En la actualidad, lo que va desde el comienzo del movimiento adventista hasta el presente se considera como una de las “grandes edades” de la fe cristiana, que iguala en importancia al período de la iglesia de la Reforma. Esta apreciación es exacta, porque en el siglo, XIX y en la primera parte del XX la extensión geográfica del Evangelio de Cristo ha alcanzado hasta los confines de la tierra, ha entrado en todos los continentes y en casi todos los pueblos. Se conoce a esta época como el gran siglo o la edad de la expansión de la fe cristiana.

  Uno de los resultados principales de este gran siglo es el nacimiento y el crecimiento del movimiento adventista. Los adventistas han considerado siempre al mundo entero como su campo para la predicación del mensaje. Aceptaron la gran comisión de ir y doctrinar a “todos los gentiles,” dando testimonio acerca de Cristo, hasta los confines de la tierra. “La viña incluye a todo el mundo, y se deben trabajar todos sus lugares… La tierra entera debe iluminarse con la gloria de la verdad de Dios. La luz ha de brillar para todas las tierras y todos los pueblo-.”—”Testimonies” tomo 6, pág. 24.

  El ritmo ininterrumpido de las pisadas de los misioneros ha sido la inspiración impulsora del movimiento adventista, que lo ha hecho alcanzar nuevos lugares y extensiones más amplias del campo mundial. Además, esta marcha rítmica a través de las puertas que se van abriendo ha mantenido vivo el espíritu de amor y de sacrificio en los miembros de nuestra organización. Se ha comprendido que el medio más seguro de adelantar la obra de Dios en el propio país es hacerla avanzar en los campos extranjeros.

  “El manifestar un espíritu generoso y abnegado para lograr el éxito de las misiones en el extranjero es una manera segura de hacer progresar la obra misionera en el país propio; porque la prosperidad de la obra que se haga en él depende en gran parte, después de Dios, de la influencia refleja que tiene la obra evangélica hecha en los países lejanos. Es al trabajar para suplir las necesidades de otros como ponemos nuestras almas en contacto con la Fuente de todo poder. Lo que se dé para empezar la obra en un campo propenderá a fortalecer la obra en otros lugares.” —“Obreros Evangélicos” pág. 481.

  Juan A. Mackay ha comentado acertadamente esta declaración acerca de la vida de la iglesia.

   “El puesto de la iglesia está en la frontera. Su destino está unido con una vida fronteriza, porque a esa vida la ha llamado Dios. Cuando la iglesia cristiana se entronca demasiado en cualquier civilización o cultura, en cualquier generación o era, pierde su individualidad y fracasa en el cumplimiento de su cometido.”—“Christianity on the Frontier” pág. 41.

  Uno de los mayores privilegios de un obrero adventista es participar en el programa de evangelización que abarca todo el mundo. Esta es una fase muy importante de nuestra mayordomía en la obra de Dios.

  “‘Debemos avanzar por donde la providencia de Dios abre el camino; y a medida que avancemos, encontraremos que el cielo se nos ha adelantado, ensanchado el campo de labor mucho más de lo que nuestros medios y habilidades pueden atender. La gran necesidad del campo que se abre ante nosotros debería atraer la atención de todos los que han recibido recursos o habilidades de Dios, e inducirlos a consagrar a Dios sus vidas y sus bienes. Debiéramos ser mayordomos muy fieles, no sólo de nuestros bienes, sino de la gracia que se nos ha dado, para que muchas almas puedan ser atraídas bajo la bandera enrojecida del Príncipe Emmanuel.”—“Fundamentals of Christian Education” pág. 209.

  ¿Qué significa ser mayordomos fieles “de la gracia que se nos ha dado, para que muchas almas puedan ser atraídas bajo la bandera enrojecida del Príncipe Emmanuel?  Esta no es una expresión vacía Dios nos ha confiado un mensaje para el mundo entero. Nos ha dado un plan para llevar a cabo esta obra. Este mensaje y este plan llegan a ser la preocupación seria de cada obrero y de cada miembro. Para el ministro del Evangelio es de tanta importancia fomentar las ofrendas para las misiones en el extranjero como pedir ofrendas para los gastos de iglesia o la devolución de los diezmos del Señor. Debe administrarse con fidelidad cada medio que se ha provisto para el adelantamiento del Evangelio de salvación, tanto en el país propio como en el extranjero.

  La tentación de colocar los intereses de la iglesia del país propio por encima de las necesidades de las grandes extensiones aún no cultivadas de la viña del Señor debe contrarrestarse con una acción resuelta que mantenga al pueblo de Dios en continuo avance a lo largo de las fronteras del gran movimiento adventista.

  El presidente del Seminario Teológico de Princeton, citado más arriba, escribió hace varios años:

  “El fin que persigue la iglesia cristiana no es sólo que se adore a Dios y que se ame a los hermanos. Los miembros de la iglesia deben llevar la inspiración de la adoración más allá del recinto del santuario; y el espíritu del amor cristiano deben llevarlo a los lugares donde los hombres viven fuera de la acción de la iglesia y de sus privilegios. La adoración de Dios debe convertirse en la obra de Dios…

  “Los pies desnudos que estuvieron en el suelo sagrado del santuario deben calzar e con el “apresto del evangelio de paz,’ y después de eso caminar por las sendas difíciles y penetrar en el dominio de las necesidades humanas.”—“Theology Today” enero de 1949, pág. 464.

  Ciertamente somos un pueblo muy favorecido. Ser mayordomos de la gracia que se no ha dado debería inspirarnos hasta el grado más alto de fidelidad en cada esfuerzo que se ha puesto por obra para el rápido adelantamiento del último mensaje de la gracia de Dios para este mundo.

Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General.