Es únicamente la obra realizada con mucha oración… la que al fin habrá resultado eficaz para el bien” (El Deseado, pág. 315). En ninguna otra obra se cumple esto con tanta exactitud como en la obra de ganar almas para Cristo. El milagro del nuevo nacimiento puede ocurrir únicamente mediante la gracia divina. Ningún obrero que trabaja por las almas puede esperar resultados duraderos a menos que, con ayuda de la oración, eche mano del poder divino.

“El factor humano más importante en el evangelismo es la ORACION… Ha habido grandes reavivamientos sin mucha predicación, y ha habido grandes reavivamientos sin ninguna organización, pero nunca se ha realizado un verdadero reavivamiento sin mucha oración”, dice R. A. Torrey en “El lugar de la oración en el Evangelismo” (Fundamentals, tomo 12, pág. 97).

Fue mucha oración lo que produjo tres mil decisiones en el día de Pentecostés. La oración determinó el éxito de Pablo como ganador de almas. El apóstol dijo: “Sin cesar me acuerdo de vosotros siempre en mis oraciones” (Rom. 1:9).

El poderoso reavivamiento que se efectuó bajo la dirección de Jonatán Edwards en el siglo XVIII comenzó con su “Llamado a la Oración”. Fueron esas oraciones proferidas junto a parvas de paja las que enviaron a Adoniram Judson a Birmania como una antorcha encendida. En sus reuniones de reavivamiento, en las que cien mil personas se unieron a la iglesia, el mismo Charles Finney atribuyó su éxito a sus compañeros de oración y al espíritu de oración que imperó en sus reuniones. En nuestros días, Billy Graham atribuyó a la oración el éxito alcanzado en su campaña de Nueva York. “La oración eficaz y ferviente de un hombre justo [todavía] vale mucho” en la obra de salvar almas, en la que el poder del hombre vale tan poco.

Si los sacerdotes, en el cumplimiento de sus solemnes deberes en los servicios del santuario, * se movían rodeados por una nube de incienso, cuánto más importante es que el ministro realice su obra para Dios en una atmósfera de oración. Sin embargo, muchos están muy ocupados con las actividades de la iglesia y otras buenas obras, y no dejan tiempo para llevar una vida de oración, con el consiguiente peligro para sus almas.

La oración en la Biblia

Las Escrituras están llenas de ejemplos de oración y de su valor para la ganancia de almas. Damos una corta lista de algunos casos:

Gén. 18:23-33             Abrahán oró por la salvación de Lot en Sodoma.

Exo. 32:31-33             Moisés oró por la salvación del pueblo después de su pecado de adoración del becerro de oro.

Job 42:10                    Job oró por sus amigos.

1 Rey. 18                     Elías oró por la restauración del culto del verdadero Dios.

2 Crón. 7:14                Dios prometió perdonar el pecado y sanar a la tierra en respuesta a la oración.

Luc. 3: 21, 22              Jesús oró en su bautismo y el Espíritu Santo lo ungió.

Luc. 6: 12, 13              Jesús oró antes de elegir a sus discípulos.

Mat. 14:23                   Jesús oró por su congregación.

Luc. 5: 15, 16              Jesús se apartó de la multitud para orar.

Luc. 22: 32, 33            Cristo oró por Pedro para que su fe no faltara.

Juan 14:16                   Jesús oró para que otro Consolador ayudara a sus seguidores.

Juan 17                        Jesús, oró por sus seguidores hasta el fin del tiempo.

Mat. 26:36                   Jesús oró por sí mismo en Getsemaní antes de hacer su sacrificio por la salvación del mundo.

Luc. 23:42                   La sencilla oración del ladrón en la cruz motivó su salvación.

Hech. 1:14                   Los discípulos persistieron en la oración antes de recibir el Espíritu Santo.

Hech. 2:42                   La iglesia primitiva oraba diariamente en los hogares.

Hech. 3:1-8                 Pedro y Juan fueron al templo a la hora de la oración y el cojo fue sanado.

Hech. 9:11-18             Pablo oró y le fue devuelta la visión.

Hech. 12:5                   La iglesia oró por su predicador más poderoso.

Hech. 16:25-33           Pablo y Silas oraron en la prisión y el carcelero se convirtió.

1 Tim. 2:1                   Pablo dijo que debíamos orar por todos los hombres.

En la siguiente declaración de F. D. Whitesell se sugieren tres valiosos pasos para garantizar el poder del Espíritu de Dios en una reunión:

“Primero, puede levantarse el domingo con suficiente anticipación para orar por lo menos durante una hora en favor de sus mensajes y de la obra a realizar en ese día. Puede orar pidiendo el poder divino y el ungimiento del Espíritu mientras predica, por la entrega del corazón y la voluntad de la gente, por la derrota de Satanás, y por la salvación de las almas y la edificación de los santos. Segundo, puede reunirse con sus diáconos o su Círculo de Oración durante quince minutos antes de la reunión. Tercero, puede enseñar a los miembros de su grey a orar por él mientras predica. Pueden levantarlo mediante la oración, y debiera enseñárseles que es su responsabilidad hacerlo” (The Art of Biblical Preaching, pág. 87).

