El ideal de todo ser humano, al llegar a la edad adecuada, es formar un hogar feliz, alcanzar la realidad de los sueños rosados del noviazgo, para vivirlos en unión con la persona escogida por su corazón a través de los años de vida que el Señor les conceda.
Es un ideal justo, razonable y cristiano. Dios mismo instituyó el matrimonio cuando expresó en el Edén que “no es bueno que el hombre esté solo; haréle ayuda idónea para él” (Gén. 2:18) y el Señor Jesucristo lo reafirmó al asistir a las bodas de Caná de Galilea y hacer el primer milagro (Juan 2:1-11).
Cierto comentarista dijo que “el hogar es la primera línea de defensa contra los enemigos tanto internos como externos. Si el hogar no es gobernado por principios morales cristianos, las fuerzas morales habrán sufrido su más tremenda derrota”.
Por ser tan importante esta institución creada por Dios, no sólo deben hacerse razonados y concienzudos preparativos previos, sino también entrar por los portales de esta nueva experiencia de la vida con el beneplácito y la aprobación del Altísimo.
De ahí que, juntamente con el ideal de la formación del hogar, todo cristiano que comprende sus deberes y privilegios solicita que un pastor realice la ceremonia de enlace al llegar el día de la feliz unión.
Y tan grande es este anhelo, que algunas veces los pastores se ven en aprietos y pasan momentos difíciles frente a pedidos que no pueden ni deben cumplir. Otras veces se hallan frente al dilema de qué hacer en situaciones desacostumbradas, que no son comunes o de rutina, lo que llamaríamos ceremonias nupciales especiales.
Saber qué hacer o qué no hacer, o cómo proceder en tales casos es lo que motivan estas líneas, las que no pretenden sentar doctrina, sino presentar orientaciones basadas en la experiencia. Y, al efecto, para no exponer sólo el criterio del que escribe, fueron consultados varios obreros de experiencia dentro del territorio de la División Sudamericana.
Como pastores, tenemos oportunidad de llevar a cabo esta importante ceremonia no solamente en el templo, capilla o salón, sino también en el hogar de alguno de los contrayentes o de algún familiar. Consideramos ésta como una ceremonia nupcial especial.
Suele suceder que se nos invita para cumplir con esta ceremonia en ciudades, villas, pueblos o a veces en el campo, donde no disponemos de un lugar de cultos. Puede también acontecer que la capilla o el templo esté mal pintado o esté en refacción, y por eso los contrayentes deseen celebrar la ceremonia en la casa, y el pastor está de acuerdo con el plan, o él mismo lo sugiere.
Como iglesia, no tenemos ninguna reglamentación que impida realizar el acto en un hogar, aunque dispongamos de un lugar apropiado en la iglesia. Hay gustos, deseos y tradiciones de familia que nada cuesta satisfacer, siendo que como pastores podemos cumplir con las especificaciones del Manual para Ministros, concernientes a la ceremonia de enlace, tanto en un templo como en un hogar.
Quizás no se pueda realizar dentro de una casa exactamente lo mismo que se haría en un templo. A lo mejor es impracticable la marcha de entrada del novio, de los acompañantes y de la novia. Podrá ejecutarse la música, pero el recorrido que harán los nombrados puede ser de unos pocos pasos, y por lo tanto la marcha nupcial será interpretada más bien como parte introductoria. Lo mismo acontece al final de la ceremonia. Pero la ceremonia propiamente dicha bien puede llevarse a cabo en idéntica forma que en un templo. El pastor no necesitará elevar mucho la voz para hacerse oir en todo el salón, puesto que el público estará concentrado en una pieza o en una sala de reducidas dimensiones. El tono será bien familiar, paternal, si se quiere, y no de estilo oratorio. Pensamos, sin embargo, que convendría que los abrazos de felicitaciones y las acostumbradas muestras de aprecio de los familiares y amigos sean presentados a los contrayentes en otra pieza, donde se realiza el lunch o la fiesta, con el propósito de mantener la mayor reverencia posible en el lugar donde se pidió la bendición del Altísimo sobre los recién desposados.
Fuera de los motivos ya señalados que determinan la realización de la ceremonia de casamiento en el hogar, hay otro que generalmente se invoca para solicitar a un pastor este tipo de ceremonia nupcial especial.
Helo aquí. Cuando un joven o una joven adventista decide casarse con alguien que no es miembro de nuestra iglesia, una vez fijado el día del casamiento, le piden a un pastor que realice la ceremonia religiosa en la casa, porque saben que las normas de la iglesia no le permiten oficiar en un casamiento tal. Pero entonces, para hacerle “más fácil” la tarea al pastor, agregan que no pretenden tener una ceremonia de enlace, sino simplemente “que diga unas pocas palabras para evangelizar a los concurrentes que no conocen la verdad*’, y que desean que “solamente pronuncie una oración de bendición”.
