Como pueblo, los adventistas han llegado a un momento grande y decisivo de su historia. El mundo está comprendiendo, como nunca antes, la gloria del mensaje que Dios les ha confiado. Varios factores han contribuido a producir este estado de cosas.

 Actividades tales como las relaciones públicas en nuestras asociaciones, instituciones e iglesias; los esfuerzos de La Voz de la Profecía, los programas de televisión llamados Fe para Hoy; la publicación del Seventh-day Adventist Bible Commentary” (Comentario Bíblico Adventista); y la edición de una clase de libros y publicaciones que atrae la atención de las clases sociales más destacadas, éstos y otros medios de llevar al mundo las enseñanzas fundamentales del cristianismo, nos han colocado, como pueblo, en una posición muy favorable.

 Creemos que todo ello está calculado en la providencia de Dios, y que ha sucedido con el objeto de que las verdades salvadoras del último mensaje de misericordia de Dios para un mundo perturbado puedan ser proclamadas con gran rapidez y poder. Este es el momento tan anhelado, cuando el remanente de Dios puede, más plenamente, tomar el lugar divinamente señalado de heraldo de la misericordia, en un tiempo cuando el mundo está al borde del abismo de la destrucción.

 Dios nos dice: “Levántate, resplandece; que ha venido tu lumbre, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad los pueblos: más sobre ti nacerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria.” (Isa. 60:1, 2.)

 Teniendo presente este gran momento de oportunidad, necesitamos preguntarnos: ¿Estamos colocándonos a la altura del desafío que implica la hora presente? ¿Somos leales a la fe que Dios nos ha confiado?

 En relación con esto, es animador reflexionar en las siguientes palabras:

 “No sabemos cuáles son los grandes intereses que pueden hallarse en juego cuando Dios nos prueba. No hay seguridad excepto en la obediencia estricta a la palabra de Dios. Todas sus promesas se han hecho bajo una condición de fe y obediencia, y el no cumplir sus mandamientos impide que se cumplan para nosotros las abundantes provisiones de las Escrituras. No debemos seguir nuestros impulsos, ni depender de los juicios de los hombres; debemos mirar a la voluntad revelada de Dios y andar de acuerdo con sus definidos mandamientos, cualesquiera que sean las circunstancias. Dios se hará cargo de los resultados; mediante la fidelidad a su palabra podemos demostrar en la hora de las pruebas, delante de los hombres y de los ángeles, que el Señor puede confiar en que aun en lugares difíciles cumpliremos su voluntad, honraremos su nombre, y beneficiaremos a su pueblo.’—“Patriarcas y Profetas,” pág. 673.

 Bien sabemos que toda responsabilidad significa tanto una prueba como una oportunidad. Toda misión confiada implica un riesgo. Dios estuvo dispuesto a correr un riesgo extraordinario cuando dispuso llevar a cabo su propósito eterno por medio de agentes humanos. A pesar de eso, corrió el riesgo porque estaba preparado para hacer frente a los resultados, si los hombres trabajaban en estricta obediencia a su Palabra: “Mediante la fidelidad a su palabra podemos demostrar en la hora de las pruebas, delante de los hombres y de los ángeles, que el Señor puede confiar en que aun en lugares difíciles cumpliremos su voluntad, honraremos su nombre, y beneficiaremos a su pueblo.”

 Al entrar en esta hora trascendental en la proclamación del triple mensaje angélico, también llegamos al momento de mayor prueba en nuestra historia. ¡Cuán animador es saber que Dios “puede confiar en que aun en lugares difíciles cumpliremos su voluntad,” y que él ha revelado las bases sobre las cuales podemos probar esa confianza!

 De la actual experiencia del pueblo de Dios, donde ha testificado fielmente en estricta obediencia a la Palabra de Dios, descubrimos ciertas cualidades que son sumamente esenciales en la prueba de nuestra fe.

Fortaleza espiritual

Una de las primeras cualidades que se revelan al probar nuestra fe es la fortaleza espiritual. Esta siempre ha sido algo real en la vida del pueblo de Dios. Sírvanos de ejemplo la experiencia de hombres tales como Abrahán, José, Moisés, Samuel, Daniel e Isaías. Eran poderosos hombres de fe. Siguieron en los caminos del Señor a pesar de las circunstancias que los rodeaban.

 Cristo es quien presenta el ejemplo más sobresaliente de fe y obediencia en hacer la voluntad de su Padre. Los apóstoles dieron testimonio de la misma fortaleza espiritual. Hubieran preferido morir a desobedecer a Dios. Juntamente con su Maestro, cada uno de ellos bien podría decir:

 “Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban el cabello: no escondí mi rostro de las injurias y esputos. Porque el Señor Jehová me ayudará; por tanto no me avergoncé por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado.” (Isa. 50:6, 7.)

