Alguien ha dicho: “Toda verdadera predicación comienza con la predicación para uno mismo”. Eso es lo que he estado haciendo mientras preparaba este mensaje —hablando continuamente a mi propio corazón. En la historia de nuestro mundo nunca ha habido un mensaje como el que nosotros tenemos. Hemos sido llamados para presentar el último llamamiento de Dios a este mundo. La humanidad pronto tendrá que decidirse frente a las verdades que poseemos. Ciertamente nuestro mensaje —el mensaje final del segundo advenimiento— debe ser proclamado con mayor rapidez. Al volver la vista hacia el pasado, reconocemos que se han producido demoras a lo largo del camino. Podemos decir con el profeta de antaño: “Las sombras de la tarde se han extendido” (Jer. 6:4). ‘
Consideremos ahora el pasaje de Josué 7:10-13:
“Y Jehová dijo a Josué: Levántale; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, pues aun han tomado del anatema, y hasta han hurtado, y también han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.
Levántate, santifica al pueblo, y di: no podrás estar delante de tus enemigos, hasta tanto que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros”.
Recordaréis las circunstancias en que se pronunciaron estas palabras. Los hijos de Israel habían sufrido su primera derrota desde el comienzo de la conquista de Canaán. Fueron vencidos por los habitantes del pueblecito de Hai, situado en la zona montañosa que rodeaba a la cercana Jericó. Pocos días antes habían obtenido grandes y admirables «victorias. Primero se había producido el milagroso cruce del río Jordán, cuando se dividieron sus presurosas aguas, “y todo Israel pasó en seco”. Luego siguió la toma de Jericó, una de las fortalezas más poderosas de la tierra prometida. Jericó, era una ciudad amurallada inexpugnable. Reducirla constituía el primer paso en la Josué buscó a Dios fervientemente para obtener la seguridad de la dirección divina. Se le concedió tal seguridad. Fueron los ejércitos celestiales los que destruyeron las murallas de la ciudad. La conquista perteneció enteramente al Señor. El Todopoderoso había declarado:
“Yo he entregado en tu mano a Jericó”. La fortaleza humana era impotente ante esas macizas murallas de piedra, y la victoria se obtuvo únicamente a través del poder divino.
Después de esto, alentados por la victoria, los ejércitos de Israel se prepararon para tomar a Hai, una aldea. Esperaban una victoria fácil. Las grandes victorias alcanzadas habían llenado de confianza propia a los dirigentes israelitas. Confiaron en el brazo de carne. De hecho, Josué trazó planes para tomar sin buscar el consejo de Dios. Pero derrotados.
La razón De La Derrota
La humillante experiencia de Hai resultado de tres cosas:
1. Los dirigentes trazaron sus planes sin buscar el consejo divino.
2. Confiaron en las promesas de Dios, pero dejaron de cumplir sus condiciones.
3. Confiaron en sí mismos, en su propio poder.
Debido a su actitud la iniciativa pasó a manos de Satanás. No admira que todo el campamento se haya desanimado. En esta ocasión Dios le envió a Josué un mensaje positivo. Le dijo: “Levántate, ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha quebrantado mi pacto que yo les había mandado”. No era éste el momento para desesperarse y lamentarse. Era tiempo para la acción decidida y pronta. El programa divino de conquistas no debía ser retardado. No debía haber demoras en los planes que Dios había trazado para Israel.
La experiencia sufrida por los israelitas en Hai encierra una lección. Necesitamos estudiar y analizar las cosas que pueden estar retardando el programa de Dios para su pueblo en este período crucial para el movimiento adventista ¿Hay cosas entre nosotros que puedan estar? retardando la obra dé Dios? Nadie puede negar que ha habido retardo. La obra del Señor ha experimentado un retraso. Pero pareciera que el transcurso del tiempo no ha creado tanto un sentimiento de. solemnidad como de satisfacción. Estamos inclinados a enorgullecemos a causa de nuestras grandes realizaciones.
