Si el control de la natalidad per se es un problema moral, en este punto Satanás debe hallarse tan exuberante como cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido. ¿Qué diría el mundo, especialmente el mundo cristiano, si hoy resolviéramos el problema del control de la natalidad? Quizá los protestantes se burlen del dilema de Roma, pero los recientes intentos norteamericanos de promulgar leyes contra el control de la natalidad son atribuidos a la legislación protestante. Las discusiones en cuanto al control de la natalidad y a asuntos afines van desde la posible inmoralidad que se incrementaría entre casados y solteros hasta preguntas imponderables tales como: ¿Cuándo comienza a formarse un ser humano en un óvulo fertilizado? La ciencia moderna ha enfrentado ahora a la raza humana con dos cuestiones, algo extremas: una biológica y otra espiritual.
1. ¿En qué momento, desde el óvulo fertilizado hasta el feto, se produce el homicidio en el caso de un aborto?
2. ¿En qué momento ocurre la muerte en el caso de aquellos cuyo corazón u otro órgano vital se emplea con fines de trasplante?
Podríamos minimizar estos dos problemas con la simple pregunta: ¿Cuál es la definición de la vida y de la muerte? Cuán afortunados fueron nuestros antepasados al librarse de más de un dolor de cabeza en un tiempo en que tales problemas no existían.
La magnitud que éstas y otras cuestiones tienen para el hombre del siglo XX me impresionaron a través de un folleto que me dio un vecino católico. Ese opúsculo de 40 páginas, preparado por la arquidiócesis de Washington D.C. contiene 38 preguntas y respuestas que tienen que ver con la histórica encíclica de siete mil palabras del papa Paulo, “De la Vida Humana”. Algunas de las preguntas son como ésta: ¿Por qué un católico no puede tener su propia opinión en el asunto de la contracepción?
¿Cambiará el próximo papa, o su sucesor, lo que el papa Paulo ha Hecho?
Pero supongamos que la condenación de la contracepción no es infalible. Luego, es falible, ¿no es así? Y si es falible, ¿no podía estar errada?
¿Cómo pueden un papa soltero y obispos solteros pretender decirle a la gente casada lo que tiene que hacer?
La contracepción y el método del ritmo apuntan ambos al mismo objetivo. ¿Cuál es la diferencia entre usar una u otro?
Las respuestas a éstas y otras preguntas igualmente interesantes constituyen una obra maestra de la acción de los leguleyos y la lógica combinados. Lo menos que se puede decir es que esto nos ayuda a comprender por qué las directivas del papa, que resultaron en una explosión atómica teológica, han provocado tanta precipitación en forma de debates.
Adventistas silenciosos
La Iglesia Adventista no se ha pronunciado sobre este asunto. Aunque generalmente entendemos que el uso de contraceptivos es algo que concierne a la conducta personal, no obstante nunca hemos adoptado formalmente esa posición.
Aunque no lo hayamos advertido, hemos tenido orientación práctica en este asunto durante algún tiempo. Este hecho me resultó claro en una reciente discusión con el reverendo Charles R. Ausherman, director del Programa de Paternidad Planeada del Servicio Eclesiástico Mundial. El propósito de esa organización es combatir el hambre y la pobreza, asistir a la comunidad mundial en lo que respecta al desarrollo social y económico y promover la paz en el mundo. El programa de paternidad planeada busca servir en las áreas del mundo que están en desarrollo para lograr una independencia social y económica mediante la planificación de la familia. Sostienen que la paternidad responsable en nuestra época es de urgente prioridad para combatir el hambre y la pobreza y para ayudar a los seres humanos en el desarrollo del mundo. El total del presupuesto para su programa en 48 países alcanzó a un millón de dólares.
El señor Ausherman, que viaja por todo el mundo, está al tanto de lo que hace nuestra obra médica en varias partes del planeta. Antes de que la hermana Ella May Stoneburner, que dirige la sección de educación sanitaria de nuestra Asociación General, lo introdujera en mi oficina, comencé a buscar algunas respuestas a las preguntas que yo sabía que me formularía. El deseaba conocer la posición de los adventistas en el control de la natalidad.
Política del Espíritu de Profecía
Puesto que en los reglamentos de la iglesia nada se dice sobre el particular, mis pensamientos se volvieron hacia los escritos del espíritu de profecía. Las declaraciones francas y directas de Elena de White sobre la responsabilidad parental constituían la evidencia más fuerte de los adventistas en favor de la planificación familiar.
Le describí brevemente al señor Ausherman el lugar y autoridad del espíritu de profecía en la Iglesia Adventista. Luego procedí a leerle la siguiente cita:
“Hay padres que, sin considerar si pueden o no atender con justicia a una familia grande, llenan sus casas de pequeñuelos desvalidos, que dependen por completo del cuidado y la instrucción de sus padres… Este es un perjuicio grave, no sólo para la madre, sino para sus hijos y para la sociedad” (El Hogar Adventista, pág. 144).
