¿Es usted algo remiso cuando se trata de expresar gratitud hacia aquellos cuyas vidas le han significado una bendición? Si es así, considere el caso de Juana, una mujer poco conocida que se cita en las Escrituras. No es mucho lo que se ha escrito sobre ella. No obstante, en el Evangelio de Lucas se dice lo suficiente como para saber que poseía un rasgo de carácter que debiéramos codiciar. Juana fue la mujer que le dio flores a su Benefactor antes que él muriera. No esperó para traer su tributo floral una vez que estuviera en la tumba. El caso fue así.

Juana era la esposa de Chuza, administrador del rey Herodes. Como tal, debe haber sido una persona de influencia. El Dr. Lucas la identifica como una de las mujeres “que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades” (Luc. 8:2). Esa pobre mujer afligida, al igual que las otras mencionadas, había experimentado el poder sanador de Dios en su vida. Manifestó su gratitud en una forma bien concreta.

Leemos que María Magdalena, Susana y Juana ministraban y servían al Señor con bienes de su propiedad (Luc. 8:3). “Puede decirse que ese grupo de mujeres devotas constituyó la primera sociedad misionera femenina de la iglesia cristiana” (SDA Bible Commentary, Luc. 8: 3).

En toda ocasión que se le presentó Juana reveló su amor por el Maestro. Y Jesús comprendía esas manifestaciones prácticas de gratitud. Las especias y ungüentos con los cuales habría ayudado a ungir el cuerpo del Salvador en la tumba (Luc. 23:55, 56; 24:10) no eran sino una continuación del don de amor iniciado durante su vida.

Muchos de nosotros esperamos a que quienes nos han amado y ayudado estén muertos, para entonces venir y depositar un tributo floral ante sus tumbas inmóviles. No decimos la buena palabra ni extendemos la mano ayudadora hasta que es demasiado tarde. Bien haríamos en ser como Juana y mostrar nuestra gratitud a los que nos han hecho bien mientras están aún con vida y puedan apreciar esa actitud nuestra.

Ana ­ La que sabía como arrostrar un problema

En el hogar de Elcana había un problema serio, como el que podría esperarse con dos esposas viviendo bajo el mismo techo. Penina le hacía la vida imposible a Ana porque ésta era estéril. El registro inspirado dice que Penina “la irritaba, enojándola y entristeciéndola… por lo cual Ana lloraba, y no comía” (1 Sam. 1:6, 7).

Frente a esa situación, Ana podría haber reaccionado en diferentes formas. Podría haber hecho frente a los insultos de Penina con un pétreo silencio, creando en el hogar una atmósfera de fría tensión. O valiéndose del amor de Elcana y tal vez de algo de su apoyo, podría haberse vengado con estallidos de ira, amargándole la vida a su rival.

Pero Ana conocía un método mejor. Leemos: “Ella con amargura de alma oró a Jehová” (vers. 10). “Por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora” (vers. 16).

Ana era una mujer que podía hacerle frente a los problemas con oración. Eli, el profeta de Dios, elogió a Ana por su prudencia y su carácter afable. “Ve en paz”, la animó, “y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho” (vers. 17).

Dios oyó la ferviente petición de Ana, y le resolvió el problema. Nació el hijo que esperaba. “Y Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová” (1 Sam. 2:1).

¿Tiene Ud. problemas? ¿Por qué no los afronta con el método de Ana —sobre sus rodillas? La promesa es: “Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré” (Sal. 91:15).

¡Enfrente sus problemas con oración!