Al preparar el material para el presente número de El Ministerio, pensé en la época del año en que aparecería la revista. Este número corresponde a los meses de noviembre y diciembre, o sea, fin de año. Una época tal tiene para la humanidad un significado especial.
Los comerciantes suelen hacer un balance. Las compañías distribuyen sus dividendos. El agricultor determina sus ganancias o pérdidas. Se hace un inventario de las mercaderías que quedaron de las ventas del año.
Es muy interesante pensar en los diferentes ramos del comercio y sus inventarios. Algunos colocan un letrero en la puerta que dice: “Cerrado por Balance.” Por supuesto, el inventario de un ganadero será diferente al de un almacenero. Un negociante en aceites, gasolina u otro líquido, no hará su inventario en la misma forma que un negociante en maderas. A su vez un joyero tendrá que encarar este asunto desde un ángulo distinto que los demás comerciantes Sin embargo, hay algo que les es común a todos ellos: el hacer un inventario a fin de año. Necesitan hacerlo para enterarse dé la verdadera situación del negocio.
Para el obrero cristiano es imprescindible también el inventario de fin de año. Claro está que el obrero cristiano no tiene que medir maderas, ni pesar mercaderías, pero en cambio debiera considerar el trabajo que realizó durante el año, para lograr establecer el verdadero valor de sus esfuerzos. Debiera sentir gozo por el trabajo hecho y al mismo tiempo comprender que la única manera de poder apreciar lo realizado es haciendo un inventario.
Esta es la época de echar una mirada retrospectiva que abarque desde enero hasta diciembre y que nos ayude a descubrir las faltas que hayamos cometido. También debiéramos procurar ver en qué hemos tenido éxito. Hay que saber hacer inventario de nuestras actividades personales. Debiéramos saber pesar también el resultado de nuestra influencia. Si hemos ofendido a alguien, debiéramos ir con la mayor premura posible a pedirle perdón. Si nos ha ofendido alguien y no arregló el asunto con nosotros, debiéramos hacerlo nosotros.
¿Qué influencia ha ejercido nuestra actuación sobre los demás? ¿Ha tenido algún efecto sobre el mundo frío el santo calor de nuestra actuación? ¿Hemos podido sobrellevar las críticas hechas a nuestro trabajo? ¿Hemos realizado algo aceptable que pueda resistir el embate de los años, como ser, edificar una iglesia, instruir almas en la verdad o dar consejo a quienes lo necesitaban? —¿Hemos tratado con cariño y consideración a los miembros de nuestra familia? ¿Hemos vivido una vida equilibrada en lo que se refiere a las actividades mentales, físicas y espirituales? Si no lo hicimos, algún día se echará de ver claramente.
Al hacer nuestro inventario personal debiéramos medir los resultados de la influencia que hemos ejercido en este mundo. Las personas que aprecian nuestro trabajo son inspiradas generalmente por dos factores: lo que hacemos y la manera como lo hacemos. Muchas veces nuestra influencia sobrepasa el valor de nuestra obra. Apeles fue un famoso pintor griego que vivió en el siglo IV a. de J. C. La gente de su tiempo lo vio retocar vez tras vez sus pinturas. Le preguntaron por qué lo hacía y él contestó diciendo: “Yo pinto para la eternidad.” Aunque su obra se haya perdido casi totalmente, la actitud de este pintor sigue inspirándonos aún. Los entendidos en la materia afirman que actualmente no queda casi nada de las obras de Apeles, sin embargo la fama de su manera de trabajar lo sobrevivió y nos sirve de inspiración. Tomemos tiempo para hacer un inventario de nuestra vida, a fin de que el año que está por comenzar pueda estar lleno de hermosas realizaciones.