“Nosotros hablamos de lo que sabemos, y somos testigos de lo que hemos visto”. Estas palabras de Jesús, como están registradas en San Juan 3:11 (versión popular) debieran constituir el testimonio de todo obrero adventista que sirve en la hora más exigente de la historia de este mundo. Como predicadores necesitamos hablar “de lo que sabemos” —nuestros mensajes deben estar en relación con los tiempos; también deben ser apropiados a nuestra experiencia personal cristiana. Como solía decirlo la juventud de nuestra generación: “Hazlo concreto, hazlo vivido, hazlo personal, hazlo ahora”.

Alguien preguntó por la fuente de poder en el ministerio de un bien conocido predicador. La respuesta contiene más de una reflexión para usted y para mí, al considerar nuestra vida y nuestra predicación: “Vive muy cerca del corazón y del trono de Dios, y allí recibe mensajes secretos que luego nos los trae a nosotros”. Cuán tristes nos sentimos muchos de nosotros predicando mensajes chatos, insípidos y sin poder debido a que nuestra fe es débil, nuestros corazones fríos, ¡y hablamos de algo de lo que sabemos muy poco!

Usted y yo hablamos de la reforma y el reavivamiento. Anhelamos esa experiencia. Eso es lo que decimos. ¿Pero qué hacemos personalmente en nuestra vida y ministerio para que esa experiencia pentecostal se produzca en nuestra comunidad? Para que el reavivamiento llegue a nuestro distrito o a nuestra ciudad debe haber de nuestra parte algún reavivamiento en la vida, algún reavivamiento en la predicación, algún reavivamiento en el liderazgo. Debemos hablar “de lo que sabemos” y ser “testigos de lo que hemos visto”.

A través de la historia de su pueblo el Señor apartó a hombres sobre los que podía poner el manto del liderazgo en el reavivamiento. Esos hombres, inspirados por el Espíritu Santo, obraron poderosamente en favor del necesitado pueblo de Dios. Es bueno que con frecuencia refresquemos nuestra mente recordando lo que el Señor ha hecho por otros en lo pasado. Con ese pensamiento presente, volvamos nuestra atención a algunos hombres de Dios que hablaron de lo que realmente sabían y que fueron testigos de lo que habían visto.

Los reavivamientos comienzan con una persona

Nueve siglos antes de Cristo, en los días de los malvados Acab y Jezabel, la apostasía descansaba como una negra nube sobre Israel. En una hora tal Dios usó a un hombre para traer alivio espiritual al reino del norte. “El ministerio intrépido [de Elías] estaba destinado a detener la rápida extensión de la apostasía en Israel” (Profetas y Reyes, pág. 87). “Una vez muertos los profetas de Baal, quedaba preparado el camino para realizar una poderosa reforma espiritual entre las diez tribus del reino septentrional” (Id., pág. 114).

El “ministerio intrépido” de Elías —el testimonio de un solitario predicador de la justicia— produjo una reforma entre el pueblo de Dios. Compañero predicador en el movimiento adventista, ¿qué clase de reavivamiento y reforma producirá en el necesitado pueblo de Dios de la actualidad su ministerio, su predicación? ¿Está usted entreteniendo, informando, filosofando o predicando? El reavivamiento exige una predicación intrépida, respaldada por una vida consecuente y piadosa. ¡Si unos pocos Elías realizaran una obra eficaz en el Israel de hoy! Porque, honradamente, ¿qué está predicando usted en estos días? ¿Habla de algo que conoce bien o está simplemente cumpliendo un compromiso?

Mientras Elías predicaba en el reino del norte, Dios estaba usando a otro hombre en el sur. Josafat continuaba la buena obra de su padre Asa en Judá. Destruyó los centros de culto a Baal y “se produjo un reavivamiento” (Id., pág. 143).

“Y Jehová estuvo con Josafat, porque anduvo en los primeros caminos de David su padre, y no buscó a los baales, sino que buscó al Dios de su padre, y anduvo en sus mandamientos, y no según las obras de Israel. Jehová, por tanto, confirmó el reino en su mano, y todo Judá dio a Josafat presentes; y tuvo riquezas y gloria en abundancia. Y se animó su corazón en los caminos de Jehová” (2 Crón. 17:3-6).

Emociona la lectura de la enorme influencia que tuvo sobre el pueblo de Dios un líder consagrado, y cómo esa influencia aglutinó a jóvenes y a viejos en la hora de crisis. “Durante años había enseñado al pueblo a confiar en Aquel que en siglos pasados había intervenido tan a menudo para salvar a sus escogidos de la destrucción completa; y ahora, cuando peligraba el reino, Josafat no estaba solo. ‘Todo Judá estaba en pie delante de Jehová, con sus niños, y sus mujeres, y sus hijos’ (vers. 13). Unidos, ayunaron y oraron” (Profetas y Reyes, pág. 148).

