Egipto es un país de evocaciones bíblicas. Allí estuvieron los descendientes de Mizraim, de la antigua estirpe de Ham, el patriarca Abrahán, José, sus hermanos y el patriarca Jacob, Moisés el libertador de Israel, Jeremías el profeta de las lamentaciones, y basta Jesús, el inocente perseguido de Belén. Las tradiciones pretenden asociar esos nombres ilustres con obeliscos, canales, piedras y árboles, mientras el Nilo continúa su murmurante canción de siglos que presenció el desfile de los imperios.
El hombre moderno ha ideado medios cómodos para evocar y contemplar el pasado: las reconstrucciones cinematográficas. Si éstas son fieles a la realidad, sin chocantes anacronismos en los actos o el vestuario, la impresión de realidad histórica cobra todo su colorido, pero si las reconstrucciones no obedecen a los dictámenes de la disciplina científica que busca la veracidad por encima de los impactos sensacionales producidos por una trama dramatizada, la historia queda distorsionada. La exhibición de la película “Los Diez Mandamientos”, dirigida por el afamado cineasta Cecil B. De Mille está presentando al mundo una versión errónea en más de un sentido respecto a la época en que tuvo lugar el éxodo del pueblo de Israel de Egipto a la tierra de Canaán. Aun cuando la compañía cinematográfica que financió esa filmación declara haber seguido estrictamente los datos de la Biblia y haber consultado con los eruditos de varias universidades, la cronología del éxodo ha sido alterada, dando lugar a una sustitución de personajes por haber aceptado una hipótesis errónea.
No hay verdadera historia donde se alteran cualesquiera de los factores fundamentales de cualquier acontecimiento al que se asocian entrañablemente diversos factores: ¿Quiénes fueron los protagonistas? ¿Cuándo sucedió? ¿Dónde tuvo lugar? ¿Qué aconteció? Sólo cuando estos elementos de juicio coinciden plenamente con la realidad, se reúnen las condiciones como para reconstruir la historia en el sentido científico del concepto que se merece esa disciplina. Alguien podría objetar a este enfoque la opinión de que el problema cronológico es de poca importancia, es decir que, en el caso del éxodo, sabiendo lo que aconteció y dónde tuvo lugar, poco importa saber cuándo sucedió. Es cierto que no siempre es posible averiguar la fecha de un acontecimiento antiguo, y en tal caso hay que conformarse con el mayor número de informaciones que se pueda reunir, entre las cuales se considerarán de extraordinario valor las que se refieren a los que fueron los protagonistas como personas determinadas e inconfundibles. No obstante, puede darse la circunstancia de que se sepa lo que aconteció y se conozcan los nombres de algunas de las personas que actuaron y que, de algún modo, se ignore el nombre de uno de los protagonistas principales. Este es, precisamente, el caso del relato bíblico del Éxodo. Por una parte figuran los nombres de Moisés y Aarón y por otra, el de Faraón. Pero Faraón no es el nombre propio de un individuo, sino un título que figura en los jeroglíficos de las pirámides en forma de per aa, que los hebreos escribieron como par’oh y que para los egipcios significaba la “gran casa”.[1] Esa expresión se utilizaba en el mismo sentido que la “Sublime Puerta” que designaba a los sultanes de Turquía, ya que en ambos casos se refiere a los gobernantes y, en forma específica, a la primera figura de los respectivos países.
¿Fue Ramses II el faraón del Éxodo?