Compañeros en la obra, no es la distancia que hemos recorrido, sino la que todavía nos falta por recorrer, lo que debe preocuparnos. ¿Podría ser que nosotros, como dirigentes y como pueblo, estuviésemos en la misma posición delante de Dios como estaban Josué y el campamento israelita cuando Acán cometió su pecado y la confianza propia del pueblo detuvo la conquista de Canaán? La sierva del Señor establece el siguiente notable paralelo:
“La influencia que más ha de temer la iglesia no es la de aquellos que se le oponen abiertamente, ni la de los incrédulos y. blasfemadores, sino la de los cristianos profesos e inconsecuentes. Estos son los que impiden que bajen las bendiciones del Dios de Israel y acarrean debilidad entre su pueblo” (Patriarcas y Profetas, pág. 531, ed. PP).
Notemos esta expresión: “Cristianos profesos e inconsecuentes”. Su influencia entre el pueblo de Dios siempre mantiene alejadas las bendiciones de Dios y acarrea debilidad a toda la iglesia. Si hay tales personas entre nosotros, entonces es nuestro deber, nuestra responsabilidad, descubrirlos y encontrar un remedio. La inconsecuencia siempre restringe la influencia de Dios en nuestras vidas y obra. ¿Estamos mediante nuestra actitud impidiendo el derramamiento del Espíritu de Dios sobre la iglesia en este tiempo de la lluvia tardía? Que cada uno se pregunte a sí mismo: “¿Estoy viviendo mi religión? ¿Soy, como obrero, inconsecuente en esta hora crucial en la proclamación del mensaje adventista? ¿Poseo como ministro intelectualismo teológico, mientras mi espiritualidad es estéril? ¿Estoy más dispuesto para el trabajo activo que para la humilde devoción? ¿Estoy más ansioso de entregarme al servicio religioso exterior que en ocuparme en el trabajo íntimo del corazón?” A menudo desechamos esta clase de preguntas porque nos llenan de desasosiego. Pero esta cuestión es demasiado fundamental para desentendemos de ella. Acán ignoró la directa orden de Dios y acarreó el desastre sobre el campamento de Israel. Si realmente comprendemos la proximidad del fin del tiempo de gracia y del regreso de nuestro Señor, ¿por qué no logramos hacer más con nuestra religión personal? ¿Por qué el conocimiento de la verdad divina no logra una transformación más vital en nuestras vidas y obra?
Actualmente como nunca los obreros y los miembros de la iglesia están frente al grave peligro de hallar complacencia y satisfacción en esta vida. Con nuestras comodidades modernas, casas y artefactos, nos sentimos inclinados a disfrutar de las facilidades y goces que nos proporcionan. Dios debe conmovernos. ¡Qué tiempo solemne para vivir! ¡Pero qué tiempo terrible para vivir cómodamente mientras todo un mundo se precipita a la destrucción sin ser amonestado y sin preparación!
Nuestros obreros ya no tienen que soportar los sacrificios físicos de los pioneros. Rodeados como estamos de diversas protecciones denominacionales ¿no existe el peligro de que Satanás nos envuelva con un adormecimiento laodicense? Predicamos acerca de la venida de Cristo pero ¿nos estamos preparando cabalmente para encontrarnos con él? En vista de la hora crucial por que pasa este movimiento, una actitud de despreocupación constituye una afrenta contra Dios. No permitamos que lo externo constituya la suma total de nuestra religión.
“Los israelitas fueron inducidos al pecado, precisamente cuando se hallaban en una condición de ocio y seguridad aparente. Se olvidaron de Dios, descuidaron la oración, y fomentaron un espíritu de seguridad y confianza en sí mismos” (Id., pág. 490).
¿Dónde Estamos Colocando El énfasis?
A causa de las circunstancias que rodean nuestra denominación, tenemos que colocar el énfasis sobre la maquinaria de la organización —la maquinaria humana. Y esto especialmente desde que nos hemos convertido en una gran organización mundial. En una obra que continuamente está creciendo y expandiéndose, cada vez hay mayores exigencias que pesan sobre los recursos de la iglesia. Y cuanto más crezcamos numérica y financieramente, mayores serán esas exigencias. Ha de esperarse esto.
Sin embargo, cuando hemos hecho lo mejor de nuestra parte, aun tenemos que admitir nuestra insuficiencia humana, nuestra completa incapacidad para realizar nuestra tarea con las fuerzas humanas. Debiéramos encarar nuestra tarea mundial de una manera práctica y realista. ¿Pero cómo podemos ser realistas? Realismo válido es confesar nuestra impotencia y completa dependencia de Dios. Josué fracasó en este punto. En lugar de buscar la dirección divina y la ayuda de arriba, confió en un ejército bien preparado. Dios quedó afuera de sus planes. No esperó en Dios. Compensa esperar, hermanos, si estamos esperando en Dios.