¿Está usted preparando a su pueblo para que lo acompañe en la hora de crisis que se avecina? Una vida de desorden y descuido, sermones estériles e insípidos, nunca podrán cohesionar al pueblo de Dios y prepararlo para el tiempo de prueba y el advenimiento de un Salvador en un futuro sumamente cercano. En realidad, ¿cómo es su disposición? ¿Existe una atmósfera de expectación y urgencia en su vida y en su predicación que convence a quienes con usted se relacionan de que es consecuente con lo que dice? ¿Qué clase de reavivamiento y reforma inspirarán en su iglesia su vida y su predicación?

Hace años la mensajera del Señor nos aconsejó: “fíe necesita una reforma entre el pueblo, pero ella debiera comenzar primero su obra purificadera con los ministros” (Testimonies, tomo 1, pág. 469).

Cuando Ezequías llegó al poder no perdió tiempo en comenzar el reavivamiento tan necesario en sus días. “Comenzaron a santificarse el día primero del mes primero” (2 Crón. 29:17). “Estos reunieron a sus hermanos, y se santificaron, y entraron, conforme al mandamiento del rey y las palabras de Jehová, para limpiar la casa de Jehová. Y entrando los sacerdotes dentro de la casa de Jehová para limpiarla, sacaron toda la inmundicia que hallaron en el templo de Jehová, al atrio de la casa de Jehová; y de allí los levitas la llevaron fuera al torrente de Cedrón” (cap. 29:15, 16).

Se había introducido la apostasía y era necesario que se realizara una obra de reavivamiento. Ezequías no perdió tiempo en acometer las reformas necesarias. Reorganizó los servicios religiosos. Quitó los lugares altos. Destruyó los ídolos. Reparó y limpió el templo. Recopiló y publicó los proverbios de Salomón. Ezequías era un dirigente piadoso y dinámico. Fue uno de los que inspiró confianza en el pueblo de Dios. La Escritura registra: “El pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de Judá” (cap. 32:8).

El ejemplo de Ezequías compelió al pueblo a imitarlo y a confiar en Dios. En esa hora de crisis nacional y espiritual el Señor bendijo sus esfuerzos para producir una reforma en las filas del pueblo de Dios. En esa ocasión, ese reavivamiento salvó a Judá de la captura y al pueblo de una muerte cruel.

¿Hay en su iglesia algunos lugares altos que deben ser quitados? En su congregación, ¿existen ídolos que deben ser destruidos? ¿Necesita una limpieza el templo de su escuela o el templo de su iglesia? ¿Qué clase de programa está llevando a cabo en su asociación, en su misión, en su iglesia, en su institución? Algún día, hermanos, tendremos que hacer frente a esas preguntas, no frente al escritorio de nuestro presidente, sino ante el tribunal de Dios. Nuestra manera de vivir y nuestra predicación actuales debieran evidenciar el hecho de que entendemos bien esto y de que con la ayuda de Dios sabremos responder en el día del llamado a cuentas.

“Cuando los ministros se dan cuenta de la necesidad de una reforma cabal en sí mismos, cuando sienten que deben alcanzar una norma más elevada, su influencia sobre las iglesias será elevadora y refinadora” (Testimonios para los Ministros, pág. 142).

¿Puede nuestro pueblo confiar en nuestras palabras? ¿Inspira nuestra predicación confianza en Dios, en su Palabra y en el espíritu de profecía? ¿Fortalecen nuestras palabras la confianza en el mensaje adventista, en la iglesia, en el ministerio y en unos hacia otros? Quizá necesitemos hoy en nuestro medio más predicadores como Ezequías.

En cualquier acontecimiento, necesitamos comenzar a santificarnos “el día primero del mes primero”. No debe haber demora en nuestro ejemplo de manera de vivir y predicar que ha de inspirar el reavivamiento y la reforma entre el pueblo de Dios. Dios cuenta con nosotros, y también la iglesia, para que le demos a la trompeta un sonido cierto —motivado y sustentado por una vida piadosa.

Al penetrar en el hogar de un colega misionero noté que en la pared había una plaquita que decía: “Si no lo puedes vivir, ro lo prediques”. Una buena advertencia para todos. Si no podemos vivir el reavivamiento y la reforma, no prediquemos el reavivamiento y la reforma. Si en nuestra vida no está presente el sentido de urgencia, ¿podemos esperar encenderlo en la vida de quienes se hallan bajo nuestros ministerios? ¿Cómo podemos predicar sobre el arrepentimiento, el nuevo nacimiento, la piedad práctica, la vida santificada, cuando nuestra experiencia no manifiesta que estamos hablando de algo que realmente conocemos?

Pablo interroga a todo predicador: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?” (Rom. 2:21-23). “¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?” (cap. 2:3).

Mi amigo, vale la pena pensar en esto. De más importancia aún es algo que usted y yo debemos hacer al respecto. ¿Estamos realmente preparados para vestir el manto del liderazgo en el reavivamiento? ¿Hablamos de algo que conocemos de verdad, y que ha obrado una transformación en nuestra vida? Quiera Dios que por su gracia podamos afirmar que eso es realmente cierto.

Sobre el autor: Presidente de la Asociación General.