Los sinceros creyentes en la Palabra de Dios a menudo difieren en su interpretación de la creación. Pero los adventistas pueden clasificarse como creacionistas especiales, opuestos a la idea de la evolución a partir de la semana de la creación de cualesquiera tipos básicos de plantas y animales. Conviene añadir algunas explicaciones adicionales al pensamiento adventista a fin de aclarar más su posición, porque hoy campean varias clases de creacionismo. Una clasificación general pondría a los adventistas en el grupo de los fundamentalistas. Sin embargo, desde el punto de vista del problema de los orígenes, se han agrupado con „ una pequeña minoría de los fundamentalistas debido a su creencia en que los días de la semana de la creación fueron días solares de 24 horas, como los días de hoy. Los fundamentalistas en general, actualmente se desplazan hacia una especie de ‘‘creacionismo progresivo”, que sostiene que los días de la semana de la creación fueron períodos geológicos, cada uno de los cuales consistió en millones de años. De esta manera, en lo que se refiere a la duración del pasado, la mayor parte de los fundamenta- listas se están plegando a las filas de los evolucionistas.
Los hombres de ciencia adventistas conceden que la Biblia no es, y no pretende ser, un texto científico. Es esencialmente un libro que les dice a los hombres cómo conducirse en esta vida y cómo prepararse para la vida futura. Y sin embargo todo pensamiento expresado en la Biblia es verdadero. Jesús, quien declaró que él era el camino, la verdad, y la vida (Juan 14:6), dijo de la Biblia: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
Los adventistas creen que las declaraciones de las Escrituras deben tomarse en su sentido llano, a menos que la evidencia interna indique que alguna parte deba entenderse figuradamente. Según la inspirada Palabra de Dios, los numerosos tipos básicos de seres vivientes con toda su complejidad surgieron a la existencia por la orden de Dios durante la semana de la creación. El relato de los orígenes dado en el primer capítulo del Génesis proporciona todas las evidencias necesarias que autorizan a entenderlo literalmente, y que indican que los días de la semana de la creación fueron días de 24 horas. Los sólidos principios de la interpretación bíblica. requieren que aceptemos este “día” como un día común.
En los pasajes del Antiguo Testamento donde la palabra yom se asocia con un número definido, siempre se emplea para indicar un día de 24 horas. Así las expresiones “día segundo”, “día tercero”, y las demás, muestran claramente que se trataba de días comunes. La misma idea se repite en la expresión “la tarde y la mañana”. Si estos días hubieran sido períodos geológicos, y cada uno se hubiera dividido en una parte clara y en otra oscura, entonces el sol, que fue creado “para que señorease en el día”, habría brillado continuamente sobre la tierra durante muchos años, sin ponerse, y los vegetales habrían muerto durante el extenso período de oscuridad que habría seguido a su creación. Las plantas aparecieron en el tercer día, pero los innumerables ejemplares que dependen de los insectos para su polinización se habrían extinguido antes que éstos, que fueron creados en el quinto día, pudieran cumplir la función polinizadora vital para las plantas. Estos, y otros puntos de evidencia interna que aparecen en Génesis 1 establecen claramente para los adventistas que los días de la semana de la creación no pudieron ser períodos geológicos, sino días de 24 horas de duración.
Escuelas del pensamiento evolucionista
Para comprender las diferencias existentes entre las creencias de los adventistas y las de los evolucionistas, es necesario comprender primero que hay muchas escuelas del pensamiento evolucionista. En efecto, raras veces dos evolucionistas concuerdan en los aspectos históricos de sus teorías.
1. Los evolucionistas ateístas o mecanicistas pretenden creer que en nuestro universo no existe otro poder fuera del de las leyes y los procesos naturales. La materia se creó a sí misma, y evolucionó por sí misma del caos al cosmos y de lo simple a lo complejo, guiada por el ciego azar.
2. Los evolucionistas deístas creen que una Inteligencia racional creó la materia prima y’ estableció los procesos y las leyes que la regirían, y que después se desentendió de su obra, dejando el desarrollo de las cosas que vemos hoy a la evolución impersonal, fortuita. En su opinión, esa Inteligencia no tiene el mínimo interés en nuestra tierra o en sus habitantes.
3. Los evolucionistas teístas y los adventistas creen lo mismo en lo que se refiere al teísmo. Ambos aceptan la inspiración de la Biblia y creen que Dios creó nuestro mundo y la vida que hay en él. Ambos creen que las leyes naturales son manifestaciones del poder sustentador de Dios. Pero difieren en lo que concierne a la duración de los días de la semana de la creación y en la forma como fueron creados los seres vivientes. Los evolucionistas teístas creen que los días de la creación fueron períodos geológicos, y que Dios formó la complejidad actual que se advierte en los animales y las plantas a través de procesos evolutivos. Para ellos, el hombre desciende de los animales y fue adoptado por su Creador después de haber alcanzado el nivel del hombre actual. Para los adventistas, el hombre fue creado del polvo, como hijo de Dios (Gén. 2:7; Luc. 3:38). Para los evolucionistas teístas, el hombre, por herencia, es una bestia, una bestia noble, mientras que para el adventista el hombre por su herencia es un miembro creado de la familia de Dios, y no tiene ni una gota de sangre “animal” en su cuerpo. Cristo no murió para salvar a una bestia noble, sino para redimir a un ser caído, creado del polvo a la imagen de Dios.
