Vivimos en el siglos de los triunfos de la ciencia; su sorprendente y rápido progreso ha revolucionado la vida moderna, y su impacto se deja sentir muy marcadamente en el mundo del pensamiento, de la técnica y de la religión. La ciencia pretende tener la última palabra acerca de la verdad de las cosas y de los hechos, y exige que se acepten no sólo sus demostraciones, sino también sus interpretaciones y especulaciones. La gran mayoría de los científicos son evolucionistas y muchos decididamente ateos, y los tales piensan y enseñan que la religión y la fe no son sino los baluartes de la ignorancia y del atraso.

En estas breves líneas queremos plantear el hecho de que entre la verdadera ciencia y la fe cristiana no puede haber incompatibilidad, y además, hacer notar de paso que también el hombre de ciencia, especialmente el evolucionista. hace uso de la fe, de mucha fe, y que saliendo de los límites de lo experimental y demostrable establece su credo a su manera, y, peor aún, quiere imponer ese credo a todo el mundo.

Podemos hablar de dos tipos de ciencia; la ciencia propiamente tal o empírica y la ciencia especulativa o filosófica. La primera sólo se interesa en observar, experimentar y aprehender todo lo que está al alcance de los sentidos. Es el terreno de los hechos, sean cuales fueren, y que son exactamente los mismos para el ateo o para el creyente en Dios, para el confusionista o para el mahometano. Tanto los evolucionistas como los creacionistas deben estar de acuerdo con los hechos verificados y verificares. Este tipo de ciencia, la verdadera, repetimos. no tiene jurisdicción en el campo de lo normativo, no puede asegurarnos ni intentar averiguar el verdadero origen y las causas primeras de las cosas y fenómenos, porque la verdad es que hay más de una opinión, inclusive entre los mismos hombres de ciencia, sobre el particular. La ciencia nos presentará las cosas como son percibidas por nuestros sentidos (fenómenos) y queda para la filosofía el mundo de los “noúmenos” o las cosas tales como son en la realidad y no como son percibidas por nuestros sentidos. Es nada más que una arrogancia el pensar y enseñar que lo científico es lo único real, verdadero y aceptable, y que las conquistas y las promesas de la ciencia hacen innecesarias la religión y la fe.

Lo que sucede es que la ciencia que se invoca al hablar de las grandes incursiones en el misterio del universo y de la vida, no es la ciencia de los hechos, sino la de las especulaciones, cuyos dictámenes luego se han erigido en dogmas y se han constituido en artículos de fe que todo aquel que quiera preciarse de científico y de erudito debe aceptar, so pena de ser tildado de retrógado o ilusionado y excomulgado de la feligresía de los sabios y cultos.

Los cristianos creacionistas y fundamentalistas no debemos dejarnos encandilar por las llamaradas presuntuosas de la ciencia especulativa. la “falsamente llamada ciencia”, como dice el apóstol; y nuestro conocimiento y estudio de la ciencia empírica no puede menos que afianzar y aumentar nuestra fe cristiana, la que debe aparecer mucho más dignificada y mucho más lógica y edificante que la fe del evolucionista, porque la evolución, en su sentido más estricto no es una ciencia, sino una filosofía, un dogma y un asunto de fe. ¿No es más razonable pensar que las maravillas del universo y de la vida hablan de una mente creadora sapientísima, que pensar que todo ello es producto del azar, de las fuerzas ciegas de la naturaleza? ¿Cómo podríamos aceptar que la materia bruta haya evolucionado hasta dar origen a la vida, a la inteligencia, al espíritu? ¿Cómo podemos atrevernos a dar a la materia bruta, al lodo, capacidad de presciencia y de finalidad, porque tendría que ser así, si queremos explicar la maravillosa adaptación de los medios a los fines y a la consecución de resultados tan admirables como es el cosmos del universo y lo maravilloso del organismo humano? ¿Por qué estamos más dispuestos a negar la existencia de un Dios inteligente y a aceptar tácitamente la inteligencia de la materia?

Los evolucionistas nos dicen que no podemos explicar el origen de Dios y que lo aceptamos por fe. Así es, pero también les preguntamos a ellos, si su explicación del origen del universo y aun el de nuestro propio sistema solar no es asunto de fe. Ellos tienen que partir de alguna suposición, notemos bien, de alguna suposición. sea ésa los átomos en equilibrio, una nebulosa o lo que fuere. Y además, les preguntaríamos cómo apareció la materia o cómo se originaron esos átomos primitivos. Cualquier explicación que den a estas preguntas tiene que ser un asunto de fe, porque no pueden ofrecer pruebas ni demostraciones. La diferencia queda entre tener fe en un Dios eterno, sapientísimo, originador de un universo ordenado y maravilloso o tener fe en la materia eterna, provista de leyes -—que tampoco sabemos cómo se establecieron—, la que evolucionando al azar alcanzó su más alto grado de perfección en el hombre inteligente.

