Todos sabemos que el evangelismo es y seguirá siendo la tarea más urgente e importante que pueda realizar un siervo del Maestro. Esto es tanto más cierto en la actualidad que en los días de Cristo, porque la hora del fin se ha aproximado. “Los campos están blancos para la siega”, y es grande la obra que debe llevarse a un feliz término.

Por lo tanto, es el deber y el privilegio de cada obrero que trabaja al servicio de Dios cooperar con toda su fuerza en la salvación de las multitudes que viven en el pecado y que están condenadas a la muerte eterna.

Al hacer frente a esta necesidad tan imperiosa, ¿no debiéramos ser más fervientes e incansables en nuestros esfuerzos por llevar el mensaje a toda la humanidad? Es cierto que hay evangelistas fieles quienes con celo y valor se han consagrado de todo corazón al cumplimiento de su misión. Aun hay algunos que se están consumiendo en la realización de su tarea. Pero, hablando en términos generales, ¿estamos convencidos de haber hecho todo lo posible para salvar a las almas? ¿Arde vivamente en nuestros corazones la llama sagrada, transformándonos en ministros más eficientes de la Palabra? ¿Hemos recibido esa unción permanente del Espíritu de Dios con la cual todo nuestro trabajo será investido de poder? ¿Estamos satisfechos con los resultados obtenidos? ¿O debemos admitir que habríamos podido mejorarlos?

Es una triste realidad el hecho de que más de un obrero de nuestras filas, por una razón u otra, ha acortado su paso en la marcha del evangelismo. Ya no utiliza todos sus talentos para efectuar una labor perseverante y fructífera. Demasiados ministros, particularmente entre los que trabajan solos, parecen satisfacerse con resultados mediocres, olvidándose que todavía hay muchas gavillas que deben recogerse para el granero del Maestro. A éstos, en nombre de Dios, les decimos: “¡Reanimaos! ¡Id y cosechad! El Señor no os dejará trabajar solos”.

En nuestros viajes hemos encontrado a una cantidad de obreros que se encontraban en desventajas frente a sus deberes, y que no estaban satisfechos a causa del pobre resultado de sus labores. Cuando buscamos la razón de esta actitud mental, descubrimos que habían estado mirando a otros evangelistas que habían dispuesto de facilidades de que ellos carecían: salones grandes y bien situados, buenos presupuestos que les permitían realizar una activa propaganda, equipo moderno y varios ayudantes. “¡Ah! si a mí me dieran todo eso —suspiraba un obrero- yo también podría realizar un trabajo mejor y obtener resultados más satisfactorios. Desafortunadamente, el salón donde predico es demasiado modesto, mi equipo es limitado, mi presupuesto para evangelismo prácticamente no existe, y no tengo ni un ayudante. Bajo estas condiciones, ¿cómo pueden esperar que haga grandes cosas?”

Aunque es cierto que la organización responsable de la denominación debe reabastecer, si es posible más abundantemente, los fondos para el evangelismo, aunque también es verdad que tenemos que utilizar (en la medida de nuestras posibilidades financieras) los métodos de trabajo más perfectos, no es menos cierto que nunca todo el equipo deseado podrá ponerse a disposición de todos los obreros. Sin embargo, ninguno debiera desanimarse por esto. El Señor no necesita esos instrumentos materiales para promover su obra. Confía a cada uno de sus siervos un mensaje positivo, con la orden de marchar, que no deja lugar a la incertidumbre, a la duda o al desánimo. Le asegura a cada obrero, como a Gedeón: “Tú eres el hombre en quien confío para realizar esta obra. ‘Ve con esta tu fortaleza’; emplea en una causa más noble la fuerza que ahora utilizas para trillar el trigo”.

Cuando Dios llama a una persona a su servicio, al mismo tiempo la dota con todas las calificaciones necesarias para realizar su servicio. Queridos hermanos en el ministerio, seguid adelante, no con vuestro poder, sino con la fortaleza que habéis recibido del Señor, y el éxito será vuestro independientemente del ambiente que os rodea y de las circunstancias en que tengáis que efectuar vuestra labor.