 Esta misma entereza espiritual, esta determinación de apartarse de la presunción y de la complacencia, ha caracterizado a los fieles testigos de Dios a través de la vida de la iglesia cristiana, y hoy está presente en la iglesia remanente. No podemos dejar de encontrarla doquiera que el pueblo que guarda los mandamientos de Dios sea probado por las circunstancias especiales que lo rodean, circunstancias que exigen una estricta adhesión a la Palabra de Dios.

 El Hno. K., de Rusia, es un buen ejemplo entre los obreros de aquel país. En 1934, al final del primer plan quinquenal destinado a destruir la fe en Dios, este hermano con muchos otros fue arrestado, tratado cruelmente y enviado al destierro siberiano. El tren que lo conducía a Siberia estaba en pésimo estado de conservación. Hubo muchos accidentes, y el Hno. K. sufrió heridas fatales. Murió en el hospital casi inmediatamente después de haber llegado a su destino en Siberia. No se notificó oficialmente de su muerte a la familia en Moscú, pero tiempo después recibieron una carta de uno de sus compañeros de prisión. A continuación transcribimos algunos párrafos de la carta:

 “Durante el cansador viaje de dos semanas por las estepas de Siberia, él [el Hno. K.] no perdió oportunidad ni de día ni de noche de hablar, tanto a mí como a otros, en cuanto al amor de Dios y a la conversión. Nos refirió el plan de salvación, desde la caída de Satanás lasta la segunda venida de Cristo y la liberación de los justos y la tierra nueva. Fijamos momentos de silencio para orar juntos. Después que le relata historia de mi vida, experimenté el poder del Espíritu Santo. Agradecí a Dios por la maravillosa revelación que me dio en este viaje al exilio, prometí servirlo desde ese momento en adelante, y guardar sus mandamientos.

 “Al suceder el terrible accidente del choque de nuestro tren con otro, el Hno. K. sufrió heridas muy dolorosas, que finalmente le causaron la muerte. Durante los momentos de dolor y angustia que experimentó nunca escuchamos de sus labios una palabra de queja o de lamento. Después que expresó su último deseo, a saber, que nosotros notificáramos y enviáramos saludos cristianos a su familia y a la iglesia de Moscú, pronunció su última oración. Agradeció a Dios por el privilegio de sufrir con Cristo, y por la esperanza de que su sufrimiento pronto terminaría, y podría entrar en el descanso hasta que Jesús venga y lo lleve al hogar. Su rostro resplandecía. Experimentó verdaderamente la muerte de un hombre justo.”

 Cuando los hermanos de la Iglesia de Moscú recibieron este mensaje, celebraron un servicio religioso en su memoria. El lugar de culto fue adornado con hermosas flores, porque ellas recordaban a su amado ministro y anciano de iglesia. El texto de la Escritura considerado en esa ocasión fue el registrado en Hebreos 13: 3, 7, (V. M.):

 “Acordaos de los presos, como si estuvieseis en prisiones con ellos; y de los que son maltratados por causa de Cristo, como que estáis vosotros también en el cuerpo… Acordaos de los que en tiempo pasado tenían el gobierno de vosotros, los cuales os hablaron la palabra de Dios: considerando cuál ha sido el fin de su piadosa manera de vivir.”

 Nuestros misioneros, que se encuentran en solitarias estaciones misioneras, a menudo reaniman a las visitas con la seguridad de su fe y firmeza espiritual. En cierta ocasión estaba visitando a uno de nuestros veteranos misioneros del Cercano Oriente. Por ese entonces había estallado la Segunda Guerra Mundial. Estábamos en Jerusalén. Después de la cena, comencé a animar a este hermano y su fiel esposa, para que pasaran sus vacaciones en su tierra natal tan pronto como fuera posible. Ya habían renunciado a una vacación, y la siguiente pasó sin que la tomaran. Después de insistir algo más en el asunto, este misionero me dijo:

 “Por favor, no insista en que debemos tomar las vacaciones. Ya pasamos varias cuando nuestros niños eran pequeños. Naturalmente, querríamos ver a nuestros hijos otra vez, después de haber estado separados tantos años. También sería un gozo ver nuestra patria de nuevo. Pero preferimos no ir hasta que regresemos definitivamente. Las vacaciones tan sólo nos hacen añorar nuestra tierra, y la readaptación a la vida misionera resulta difícil después de un tiempo de alejamiento pasado en la patria. Por favor, déjenos continuar con nuestra obra en este lugar sin tomar nuestras vacaciones.

