Era un sábado por la mañana, y una vasta congregación se había reunido para adorar en una de nuestras iglesias más grandes.

Se había anunciado que el presidente de la asociación hablaría en el culto de las 10.30. Había pasado muchos años en el campo misionero, y como era amigo mío, yo aguardaba con una expectación mayor que de ordinario el momento de escuchar un mensaje interesante e inspirador.

El reloj de la iglesia señaló exactamente las 10.30. Miré esperanzado hacia la puerta de la sala pastoral, esperando la aparición del pastor y sus acompañantes que ocuparían sus lugares en la plataforma. A las 10.35 se realizaron mis esperanzas. Todos estaban en sus sitios.

Los ejercicios de apertura acostumbrados se llevaron a cabo sin novedad. Todos los anuncios que aparecían en el boletín de la iglesia se leyeron cuidadosamente, se repitieron y se ampliaron. La campaña que se efectuaba en la iglesia ocupó sus buenos diez minutos. Después se presentaron anuncios de última hora. Finalmente se levantaron dos ofrendas: la que correspondía a ese sábado y otra destinada a una causa igualmente digna. Cuando se puso fin a todos estos preliminares necesarios, el reloj me acordó que eran las once y diez minutos. Me sentía algo inquieto. Estaba deseoso de escuchar al pastor.

Para mi gran desánimo, descubrí que aun en esa hora avanzada, “el fin no había llegado todavía”. Otros detalles debieron ser atendidos: cartas de traslado y la ordenación de un diácono. Temí que llegara la hora de cantar el himno final y el pastor no tuviera tiempo para presentar su mensaje. Mis temores resultaron excesivos, sin embargo, porque exactamente siete minutos antes de las once y treinta comenzó a hablar el orador. Como el pastor era un hombre discreto, en su discurso de siete minutos no hizo ninguna referencia a la demora sufrida. Las agujas del reloj marcaban exactamente las once y treinta cuando terminó de hablar.

. Me sentí defraudado. Personalmente, necesitaba todo el mensaje del pastor. Abandoné la iglesia con un secreto resentimiento contra las muchas cosas necesarias que habían ocupado el tiempo destinado al estudio de la Palabra. Esta es, para mí, la hora de culto más importante del sábado.

Afortunadamente, esta experiencia auténtica que hemos relatado es la excepción. Normalmente, como ministros, disponemos de más de siete minutos para nuestros sermones de los sábados. Sin embargo, en demasiadas iglesias las actividades ajenas a la predicación misma están ocupando cada vez más el lugar del estudio de la Palabra. Muchas cosas, buenas en sí mismas en una hora más oportuna, están ocupando los minutos que debieran considerarse sagrados para el estudio de la Palabra de Dios.

Que hacer para salvaguardar el tiempo del sermón

Visitar la iglesia de numerosa feligresía de cierta ciudad constituye siempre un motivo de gozo para cualquier predicador. Habiendo predicado muchas veces en ella, puedo hablar con objetividad. Como la mayoría de nuestros leales obreros, el pastor es un dirigente de iglesia consagrado y eficiente. Organiza anticipadamente todo lo necesario para el culto del sábado de mañana. Todos los participantes han sido avisados de antemano. No hay apuros de última hora. Cada persona que tomará parle recibe una copia del programa que se llevará a cabo, cuando pasa a la sala pastoral, pocos minutos después de la escuela sabática.

En esta iglesia el culto del sábado de mañana comienza a horario. No se quita tiempo al sermón. A la hora señalada los ministros ocupan sus lugares en la plataforma. Los miembros se han acostumbrado a esperar esa puntualidad, y ya están sentados con reverente expectación cuando comienza el servicio.

El pastor tiene un atrayente e informativo boletín de la iglesia. Contiene los anuncios regulares para la semana, y puesto que sabe que su congregación lee el boletín, no tiene necesidad de leer todo su contenido en la hora del sermón. En algunas ocasiones, ciertos anuncios especiales requieren énfasis o repetición, pero generalmente el pastor confía en el servicio que presta el boletín. No acepta avisos de rutina a última hora. Pide que todos esos avisos estén en la oficina de la iglesia el jueves en la mañana, o por lo menos, con tiempo suficiente para aparecer en el boletín.

La promoción de los diferentes planes de los departamentos tiene un lugar en el programa de la iglesia. No los descuidemos. Un buen sermón espiritual acerca de la Recolección o la educación cristiana puede ser tanto un acto de adoración y culto como un sermón sobre el nuevo nacimiento.

Sin embargo, he descubierto con el correr de los años que las diferentes campañas pueden ser efectivamente promovidas en otros momentos. El servicio misionero del primer sábado del mes, el servicio misionero semanal de diez minutos, la escuela sabática y la reunión de los MV, ofrecen oportunidades excelentes para dar énfasis a la obra de los diferentes departamentos Si trazamos planes cuidadosos, estas actividades no necesitan sufrir menoscabo ni ocupar el tiempo dedicado al estudio de la Palabra en el culto del sábado por la mañana.

Si hay algo especial que debe atenderse el sábado de mañana, como la presentación del informe de una comisión de nombramientos, cartas de traslado y otras cosas, me he percatado de que el pastor ajusta su programa de manera que se reduzca el tiempo de otra cosa que sea menos importante que el sermón. Si por alguna razón el orador del día debe ceder una parte de su tiempo, el pastor lo notifica con anticipación para que lo tenga en cuenta al preparar su mensaje.

En la Iglesia de el pastor evita hasta donde sea ‘posible recibir más de una ofrenda durante la hora del culto sagrado del sábado. Si es necesario recoger más de una ofrenda, generalmente se recibe junto con la ofrenda regular. Esto ahorra considerable tiempo y también evita dar la impresión a los visitantes de que tal vez demasiado tiempo del culto se dedica a los intereses financieros, en desmedro de los intereses espirituales.

El sermón es una parte importante del culto

La inspiración declara que los hombres se salvan “por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21). La predicación del sábado de mañana ocupa un lugar único en la vida de la iglesia.

En un sentido especial el Dios del cielo se reúne con su pueblo en esta hora de cita.

¿Cuánto tiempo debiera ocupar el sermón del sábado? No diré categóricamente que debe durar entre treinta y cuarenta y cinco minutos.

Algunas personas cuyo buen juicio respeto declaran que un predicador debiera condensar su mensaje y darlo en veinte minutos. Otros, cuya opinión valoro igualmente, creen que un pastor adventista lleno del Espíritu, con una preocupación por las almas, debiera alimentar provechosamente a su grey durante treinta y cinco o cuarenta minutos. A mí me parece que deben considerarse tanto la ocasión como el orador. Pero siempre debe haber tiempo suficiente para que el mensajero de Dios presente el mensaje especial que Dios tiene para ese día.

Debiera cuidarse celosamente este tiempo destinado al estudio de la Palabra de Dios. No debiera permitirse que nada apresure indebidamente la predicación de las Escrituras. ¡Dejemos que Dios hable! No apaguemos la voz del Señor con actividades incidentales, buenas y dignas de atención en otro momento. Démosle al predicador su debido lugar en el culto matutino del sábado.

Sobre el autor: Presidente de la División Sudafricana