No todos los hombres de ciencia han perdido la fe

Desde los mismos comienzos de la ciencia hasta nuestros días llenos de escepticismo y materialismo, ha habido y hay hombres de ciencia con arraigadas ideas religiosas cristianas, algunos de ellos hombres de oración y fieles miembros de alguna iglesia evangélica o católica. Notemos algunos:

1. “Ruego a mi lector… que juntamente conmigo alabe y celebre la sabiduría y la grandeza del Creador… perciba con gratitud la preservación de todas las cosas vivientes en la naturaleza como un don de Dios… y en los movimientos de la tierra tan recónditos y admirables reconozca la sabiduría de Dios”. JUAN KEPLER (1571-1630), célebre astrónomo alemán, autor de las llamadas leyes de Kepler (Cady. The Education That Educates, pág. 122).

2. “No me preocupo por probar esto (hablando de la existencia de Dios), no porque no me sienta suficientemente fuerte para hallar en la naturaleza lo que pueda convencer a los ateos obstinados, sino porque tal conocimiento sin Jesucristo es inútil y estéril. La naturaleza tiene perfecciones para mostrar que es hecha en la misma imagen de Dios, y defectos para mostrar que es solamente la imagen de Dios”. BLAS PASCAL (1623-1662). gran filósofo, matemático y físico francés (Id., pág. 123).

3. “Puedo tomar mi telescopio y penetrar millones y millones de millas en el espacio, pero puedo dejarlo e ir a mi cuarto, cerrar la puerta, arrodillarme en oración ferviente y divisar así más de cielo y acercarme más a Dios que lo que lograría con todos los telescopios e instrumentos materiales de esta tierra”. ISAAC NEWTON (1642-1727). famoso físico y matemático inglés que hizo época en la historia de la ciencia, y autor de un comentario sobre Daniel y Apocalipsis (Id., pág. 117).

4. “Todos los descubrimientos humanos parecen ser hechos solamente con el propósito de confirmar cada vez más firmemente las verdades contenidas en las Sagradas Escrituras”. FEDERICO G. HERSCHELL (1738-1822), uno de los más grandes astrónomos alemanes de su tiempo (G. M. Price, Modern Discoveries That Help us To Believe, pág. 64).

5. “La posteridad algún día se reirá dé la moderna filosofía materialista. Cuanto más estudio la naturaleza, tanto más me asombro de las obras del Creador. Oro mientras trabajo en mi laboratorio”. LUIS PASTEUR (1822-1895). gran biólogo y químico francés (Cady, The Education That Educates, pág. 118).

6. “Considero que el más grande descubrimiento hecho en mi vida ha sido comprender que Jesús era mi Salvador. Él ha sido mi constante amigo y ayudador en toda mi vida de trabajo, y todo descubrimiento que he hecho en beneficio del hombre me fué dado en respuesta a mis oraciones”. GUILLERMO THOMPSON. Lord Kelvin (1824-1907), destacado físico inglés. (G. M. Price, Modera Discoveries That Help us To Believe, pág. 64).

7. “Si un hombre de ciencia debe tener un Dios, debe escoger el Dios de Newton… El hombre de ciencia de nuestros días está llegando rápidamente al punto de vista que acepta un Dios y una Inteligencia creadora que rige el inundo… No podemos aplicar las propiedades del átomo a la casualidad. La casualidad no puede haber creado al átomo así como no puede crear una ensalada”. ARTURO H. COMPTON (n. 1892), premio Nobel de Física en 1927. y uno de los más grandes científicos norteamericanos contemporáneos (Id., págs. 67. 68).

8. “El primer hecho que me parece completamente obvio y fuera de disputa para los hombres reflexivos, es que actualmente no hay conflicto de ninguna clase entre la ciencia y la religión, cuando cada una es entendida correctamente. La prueba más sencilla, y probablemente más convincente, de la vendad de la afirmación anterior, se halla en el testimonio de las mentes más grandes que han descollado como líderes en el campo de la ciencia, por una parte, y en el de la religión, por la otra. Seleccionemos, por ejemplo, los nombres más prominentes de los últimos siglos de la historia de las ciencias británicas, o, para el caso, de la ciencia mundial. Todos convendrán en que los astros que brillan con más esplendor en esa historia, cuando se recorre con la mirada desde 1650 a 1920, son los nombres de Newton. Faraday, Maxwell, Kelvin, Raleigh… No pueden hallarse en ninguna parte ni en ninguna época buscadores más ardientes de la verdad, intelectos de más penetrante visión, y. sin embargo, cada uno de ellos ha sido un seguidor devoto y profeso de la religión”. (Menciona una larga lista que incluye a Pasteur, Walcott. Osborn. Conklin. Merriam, Pupin, Coulter. Noyes, Angelí, Breasted, Abbot, etc.) y agrega:

“Me parece que es tan evidente como respirar, que todo hombre suficientemente cuerdo para reconocer su propia incapacidad de comprender el problema de la existencia, de entender de dónde vino y a dónde va, debe reconocer, precisamente porque admite esa ignorancia y finitud suyas, la existencia de Algo, una Potencia, un Ser en quien y por quien él mismo ‘vive y se mueve y tiene su ser’. Esa Potencia, ese Algo, esa Existencia es lo que llamamos Dios”. ROBERTO A. MILLIKAN (n. 1868). gran científico norteamericano, premio Nobel de física de 1923 (¿Ha descubierto la ciencia a Dios? No. L págs. 17-45).

9. “Existe hoy un amplio acuerdo, que en el aspecto físico de la ciencia se aproxima mucho a la unanimidad, en el sentido de aceptar que la corriente de los conocimientos se dirige hacia una realidad no mecánica; el Universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una inmensa máquina. La mente no aparece ya como una intrusa accidental en el reino de la materia y comenzamos a sospechar que más bien debemos saludarla como el Creador y gobernador de ese reino”. JAMES JEANS (n. 1877) astrónomo inglés de fama mundial (Id., pág. 91).

No todo lo que brilla es oro

Podríamos continuar alargando la lista de grandes sabios modernos y contemporáneos de fama mundial, todo- ellos religiosos y creyentes sinceros en Dios: pero nos detenemos para hacer una aclaración. No toda creencia en Dios significa exactamente creencia en el Dios de la Biblia, en el gran Jehová: ni toda profesión religiosa significa el cristianismo genuino o la verdad bíblica como la interpreta la Iglesia Adventista. El Dios que concebía Platón o Aristóteles. y el mismo Dios de algunos de los hombres de ciencia citados, difiere en mucho o en poco del concepto bíblico fundamentalista de Dios. No podemos en forma categórica afirmar que tales o cuales hombres de ciencia tenían o tienen los conceptos religiosos y teístas que tenemos los adventistas u otros evangélicos, aunque algunos de ellos si tienen una concepción de Dios muy cercana o igual a la nuestra. Queda en pie sin embargo, la verdad es que la ciencia no tiene necesariamente que alejarnos de la religión y Ja fe, y de ningún modo podemos aceptar que el militar en las filas del cristianismo sea sinónimo de ignorancia y estrechez mental. El mismo Millikan llega a esta feliz conclusión: “El propósito de la ciencia es desarrollar, sin prejuicio o preconcepción de ninguna clase, un conocimiento de los hechos, las leyes, y los procesos de la naturaleza. La tarea todavía más importante de la religión, por otra parte, consiste en desarrollar la conciencia. los ideales y las aspiraciones de la humanidad” (Id., págs. 30, 31).

La ciencia no puede resolver los problemas que más preocupan

No importa cuán asombrosas sean las. conquistas de la ciencia; no importa que la ciencia sea capaz de hacer marchar satélites artificiales, mandar cohetes a la luna o intentar hacer viajes interplanetarios —muy improbable esto último—; no importa cuánto haya conseguido para que el hombre viva más cómodo y más sano, ella nunca podrá explicarnos el verdadero origen de las cosas, el destino final del hombre, el misterio de la vida y de la conciencia. ni mucho menos saciar el hambre y la sed por lo divino, por lo excelso, por la inmortalidad, por Dios.

Estos y otros problemas similares rebasan los límites de la ciencia y entran en el terreno de la filosofía, de la religión y de la fe. El hombre de ciencia se halla tan desarmado y tan incapaz frente a estos problemas como cualquier otro mortal. Tanto el hombre de ciencia como el profano, el creyente como el no creyente, si quieren bucear en el insondable mar de las causas primeras y de los fines últimos tienen que asirse de alguna clase de fe. Y en este terreno el cristiano está en gran ventaja sobre todos los demás, porque deposita su fe en un Ser inteligente y amoroso, en un tierno Padre celestial que está por encima de las leyes frías e inexorables, y encuentra así sentido y esperanza para su vida. Se acerca a Dios recordando lo que dice el apóstol Pablo: “Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es menester que el que a Dios se allega crea que le hay y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6).

Sobre el autor: Vicedirector del Colegio Adventista del Plata.