“Bajo el ímpetu de la lluvia tardía, las invenciones de los hombres, la maquinaria humana, en algunos casos será barrida; los límites de la autoridad humana serán como cañas rotas, y el Espíritu Santo hablará a través del instrumento humano viviente con poder convincente. Nadie pondrá atención entonces para ver si las frases están bien construidas, si se respeta la gramática. El agua viva fluirá por los propios conductos de Dios” (General Conference Bulletin, 1895, pág. 183).
Otra vez pregunto: ¿dónde estamos colocando el énfasis? ¿No hay peligro de que se nuble nuestra visión en esta hora crucial? Es tan fácil que nuestras energías e ideas sean distraídas de su propósito y que cuestiones menos importantes absorban nuestros intereses y exijan nuestra atención. Hoy, como nunca antes, necesitamos poner las cosas que se espera que hagamos en sus posiciones relativas de importancia —debemos poner en primer lugar las cosas más importantes.
Reconocemos que la mano prosperadora de Dios ha estado sobre nosotros. Hemos experimentado un fenomenal crecimiento en el número de miembros durante las décadas pasadas.
Se nos ha dicho que en los Estados Unidos, en 1870, sólo una persona de cada 9.320 era adventista. Actualmente hay un adventista por cada 556 personas. Esto significa que la feligresía de nuestra iglesia ha aumentado, en los Estados Unidos, trece veces más rápidamente que la población como totalidad. Pero hay algo más revelador y significativo todavía. El crecimiento proporcional más rápido de nuestra feligresía ocurrió- entre los años 1870 y 1900. Después de esto, en lo que se ha llamado la década de la prosperidad, 1920-1930, el aumento proporcional descendió a sólo ocho por ciento; pero en la depresión que siguió, la década de 1930 a 1940, aumentó a 44 por ciento.
Durante la década de la guerra, 1940-1950, la proporción de crecimiento en la feligresía de la iglesia de nuevo disminuyó a menos de la mitad de la de los años de la depresión. Y actualmente nuevamente ha descendido a un ocho por ciento, o sea a menos de 1/6 del aumento proporcional experimentado durante los años de la depresión.
Esto apunta a un hecho innegable: la prosperidad material y la prosperidad espiritual no van juntas. ¿Podría ser que hoy la iglesia tenga gran necesidad de pasar por otra depresión económica para que nuestra preocupación se concentre en las cuestiones espirituales? Las depresiones económicas, las privaciones o las persecuciones no son deseables, sin embargo en tales circunstancias la iglesia de Dios siempre ha experimentado sus avances más notables. Los días de prosperidad y favor han demostrado ser los más peligrosos y a menudo han conducido a la apostasía y la derrota.
La Pauta De Las Misiones Está Cambiando
En las décadas pasadas se colocó un gran énfasis en el programa de las misiones mundiales. Pero hoy estamos frente a un mundo diferente. Los cambios cataclismos se suceden unos a otros con gran rapidez. En el término de unos pocos años la mayor parte de la humanidad ha cambiado su posición política. Han emergido tres agrupaciones mayores; un tercio de la humanidad está bajo el comunismo; un tercio está en el “occidente libre”; y aproximadamente otro tercio está en las asollamadas naciones neutrales. Asia ha sacudido el imperialismo centenario del occidente; África se pone cada vez más inquieta bajo la dominación colonialista; China ha surgido como potencia mundial, e India se ha tornado independiente.
Nuevas convicciones revolucionarias–se están posesionando de las masas, pertenecientes a las poblaciones no cristianas del mundo. Hay una violencia potencial en la creciente tendencia manifestada entre las naciones a enriquecerse los ricos y empobrecerse los pobres.
