Instrumento de peculiar sino decisiva importancia, es la voz para el predicador. La voz no hace al predicador, como “el hábito no hace al monje”; pero entre los factores que se conjugan para el éxito del predicador, el buen uso de la voz ocupa un destacado lugar después del primordial: la posesión del Espíritu Santo. Más aún, hará que la bendición del Señor sea acrecentada, pues como señala el espíritu de profecía: “Algunos arguyen que el Señor calificará por su Espíritu Santo al hombre, para que hable como él quiere que hable, pero el Señor no se propone hacer la obra que dio a hacer al hombre”.

El buen uso de esta facultad, que es privativa del ser humano, está subordinado a leyes científicas cuyo complejo estudio no pretendemos en forma alguna exponer aquí; sólo nos proponemos reunir y comentar algunos pensamientos de la pluma inspirada. Por ejemplo, dice ella: “Cuanto más íntimamente ande un hombre con Dios tanto más exenta de defectos será su manera de hablar, su porte, su actitud y sus ademanes”. La claridad de esta cita nos asombra. Desde luego, no supone ello que cuantos cuiden de su manera de hablar serán íntimos seguidores de Dios, pero sí que cuantos lo sigan cuidarán de su forma de hablar, lo cual es altamente significativo.

También se asevera: “En toda nuestra obra ministerial, debe dedicarse a la cultura de la voz más atención de la que se le presta. Podemos tener conocimientos, pero a menos que sepamos emplear la voz correctamente, nuestra obra será un fracaso”. ¿No es extraño, pues, que mientras el espíritu de profecía califica tan seriamente el uso de esta facultad, se le asigne por lo general importancia secundaria? Entre lo más medular que hemos hallado en los escritos de la Hna. White sobre este tema, queremos espigar y comentar algunas citas, desglosándolas en cuatro aspectos que hemos dado en llamar: la fisiología, la fonética, la estética y la ética, en el uso de la voz, lo cual no constituye ciertamente una clasificación científica, pero nos servirá igualmente para los fines del artículo.

La fisiología

 Señala la Hna. White en los Testimonios.

“Algunos de nuestros más talentosos predicadores se están haciendo mucho daño por su defectuosa manera de hablar… no deben ser hallados violando las leyes de Dios acerca de la salud y la vida. Por el ejercicio de los músculos abdominales… podrán conservar su vida y utilidad… A menos que los predicadores se eduquen en cuanto a hablar de acuerdo con la ley física, sacrificarán la vida y muchos llorarán la pérdida de ‘esos mártires por la causa de la verdad’, cuando el caso es que por seguir hábitos erróneos cometieron una injusticia consigo mismos y hacia la verdad que representaban… cometieron un lento suicidio”. Conviene recordar que la voz es un fenómeno audible producido por el uso adecuado de ciertos órganos del cuerpo, a los que llamamos órganos fonales. El pulmón es uno de ellos, el cual además de su función purificadora, cumple la de actuar de fuelle para expulsar el aire con la velocidad y presión adecuadas, accionado por músculos auxiliares.

La laringe es un órgano cartilaginoso ubicado a la altura del cuello, que tiene la facultad de subir o bajar, de acuerdo con las exigencias de su función vocal. Posee además un juego de músculos muy delicado, que puede poner en tensión o en distensión, una serie de piezas llamadas cuerdas vocales, las cuales, de acuerdo con su grado de tirantez, al pasar el aire producen los diferentes sonidos. Es sabido que cualquier cuerda en estado de tensión puede producir sonidos graves o agudos, ya sea que se halle en situación más o menos distendida. Así funciona la laringe. Y tal es el principio, también, de todos los instrumentos musicales de cuerda. Pero como en este caso interviene una corriente de aire, diríamos que el aparato fonal se asemeja a un instrumento de viento.

Los órganos resonadores, por último, dan al sonido su acabado definitivo. Un discurseé una pieza musical adquieren diferente colorido si son ejecutados en salas amplias -o reducidas; con público o sin él, etc., ¿y decimos que ésta? tienen mucha o poca acústica, buena o mala acústica. Así un determinado número, dé cavidades ubicadas alrededor de la laringe en la frente, en los pómulos, etc., confieren al sonido su timbre característico.

