En Isaías 43:12 se enuncia condensadamente el plan de Dios para terminar su obra en la tierra: “Vosotros pues sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios.” Dios nunca propone planes complicados a sus hijos. Pero estas sencillas palabras: “Vosotros sois mis testigos,’’ encierran un contenido muy significativo. Un testigo necesita conocer por experiencia la materia que expone. Y nosotros no podemos testificar eficazmente para Dios sin haber experimentado antes una comunión personal con él. No podemos hablar de la emoción que nos embarga al conocer a Jesús como nuestro Salvador si no la hemos sentido previamente. ¿Podemos exaltar el valor de una vida de oración a menos que estemos viviéndola? No hay duda de que una de las principales razones por las cuales nuestro ministerio para Dios no es tan efectivo como quisiéramos, es nuestro conocimiento imperfecto de Dios.

Pilato le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el Rey de los Judíos?” “Respondióle Jesús: ¿Dices tú esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?” (Juan 18:34.) “Pilato, ¿dices esto porque tienes una convicción personal respecto de mí, o lo dices porque alguien te contó que yo era el Rey de los Judíos?” Como testigos del Maestro debemos hablar de nuestra propia experiencia; y cuando lo hagamos, conseguiremos resultados asombrosos. La mera repetición de lo que hemos oído decir a otros acerca de Dios no constituye un testimonio.

Dios puede usar a cualquiera como testigo suyo, siempre que sea consagrado y conozca a Dios. Nosotros los ministros, necesitamos reflexionar en esta declaración. Cuántas veces pasamos por alto a algún hermano o hermana, pensando que no puede ser útil en la viña del Señor. Tal vez no sea la persona progresista o agresiva que nos gustaría incluir en nuestros planes. Por muy humilde o retraído que pueda ser, Dios puede utilizarlo para gloria suya, si se consagra a él.

Jesús utilizó durante su ministerio a ciertas personas que nosotros seguramente hubiésemos desechado. Repasemos el relato de los dos^ endemoniados. Ninguno de nosotros los hubiera elegido para enviarlos a una ciudad a preparar el camino para una exitosa campaña de evangelismo. Los gadarenos le pidieron a Jesús que se fuera; no lo querían en su vecindario. Cuando uno de los ex endemoniados quiso permanecer junto a él, Jesús le ordenó: ‘’Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo.” (Luc. 8:39.)

Pero veamos lo que aconteció cuando Jesús volvió a Gadara. “Volviendo Jesús recibióle la gente; porque todos le esperaban.” (Vers. 40.) El testimonio que dieron aquellos dos hombres motivó la diferencia en la actitud de los gadarenos. Los ex endemoniados no conocían mucho acerca de Jesús; no habían escuchado ningún sermón; habían visto a Jesús una sola vez, a lo sumo durante algunas horas. No dieron una serie de estudios bíblicos a sus vecinos, pero hicieron su mejor parte; dieron testimonio de lo que Jesús había hecho por ellos. Hablaron de su propia experiencia, y consiguieron resultados admirables.

‘’La impremeditada e inconsciente influencia de una vida santa, es el más convincente sermón que puede predicarse en favor del cristianismo. Puede ser que los argumentos, por irrebatibles que sean, no provoquen más que oposición; pero un piadoso ejemplo entraña fuerza irresistible.”—Los Hechos de los Apóstoles, pág. 366.

Entonces, éste es el sencillo plan de Dios para llevar el conocimiento del Dios vivo y del Salvador amante al mundo. “Vosotros pues sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios.” La sierva del Señor lo dice con las siguientes palabras:

“La confesión que hacemos de la fidelidad de Dios es el agente escogido del cielo para revelar a Cristo al mundo… Este precioso reconocimiento para alabanza de la gloria de su gracia, cuando va confirmado por una vida cristiana, tiene poder irresistible para realizar la salvación de las almas… Hay para nosotros más aliento en la bendición más pequeña que recibamos nosotros mismos de Dios, que en todas las historias que podamos leer de la fe y experiencia de otros.”—El Ministerio de Curación, pág. 93.

Notemos esta otra declaración:

‘’Los discípulos de Cristo han de ser la luz del mundo, pero Dios no exige de ellos esfuerzo alguno para lucirse. No aprueba ningún esfuerzo de satisfacción propia para ostentar una bondad superior. El desea que las almas de ellos se penetren de los principios del cielo. Pues entonces, al tener contacto con el mundo, manifestarán la luz que en ellos hay.”—Id., pág. 31.

Como ministros y miembros de la iglesia debemos esforzarnos por alcanzar este blanco. Necesitaremos la colaboración de cada uno de los hermanos; y esto constituye un desafío para los dirigentes, porque es necesario encontrar el lugar preciso para cada uno de los miembros de iglesia, donde puedan actuar con más efectividad como testigos para el Maestro. Pero ésta no es una tarca fácil. Tal vez ésta sea la razón por la cual no se realiza ampliamente; en realidad resulta más fácil predicar.

“Mucho más poderosa que cualquier sermón predicado es la influencia de un verdadero hogar, en los corazones y las vidas de los hombres.”— Id., pág. 331.

“El símbolo del cristianismo … es lo que revela la unión del hombre con Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada en la transformación del carácter, el mundo ha de convencerse de que Dios ha enviado a su Hijo para que sea Redentor del mundo. Ninguna otra influencia que pueda ejercerse sobre el alma humana tiene tanto poder como la influencia de una vida de desprendimiento. El argumento más fuerte en favor del Evangelio es un cristiano amante y amable.”—Id., pág. 451.

Si presentamos a nuestros miembros de iglesia el desafío de testificar, los pondremos en el camino de realizar un bien insospechado. Esto reavivará a la iglesia; sus problemas internos disminuirán en gran medida; y nuestra obra pastoral será más efectiva.

Hermanos, el plan de Dios nos señala el lugar de los testigos. Aunque nuestros planes son complicados algunas veces, los de Dios siempre son sencillos. Y si, dirigidos por Dios, logramos que nuestros hermanos testifiquen en favor de la verdad, habremos conseguido poner en actividad un tremendo poder que conducirá a las almas perdidas hacia la salvación.

Cuando comprendamos que nuestro deber consiste en ser testigos de Dios, todos nuestros planes denominacionales hallarán perfectamente su lugar.

Sobre el autor: Director de Actividad Misionera de la Unión de los Lagos, EE. UU.