Tanto en la película dirigida por Cecil B. De Mille, como en diversas obras de divulgación, incluyendo La Biblia Tenía Razón de Werner Keller, se presenta a Ramsés II como el faraón del éxodo. Esta no es una idea nueva. Fue publicada hace varios siglos cuando la cronología bíblica no había sido estudiada en forma metódica y cuando la egiptología todavía no había nacido. Uno de los datos invocados para abonar esa hipótesis es que en el primer capítulo del libro del Éxodo se expresa que los israelitas, mientras realizaban trabajos forzados en Egipto, construyeron las ciudades de Pithom y de Raamses. Por consiguiente, la mayor parte, de los comentaristas bíblicos creyeron que el éxodo podría haber tenido lugar mientras reinaba uno de los doce faraones que llevaron el nombre de Ramsés y que se conocen gracias a las listas dinásticas consignadas por el sacerdote egipcio Manetón. Entre esos famosos faraones dieron preferencia a Ramsés II porque durante las seis décadas de su gobierno había erigido muchas construcciones.
Uno de los datos más importantes de la cronología bíblica con respecto a la fecha del éxodo, señala que ese acontecimiento tuvo lugar 480 años antes de que el rey Salomón comenzara la reconstrucción del templo de Jerusalén, tarea que inició en el 4^ año de su, reinado (1 Rey. 6:1). Por consiguiente, sabiendo la fecha en que comenzó a reinar Salomón, es asunto de retroceder 480 años desde el cuarto año de su coronación para conocer la fecha del éxodo. Los que se interesaron en la cronología efectuaron diversos cálculos para definir la fecha del comienzo del reinado de Salomón. Para hacer ese cálculo era necesario descubrir algún incidente en el cual cierto rey mencionado en la Biblia hubiese actuado en relación con algún rey de otra nación, de modo que ese sincronismo pudiese interpretarse exactamente en término de años, si tal acontecimiento había sido consignado por algún pueblo que tuviese un sistema cronológico fundado en observaciones astronómicas. Conocido este dato, que estaba dentro de lo posible siendo que los reyes asirios atacaron a los israelitas en repetidas ocasiones, se podría establecer la fecha en que comenzó a reinar Salomón.
Para definir cuándo empezó a reinar Salomón, se hicieron diversos ensayos, alcanzando gran popularidad los del arzobispo James Ussher, publicados a partir del año 1650 y que posteriormente fueron estampados en los márgenes de la llamada Biblia Autorizada o de King James. Así es como se difundió el año 1012 AC como el de la fundación del templo de Salomón y el año 1491 AC como el del comienzo del éxodo. En esa misma época creyóse sin dificultad que esa fecha correspondía al reinado de Ramsés II. No obstante, las investigaciones en el campo de la cronología bíblica sólo eran aproximadas por falta de descubrimientos arqueológicos que permitieran establecer un sincronismo con una fecha extrabíblica segura. Por otra parte, las investigaciones egiptológicas demostraron que Ramsés II no había vivido en el siglo XV, sino en el siglo XIII AC. Finalmente, el estudio de los sincronismos entre la historia de los reyes israelitas y los de Asiria y de otras naciones, permitió calcular que la fundación del templo del rey Salomón tuvo lugar en el año 966 AC y que. por consiguiente, el éxodo comenzó en el año 1445 AC. Además, los egiptólogos modernos, valiéndose de todos los recursos de la ciencia, han establecido que el reinado del faraón Ramsés II tuvo lugar entre los años 1299 y 1232 AC.[2] Por consiguiente, Ramsés II no pudo ser el faraón del éxodo.
A pesar de que los datos científicos no permiten conciliar la cronología bíblica con la hipótesis tan difundida de que el éxodo hubiese podido tener lugar durante el reinado de Ramsés II, esa idea errónea, repetida durante siglos y alentada por el descubrimiento de la momia de ese faraón, dió una gran popularidad a esta hipótesis equívoca.