Frente a una nueva agresividad en el Este, al constante surgimiento explosivo del nacionalismo entre los pueblos de color, a un vigoroso reavivamiento de las creencias no cristianas, estimuladas hasta convertirse en llamas por los cálidos vientos del racismo, a la acelerada exigencia de reconocimiento y dirección en los asuntos mundiales, un interrogante’ surge de continuo en mi mente: ¿No habrá llegado el momento de volver a revisar la pauta establecida de nuestro programa misionero en relación con los actuales cambios cataclismos que ocurren en un mundo para cuya salvación hemos sido especialmente organizados? Por lo tanto, volver a estudiar las pautas cambiantes de nuestro programa misionero sería considerar factores que se encuentran tanto en el mundo como en la iglesia.
Tendemos a destacar los problemas humanos
Me parece que en nuestro ministerio existe la tendencia creciente a destacar los problemas humanos más bien que las verdades vitales concebidas “para aparejar al Señor un pueblo apercibido”. ¿Por qué esta tendencia se está difundiendo entre nuestros obreros? ¿Podría ser porque la vida moderna está llena de muchas y variadas complicaciones? Vivimos en medio de tensiones, violencias y píldoras calmantes. La popularidad de que gozan los psiquiatras y psicoanalistas es una buena evidencia del agitado y perturbado mar a través del cual pasan las multitudes de los países civilizados.
Nuestros ministros cada vez tienen que pasar más tiempo en resolver problemas personales de los miembros de sus iglesias. Los sermones destinados a la solución de problemas parecen estar a la orden del día. Pareciera que nuestros pastores, inconscientemente están utilizando los métodos de otras iglesias donde el énfasis se colocar en la psicología y en la oficina de asesoramiento pastoral. También es posible qué pasemos más tiempo tratando los problemas humanos y menos tiempo presentando el sencillo mensaje evangélico de salvación, que revitalizará el debilitado espíritu de nuestros creyentes. La predicación adventista es la que formará creyentes adventistas. Nuestros apreciados hermanos necesitan consejo y consuelo, pero también necesitan urgentemente a Cristo y la gloriosa esperanza de su pronto regreso.
Cierto ministro preguntó: “¿Cuándo seremos conducidos por la religión cristiana al Getsemaní más bien que al sofá del psiquiatra?”
En esta hora postrera hemos sido comisionados por Dios para preparar a un pueblo para la traslación. Cada sermón debe presentar algunos de los requerimientos del Dios eterno.
“El Señor está preparando a un pueblo para el cielo. Los defectos de carácter, la obstinación, la idolatría egoísta, la indulgencia en la crítica, el odio y la contención, deben ser alejados de su pueblo que observa los mandamientos” (Testimonies, tomo 4, pág. 180).
Nuestras inconsecuencias abren el camino a satanás para que él tome la iniciativa
Satanás está entorpeciendo la marcha de nuestro pueblo tal como lo hizo con Israel mediante Acán. Él quiere retardar la obra de Dios. Nada desea tanto como atrasar para siempre el derramamiento del Espíritu de Dios sobre la iglesia. Estamos acercándonos al momento en que Satanás procurará engañar al mundo, con su obra maestra. En este asalto final intervendrá toda estratagema que su inteligencia demoníaca puede inventar. Los principales sucesos finales ahora mismo ya están tomando forma.
La Biblia declara sin ambages que la venida de Cristo estará precedida por la “operación de Satanás, con grande potencia, ¿y señale?, y milagros mentirosos, y con todo engaño de iniquidad en los que perecen; por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por tanto, pues, les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira” (2 Tes. 2:9-11).
Hoy día, como nunca antes, se está cumpliendo esta profecía concerniente a la obra engañadora de Satanás. Un demonismo dinámico está trabajando en el mundo. Los espíritus obradores de milagros están invadiendo rápidamente las iglesias. Ciertamente ésta es una hora precursora de aquélla cuando la Babilonia moderna “es hecha habitación de demonios, y guarida de todo espíritu inmundo” (Apoc. 18:2).
Estamos en vísperas de ver a una nueva y más exaltada forma de religión barrer el mundo.
El extenso y casi universal interés en el espiritismo y su aceptación por parte de los cuerpos cristianos nominales, incluyendo la Iglesia Católica Romana, está preparando el camino para una religión mundial fundada sobre fenómenos psíquicos y mensajes de espíritus.
Como adventistas, no debemos suponer que no seremos afectados por estos crecientes engaños satánicos. El confesado propósito del enemigo es engañar si es posible aun a los escogidos.
El peligro representado por algunas sutiles enseñanzas engañosas que ahora están surgiendo de círculos religiosos y científicos es mucho mayor de lo que muchos creen.
