El hombre de Neanderthal. Se lo conoce también como el hombre de las cavernas. Fué reconstituido a partir de un cráneo y restos de esqueletos encontrados en una caverna del valle de Neanderthal (Alemania), en 1853. Posteriormente se encontraron restos que se atribuyeron a esta misma clase de hombre, en toda Europa y en algunas partes de Asia Menor. Tales restos correspondían a unas cien personas diferentes.

Los hombres de ciencia describen como sigue al hombre de Neanderthal: bajo, fuerte, encorvado, piernas arqueadas, cabeza grande y de buena capacidad, pero comprimida, de modo que la bóveda craneana es baja, frente deprimida, arcos superciliares prominentes como en los monos, órbitas enormes y redondeadas, cara alargada, con cierta semejanza a un hocico, huesos nasales muy desarrollados, y dentadura voluminosa y “primitiva”, especialmente en lo que se refiere a los molares.

Una de las mejores descripciones de la raza de Neanderthal fué hecha por el gran paleontólogo francés Marcelin, en base del célebre esqueleto neanderthalense de 1.52 m de altura y de 1.620 cc de capacidad craneana, encontrado en la gruta de Chapelle-aux-Saints (Francia). A pesar de diferir de los esqueletos de las razas actuales, su capacidad craneana es igual, y aun mayor, que la capacidad media del hombre moderno, que es de 1.400 cc para la mujer y de 1.500 a 1.600 para el hombre.

Los hombres de ciencia se encuentran ante una gran confusión en los resultados de las reconstrucciones de estos seres. Algunos presentan características acentuadamente “simiescas” o “primitivas”, en tanto que otros, supuestamente de la misma raza, las presentan del tipo “moderno”. Por ejemplo, en Steinhein (Alemania), se encontró un cráneo cuyo occipital era de tipo “moderno” y los demás huesos de tipo neanderthalense. Se comprenderá fácilmente la confusión que pueden producir simples fragmentos y no cráneos o esqueletos completos. Si se hubiera encontrado solamente el cráneo de Steinhein, la reconstrucción habría dado un hombre “moderno”, pero si se hubieran encontrado solamente los demás huesos de la cabeza, se habría obtenido uno del tipo neanderthalense.

Igual cosa puede decirse para el caso de otras reconstrucciones de importancia para la teoría evolucionista. Por ejemplo, el cráneo de Fontchévade (Francia), fué reconstruido apenas sobre dos fragmentos. En igual situación se encuentra el cráneo de Swanscombe (Inglaterra), que en importancia y orden morfológico debiera sustituir, según los evolucionistas, al de Piltdown; fué reconstruido únicamente en base a un occipital y un parietal izquierdos.

En el monte Carmelo se encontró una tribu de hombres fósiles (Homo palestinensis). Entre ellos había algunos con características semejantes a las del hombre de Neanderthal, y en cambio otros presentaban rasgos más “modernos”.

EJ estado de salvajismo y barbarie en que vivía la raza neanderthalense se ha puesto de manifiesto en Krapina (Croacia), donde, en un abrigo bajo una roca se encontraron fragmentos de varios esqueletos de jóvenes y viejos intencionalmente partidos y parcialmente quemados.

Estos hechos, y muchos otros, conducen a pensar a algunos, que el hombre de Neanderthal no era una criatura perteneciente a una raza “primitiva”, sino que formaba una tribu errante de hombres degenerados que en un pasado no muy remoto habitaba las cavernas de Europa.

Los rasgos “primitivos” no constituyen necesariamente un argumento a favor del supuesto origen simiesco del hombre. Contra esa suposición A. Roldán cita el caso del luchador europeo Mauricio Tillet, conocido por el público como “El ángel”. Cuando niño recibió una coz en la nuca, y posiblemente a causa de alteraciones hormonales y endocrinas se desarrolló en forma anormal, presentando actualmente las características del tipo neanderthalense, con arcadas superciliares un poco acentuadas, cabeza deprimida y fuerza enorme.

El “Homo sapiens fossilis”. Abundantes restos humanos fosilizados descubiertos en todo el mundo son atribuidos al “hombre moderno”.

Son restos de criaturas semejantes al hombre actual que en muchos lugares aparecen acompañados por restos de su industria lítica y de cerámica, de trabajos ejecutados en hueso y marfil, y de pinturas y dibujos de animales trazados sobre las paredes. En la caverna de CroMagnon, Dordoña (Francia), se descubrieron cinco esqueletos (dos jóvenes, un anciano, una mujer y un niño), sobre los que se reconstruyó la bella raza de CroMagnon, cuyos rasgos aun hoy pueden observarse en los habitantes de Dordoña, África del norte y de las islas Canarias.

Eran individuos que alcanzaban una estatura de 1,80 m o más, y de gran fuerza muscular, cráneo voluminoso, dolicocéfalo, bóveda craneana elevada, frente ancha y recta, arcadas superciliares levemente pronunciadas, nariz estrecha y larga, y cara corta y ancha.

Sus esqueletos se encontraron en toda Europa, y muchas veces en las mismas cavernas habitadas por los hombres de Neanderthal.

Conclusiones. Considerando las últimas contribuciones de la paleontología y resumiendo los hechos expuestos, conviene que destaquemos las siguientes conclusiones:

Antigüedad del hombre moderno (Homo sapiens). El orden morfológico de los hombres fósiles no coincide con el orden cronológico de los mismos, cuando se clasifican los terrenos de donde han sido exhumados. Restos atribuidos a “hombres modernos” se encuentran en terrenos clasificados como antiguos, y restos de “hombres primitivos” se descubren en terrenos clasificados como recientes.