 El espíritu con el cual fue expresado este modo de pensar y el ambiente que reinaba en la conversación, no dejaron lugar a dudas en cuanto al fervor y al celo del misionero y su esposa. No se insistió más en el asunto. Si el misionero estaba en lo cierto o no. puede ser discutible, pero no hay duda en cuanto a la fortaleza de su espíritu. Aunque su decisión fué contraria a mis deseos personales, nunca he dejado de maravillarme de tan sincera devoción a Dios y a los intereses de su obra sobre la tierra.

 Esta misma fortaleza espiritual se encuentra entre los jóvenes del Movimiento Adventista. Recuerdo el caso de uno de nuestros jóvenes educadores. Mientras se encontraba efectuando estudios de post-graduado, preparándose para la profesión que había elegido, sus padres y parientes procuraban interesarlo en el estudio de la medicina. Al referir la última conversación sobre el particular que tuvo con el hijo, el padre dijo: “No he vuelto a decirle nada más sobre el tema, desde que escuché las palabras que me dijo la última vez que hablamos de la cuestión. —Tras una breve pausa agregó: —En esa oportunidad me expresó: ‘Papá, no deseo estudiar medicina, porque ejercería esa profesión tan sólo por el dinero.’”

 Se trataba de un joven cuyos motivos de servicio no podían medirse en términos de comodidades y bienestar materiales. Había dado su vida a una causa que requería sacrificio y no se dejaría disuadir de su determinación. Junto con cientos de jóvenes y señoritas de las filas adventistas de la actualidad, este joven manifiesta la clase de fortaleza espiritual que probará la fe que Dios ha confiado a los adventistas del séptimo día en estos últimos tiempos.

El verdadero sentido del cometido misionero

Otra cualidad esencial que requiere Dios al probar nuestra fe es un verdadero sentido del cometido misionero, una participación consciente y equilibrada de la responsabilidad de la obra de Dios, cuyo adelantamiento no debe descansar sobre los hombros de una sola persona, ni de un grupo selecto de individuos. Esas responsabilidades deben ser compartidas por cada seguidor de Cristo.

 Indudablemente, el apóstol Pablo tenía en mente esa idea cuando escribió a Timoteo: “Sé participante de los trabajos del Evangelio según la virtud de Dios.” (2 Tim. 1:8.) Pablo recordaba lo que incluía su llamado al apostolado entre los gentiles. Se le había dicho lo mucho (pie debía sufrir por Cristo. Nunca hubo en su largo ministerio un momento en que no soportara algún sufrimiento por la causa de su Maestro. Ahora que se acercaba al fin de su vida exhortaba a Timoteo: “Por tanto no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo; antes sé participante de los trabajos del Evangelio.

 Participar en las aflicciones o responsabilidades del Evangelio significa tener un verdadero sentido de la misión asignada, en relación con la urgencia y las necesidades de la causa de Cristo. La comisión evangélica abarca la promulgación del Evangelio a todo el mundo, haciendo caso omiso de las circunstancias existentes y prescindiendo de los sacrificios que trae aparejados. En esta tarea no puede haber detención ni descanso. Cada soldado de la cruz debe ser voluntario y estar listo para llevar la parte de la carga que le toca, en cualquier tiempo o lugar donde el Señor indique. A menudo, esto incluye poseer la voluntad de llevar adelante la obra de Dios con las menores facilidades, y sin la colaboración de una iglesia o de ayudantes remunerados. El verdadero sentido del cometido misionero no espera que cada obstáculo haya sido allanado y todo esté listo de antemano, para llegar a posesionarse y disfrutar de ellas.

 La actitud pie asumió el apóstol Pablo hacia su obra es digna de ser imitada. Él nunca se colocó a sí mismo o a sus intereses personales en primer tugar, ni pensó en el prestigio, la posición que alcanzaría, o la categoría que tendría. Nunca anheló sobresalir a costa del esfuerzo de otros hombres.

 La siniestra tentación que a menudo asalta al obrero evangélico cuando es llamado a otro campo de labor está bien descrita en el artículo “Una carta que nunca se escribió,” publicada hace algunos años en la revista Canadian Churchman. Supongamos, dice el autor, que San Pablo haya escrito así:

 “Apreciado hermano:

 “Sin lugar a dudas recordará la invitación que me extendió para pasar a Macedonia y ayudar a la gente de ese lugar. Vd. sabrá perdonarme por decirle que estoy algo sorprendido al ver que Vd. espera que un hombre de mi categoría en la iglesia considere con seriedad un llamado con tan poca información. Hay una cantidad de cosas acerca de las que quisiera enterarme antes de comunicarle mi decisión, y apreciaría que me escriba una carta dirigiéndola a Troas.