Los argumentos de los que suponen que Ramses II fue el faraón del Éxodo
Los partidarios de la hipótesis de que Ramsés II fué el faraón del éxodo dieron mucha importancia al hecho de que en la Biblia se dice que los israelitas cautivos edificaron en las ciudades de Pithom y Raamses.[3] Pero los que arguyeron de este modo se olvidaron que en las copias sucesivas de la Biblia, a los efectos de que el texto fuese entendido sin lugar a confusiones con el correr de los siglos, fueron reemplazados los nombres antiguos de las ciudades por los nombres nuevos, de la misma manera que un historiador al referirse a la ciudad de Nueva York, no podrá seguir hablando de la primitiva población de Nueva Amsterdam que fué su nombre original. Tanto en los cinco libros de Moisés como en otros libros del Antiguo Testamento, se observan esas oportunas actualizaciones de los nombres de las ciudades.
Para que fuera válido el argumento de los que se aferran a la palabra Raamses como prueba inequívoca de que los israelitas trabajaron en esa ciudad durante el reinado de los faraones ramésidas, cuya dinastía comenzó con Ramsés I (1319-1318 AC), padre de Seti I y abuelo de Ramsés II, sería necesario que pudiesen demostrar que la ciudad así denominada no había existido previamente con otro nombre. La respuesta de la arqueología es categórica. El egiptólogo Mariette descubrió en las ruinas de Pi-Ramsés (ciudad de Ramsés o de Raamses), un monumento conocido como la Estela de los Cuatrocientos Años, en la cual, según el testimonio del faraón Seti I, padre de Ramsés II. asistió a la celebración del cuarto centenario de la fundación de esa ciudad por los hicsos, que se habían hecho memorables como adoradores de Seth. De manera que la ciudad de Pi-Ramsés había existido durante cuatro siglos antes del nacimiento de los primeros faraones ramésidas. Con el correr de los siglos esa antigua ciudad fué llevando diversos nombres, siendo conocida como Tanis, Avaris, Pi-Ramsés y. sus ruinas en el Delta, fueron señaladas por los árabes corno San el llagar.
Con relativa frecuencia se leen artículos de divulgación y obras populares que aseveran que se han descubierto las pruebas evidentes de que los israelitas fueron esclavos del faraón Ramsés II. Tales informaciones erróneas se originaron en algunos comentarios sensacionalistas en torno del hallazgo de la Estela de Ramsés II descubierta en Beth-shan, Palestina, después de la primera guerra mundial. El primer anuncio del hallazgo apareció en 1923 en Filadelfia, con un título que se prestó a muchas confusiones: “Una Estela de Ramsés II que Habla de la Construcción de Raamses en Egipto”.[4] Si por la palabra “construcción” se entendía un sustantivo que se refería a un edificio ya hecho, estaba bien, pero si se quería decir que era un verbo que se refería al hecho de construir, se incurría en un error. Esto fué, lamentablemente, lo que sucedió. El doctor Fisher declaró: “Hemos encontrado la tan esperada confirmación del relato bíblico de que los israelitas fueron utilizados por Ramsés II en la construcción de Pithom y Raamses, y la afirmación definida de que Ramsés II fué el faraón de esa opresión”.