Pablo escribe acerca de “los venideros tiempos” cuando “algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1).
“Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, transfigurándose en apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz” (2 Cor. 11:13, 14).
Exhibirán la máscara de los apóstoles de Cristo.
¿Como haremos frente a este gran engaño?
Estos engaños de los días finales serán descubiertos por la luz divina que emana de los tres mensajes angélicos. Estos mensajes basados en un “así dice Jehová”, tienen el propósito de exponer todos los engaños satánicos. Hemos de proclamar en voz alta estos mensajes distintivos. No es éste tiempo para que los heraldos de Dios encubran las claras verdades preparadas para esta importante hora. De ningún modo podemos nosotros como obreros predicar estos mensajes especiales de una manera que se parezca a la forma de enseñar que tienen tantas iglesias en la actualidad. Lo que ahora necesitamos es un valor indomable y una fe viva en Dios, valor de salir a intentar lo imposible, y una fe correspondiente para creer que Dios realizará lo imposible para nosotros.
He quedado profundamente impresionado al leer en el libro Los Hechos de los Apóstoles los pasajes referentes al sencillo pero directo y convincente testimonio de los primeros apóstoles y creyentes. Eran hombres y mujeres valerosos e indomables, cuyo interés preponderante era glorificar a su Señor y Salvador. Oraban pidiendo osadía, y predicaban con osadía. ¡Conqué lenguaje inflamado vertían sus ideas cuando daban testimonio por su bendito Señor! Su lenguaje quemaba porque ellos ardían. Hicieron frente a dificultades, persecuciones y muerte, pero avanzaron sin temor para conquistar en el nombre de Cristo. Comprendieron plenamente que su obra había sido trazada por el divino Proyectista. Sabían que no podrían triunfar dejando a otros la tarea de dar a conocer lo que Dios les había manifestado por revelación divina. Y así debe acontecer hoy. Nuestras oraciones, nuestros planes, no deben tender hacia condiciones más favorables, mayores garantías, caminos más fáciles, o menos dificultades, sino hacia la obtención de más poder, valor y fortaleza para enfrentarnos con los grandes y eternos acontecimientos de esta hora solemne.
Es necesario que en este tiempo surjan entre nuestros dirigentes, ministros y obreros, hombres que estén llenos de insólito poder de lo alto. Desde todo punto de vista debe producirse entre nosotros un notable surgimiento en el testimonio poderoso y efectivo. Nuestra gran necesidad es de más predicadores valientes, llenos de fervor y devoción apostólicos.
McCheyne, ese dirigente espiritual que antes de cumplir treinta años conmovió a Escocia con sus oraciones, hace más de un siglo, resumió lo que hemos dicho en párrafos anteriores, como sigue: “Dios no bendice tanto ningún otro talento como la semejanza con Jesús”. “Un santo ministro es una terrible arma en la mano de Dios” (Memoirs of McCheyne, pág. 95).
Mis compañeros en la obra, ¿podemos esperar tal manifestación de poder enviado por el cielo, que guíe al ministerio y a este pueblo a la experiencia del clamor en alta voz producido por la lluvia tardía, cuando tardamos y rehusamos andar en la luz y consejo que Dios nos ha concedido?
El siguiente es un consejo oportuno:
“Orad para que las poderosas energías del Espíritu Santo, con todo su poder vivificador, recuperador y transformador, caigan como un choque eléctrico sobre el alma paralizada, haciendo pulsar cada nervio con nueva vida restaurando todo el hombre, de su condición muerta, terrenal y sensual a una sanidad espiritual” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 100).
Nuestra consagración a la causa de Dios debe ser inconmovible en esta solemne y desafiante hora de la historia. No nos atrevamos a ser inconsecuentes en nuestra profesión de fe. La gracia y la verdad deben reinar en nuestros corazones —inspirando nuestros motivos y controlando nuestras acciones. Nuestras vidas deben esconderse cada día en Cristo y sumergirse en las profundidades del Amor Infinito. Quiera Dios ayudarnos a sentir la necesidad de una genuina re dedicación de corazón y propósitos a él. Que seamos capacitados por Dios para santificar nuestras vidas y las de nuestros creyentes para que more dentro de nosotros la excelencia de la gracia divina.