado? ¿Por qué no quiere ir a un campo menos importante y a ciudades más pequeñas? Deben seguir el ejemplo de Isaías 6:8. He sentido esto más de cerca al participar en las juntas de la misión donde se pasan los llamados a obreros que no los aceptan. Por cierto que algunos obreros prefieren trabajar en lugares que ofrecen más comodidades. Pero Isaías no pensó en eso, y se presentó. El pastor no debe pensar tanto en el bienestar material y en los lugares más convenientes, sino que debe ir adonde Dios lo llame. La obra es de Dios y él la cuidará.
Isaías no preguntó si el lugar era bueno o no lo era. El pastor debe sentir la necesidad de esas almas que requieren su atención para hallar la salvación. 2 Corintios 12: 10. En este pasaje se manifiesta el sentir de Pablo al desempeñar su ministerio. El amor de Jesús debe impulsarnos a la búsqueda de esas almas en necesidad”.
En el Manual para Ministros, pág. 9, hay una declaración admirable. Es ésta: “El gran apóstol en su carta a Timoteo emplea una bella e impresionante expresión para designar al representante de Cristo. Dice ‘hombre de Dios’. En todas sus relaciones será un hombre, un verdadero hombre, un hombre piadoso. Será un hombre que, como Juan el Bautista, proceda de Dios. Será varonil; será piadoso. Es hombre de Dios; pertenece a Dios. Viene de Dios. Representa a Dios. Ha de hablar por Dios, y se rendirá de tal manera a la influencia divina que Dios podrá hablar por medio de él a los corazones humanos”.
Las Vestiduras Sacerdotales
En éxodo 28:2 leemos; “Y harás vestidos sagrados a Aarón tu hermano, para honra y hermosura”. ¿Qué vestidos eran éstos? Eran cuatro prendas: una túnica de lino blanco, los pañetes de lino, el cinturón y la mitra.
Había además cuatro prendas para el sumo sacerdote: el manto con las campanillas y las granadas, el efod con sus dos piedras (ésta era la prenda más importante de las vestiduras), el pectoral con doce piedras, con el Urim y el Tumim, y la plancha de oro en la mitra.
Estas piezas del atuendo sacerdotal tenían un significado simbólico; representaban en su totalidad el carácter de Dios, que él desea ver en la vida y el corazón de sus hijos (Apoc. 19:8).
Las vestiduras de los sacerdotes representaban utilidad y pureza interior, y las del sumo sacerdote, gloria y ornamento.
¿Por qué gloria u honra? Porque el sumo sacerdote, como ministro del Altísimo, debía realizar la obra más importante entre Dios y su pueblo: la intercesióno mediación. Todo el cielo se interesaba en esta mediación, porque estaba en juego la felicidad del hombre. Y ser tal mediador constituía una gloria y honra. Las vestiduras servirían de constante recordativo de su sagrada posición como mayordomo de los misterios de Dios. De ahí que el Señor esperara de ellos una vida enteramente consagrada a su ministerio. ¿Qué mayor honra y gloria puede concedérsele a una persona que la de ser mediadora entre Dios y los hombres? ¿Por qué ornamento o belleza? Porque el sumo sacerdote debía ser impresionado impresionar al pueblo con la belleza de la santidad de Dios y la pureza de su culto al Creador (Sal. 29:2). Sus atractivas vestiduras eran impresionantes y solemnes.
Pensemos en esas vestiduras blancas y puras,en las 16 piedras refulgentes, y en las campanillas que tintineaban cuando el sumo sacerdote se trasladaba en el cumplimiento de su culto a Dios. El pueblo sentía la belleza de la santidad divina y el ornamento que la misma es en la vida de los que le sirven. ¡Pues nosotros somos los sumos sacerdotes de hoy!
“Todo lo relacionado con el atavío y porte de los sacerdotes debía ser de tal índole que impresionase al espectador con un sentimiento de la santidad de Dios, del carácter sagrado de su culto, y de la pureza requerida de aquellos que se allegaban a su presencia” (Obreros Evangélicos, pág. 182).
“El predicador debe recordar que su porte en el pulpito, su actitud, su manera de hablar, su traje, producen en sus oyentes impresiones favorables o desfavorables. Debe cultivar la cortesía y el refinamiento de los modales, y conducirse con una tranquila dignidad conveniente a su alta vocación. La solemnidad y cierta autoridad piadosa mezclada con mansedumbre deben caracterizar su porte” (Id., pág. 181).
Pero aún hay algo más en este capítulo 28 de Exodo que ha causado una profunda impresión en mí, y tal vez sea el simbolismo más conmovedor de los atavíos sacerdotales.
Leamos los versículos 12, 29, 30, 34-38 (la cursiva es nuestra) : “Y pondrás aquellas dos piedras sobre, los hombros del ephod, para piedras de memoria a los hijos de Israel; Aarón llevará los nombres de ellos delante. De Jehová en sus dos hombros por memoria. Y llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el racional del juicio sobre su corazón, cuando entrare en el santuario, para memoria delante de Jehová continuamente. Y pondrás en el racional del juicio Urim y Tumim, para que estén sobre el corazón de Aarón cuando entrare delante de Jehová: y llevará siempre Aarón el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón delante de Jehová. Una campanilla de oro y una granada, campanilla de oro y granada, por las orillas del manto alrededor. Y estará sobre Aarón cuando ministrare; y oirás su sonido cuando él entrare en el santuario delante de Jehová y cuando saliere, porque no muera. Harás además una plancha de oro fino, y grabarás en ella grabadura de sello, Santidad a Jehová. Y la pondrás con un cordón de jacinto, y estará sobre la mitra; por el frente anterior de la mitra estará. Y estará sobre la frente de Aarón: y llevará Aarón el pecado de las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas; y sobre su frente estará continuamente para que hayan gracia delante de Jehová”.¡Cuánta responsabilidad! El sumo sacerdote llevaba sobre sus hombros dos piedras por memoria, con los nombres de los hijos de Israel, con lo cual se simbolizaba que él, además de ser responsable por todo el pueblo, debía llevar la carga de Israel y de sus pecados.