Gedeón sabía bien que los requerimientos del llamado divino sobrepujaban su capacidad. Por eso exclamó: “Ah, Señor mío, ¿con qué tengo de salvar a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre” (Juec. 6:15). Pero Dios le aseguró: “Yo seré contigo”.

Cuando Dios es nuestro jefe, cuando él dirige la batalla levantando su estandarte delante de nosotros, debiéramos lanzarnos a la búsqueda de las almas y enfrentar sin temor al enemigo de la verdad sin preocuparnos innecesariamente por nuestro equipo. “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis quedos” (Exo. 14:14). Nuestro Padre celestial ha colocado a nuestra disposición los recursos inexhaustibles del universo para que los empleemos en el evangelismo. Nos asegura que Jesús nuestro Salvador obrará para nosotros. Él nos dirige en la batalla, y es la garantía de nuestra victoria. Jesús y el Espíritu Santo constituyen nuestros mejores instrumentos en nuestra obra por los perdidos.

En más de un país de la División Sudeuropea nuestros obreros deben realizar su labor ministerial bajo condiciones extremadamente difíciles y aflictivas. No se les permite predicar abiertamente el mensaje. No pueden alquilar salones para celebrar esfuerzos de evangelismo. Toda propaganda o publicidad está estrictamente prohibida. Sin embargo, la mayor parte de esos evangelistas están haciendo una obra noble y ganando almas.

Cuando visité uno de esos campos menos favorecidos, me hablaron de un evangelista. Había sido utilizado por Dios para ganar a 42 personas ese año. Hace poco tiempo el presidente de ese campo me informó que el mismo obrero —cuyas únicas armas de combate son su fe y su Biblia— había conducido a otras 46 personas a los pies de Cristo en 1958. Y su caso no es una excepción en ese país. Otro evangelista bautizó a 41 almas en un año. Otros bautizaron a 20 y 30 personas. Estos fieles siervos de Dios, sostenidos y ayudados por los fieles miembros de sus iglesias, siguen avanzando “con esta tu fortaleza”, y el Señor está con ellos.

En armonía con estos hechos, es bueno que consideremos las siguientes declaraciones de la mensajera del Señor:

“Es cierto que es necesario gastar juiciosamente dinero para anunciar las reuniones, y para llevar a cabo la obra de una manera sólida. Sin embargo, se notará que la fuerza de cada obrero reside, no en estos agentes externos, sino en una confiada dependencia de Dios, en la ferviente oración por ayuda, en la obediencia a su Palabra. Debe introducirse en la obra del Señor mucho más oración, mucho más semejanza a Cristo, mucho más conformidad a la voluntad de Dios. La apariencia externa y el despliegue extravagante de recursos no cumplirán la obra que ha de hacerse” (Obreros Evangélicos, pág. 359).

“La fortaleza humana es debilidad, la sabiduría humana es necedad. Nuestro éxito no depende de nuestros talentos o conocimientos, sino de nuestra conexión viva con Dios. La verdad queda privada de su poder cuando es predicada por hombres que tratan de ostentar su propio saber y habilidad. … Si hubieran ensalzado más a Jesús y enaltecido menos al ministro, si hubieran tributado más alabanza al Autor de la verdad y menos a su mensajero, ocuparíamos una posición más favorable delante de Dios que la que tenemos en la actualidad” (Testimonies, tomo 5, págs. 158, 159).

“El divino Hijo de Dios… nos ha demostrado que la oración es esencial para recibir fuerzas con que contender contra las potestades de las tinieblas, y hacer la obra que se nos ha encomendado. Nuestra propia fuerza es debilidad, pero la que Dios concede es poderosa, y hará a todo aquél que la obtenga, más que vencedor” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 263).

Todas estas enseñanzas de la pluma de la sierva del Señor nos muestran lo que es esencial para un ministerio fructífero. No son los medios exteriores —presupuestos, equipo, o sabiduría humana— los que tienen más importancia. Lo que importa es que estemos dispuestos a proseguir adelante, bajo circunstancias favorables o desfavorables, con el poder que hemos recibido de Dios. Un ministerio bendecido y mucho fruto serán el resultado de una santa apacible y profunda comunión con el Salvador.

Sobre el autor: Presidente de la División Sudeuropea.