Ovenden, secretario del Dr. Fisher, acrecentó la confusión al enviar un artículo a Londres referente al mismo asunto, que fué publicado pocos meses después por una revista especializada. En él se decía que la Estela de Ramsés II contenía “una simple declaración de que Ramsés II utilizó semitas en la construcción de Raamses”.[5] La misma revista londinense publicó en 1925 un artículo del doctor Hall, en el que éste declaraba que en la estela descubierta en Beth-shan aparece “una muy interesante declaración según la cual Ramsés II utilizó la tribu de los apiru (hebreos) para construir la fortaleza de Raamses”. El mismo Dr. Hall. en un capítulo de su obra The People and the Book, dijo: “En el reinado de Ramsés II se menciona que los prisioneros apiru trabajaron en la construcción de Raamses”.[6]
Esas publicaciones previas, basadas en una simple confusión, difundieron el error tanto entre los eruditos como entre las revistas populares que dieron esas noticias por fidedignas. Sólo en el año 1930 apareció la voluminosa obra del arqueólogo Alan Rowe acerca de sus trabajos arqueológicos en Beth-shan. Al describir esa estela, e incluir la traducción exacta del texto jeroglífico, presentó la siguiente aclaración: “Se ha afirmado con frecuencia en los diarios y otras publicaciones que ese monumento se refiere a la construcción de la ciudad de Raamses de Exodo 1:11, pero no es así. El texto no contiene ninguna mención de cosa tal como operaciones de construcción, ni de los israelitas, aunque ciertamente hace referencia al famoso pueblo de Raamses en el Delta. La línea en que ocurre esta referencia afirma meramente que el rey ‘obliga al aamu (asiáticos) a retroceder, haciendo que haya paz después de la lucha que hubo entre ellos. Aquellos que lo desean han venido a él arrodillándose en su Castillo de la Vida y Prosperidad, Per-Raimessu-meri-Amen, Grande en Victorias’ ”.[7]
Un error que alcanzó a centrifugarse mediante los periódicos, diarios, revistas científicas y libros, resulta difícil de desarraigar. Esto es lo que sucedió con la falsa información de que se había encontrado el testimonio directo del faraón Ramsés II que indicaba que los israelitas habían construido su castillo o fortaleza denominado Per-Ramessu. Pero es de notar que, mientras algunos quisieron hacer de Ramsés II el faraón del éxodo, ignorando las dificultades cronológicas, otros recordando que el reinado de este faraón fué tan largo y que el gobernante con el cual tantas veces se entrevistó Moisés acababa de subir al trono, opinaron que el éxodo del pueblo de Israel habría podido ocurrir mientras reinaba el hijo de aquél, Merneftah (1232-1220 AC). En primer lugar, tales interpretaciones resultan absolutamente contrarias a la cronología bíblica. En segundo lugar, los descubrimientos arqueológicos han permitido saber, gracias a las cartas encontradas en Tell-el-Amarna, Egipto, que desde el reinado del faraón Amenhotep III (1412-1375 AC), los príncipes cananeos imploraron en vano la ayuda de los egipcios para repeler el avance de los habiru que numerosos críticos consideran como los hebreos que estaban invadiendo diversos sectores de Palestina.[8] En tercer lugar, si Merneftah hubiese sido el faraón del éxodo, resultaría difícil explicar cómo fué posible que durante su campaña militar en Palestina ya encontrara establecidos a los israelitas en ese país, como lo prueba su famoso monumento, conocido como la Estela de Israel, porque es la más antigua inscripción en que aparece ese nombre como el de un pueblo contra el cual combatió. Esa estela de granito, escrita con signos jeroglíficos, fué hallada en el templo mortuorio del faraón Merneftah en Tebas, y se halla expuesta en el museo de El Cairo.[9]
¿Fue Thotmes III el faraón opresor y Amenhotep II el faraón del éxodo?
Según los datos cronológicos aportados por la Biblia en relación con los sincronismos históricos, el éxodo habría comenzado en el año 1445 AC. Por lo tanto, será necesario encontrar en torno de esa fecha al faraón opresor que falleció mientras Moisés se hallaba en Madián, y al faraón -que, después de oponerse a Moisés terminó por autorizar el éxodo. El problema sería muy fácil de resolver si los datos cronológicos de la historia egipcia fuesen exactos como los de Asiria y Babilonia, países en que se llevaba la cuenta de los acontecimientos en forma de anales, anotándose además los eclipses.