 “Ante todo me gustaría saber si la obra en Macedonia se realiza en el campo o en la ciudad. Esto es importante, ya que me han dicho que una vez que un misionero se inicia en la obra fuera de las ciudades es casi imposible que obtenga después un cargo en la ciudad. Si Macedonia abarca más de un lugar donde se debe predicar, debo decirle francamente que no puedo pensar en aceptar el llamado. He estado empeñado en una preparación larga y costosa: de hecho puedo decir, con orgullo perdonable, que soy un hombre del Sanedrín, el único que actualmente se encuentra en el ministerio. (Mi educación y talentos me capacitan para dirigir muy bien a una gran congregación.)

 “Ha pasado el tiempo cuando Vd. podía esperar que un hombre se lanzara a un nuevo campo, sin tener una idea del sueldo que recibiría. Me he labrado una buena posición en Galacia, e iniciar un trabajo que signifique un descenso sería un asunto que acarrearía consecuencias desagradables.

 “Le agradecería que se reúna con los hermanos de Macedonia a fin de fijar el sueldo que me podrían dar. Vd. comprende, no me dice nada más que: ‘El lugar necesita ayuda.’ ¿Cuál es la posición social de los dirigentes del grupo de Macedonia? ¿Está la iglesia eficazmente organizada?

 “Últimamente he recibido una oferta para regresar a Antioquía, con un aumento de sueldo, y se me dijo que causé muy buena impresión en la iglesia de Jerusalén. Si estos hechos pueden resultar de ayuda para la Junta Directiva de Macedonia, puede mencionarlos; y además que algunos de los hermanos de Judea han oído decir que si continúo como hasta ahora, dentro de pocos años podré tener algún don de la iglesia. Quiero decir que soy una persona adaptable y sociable de primera clase, y especialmente me destaco en la oratoria argumentativa.

 “Afectuosamente,

 “Pablo.”

Presteza y decisión

Una tercera cualidad, que requiere ser cultivada continuamente, es la decisión y presteza en la conducción de la obra de Dios. El temor, la vacilación y la indecisión han sido la causa de la pérdida de muchas batallas. Cuando los hombres consultan con sus temores, en lugar de avanzar rápidamente en el momento en que se presentan, en forma providencial, las oportunidades, Satanás está en condiciones de reunir todas sus fuerzas y cerrar esas puertas abiertas.

 Sobre este punto en particular el Señor ha dado a su pueblo consejos muy definidos. En el libro “Obreros Evangélicos,” págs. 139, 140, leemos:

 “La causa de Dios demanda hombres que puedan ver rápidamente y obrar instantánea y enérgicamente en el momento debido. Si aguardáis para medir toda dificultad y pesar toda perplejidad que encontréis, haréis poco. Tendréis a cada paso obstáculos y dificultades que arrostrar, y con propósito firme debéis decidir vencerlos, o de lo contrario ellos os vencerán a vosotros…

 “Me fue mostrado que las victorias más señaladas y las derrotas más terribles han sido muchas veces asunto de minutos. Las victorias se pierden a menudo por la dilación. Habrá crisis en esta causa. La acción pronta y decisiva en el debido momento obtendrá gloriosos triunfos, mientras que la dilación y la negligencia tendrán por resultado grandes fracasos y positivo deshonor para Dios.”

 A veces los hombres que han sido empleados en nuestra obra llegan a ser criticones y rebeldes. En ciertas oportunidades procuran dividir nuestras iglesias, o aun buscan quienes los sigan entre nuestro pueblo, y trabajan en fuerte oposición a la causa de Dios. Cuando se levantan tales apostasías sediciosas, nuestros dirigentes en las iglesias y asociaciones deben actuar con decisión y premura. Cada vez que comienzan a desarrollarse los planes del enemigo pueden ser desbaratados con rápido discernimiento y acción pronta. La autoridad decisiva y la presteza, combinadas con amor ferviente por las almas perdidas y aturdidas, hablarán gloriosamente para Dios.

 Cada vez que se ha asumido esta actitud, los elementos rebeldes resultaron vencidos, y hasta los dirigentes de tales movimientos supieron encontrar la senda que los condujo de regreso al seno de la iglesia. Iglesias enteras han sido liberadas de un crítico estado de confusión. Cientos de personas han sido salvadas de la apostasía, y hoy se gozan con el pueblo de Dios en una hermosa experiencia cristiana.

 Por lo tanto, a fin de probar ante los hombres y los ángeles que Dios puede confiar en que cumpliremos su voluntad, debemos cultivar estas cualidades esenciales de gran valor. Sin ellas será imposible seguir un curso de estrecha adhesión a la voluntad de Dios. Con ellas, bien desarrolladas y adecuadamente ejercitadas, la causa de Dios siempre estará en manos seguras. Cada crisis será enfrentada y vencida para la gloria de Dios. Los obstáculos, la oposición y la indecisión serán cambiados en valor y victorias. La causa de Dios avanzará con la gloria del cielo en medio de las tinieblas y contratiempos del mundo.

Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General.