No se nos oculta que tal pedido ha sido formulado muchas veces y que otras tantas se ha realizado tal ceremonia. El pastor ha razonado que, si puede orar en una casa en favor de un enfermo, sea creyente o no, también puede orar por dos jóvenes que aprecian una bendición sobre el nuevo hogar que se formaliza. Otros han pensado que es ésta una manera de atraerse la buena voluntad del contrayente no adventista, y quizás allanarle el camino para hacerle conocer la verdad. Y también ha habido otros argumentos. Sin embargo, guiados por la experiencia recogida en varios casos de esta clase, y según el consejo de los pastores consultados, recomendamos no realizar tales simulacros de ceremonia nupcial.
Las razones que podemos aducir son éstas: a) está en contra de las específicas indicaciones bíblicas; b) contradice las normas de la iglesia; c) el pastor no puede ni debe pedir la bendición sobre lo que Dios no bendice; d) los contrayentes no calman realmente su conciencia; y e) el público presente cree que es una ceremonia verdadera y completa, y cuando el día de mañana se entera de nuestra verdadera posición, pierde la confianza en los pastores y en la iglesia.
No queremos olvidar de decir que los pastores, al negarse a oficiar en una ceremonia de este tipo, no caigan por favor en el error de aconsejar que realicen la ceremonia religiosa en alguna otra iglesia evangélica, en vista de que nuestras normas como iglesia no permiten conceder lo solicitado. Esto ha sucedido más de una vez, y por eso hacemos la advertencia. Y algo más: hemos sabido de alguien que aconsejó a uno de los contrayentes que postergara el día de su bautismo, porque si permanecían los dos sin ser miembros de la iglesia se podrían casar por la iglesia adventista; pero si uno se bautizaba, entonces no. Terrible error. Mala política. Desviación de las claras normas. Es lo mismo que sembrar la hipocresía en la mente y el corazón. A la larga no se gana nada, porque en tal consejo no está el beneplácito de Dios.
Veamos ahora otro pedido que llega de vez en cuando a los pastores.
Estos se ven consultados por una pareja de’ esposos, recién bautizados, quienes le dicen más o menos así: “Pastor, ahora que nosotros somos miembros de la iglesia, desearíamos que Ud. realizara nuestro casamiento religioso, porque queremos tener la bendición sobre nuestra unión”.
¿Cómo proceder en tales casos? Sería improcedente decirles que no, aduciendo que ya hace años que están casados según las leyes del país, que tienen hijos y que ya no hará ninguna diferencia efectuar o no tal ceremonia. Heriríamos su sensibilidad, rebajaríamos ante ellos el alto significado del acto nupcial religioso, disminuiríamos la jerarquía espiritual de su nueva creencia y produciríamos un choque en sus tempranas experiencias como adventistas.
Lo mejor es acceder al pedido, más indicando que tales ceremonias las realizamos en el hogar, como una fiesta íntima y no en la iglesia. Les diremos que no es necesario hacer mayores preparativos en cuanto a ropas, aunque se podría tener una cena con los familiares más allegados, si lo creen conveniente, y que antes de la cena podríamos realizar el acto para invocar las bendiciones del cielo sobre el nuevo hogar cristiano. La ceremonia comprenderá el discurso o tema sobre las ventajas, las responsabilidades y los privilegios de un hogar, concluyendo con una oración, pero sin hacer las preguntas del ritual, siendo que ese matrimonio ya ha pasado por las fases de la vida de intimidad.
Un acto tal satisface plenamente el anhelo del corazón de muchos nuevos conversos que solicitan este tipo de ceremonia nupcial especial. Además, es una magnífica ocasión de dar a conocer a algunos familiares de esta pareja los ideales bíblicos respecto a la institución del matrimonio.
Por último, vamos a mencionar algún otro posible pedido. Confesamos que los pastores consultados no conocían ningún caso en que se hubiera realizado esta ceremonia insólita. Nos referimos a lo siguiente: cercana ya la fecha del enlace, uno de los contrayentes sufre un accidente, o le sobreviene repentinamente una grave enfermedad, o tiene que someterse a una difícil y problemática intervención quirúrgica; todos estos inconvenientes impiden fatalmente la formación del hogar soñado. Pero tanto el que está sano como el enfermo de gravedad desearían unir sus vidas, unión que sería solamente simbólica, en vista de las circunstancias.
Cumplida la ley del casamiento civil, y estando uno de ellos en el lecho de dolor, próximo a la muerte, ¿negaríamos la realización de una ceremonia nupcial especial? Pensamos que no debiéramos oponernos al cumplimiento de un pedido semejante, porque ello sería privar, al que pronto caerá bajo el dominio de la muerte, de un fugaz instante de sano gozo.
Las razones que inducirían a hacer un pedido de enlace bajo tales circunstancias pueden ser varias: dejar una herencia en poder del ser amado, cumplir con la palabra empeñada, realizar, aunque fugazmente, el ideal soñado y acariciado en los dulces días del rosado noviazgo, etc. Pero fuesen cuales fueren las razones, pensamos que no tendríamos derecho alguno a oponernos a realizar la ceremonia, la que será muy sencilla, y dirigirá especialmente los pensamientos de los contrayentes hacia el hogar celestial en la Tierra Nueva, donde en realidad, si el que queda con vida es fiel, podrá reunirse con el ser amado que cierra sus ojos a la existencia hasta el día de la resurrección.
Sobre el autor: Director de Escuelas Sabáticas de la División Sudamericana.