“La falta de puntualidad es falta de virtud.” dijo alguien con todo acierto. He notado en algunos lugares que los predicadores anuncian una reunión para las ocho de la noche, cuando en realidad piensan comenzarla media hora más tarde. A veces es el director de la escuela sabática el que llega con 5 o 10 minutos de atraso. Otras veces es la Sociedad Dorcas la que no marcha como debiera, debido a que ciertas personas de talento nunca llegan a tiempo. Estas cosas no debieran existir entre nosotros. Quien llega atrasado a una entrevista., roba el tiempo de los demás. Si hacemos esperar a diez personas durante diez minutos, el tiempo de todas ellas, sumado, equivale a cien minutos de una persona. Y es mucho lo que se puede hacer en ese tiempo. Napoleón se creía capaz de ganar una batalla en diez minutos.
La puntualidad debe caracterizar a los que trabajan en la causa del Evangelio. Juan el Bautista salió al desierto de Judea diciendo que había llegado el reino de los cielos, y en Romanos 5:6 leemos: “Porque Cristo… a su tiempo murió por los impíos.” Cuán importante fué que Juan el Bautista cumpliese su misión a tiempo. En el plan de Dios había un tiempo prefijado para ello. Juan sabía eso y cumplió su misión puntualmente. También estaba prefijado el tiempo cuando Cristo tuvo que morir, y el Salvador no se atrasó. Nosotros, como obreros cristianos, debemos darle la debida importancia a la puntualidad, porque es índice de otros rasgos de la personalidad. La gente se da cuenta de esto y aunque hagamos grandes esfuerzos para esconder nuestras faltas, serán descubiertas si llegamos con atraso a nuestros compromisos. Si nos atrasamos habitualmente en el pago de nuestras cuenta-, nuestra actitud despertará una multitud de sospechas en la mente de los que conocen este rasgo de nuestro carácter. Con la gracia de Dios hagamos el propósito de ser puntuales en cada aspecto de nuestra vida diaria.