Sobre el corazón llevaba el pectoral con doce piedras, y en cada una estaba el nombre de una de las doce tribus, con lo cual se simbolizaba el amor y afecto que debía tener por el pueblo, y un constante recuerdo de su posición y responsabilidad que ocupaba en Israel (Exo. 28: 29,úp). En el pectoral se destacaban también las dos piedras, el Urim que representaba la aprobación divina, y el Tumim donde se manifestaba la reprobación. Estas palabras significan “luz” y “perfección” respectivamente (1 Sam. 23:9-12).
En la frente el sumo sacerdote llevaba una plancha de oro donde estaba escrito “Santidad a Jehová”. Era el punto culminante de toda la vestidura sacerdotal. Esta inscripción debía darle al pueblo la concepción más elevada de lo qué es la religión y señalar su objetivo supremo. También le mostraría al sumo sacerdote que su ministerio no debía ser una mera forma, sino una consagración de su, propia vida y la del pueblo; de modo que el sumo sacerdote llevaba el pecado de las cosas santas.
Pues bien, ¡nosotros somos los sumos sacerdotes de hoy! Dios quiere que ahora comprendamos la misma lección: el ministerio no debe considerarse como un mero formalismo por nosotros mismos, en lugar de atender a su objetivo y a la consagración sin reservas de nuestra propia vida y la de quienes están bajo nuestro ministerio. Esta es la lección más importante para nuestros ministros. Quienes fracasen en vivir de acuerdo con lo que Dios requiere de ellos, caerán en la condenación más severa de Dios.
Y Pedro aconseja en su primera carta, capítulo cinco y versículos dos y tres: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey”.
¡Tremenda es nuestra responsabilidad al actuar como mediadores entre Dios y los hombres!
¡Debemos cargarla sobre los hombros!
¡Debemos llevaría sobre el corazón!
¡Debemos manifestar santidad en la vida!
Esto quiere decir que el ministro de Cristo debe despojarse de su propio yo, pensar más en sus ovejas, no eximirse de las responsabilidades y las cargas pesadas, procurar el bienestar y la felicidad del pueblo de Dios y comprender que cada acto suyo tiene vasta significación.
La inscripción “Santidad a Jehová”, que debía estar “continuamente” sobre la frente del sumo sacerdote cuando oficiara, debe recordarnos “continuamente” como a él la solemne responsabilidad que descansa sobre nosotros como representantes del pueblo de Dios.
“Cierto predicador, después de pronunciar un discurso bíblico que había producido honda
convicción en uno de sus oyentes, fue interrogado así:
“—¿Cree Ud. realmente lo que predicó?
“—Ciertamente —contestó.
“—Pero, ¿es verdaderamente así? —inquirió el ansioso interlocutor.
“—Seguramente —dijo el predicador, extendiendo la mano para tomar su Biblia.
“Entonces el hombre exclamó: ‘¡Oh! si ésta es la verdad, ¿qué haremos?
“‘¿Qué haremos?—pensó el predicador.
¿Qué quería decir él hombre? Pero la pregunta penetró en su alma. Se arrodilló para pedir a Dios que le indicase qué debía hacer.
Mientras oraba, acudió a él con fuerza irresistible el pensamiento de que tenía que presentar a un mundo moribundo las solemnes realidades de la eternidad. Durante tres semanas estuvo vacante su puesto en el púlpito. Estaba buscando la respuesta a la pregunta: ‘¿Qué haremos?’
“El predicador volvió a su puesto con una unción del Dios santo. Comprendía que sus predicaciones anteriores habían hecho poca impresión en sus oyentes. Ahora sentía sobre sí el terrible peso de las almas. Al volver a su púlpito, no estaba solo. Había una gran obra que hacer, pero él sabía que Dios no lo desampararía. Exaltó ante sus oyentes al Salvador y su amor sin par. Hubo una revelación del Hijo de Dios y un despertar que se difundió por las iglesias de las comarcas circundantes” (Obreros Evangélicos, págs. 33, 34).
¡Esa es nuestra apremiante necesidad y responsabilidad! “Y para estas cosas ¿quién es idóneo?” (2Cor. 2: 16).
“No que seamos suficientes de nosotros mismos, . . . sino que nuestra suficiencia es de Dios” (2 Cor. 3:5).
La Cena Inesperada
Se relata el caso de una mujer que entró en una taberna y se acercó a la mesa donde estaba sentado su esposo bebiendo con algunos compañeros. Llevaba un plato cubierto que puso delante del esposo, diciéndole: “Pensé que estarías demasiado ocupado para venir a cenar, Juan, así que te traje la cena”. Luego salió, y el hombre dejó oír una risotada en la cual se notaba su molestia. Invitó a sus amigos a compartir su cena con él, y alzó la servilleta que cubría el plato. Para sorpresa suya, éste estaba vacío, pero había una nota que decía: “Espero que disfrutes de tu cena; es la que tu esposa e hijos tienen en casa”.
Sobre el autor: Presidente de la Unión Brasileña del Sur