El motivo en la oración

El mayor objetivo de la oración es la eterna salvación de las almas. Debe respaldar las oraciones por este fin una concepción acertada del valor de la salvación de un alma, y de lo que significa para un miembro de la grey estar perdido. Estos son los puntos que están en juego en los llamados para obtener decisiones para Cristo. El pastor, conociendo la grave alternativa de la salvación o la perdición, no puede dejar de orar fervientemente.

“¿Quién puede estimar el valor de un alma? Si Queréis, saber su valor, id al Getsemaní, y allí, velad con Cristo durante esas horas de angustia; cuándo su sudor era como grandes gotas de sangre. Mirad al Salvador pendiente de la cruz. Oíd su clamor desesperado: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ (Mar. 15:34). Mirad la cabeza herida, el costado atravesado, los pies maltratados. Recordad que Cristo lo arriesgó todo. Por nuestra redención el cielo mismo se puso en peligro. Podréis estimar el valor de un alma al pie de la cruz, recordando que Cristo habría entregado su vida por un solo pecador” (Lecciones Prácticas, pág. 180).

Debido a la gran importancia de estas decisiones, es imprescindible que la apelación se haga en el espíritu de Cristo. El ministro debe sentir, tan profundamente como pueda sentirlo un mortal, la solemne responsabilidad que tiene como embajador de Cristo, “como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). Dios debe hablar a los hombres a través de otros hombres. El pastor debe exhortarlos con todo el fervor del Salvador. Tales llamamientos no pueden hacerse sin tener antes oraciones fervientes que los respalden.

El llamamiento del ministro

Comprendemos que el corazón del predicador debe estar condicionado por la oración antes de hacer un llamamiento. Pero no olvidemos de orar para que los corazones de los oyentes también estén condicionados para responder al llamamiento. La congregación debiera sentir que el pastor no es sólo un hombre que habla a sus semejantes, sino Dios que habla a través de los labios humanos, invitándolos a elegir la vida eterna en lugar de la destrucción. Su destino pende en la balanza. Están decidiendo en favor o en contra del Señor. Hacer un llamamiento de esta clase en el lugar de Cristo es tener éxito —aun en el caso en que nadie responda en el momento.

Rodeado de la atmósfera de oración, el pastor puede hablar con libertad, sin compulsión, porque la autoridad de Jesús respalda su llamamiento. El que no se decide se enfrenta con él. A él le da la respuesta.

La oración ayuda a la gente a decidirse

¿Perdemos decisiones para Cristo por falta de oración? Jesús oró por la conversión de Pedro (Luc. 22:31, 32). En efecto, la oración fue un llamamiento. Cuán confiado estaba nuestro Señor en que Pedro respondería afirmativamente. El llamamiento, y el impulso positivo que despertó en Pedro, nunca fueron olvidados.

Acerca de los “que están muertos en transgresiones y pecados”, Elena G. de White dice: “Que vuestras fervientes oraciones ablanden sus corazones, y los conduzcan en penitencia ante gel Salvador” (Evangelism, pág. 22). El orar con la gente a menudo tiene la virtud de ablandar los corazones endurecidos; vence los obstáculos; destruye los prejuicios. La sierva del Señor aconseja:

“Cuando os encontráis con los que, como Na            tanael, tienen prejuicios contra la verdad, presentáis con demasiada fuerza vuestros puntos de vista peculiares. Hablad primero con ellos acerca de cosas en las que podéis concordar. Inclinaos con ellos en oración, y con fe humilde presentad vuestras peticiones ante el trono de la gracia. Tanto vosotros como ellos seréis llevados a una estrecha conexión con el cielo, se debilitará el prejuicio, y será más fácil alcanzar el corazón” (Historical Sketches, pág. 149).

Este consejo se aplica ya sea que se trate de un grupo numeroso o de un contacto personal. La oración cambia las cosas. La oración cambia a la gente. Desbarata las objeciones y da fuerza para hacer decisiones. “No basta predicar a los hombres; debemos orar con ellos y para ellos” (Evangelism, pág. 641).

La Hna. White dice, en una carta escrita en 1895: “Orad con estas almas, colocándolas por la fe al pie de la cruz; conducid sus mentes juntamente con vuestra mente, y fijad el ojo de la fe donde contempláis a Jesús, el que lleva el pecado. Conducidlos a desviar su mirada de sus propios seres pecaminosos dirigiéndola hacia el Salvador, y la victoria será ganada” (Evangelismo, pág. 222).

Jesús oró en voz alta delante de la multitud (Mat. 14:19). Mientras ponía a la gente en contacto con Dios mediante sus palabras, debió impresionar a muchos a hacer decisiones para la eternidad. Jesús no predicó en la cruz. Oró: “Padre, perdónalos” (Luc. 23:34). No podemos valorar los resultados, pero el ladrón respondió y dijo: “Acuérdate de mí” (vers. 42), y el centurión exclamó convencido: “Verdaderamente este hombre era justo” (vers. 47).

El Pentecostés y el derramamiento de la lluvia temprana fue el resultado de mucha oración. La lluvia tardía vendrá únicamente después que la vida y el ministerio de los apóstoles de hoy experimenten un reavivamiento pentecostal. ¿Qué estamos haciendo para lograrlo, hermanos? Oremos sin cesar para que, a medida que trabajamos para Cristo, los corazones de los seres humanos se convenzan y se conviertan, para que así se apresure la venida de Jesús. Entonces todos podremos ir con él al hogar celestial y vivir eternamente.

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Sur de California.