Suele decirse que existen tres clases de predicadores: aquellos que no se pueden oír, otros que se pueden oír, y los que no se puede dejar de oír. Sin embargo, la verdadera prueba de la predicación es si el predicador puede hacer que los hombres escuchen a Cristo. Este es uno de los secretos del éxito ministerial, porque el propósito de la predicación es acercar al hombre a Dios. Si el predicador logra que su grey escuche a Dios, está poniendo a la naturaleza humana en contacto con la divina. Toda verdadera experiencia cristiana se basa en la unión de lo humano con lo divino.

Una pregunta escrutadora que podría formularse al final de cada sermón es: “¿Se encontró mi pueblo con Dios hoy?” Pablo expresó el gran anhelo del corazón de cada ministro, cuando dijo: “Que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús” (Col. 1:28).