Una de las razones principales que responde del alejamiento del Israel antiguo del camino de Dios era su constante incapacidad para distinguir entre lo sagrado y lo común. En numerosas ocasiones, como el caso de Nadab y Abiú con el fuego extraño y el de Uzza con el arca, el castigo de Dios por la falta de no distinguir entre lo sagrado y lo secular fue rápido y terrible. En el presente el pueblo de Dios está en peligro de confundir en forma similar lo sagrado y lo profano precisamente en el servicio de culto que debiera elevar sus mentes hacia las cosas celestiales.

El culto sagrado que se celebra el sábado de mañana debiera estar totalmente separado de los asuntos comunes y mundanos de esta vida. Cuando nos reunimos como pueblo en el día sábado, lo hacemos con el propósito de rendir culto y adorar al Dios santísimo. Nunca olvidemos o subordinemos ese objetivo supremo. Es posible que en esta época de apresuramiento y liviandad recojamos inadvertidamente algo del mismo espíritu que llena al mundo. Podemos sorprendernos avanzando descuidadamente al encuentro de la presencia de Dios con un aire de despreocupación, como si fuéramos a una reunión cualquiera. Sin darnos cuenta podemos estar pensando en asuntos seculares en un momento cuando nuestras mentes deberían estar dominadas únicamente por lo sagrado.

Un servicio sabático como muchos

Con no poca frecuencia los servicios sabáticos se desarrollan más o menos en la forma siguiente: El organista ha estado tocando música suave que eleva hacia el cielo la mente de los adoradores y crea una atmósfera de culto. El pastor y sus acompañantes suben a la plataforma y se arrodillan delante de la congregación. Esta es la hora, la única hora en toda la semana, dedicada a tributar un culto unido a Dios. Con el canto de la doxología y el ofrecimiento de la invocación los asistentes piensan que el servicio divino ha comenzado. Hasta ese momento las mentes han sido orientadas hacia una actitud de reverencia y adoración. Pero, un momento, el pastor tiene algo que decir; es un anuncio. Repentinamente, en un instante, las mentes descienden a la realidad de la existencia rutinaria. El anuncio podrá referirse al trabajo de la iglesia, pero ha sido suficiente para hacer cambiar de pensamiento.

“Hermanos, para el próximo martes necesitamos un grupo de veinte personas para realizar labores de limpieza en la iglesia”, dice el pastor con una sonrisa animadora.

La imaginación vuela hacia el martes de noche. Cada uno piensa, ¿qué haré el martes de noche? Pero la expresión “labores de limpieza” también sugiere otros pensamientos; y en cuestión de segundos, toda la congregación puede estar pensando en tantas tareas cotidianas como bancos hay en el templo.

Pero a veces las cosas no terminan ahí. Casi inevitablemente se pide que los voluntarios levanten la mano, y en las iglesias pequeñas suele producirse una especie de conversación entre la persona que ocupa su puesto tras el púlpito sagrado y un miembro distante de la congregación. Algunas veces este procedimiento se alarga y puede tornarse tan absurdo y ridículo que haga perder por completo la santidad del momento.

El pastor, como no hizo la comprobación anticipadamente, se dirige a un diácono: “Hno. Pérez, ¿quisiera Ud., ocuparse de que el martes haya material de limpieza suficiente para todos?” El Hno. Pérez se levanta y dice enfáticamente que no podrá venir el martes de noche porque tiene un trabajo pendiente para esa fecha.

Esto exige una demora adicional y más conversación todavía. En este punto, las mentes de todos están muy alejadas del servicio de Dios. Los jóvenes, al ver el giro que toman las cosas, también se ponen a cuchichear entre ellos acerca de lo que harán después de la puesta del sol, o aun antes.

Por fin terminan los anuncios y el pastor se sienta. Acto seguido, uno de los ancianos se levanta y anuncia lo que parecería una ironía: “Continuaremos con nuestro culto cantando el himno número 248”.

Estas conversaciones ciertamente no son cosa aislada. No sólo perdemos a menudo el espíritu de la verdadera adoración, sino que lo triste del caso es que algunos miembros nunca han asistido a un culto sabático donde en verdad se adora a Dios. La conversación secular, tanto en el púlpito como en los bancos, continúa cada sábado. Esta situación pide que se dé más instrucción acerca de la dignidad del culto.

La dignidad del culto

Uno podría pensar que las iglesias grandes están libres de este mal, por seguir una forma más estricta, pero aquí también suele mezclarse lo sagrado y lo secular. Entre la invocación y el himno de apertura hay un espacio dedicado a los anuncios, los cuales a veces privan al pueblo de Dios del alimento espiritual que han ido a buscar. (El que suscribe ha presenciado en varias ocasiones un programa proactividades de la iglesia que ha durado 45 minutos, y luego un sermón de sólo diez o doce minutos.) Parecería casi un insulto a la inteligencia de las personas repetir anuncios que ya aparecen en el boletín de la iglesia. Antes de la hora del sermón, todos han leído dicho informativo.

Cualquiera sea el anuncio, cualquiera sea la actividad para promoverse, recuérdese que se trata de la hora del culto sagrado, y que nada debiera alejar del espíritu de culto creado por la invitación de la presencia de Dios. En la opinión del autor, todos los anuncios que se consideren necesarios y apropiados al espíritu del sábado debieran hacerse antes de la hora del sermón, ejerciendo de todos modos gran cuidado y selección. Generalmente, entre la escuela sabática y el sermón queda un espacio suficiente para hacer todos los anuncios necesarios. Si el ministro cree que necesita más de quince minutos para dedicarlos a ese propósito, piense que al cabo de ese tiempo habrá perdido toda eficacia cualquier explicación adicional. La gente se cansa con la espera. En las iglesias donde se sigue la práctica de presentar los anuncios antes del servicio de culto, me parece que se nota un marcado aumento en la reverencia y respeto por el servicio divino.

Si queremos enseñar a nuestros hijos la diferencia entre lo sagrado y lo secular, es necesario que primero aprendamos a establecerla nosotros. ¿Cómo pueden nuestros hijos comprender el significado de un Dios excelso y santo, cuando nos ven ir a su presencia con tanta falta de respeto e irreverencia? Movemos tristemente la cabeza cuando los vemos alejarse de la iglesia en su juventud, sin imaginar que nosotros mismos hemos establecido los antecedentes de este descuido de las cosas sagradas en los mismos servicios que debieran haber sido ejemplo para ellos.

No disminuyamos nunca la santidad del servicio sabático, y cuando llegue la hora y entre el pastor, ojalá que podamos decir: “Jehová está en su santo templo, calle delante de él toda la tierra’’