Fácil es comprender que. siendo estos órganos tan complicados y delicados, es de suma importancia mantenerlos en buen estado de salud para su uso correcto. Los resfríos, catarros y otras afecciones alteran la calidad de la voz.

La falta de sueño, la alimentación incorrecta, el uso desmedido de estos órganos, también la alteran. Una vida saludable es, en general, la mejor prevención para mantener dichos órganos sanos y activos.

Por lo demás, el hecho de que como pueblo de Dios y más aún, como predicadores, debamos estar a la cabeza en el conocimiento práctico de las leyes de la salud, nos obliga a no subestimar en forma alguna estos principios fisiológicos, a fin de poder prestar el servicio más digno y eficiente que nos sea posible.

La fonética

También sostiene la Hna. White: “Ningún hombre debe considerarse calificado para entrar en el ministerio, antes de haber vencido por esfuerzos perseverantes todo defecto de pronunciación. Dios pide un ministerio más elevado, más perfecto. El queda deshonrado por la pronunciación imperfecta… La verdad queda demasiado a menudo desfigurada por el conducto por el cual pasa. No se debe restar méritos a la verdad, comunicándola mediante una pronunciación defectuosa”.

Las palabras se componen de sílabas y éstas de letras. Cada sílaba tiene su valor fonético, el cual tenemos que darle y no otro. Cada sílaba tiene su lugar en la palabra y merece ser oída. Frecuentemente oímos suprimir las letras o las sílabas finales. Esto deforma las palabras y rebaja la calidad del idioma.  Otro error común es el de hablar con extrema rapidez. Tiene parecido efecto al de los chaparrones abundantes y rápidos de verano que dejan la tierra en la misma situación de aridez. Cierto profesor de oratoria decía que había que “masticar” cada sílaba, es decir, dejar de lado la pereza y usar nuestros órganos vocales con toda la eficiencia de que somos capaces, para que las palabras se oigan con toda claridad. Otro decía que cada sílaba debía ser un “martillazo”.

No hay razón alguna para hacer oír algunas y dejar otras a un lado.

La pronunciación distinta va en abono de la claridad y aun cuando el volumen no sea excesivamente alto, las sílabas más suaves pueden ser oídas a considerable distancia.

Detengámonos en estas citas: “Cuando habléis, sea cada palabra bien enunciada y modulada, cada frase clara y distinta, hasta la última palabra. Las palabras que vale la pena decir vale la pena de pronunciarlas con voz clara y distinta, con énfasis y expresión.  Los predicadores deben mantenerse erguidos, y hablar lenta, firme y claramente, tomando una inspiración completa a cada frase, y emitiendo las palabras por el ejercicio de los músculos abdominales deben disciplinarse en cuanto a articular clara y distintamente, dando su pleno sonido a cada palabra. Aquellos que hablan rápidamente, por la garganta, fusionando las palabras, y levantando la voz a un tono que no es natural, no tardan en enronquecer” (Obreros Evangélicos, págs. 92-94). Pero lo que juega un papel de extraordinaria importancia en la calidad fonética, es la forma como se procede a expeler el aire de los pulmones y como se lo obliga a interesar las cuerdas vocales. Tanto la Hna. White como los especialistas en la materia, llaman esto “respiración abdominal” y la “alta escuela” llama a la consecuente correcta emisión de la voz “impostación”.

Su estudio escapa a nuestros discretos conocimientos, pero es cosa sabida para los maestros de canto. ¿No podrían los profesionales de la voz, y fundamentalmente los predicadores, conocer cuando menos los rudimentos de esa técnica? Hemos hallado en la magnífica obra La Voz de Georges Canuyt, profesor de la Clínica de las Enfermedades de la Laringe de la Universidad de Estrasburgo, cuya lectura es de vital interés para los profesionales de la voz, esta oportuna reflexión: “Generalmente se acepta que para cantar es necesario aprender canto. El estudio de la voz cantada aparece como una necesidad. En cambio, el estudio de la voz hablada no parece indispensable… En la práctica podemos decir sin exagerar que el estudio de la voz hablada es algo inexistente. Tal resulta ser la simple verdad. Se considera a la palabra como un acto tan natural, una calidad tan difundida, que toda persona normalmente constituida debiera poseerla. Entonces cada cual habla como juzga conveniente… El resultado en semejantes condiciones es casi obligado: no se les oye, se fatigan y a su vez ellos cansan al auditorio”. Tal opinión está de acuerdo con las aseveraciones de la Hna. White, y hemos creído de interés incluirla.