Los hombres de ciencia adventistas creen que una de las razones por las cuales la Biblia le fue dada al hombre fue para proporcionarle ciertos hechos básicos que posiblemente no habría podido descubrir por sí mismo. El problema del origen de las plantas y los animales no se puede dilucidar con ayuda de los experimentos de laboratorio. Tampoco puede demostrarse por ese medio la evolución de los tipos básicos ni su creación. Por lo tanto, Dios le dijo al hombre que su origen se debía a una creación especial. En la solución de todos los problemas de la ciencia que no son aclarados por la revelación bíblica, los hombres de ciencia adventistas de mente amplia utilizan los mismos métodos científicos usados por sus colegas evolucionistas.
Los evolucionistas, mal orientados por una confusión mental respecto a la diferencia que hay entre la verdadera ciencia empírica y la ciencia especulativa, sostienen que los creacionistas “deben rechazar los descubrimientos científicamente establecidos” a fin de adherir a la teoría de la creación especial. Para que un fenómeno pueda calificarse de descubrimiento científico completamente establecido, debe ser susceptible de ser demostrado en el laboratorio. Los hechos fríos indican que ningún renglón de la ciencia empírica, demostrable, está en conflicto con la teoría de la creación especial. Pero cuando entramos en los dominios de la ciencia especulativa, esto es, cuando llegamos a la explicación de hechos científicamente establecidos, cabe más de una interpretación razonable, ¿y quién posee la autoridad para decir cuál es la correcta?
Los evolucionistas comúnmente pasan por alto esta situación. La mayor parte de los hombres de ciencia de la actualidad son evolucionistas, y esa mayoría les da confianza hasta tal punto que llegan a ser autocráticos y dogmáticos en sus creencias, a un grado en que repiten la misma situación que determinó el advenimiento de la Edad Media. En esa triste época unos pocos individuos se erigieron en autoridades, y lo extraño es que los estudiantes de esos días acataran servilmente su parecer y se postraran respetuosamente ante la declaración dogmática: “¡El maestro lo ha dicho!” En aquellos tiempos hubo un estancamiento en el conocimiento debido a una falta de actividad intelectual.
Es interesante advertir que esas autoridades autocráticas de esos días se denominaban a sí mismas creacionistas especiales, y esos eruditos del pasado en la actualidad son severamente criticados por los evolucionistas debido a su exigencia de respeto para sus inexactas opiniones, que pretendían erigir en autoridad inapelable. Pero la tragedia de hoy consiste en que los evolucionistas modernos a su vez tienen una fe dominante en sus propias explicaciones particulares de evidencia subjetiva, al punto de exigir que todos acepten sus explanaciones de los descubrimientos científicos.
Si los estudiantes no aceptan la fe evolucionista, pero eligen la explicación creacionista en su lugar, son considerados como no científicos por los evolucionistas, y son calificados de ingenuos. Y en ciertos países, no pocas veces han rehusado admitirlos a los grados académicos en las escuelas avanzadas. Esta desafortunada exigencia de los evolucionistas para que todos los estudiantes acepten su interpretación, basada en evidencias subjetivas, del problema de los orígenes, con toda seguridad ocasionará un regreso del estancamiento intelectual de la Edad Media —o una revolución filosófica.
Cuando el evolucionista declara que los partidarios de la creación especial “rechazan los descubrimientos científicos completamente establecidos” a fin de adherir a su teoría (véase Theodosius Dobzhansky en Genetics and the Origin, of Species, 1951, 3a. ed., pág. 11), olvida que las explicaciones evolucionistas de los descubrimientos científicos no pueden calificarse de “descubrimientos científicos completamente establecidos”. Este calificativo puede aplicarse únicamente a artículos de evidencia empírica, demostrable. En cambio, no hay un solo caso en que estos datos disientan de las enseñanzas de la Biblia. El Dios de la naturaleza y el Autor de la Biblia son un mismo Ser; por lo tanto, la Biblia y la naturaleza tienen que concordar. El hecho de que la Biblia y la ciencia demostrable en efecto concuerden, es una de las razones que apoyan la fe adventista en la inspiración de las Escrituras. El único conflicto entre la Biblia y la ciencia se presenta en el campo de las partes especulativas de esta última. En las exigencias de los hombres de ciencia que ocupan destacadas posiciones, tendientes a hacerles abandonar la idea de una creación especial y a hacerles aceptar el origen animal del hombre, los adventistas ven la sutil influencia del dios del engaño. Los hombres de ciencia evolucionistas modernos son sinceros, pero están engañados.