“Antes de aumentar la familia deberían considerar si Dios será glorificado o deshonrado por el hecho de traer hijos al mundo. Desde el principio y durante cada año de su matrimonio deberían tratar de glorificar a Dios con su unión. Deberían considerar con toda calma que provisión pueden hacer para sus hijos. No tienen derecho de traer hijos al mundo que sean una carga para los demás. ¿Tienen una ocupación en la que pueden confiar para mantener una familia, de modo que no lleguen más tarde a ser una carga para otros? Si no la tienen cometen un crimen al traer hijos al mundo para que sufran por falta del cuidado debido, y de alimento y de ropa” (Mensajes para los Jóvenes, pág. 459). [En estas dos citas la cursiva no figura en el original.]
“Los que carecen seriamente de tino comercial y que son los menos preparados para progresar en el mundo llenan generalmente sus casas de hijos, mientras que por lo común los hombres capacitados para adquirir propiedades no tienen más hijos de los que pueden atender debidamente. Los que no están preparados para atenderse a sí mismos no debieran tener hijos” (El Hogar Adventista, pág. 146).
“Casi increíble”
A medida que leía éstas y otras declaraciones, observaba cuidadosamente el rostro del señor Ausherman para detectar señales de aprobación o desaprobación. Su intenso interés en estas citas se hizo evidente por su posición en la silla: inclinado hacia adelante. La primera reacción que se advirtió en él fue en forma de pregunta: “¿Cuánto hace que eso se escribió?” La respuesta de que hacía 70 u 80 años lo conmovió visiblemente. Entonces agregó: “Es casi increíble que la Sra. de White escribiera tan claramente y en forma tan categórica sobre un asunto del cual el mundo sabía poco o nada en aquel tiempo”. Luego continuó: “El concepto de que los niños significaban una carga para la sociedad, a menos que se planificara su nacimiento y de que se dispusiera de lo necesario para cuidarlos, era virtualmente desconocido en aquellos días”. Luego siguió explicando que el programa de paternidad planificada busca poner un énfasis cristiano que respalde la paternidad responsable desde una perspectiva bíblica y teológica. Además sostiene que el amor de Dios en Jesucristo revela un interés supremo por el individuo. La paternidad responsable del cristiano es una expresión básica del amor de Dios por cada persona.
La presentación del énfasis que el espíritu de profecía pone en esos mismos puntos fue una sorpresa agradable y definitoria para el señor Ausherman. Solicitó copias de ese material y permiso para usar porciones del mismo en sus propias publicaciones.
“No deja de asombrarme”
En una conversación telefónica posterior volvió a insistir en su sorpresa por el conocimiento avanzado que teníamos respecto de la planificación familiar: “No termina de asombrarme el hecho de que la Sra. de White tuviese conceptos tan claros acerca de la responsabilidad parental. Ustedes estaban en posesión de información muy adelantada a su tiempo”.
En esa charla le pregunté si realmente existía una ignorancia general sobre ese asunto en los días de la Sra. de White. Él contestó: “Era realmente así, y aún hoy hay mucha ignorancia entre los cristianos respecto a su responsabilidad en la planificación de la familia”.
Naturalmente, su respuesta acerca del conocimiento avanzado de Elena de White fue algo que nos llenó de satisfacción. Fue una experiencia hermosa poder oír a un líder imparcial, ocupado en una tarea particular, hacer declaraciones tan favorables y positivas acerca de ciertos conceptos que nuestra iglesia sostenía y que estuvieron y están en una línea de avanzada en el mundo en general.
Esto debiera reafirmar nuestra convicción de la importancia y la validez de los escritos del espíritu de profecía. Por otra parte, hubo un cierto toque de humildad en esta experiencia. En primer lugar, los adventistas que estudian los escritos del espíritu de profecía estaban familiarizados con este concepto. Pero probablemente muchos de nosotros, como yo, lo dábamos simplemente por sentado y no comprendíamos que se trataba de algo único, avanzado y especial. En segundo lugar me pregunto con cuántos otros conceptos avanzados hemos sido bendecidos a los cuales nunca les concedemos un pensamiento o agradecemos a Dios por estas modernas verdades progresistas.
“¿Dónde estaríamos hoy si…?”
Pero hay algo aún más desconcertante que todo esto. Cuántos principios y conceptos de avanzada, y que ahora son de actualidad, hay en el espíritu de profecía que, o no sabemos nada acerca de los mismos o nos negamos a seguirlos por una razón u otra.
¿Dónde estaría hoy la iglesia si hubiese sometido totalmente su voluntad a las revelaciones especiales? O podríamos preguntar:
¿Dónde nos hallaríamos hoy si nos hubiésemos negado a seguir alguna parte del bosquejo divino? ¿Hay alguien entre nosotros que podría tal vez dar una respuesta optimista a esta última pregunta? ¡Espero que no! (Continuará.)