La estética

He aquí algunas citas inspiradas para este acápite: “La capacidad de hablar clara y llanamente, en tono pleno y bien modulado… es una calificación indispensable en aquellos que desean ser predicadores… El que dirija estudios bíblicos en la congregación… debe poder leer con suave y musical cadencia que encante a sus oyentes. Los ministros del Evangelio deben saber hablar con poder y expresión, haciendo tan expresivas e impresionantes las palabas de vida eterna que los oyentes no puedan menos que sentir su peso” (Obreros Evangélicos, págs, 89, 90).

Aquí se introduce un elemento que trasciende al mero factor fisiológico; que es el trasunto de los sentimientos nobles y que imprime la emoción del predicador en su conducta exterior. “Tono bien modulado”. Nos agrada un paisaje lleno de accidentes: montañas y valles, cerros y lagunas, pequeñas hierbas y grandes árboles. Así, la modulación hace resaltar unas partes sobre otras, da énfasis a ésta, rodea de suavidad a aquélla; hace resonar unas, dulcifica otras. También acelera o retarda las palabras, añadiendo gracia a la composición. Ya que la modulación es como la melodía de la oratoria, siempre es bueno comenzar con tonos graves.

Los tonos muy agudos lastiman la sensibilidad. En Evangelismo, pág. 334, leemos: “La voz puede y debe ser modulada, enternecida y subyugada”. Una buena ilustración del valor de la modulación nos sugiere el profesor Héctor Pereira Suárez en su obra Hacia la Elocuencia, pág. 97: “Dígase a un bebé en tono muy cariñoso que es malo, feo, que se le va a castigar, etc., y se lo verá sonreír sumamente feliz; por otra parte, dígase con palabras muy ásperas que es una preciosidad, que se lo idolatra, y prorrumpirá en un llanto desconsolador”.

Pero no sólo es útil la modulación al orador religioso como expresión del sentimiento, sino que la técnica consciente en el uso de sus reglas hará de la predicación una pieza estéticamente armoniosa, dándole relieve y forma, canalizando el sentimiento místico de los oyentes hacia las más elevadas cumbres de la espiritualidad.

La ética

En Obreros Evangélicos, págs. 92, 94, leemos: “El dejar que la voz baje hasta que no se pueda oír, no es evidencia de humildad. El hecho de que un hombre se excite hasta un frenesí de ademanes no es prueba de que tenga celo por Dios”.

Aquí se presentan dos extremos. Es indudable que el volumen o fuerza empleado no es en sí mismo un asunto de ética, pero es presentado como manifestación de fementida humildad, celo, fervor u otras posturas. La ética de la oratoria sagrada constituye de por sí un extenso capítulo que escapa a los límites de este artículo y más se relaciona con el fondo que con la forma.

Pero también hay una ética en la forma de la predicación que recomienda prudencia, circunspección y mesura en el manejo de la voz.

Conclusión

Ciertamente, en disciplina tan difícil, no alcanzaremos la perfección a corto plazo. Pero es razonable aceptar que, si la voz es al predicador lo que el martillo al herrero, deberíamos tener una gran preocupación por su buena aplicación.

Ese pasaje tan conocido como Oportuno de Proverbios 25:11: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene, nos da la clave del inmenso valor que la Palabra de Dios atribuye al buen decir.

Hemos visto predicadores poderosos que hacen su obra con abnegación y cosechan hermosos frutos sin reunir muchas condiciones técnicas. Dios premia el mejor esfuerzo humano de esa manera. Pero no obsta eso para una mejor preparación. Se impone luego la pregunta: ¿Cuáles no serían sus éxitos si a esas magníficas virtudes hubiesen añadido la del buen decir? Un consejo de la sierva del Señor dirigido a los aspirantes al ministerio es harto oportuno también para los predicadores fogueados: “Esforzaos con determinación por hablar con perfección. Pedid a Dios que os ayude a lograr este gran objeto”.

Sobre el autor: Misionero de Rivera, Uruguay