La época del éxodo, que de ningún modo puede ajustarse a la época de los faraones ramésidas de la dinastía XlXa, coincide, en cambio, con el período de los faraones thotmésidas, fundadores de la dinastía XVIIIa., que comenzó con la expulsión de los hicsos del delta y del valle del Nilo, y cuando entre los nacionalistas de Tebas apareció “un nuevo rey sobre Egipto, que no conocía a José” (Exo. 1:8). Aunque las fechas que corresponden al reinado de los faraones de la XVIIIa. dinastía no son de una precisión absoluta, por su valor aproximado es posible asociar a varios de ellos con la vida de Moisés (1525-1405 AC). El faraón Amenhotep I (1545-1525), fundador de esa poderosa dinastía fué, probablemente, el primer opresor de los israelitas en Egipto, al fin de cuyo reinado habría nacido Moisés. Thotmés I (1525-1508), es el faraón que corresponde a la infancia y juventud de Moisés, adoptado como hijo por la princesa Hatshepsut, casada con el que llegó a ser el faraón Thotmés II (1508-1504). Al fallecer su marido, la reina Hatshepsut (1504-1482) ocupó el trono, pero tuvo dificultades con su yerno Thotmés III (1482-1450), el afamado militar que hizo mutilar todos los monumentos donde se mencionaba a la reina Hatshepsut o donde se la representaba. Los arqueólogos se encargarían de reconstruir todos esos destrozos, y de ese modo se llegó a tener un conocimiento directo de la situación imperante en los días en que Moisés, viendo debilitado el poder de Hatshepsut, su madre adoptiva, y habiendo él castigado con la muerte a un capataz egipcio, juzgó conveniente huir a Madián desde donde no regresó sino cuatro décadas después, cuando fué informado que el faraón que no simpatizaba con él había fallecido.
Siendo que Thotmés III no pudo ser el faraón del éxodo del pueblo de Israel —recuérdese que las fechas de la cronología egipcia no son rigurosamente exactas, sino aproximadas— el faraón con el que se entrevistaron repetidamente Moisés y Aarón habría sido su sucesor. Los monumentos de Egipto nos presentan al faraón Amenhotep II como el que ocupó el trono de Egipto durante los años 1452 a 1425. Por razones de orden cronológico, Amenhotep II es considerado por muchos investigadores como el faraón del éxodo. No obstante, queda un problema por dilucidar, porque en la Biblia se da a entender que el faraón que autorizó el éxodo salió después en persecución de los israelitas, dándoles alcance cuando se hallaban junto al Mar Rojo en el cual pereció el ejército egipcio. Si el faraón pereció en ese desastre, no se avendría con los datos egipcios, según los cuales Amenhotep II habría reinado durante 27 años. Pero tomando en cuenta que los egipcios guardaban el más absoluto silencio en sus monumentos respecto a las calamidades, medida fundada en la superstición de que la recordación de los males ofendía a los dioses y podía favorecer su repetición, es natural que no hayan dejado ninguna constancia del desastre del ejército egipcio tragado por el Mar Rojo y que, en el caso de haber desaparecido en tales circunstancias el hijo heredero de Thotmés III, podrían haber intentado borrar su memoria al ocupar su lugar el hermano de Amenhotep II a quien le habrían acreditado el gobierno del país desde la muerte de su progenitor. Otra probabilidad que podría explicar lo ocurrido sería que, al marchar el ejército faraónico en persecución de los israelitas, se hubiese puesto al frente del mismo uno de los hijos del faraón que no pudo ser el primogénito siendo que éste había fallecido durante la décima plaga.
El carácter de Amenhotep II es conocido mediante los monumentos. Fué un diestro cazador y un militar que dio a su pueblo el sanguinario espectáculo de sacrificar en Egipto a los príncipes que había traído cautivos de sus campañas, y que se jactaba de proceder como un león enfurecido. Un indicio de que Amenhotep II llegó al trono de una manera que pareció casual la da su hijo y sucesor Thotmés IV (1425-1412) al decir, en la llamada Estela del Sueño, que la esfinge le manifestó cuando era muy joven, que si la libraba de la arena que la estaba cubriendo llegaría a ser faraón.