Ante hechos como éstos, los paleontólogos se ven forzados a admitir que el “hombre moderno” fué contemporáneo y hasta anterior a muchas razas de hombres fósiles considerados como “primitivos”. Estos hechos son bien recibidos por los creacionistas, que no tenemos por qué imaginar la aurora de la humanidad relacionada con un pasado primitivo y bárbaro, pues sabemos que la humanidad es tan antigua como v el mundo orgánico. Ese es el testimonio de las Escrituras.

Los pitencátropos, sinántropos y neanderthalenses, con sus características más o menos simiescas, no evidencian tanto un estado “primitivo” sino, como ya vimos, una condición degenerada.

No es de extrañar, entonces, que aun hoy, como contemporáneos del homo sapiens que fabrica miniaturas del sol y lanza cohetes a la luna, tengamos a los atrasados salvajes de África y Oceanía, algunos de ellos casi dentro de las reconstrucciones de los pitecántropos y sinántropos.

Distribución geográfica del hombre fósil. Considerando la localización geográfica de los restos del hombre fósil, los, paleontólogos monogenetistas fueron llevados a señalar el centro de Asia, posiblemente el Turquestán, como cuna y centro de dispersión de la humanidad. De este centro hipotético los seres humanos se habrían esparcido por Asia, África y Europa, estando siempre en los extremos las formas más “primitivas”, impelidas por la competencia de las formas más “modernas”.

Para los creacionistas y los catastrofistas, el centro de dispersión de la humanidad también debe haber estado en Asia, posiblemente en alguna región de Asia Menor (Armenia, Mesopotamia), donde debe haber reposado el arca después del diluvio.

De esta región, especialmente después de la confusión de Babel, la humanidad debe haberse esparcido por la superficie de la tierra en cumplimiento de la orden divina. Es posible que ciertos grupos humanos se hayan apartado de la masa central y perdido contacto con la civilización, por haberse constituido en verdaderas puntas de lanza de la humanidad en un mundo inhóspito. Habiendo degenerado a niveles inferiores en algunas generaciones y habiendo sido, posteriormente, impelidos por los seres humanos normales que venían poblando la tierra hacia los extremos, terminaron por extinguirse en lugares alejados, dejando sus restos fósiles, hoy llamados pitecántropos, sinántropos, neandertalenses, etc.

Es probable que las características arcaicas observadas en los salvajes de los mares del sur y de África, y aun de algunas razas europeas, se deban a estas antiguas tribus errantes de razas degeneradas.

En el continente americano apenas si se han encontrado restos fósiles de “hombres modernos”. Posiblemente los primeros grupos extraviados de criaturas huipanas que partieron del centro de Asia, por razones geográficas, no alcanzaron a llegar a América, y si por acaso llegaron, todavía no se han descubierto sus restos.

Las piezas paleontológicas relativas al hombre fósil, no permiten cubrir la distancia entre la capacidad craneana que media entre la de los hombres y los monos superiores. Se conocen cráneos de salvajes australianos actuales con capacidad de 900 cc. Por lo tanto, la capacidad craneana del hombre actual varía entre 900 y 2.000 cc, con un promedio de 1.400 a 1.500 cc.

En los pitecántropos que constituyen el caso más extremo, la capacidad craneal no se aparta demasiado de este límite inferior, y en el caso de los fósiles de Sangiran se calculó en un poco menor de 900 cc (800 cc, y posiblemente se trataba de un cráneo femenino).

Todavía hay una buena distancia entre el límite superior de la capacidad de los monos antropomorfos, que no llega a 600 cc en el gorila, y el límite inferior de la capacidad craneal del hombre más degenerado, que alcanza a 800 ó 900 cc.

¿Y qué diremos de la enorme disparidad que hay entre el largo de los miembros humanos y el de los antropomorfos? En relación con el tamaño del cuerpo, la extensión del brazo humano es apenas igual a los dos tercios del largo de los miembros superiores del chimpancé.

¿Y cómo podría construirse una serie continua de variación del largo de los miembros si no existen elementos para ello, ya que los restos fósiles conocidos se reducen en su mayoría a cráneos?

Las reconstituciones dejan mucho que desear desde el punto de vista científico. Excepción hecha de los hombres de Neanderthal y de algunos sinántropos, las reconstrucciones siempre se basaron en cráneos y maxilares, y muchas veces en fragmentos de éstos.

Y no es muy difícil equivocarse en una reconstitución hecha sobre fragmentos. Si a esto añadimos la posibilidad de deformaciones producidas por las capas del terreno, y también las deformaciones artificiales semejantes a las que efectúan los salvajes de Oceanía y de otras regiones, concluimos que se está exigiendo mucho de colecciones paleontológicas bastante pobres.

Criaturas gigantes. Considerando piezas paleontológicas encontradas en el oriente (dientes y fragmentos de maxilares desproporcionadamente grandes) los paleontólogos se inclinaron a admitir que en el pasado existieron seres humanos gigantes. Esto no extraña al creacionista, porque la Biblia menciona que antes y después del diluvio “había gigantes sobre la faz de la tierra”.

Tales declaraciones favorecen a los que están del lado del creacionismo e indican que en gran parte, la lucha que se desarrolla en tomo a los restos del hombre fósil es una cuestión de interpretación de los hechos. Como defensores de la filosofía creacionista, fundados en el firme cimiento de las Sagradas Escrituras, admitimos que científicamente no es posible explicar todos los hechos relativos al origen y antigüedad del hombre. Esto es razonable, porque, felizmente, no existe conflicto entre los escritos sagrados y la verdadera ciencia. Además, sabemos que la Biblia no es libro que pueda ser probado por la ciencia humana. Cuando los métodos de la ciencia no puedan explicar las cosas, recordemos la proposición bíblica que dice: “El justo vivirá por la fe”.

Sobre el autor: Profesor de Matemáticas y Ciencias del Colegio Adventista del Brasil.