Existen en las Escrituras y en los libros del espíritu de profecía expresiones que a medida que avanzamos en este “tiempo del fin” necesitamos comprender en su cabal significación.
Daniel el profeta nos dice que “muchos correrán de aquí para allá.” San Pablo nos aconseja redimir “el tiempo, porque los días son malos,” pues “el Señor ejecutará su obra en la tierra, acabándola y acortándola.” El Señor Jesús nos dice que los días finales serán abreviados por amor de los escogidos. La Sra. de White ¿firma que “los últimos movimientos serán rápidos.”
Si bien es cierto que algunas de estas expresiones en cierto aspecto pueden haber tenido cumplimiento o aplicación en lo pasado, no podemos negar que se aplican perfectamente a los días en que estamos viviendo.
No queda duda de que vivimos en un tiempo específico de prisa y urgencia, en la época de la velocidad, cuando la humanidad vive apresurada, cuando los años se condensan en días y los siglos en décadas.
A medida que el fin se aproxima, el hombre—instintivamente—trata de vivir con la máxima intensidad de su vida finita, pues se da cuenta de que ella se le escurre como la arena seca de entre los dedos. Hay prisa por enriquecerse con rapidez, impaciencia incontenida en la búsqueda de placeres, afán por entretenerse en los cuidados de esta vida. Existe un empeño por aferrarse de las vanidades efímeras al presentir que algo ha de acontecer, al convencerse de que se pierde mucho en el torbellino de los días que pasan sin causa, en las horas que nunca más volverán. Y en esa vorágine loca, cuando se esfuerzan por obtener y gozar las cosas terrenales, pierden de vista las cosas de verdadero valor.
Durante mucho tiempo nos hemos preocupado por encontrar una manera de acortar tanto como fuera posible el tiempo que separaba el comienzo de una serie de conferencias con la presentación del mensaje básico del advenimiento, reduciendo también el tiempo que conduce a la decisión: hay miles que no demoran mucho en descifrar la verdad y en decidirse en esta época de prisa en que vivimos. Hemos observado que la mayoría de las decisiones en favor de la verdad no son las de aquellos que asisten a una serie desde sus comienzos, sino a los que comienzan a concurrir desde la mitad del esfuerzo en adelante, cuando se presentan los grandes temas proféticos del triple mensaje. Se cumple así, una vez más el bíblico aforismo de que “los postreros serán los primeros.”
Pensemos en las bondades de un ciclo relámpago de 21 conferencias, que tocase los puntos vitales de la verdad y que llevase rápidamente a la decisión antes que el interés se enfríe, que el entusiasmo se agote, que el fervor muera y que se tenga tiempo para inventar excusas.
La primera experiencia de esta índole la hicimos en la ciudad de Anápolis, estado de Goiaz, Brasil, en el mes de agosto de 1955. Las condiciones no eran recomendables pues no hacía mucho tiempo se había realizado una serie intensiva de conferencias que había dado como resultado Ja construcción de un hermoso templo. El “experimento” se realizó en el local mismo de la iglesia, aún sin terminar, v en penumbra, pues por ese entonces la ciudad tenía poca electricidad. No contábamos con un equipo de ayudantes que pudiera secundarnos a mantener el interés, ni durante ni después de las reuniones, por lo cual los interesados no fueron visitados ni recibieron estudios bíblicos. Tampoco teníamos dinero para hacer buena propaganda; pero a pesar de todos esos impedimentos varias familias fueron recibidas en la iglesia y están ahora bautizadas.
El día 25 de febrero de este año iniciamos otra serie relámpago en la ciudad de San Carlos, del Estado de San Pablo, pero en esta ocasión con mejores posibilidades. Contábamos con un buen equipo de cinco obreros y dos instructoras bíblicas; alquilamos un óptimo salón en el centro de la ciudad donde no había ningún preconcepto que pudiera impedir la libre asistencia a las reuniones; cada dos días hacíamos buena propaganda por medio de la prensa y de la radio. La asistencia media fue de 350 a 400 personas hasta el final de la serie. El trabajo repercutió en la ciudad y despertó gran oposición de algunos sectores. Veintiún días después del comienzo del ciclo invitamos a los interesados a asistir al primer culto en sábado. Nuestra iglesita, bien alejada del centro de la ciudad, no era una propaganda extraordinaria para la culta concurrencia con que contábamos.
Nuestros hermanos de aquel lugar, cansados ya de verse siempre los mismos, habían sido presas de la inercia que se apodera de toda iglesia poco activa. Pero durante las conferencias un nuevo vigor se había encendido en ellos, y aquel sábado 17 de marzo todos estaban ansiosos por ver el resultado de la invitación. La sorpresa fue muy grata: 65 interesados, sin contar los niños, asistieron a la iglesia, cuya capacidad fue superada. Se realizó, por primera vez en ese templo una reunión exclusivamente para los niños, a fin de dar lugar a los adultos en el salón. Aquel culto fue muy bendecido, y a la salida había lágrimas de gratitud a Dios en muchos ojos.
El sábado 12 de mayo—mientras celebrábamos una gran serie de conferencias en la ciudad de Aracatuba, en el mismo estado— volvimos a San Carlos para realizar el primer bautismo en el que 17 almas entraron en la iglesia como resultado directo de esa serie relámpago. El sábado 14 de julio se realizó un nuevo bautismo. Con la ayuda del Señor esperamos bautizar en esa ciudad, en total, cincuenta almas durante este año.
El evangelismo relámpago no amputa el mensaje, no modifica los puntos básicos de nuestra doctrina, ni facilita la entrada en la iglesia: tan sólo reduce el angustioso tiempo de espera que separa al individuo de la decisión. Si las reuniones se efectúan diariamente se evitará que otros asuntos se interpongan en la mente del interesado. Le resultará más interesante seguir sin pausas, paso a paso, el estudio de los asuntos presentados; al fin éstos forman un glorioso y convincente conjunto que los lleva a la decisión.
Si nos demoramos mucho en decir quiénes somos y en explicar lo que vendrá a personas que viven de prisa, corremos el riesgo de debilitar el interés, desanimar el corazón afligido y enfriar el entusiasmo. Apresurémonos a traerlos a la iglesia y en ella habrá el tiempo necesario para prepararlos en los privilegios y obligaciones que implica la ciudadanía del reino de Dios.
Es posible que con este método podamos traer a la iglesia, en mayor número, a las personas que viven como lo hace la mayoría en nuestros días: de prisa. Desde el momento que tenemos que alcanzar a todos, empleemos todos los medios y métodos, pesquemos en todas las aguas, utilicemos todos los tipos de anzuelo, con el fin de salvar almas.
Creemos que este método sugerido no substituye al antiguo, sino que lo complementa. El buen criterio y las circunstancias indicarán las ventajas de utilizarlo o no. En el futuro realizaremos experimentos más extensos luego de los cuales podremos ver con más claridad sus resultados. Y si el éxito los corona, como lo esperamos con la ayuda de Dios, se lo podrá recomendar como un método que ayude a terminar la enorme obra que tenemos que efectuar en tan poco tiempo y con tan parcos recursos de medios y hombres.
Sobre el autor: Evangelista de la Unión Sur del Brasil.