Debido a que muchos excelentes eclesiásticos se cuentan entre los evolucionistas, algunas veces oímos decir que en realidad no tiene importancia, desde el punto de vista religioso, que seamos evolucionistas o creacionistas especiales. Sin embargo, el creer en la evolución y en sus enseñanzas acerca del origen animal del hombre, nos pone directamente contra la clara enseñanza bíblica, según los pasajes de Génesis 1 y de Lucas 3:38 —declaraciones que enseñan llanamente que el hombre no evolucionó a través de las bestias, sino que, como ya se hizo notar, fue creado como hijo de Dios, directamente del polvo. De modo que, a la luz de las Escrituras, la enseñanza del origen animal del hombre supondría la perpetuación de una mentira, y leemos en Apocalipsis 22:15 que “cualquiera que ama y hace mentira” se encontrará fuera de la ciudad de Dios cuando se haga la separación final.
Variedades, pero no nuevos tipos básicos
Entre los sostenedores de la creación especial, en la Edad Media, se contaban los eruditos que enseñaban en las grandes universidades de Oxford, París y Leipzig. Estos hombres enseñaban que la doctrina del Génesis acerca del funcionamiento reproductivo de los organismos era de tal naturaleza que no admitía el desarrollo de variedades dentro de las “especies” del Génesis. Esta interpretación de una extremada fijeza de la “especie” del Génesis todavía era enseñada en la Universidad de Cambridge por el año 1831, cuando Carlos Darwin se graduó en el curso teológico de esa escuela. Entre los evolucionistas modernos existe la opinión común de que también los creacionistas de la actualidad creen en esa extrema fijeza de la naturaleza.
Cuando un evolucionista que tiene esta opinión oye a un creacionista asegurar que cree en el origen de nuevas variedades entre las plantas y los animales, el primero proclama que con esa creencia el creacionista se está haciendo evolucionista. Sin embargo, esta conclusión revela que el evolucionista debería pensar con algo más de profundidad, porque el desarrollo de nuevas variedades no significa el desarrollo de nuevas “especies” según el Génesis, es decir, de nuevos tipos básicos de organismos. Se ha hecho una amplia investigación sobre las variaciones entre las plantas y los animales, y ahora todos los biólogos bien informados saben que en ningún caso esos procesos de cambio pueden originar un nuevo tipo básico. Por su parte, el evolucionista cae en el ámbito de la fe cuando cree que, si se le da el tiempo suficiente, los procesos de variación podrían producir una evolución de nuevos tipos. Esa fe lo induce a rechazar todos los métodos pie buscan establecer la edad de las rocas y de los materiales orgánicos que no pueden forzarse a indicar que han pasado vastos períodos de tiempo desde el momento cuando la vida apareció por primera vez sobre la tierra. Todos los estudios hechos acerca de las mutaciones han servido para demostrar la verdad expuesta en el Génesis, de que cada tipo básico —la “especie” del Génesis— siempre produce nuevos individuos que pertenecen incuestionablemente al tipo de sus padres. Los evolucionistas colocan mal su fe, porque es evidente que en la naturaleza no hay mecanismos mediante los cuales un tipo básico de organismo puede producir otro nuevo tipo básico.
Este hecho plantea un tremendo problema a los evolucionistas, y cuando se les exige una explicación, dicen que el estudiante debe acudir al terreno de la paleontología para hallar una evidencia real de la evolución de nuevos tipos básicos. Sin embargo, cuando vamos a la paleontología para encontrar esa evidencia, las autoridades en la materia nos dicen que la misma discontinuidad existente entre las formas vivientes, que hace imposible demostrar la evolución, también existe entre los fósiles. Para el creacionista es muy satisfactorio encontrar un acuerdo tan estrecho entre la historia del origen y de la forma de propagación de los seres vivientes, según es dada por el Génesis, y el verdadero funcionamiento reproductivo de los fósiles y de las formas vivientes. No sólo se reprodujeron, sino que todavía siguen reproduciéndose según su “especie”. No existe ninguna evidencia real de que se han desarrollado nuevos tipos básicos.
Debido a que los evolucionistas creen que grandes períodos de tiempo podrían hacer posible la evolución de nuevos tipos básicos a través de las mutaciones naturales, es comprensible que procuren descubrir evidencias naturales que afirmen el transcurso de millones de años desde la formación de nuestra tierra. Este deseo que impregna sus pensamientos los ha inducido a rechazar las evidencias que testifican de que nuestra tierra tiene sólo unos pocos miles de años de edad. Sustituyen tales evidencias por los relojes radiactivos, cuyos datos. cuando se interpretan a la luz de ciertos supuestos indemostrables, sugieren una edad de varios miles de millones de años para nuestro planeta. Los resultados que obtienen los evolucionistas con sus métodos del uranio 238 y el carbono 14, que son científicamente inexactos, forzosamente tienen que ser erróneos.
Los creacionistas se admiran de que los mismos evolucionistas que piden una aproximación receptiva a todos los fenómenos naturales, permitan que su creencia en la evolución cierre sus mentes a tal punto que no reconozcan la naturaleza incomprensible e injustificable de las suposiciones que constituyen la base de todas sus determinaciones de la edad del planeta. Prácticamente todos los hombres de ciencia adventistas reconocen hoy que no hay ninguna necesidad natural para suponer que aun la materia prima de nuestra tierra tiene más de siete mil años. El relato bíblico del origen y el desarrollo de la raza humana no necesita más de eso.