Se cuenta que Lutero, en su retiro de Wartburgo, vió a Satanás que, irónico, sarcástico y amenazador, fué a molestarlo precisamente cuando él se empeñaba en la traducción de la Biblia, esforzándose para lograr que los antiguos profetas hebreos se expresaran en alemán.

Dominado por una naturaleza impulsiva, el genio de la Reforma, en un momento de ira, le arrojó un tintero al diablo, dejando una mancha de tinta en la pared del célebre castillo. Ignoramos si dio o no en el blanco. Tampoco sabemos si este incidente ocurrió o no ocurrió. Los autores modernos consideran una pura ficción este detalle de la vida de Lutero. Pero lo que sí sabemos es que la tinta ha sido un arma poderosa de la iglesia cristiana en su lucha contra las fuerzas confederadas del mal.

Desde la invención del arte de imprimir con tipos movibles, la iglesia ha estado arrojando toneladas y toneladas de tinta sobre Satanás, venciéndolo en batallas memorables. Como ministros, debemos orar con más constancia para aumentar el poder de la tinta de impresión, y divulgar con más profusión las verdades para este tiempo.

“Dios nos ha dado luz referente a los acontecimientos que ocurren en nuestros días, y mediante la pluma y la palabra debemos proclamar la verdad al mundo, no de una manera insípida, sino con una demostración del Espíritu y el poder de Dios” (Testimonies to Ministers, pág. 27).

“La verdad presentada por el predicador bíblico debiera publicarse en la forma más condensada posible y hacerse circular ampliamente. Hasta donde sea posible, publíquense en los diarios los discursos más importantes pronunciados en nuestras reuniones. Así, la verdad que fue presentada ante un número limitado de personas encontrará acceso a muchas mentes” (Testimonies, tomo 6, pág. 37).

Estas y muchas otras declaraciones inspiradas revelan la importancia de la palabra impresa como elemento eficaz en la obra de evangelización. D. L. Moody y Charles Spurgeon fueron, sin lugar a dudas, los evangelistas más ocupados de su época. Estaban empeñados en agitadas campañas de evangelismo, predicaban todas las noches, dedicaban tiempo a la obra personal, y sin embargo, dejaron docenas de libros escritos por ellos, en los cuales podemos leer sus vibrantes mensajes llenos de fe, aliento e inspiración.

Verdaderamente, estos dos grandes evangelistas le arrojaron al diablo un gran frasco-de tinta. Igualmente en nuestro ministerio, al poder de la palabra —el púlpito— asociemos el poder de la tinta —la imprenta—, en la divulgación del mensaje que se nos ha comisionado: el Evangelio de la cruz.