Otro aporte interesante de la arqueología en relación con el éxodo procede de Palestina, de las ruinas de Jericó. En efecto, la marcha del pueblo de Israel terminó cuando cruzaron el Jordán y se establecieron en Gilgal, donde celebraron la Pascua el día 14 del mes de Abib del año 1405 AC. Pocos días después caían las murallas de la ciudad de Jericó (Josué 4:19; 5:10; 6:1-27). Las investigaciones arqueológicas efectuadas en las ruinas de esa ciudad por John Garstang, desde 1930 hasta 1936, resultaron muy significativas porque en el antiguo cementerio se inhumaba a los funcionarios egipcios con sus sellos oficiales en forma de escarabajo, grabados con jeroglíficos que indicaban el nombre del faraón a cuyo servicio estaban, lo cual permitió conocer cuándo terminó la historia de Jericó. Descubriéronse anillos con sellos de esa clase que pertenecían a los gobiernos de Hatshepsut y de Amenhotep II, finalizando en forma abrupta durante el gobierno del faraón Amenhotep III, al principio de cuyo reinado se inició la conquista de Palestina bajo la dirección de Josué.[10] Las excavaciones posteriores, dirigidas desde el año 1952 por la famosa arqueóloga inglesa Kathleen M. Kenyon, permitieron descubrir vestigios de paredes que se remontan precisamente a los días -de Josué cuando se desplomaron las murallas de esa ciudad cananea.[11]
Aunque resulta explicable que los comentaristas bíblicos que vivieron en la época anterior a los grandes descubrimientos arqueológicos, opinaran que el éxodo había comenzado en la época de los faraones ramésidas, es lamentable que, después de todos los aportes de la egiptología desde que Champollion descubrió en 1822 la clave para descifrar los jeroglíficos, todavía haya quienes prosigan divulgando la hipótesis de que Ramsés II fué el faraón del éxodo. Esa hipótesis errónea ha sido descalificada por las investigaciones cronológicas. Por otra parte, los hallazgos arqueológicos y los desciframientos efectuados tanto en Egipto como en Palestina, favorecen en sus diversos aspectos el cuadro presentado por la Biblia, cuya cronología constituye una clave fundamental para el esclarecimiento de la fecha del éxodo, lo que permitió identificar las principales figuras de la época en armonía con los datos aportados por Moisés, protagonista principal de ese acontecimiento que marcó la emancipación del pueblo de Israel y abrió nuevos rumbos en las páginas de la historia.
Referencias:
[1] Daniel Hammerly Dupuy, Del Plata al País de los Faraones, pág. 82.
[2] George Steindorff, When Egypt Ruled the East, pág. 275.
[3] Pierre Montet, La Stéle de L’An 400 Retrouvée, Kemi, IV (1933), págs. 192-215.
[4] Museum Journal (Filadelfia, 1923).
[5] G. J. H. Ovenden, Palestine Exploration Fund Quarterly (Londres, 1923).
[6] Stephen L. Craiger. “Archaeological Fact and Fancy”, Biblical Archaeologist, tomo IX (1946), N° 3, pág. 64.
[7] Alan Rowe, The Topography and History of Beth Shan (Filadelfia, 1930), págs. 33-36. Esa Estela de Ramsés II se exhibe en el Museo de la Universidad de Filadelfia, N° 29-107-958.
[8] P. Lacau, Stéles du Nouvel Empire (El Cairo, 1909), fig. 17; Moshe Greenberg, The Habiru (New Haven, 1955). págs. 85-91; Roland de Vaux, Revue Biblique (París 1948), pág. 344; (1956), pág. 267.
[9] P. Lacau, op. cit.; Moshe Greenberg, op. cit.; Roland de Vaux, op. cit.
[10] John Garstang, “Jericho: City and Necrópolis”, Annals of Archaeology and Anthropology (Liverpool), tomo 19-22 (1932-1936); The Story of Jericho (Londres, 1940), pág. 120, figs. 18-20).
[11] Kathleen M. Kenyon, “Excavations at Jericho, 1954”, Palestine Exploration Quarterly (Londres, mayo-octubre, 1954), pág. 47.