En las ciudades se aglomeran multitudes que perecen en la ignorancia y en el pecado por nuestra falta de visión. Las masas sin Cristo, por las que Jesús murió, nunca oirán el mensaje de la salvación de Dios si seguimos adoleciendo de falta de visión. ¿Qué haremos para remediar esto? ¿Cuándo sentiremos una verdadera carga por los que perecen y lomaremos conciencia de nuestra responsabilidad? Sintiéndonos cómodos en nuestro ambiente y satisfechos con nuestro puñado de seguidores bien alimentados, celebramos nuestras servicios, predicamos nuestros sermones, y al parecer carecemos de preocupación por las multitudes que perecen a nuestro alrededor. Pero Dios nunca les dijo a los pecadores que acudan a nosotros; en cambio, nos dijo que nosotros debíamos ir a ellos.
El mundo elige los lugares más visibles y llamativos para atraer la atención. Los cines son edificados en las esquinas más destacadas, e iluminados profusamente; en cambio las iglesias, con demasiada frecuencia, eligen una calle apartada, levantan un edificio pequeño y luego se preguntan por qué no asiste la gente. “Los hijos de este siglo son… más sagaces que los hijos de luz”. Cada ciudad necesita un centro de evangelismo amplio, bien situado y accesible, capaz de atraer al transeúnte, y con un programa de evangelismo dinámico, capaz de interesar al indiferente, de despertar a los pecadores y encaminarlos hacia el cielo. La iglesia profesa, como está profetizado, rápidamente se está convirtiendo en apóstata. Muchos abandonan su fe. Esto significa que el mundo entero se ha convertido en un vasto campo misionero. El mensaje se necesita tanto aquí como en el extranjero. Sólo en contados lugares encontramos un púlpito desde el que se predica el Evangelio, se destaca el nuevo nacimiento, se habla claramente de la salvación y se invita a los pecadores. Los servicios de culto se hacen cada vez más formales. En muchas iglesias el ministro predica como si cada persona del auditorio ya estuviera salvada y viajara hacia el cielo, y sin embargo en la mayor parte de las congregaciones hay quienes no han experimentado el nuevo nacimiento.
Hace falta la predicación de Bunyan, Baxter, Aileen, E.lwards, Wesley, Whitefield y Finney, que hacía temblar a los pecadores y llorar a causa de su terrible carga de pecado y culpabilidad. Quiera el Señor levantar hombres como éstos, que, comprendiendo la enorme seriedad y responsabilidad de su vocación, y dejando a un lado las cosas menores, proclamen sin temor las grandes verdades fundamentales de la fe, para que en estos días finales de la historia se dé un testimonio claro e inequívoco. No hay otra predicación ni otro mensaje que valga el tiempo y el esfuerzo empleados. “Se informa que en el año ——— 11.394 iglesias de los Estados Unidos no convirtieron a una sola persona. El anuario oficial de las iglesias Presbiteriana, Bautista del Norte y Metodista Episcopal muestra que 3.269 iglesias presbiterianas no convirtieron a nadie, y que otras 500 iglesias de otras denominaciones convirtieron sólo a una persona cada una”. Esta es una de las señales más asombrosas de los tiempos que corren. Nuestras iglesias se están convirtiendo en centros sociales. Qué desafío para nosotros que creemos en la necesidad de un nuevo nacimiento.
Se dedica demasiado tiempo a la controversia religiosa. ¿Por qué hemos de estar a la defensiva? La controversia nunca ha sido provechosa. Las verdades de la Biblia no necesitan ser defendidas; sólo necesitan ser proclamadas. La Biblia Se defenderá a sí misma. Sobrevivirá por largo tiempo después que los críticos hayan desaparecido. Necesitamos un mensaje positivo.
Entonces, consagrémonos a nuestra gran tarea de predicar el Evangelio. Trabajemos juntos en la unidad del Espíritu. Si no podemos concordar en otras cosas, estemos de acuerdo en el evangelismo. Todos creemos que el Evangelio es potencia de Dios para salvación. Entonces prediquémoslo. Nunca se ha convencido a los ateos mediante argumentos.
Estamos viviendo, según las Escrituras, en el período de la Iglesia de Laodicea. Por lo tanto, la misma iglesia necesita ser evangelizada. Debe haber un nuevo llamamiento a separarse del mundo y a dedicarse de todo corazón a Cristo. La Palabra de Dios condena la transigencia. Hay que disipar las tinieblas. ¿De qué otra manera podremos hacer frente a la terrible apostasía de nuestros días? En la unidad está la fuerza.
El enemigo está contra nosotros. Las nubes se acumulan y la tormenta por desencadenarse. Nada fuera de la predicación del Evangelio en el poder del Espíritu Santo puede hacer frente a la amenaza. Entonces evangelicemos.