El tratar con las mentes humanas es una ciencia delicada, y requiere todas las facultades mentales del ministro. En este terreno de las responsabilidades ministeriales nada debe ser librado al azar.
Se hace más difícil dar un consejo cuando consideramos, además, que “es poco lo que podemos saber de las angustias ajenas. ¡Cuán poco sabemos de los detalles de los demás!… De ahí la dificultad de dar consejo sabio.” (“Testimonies,” tomo 5, pág. 55.) Una vida llena de frustraciones y complejos demanda un estudio minucioso por parte del que aconseja.
La juventud, por sus caprichos, su naturaleza imprevisible y expansiva, es aún más difícil de tratar. Sólo después de un cuidadoso análisis del problema, se puede aconsejar a un joven. Decir que los jóvenes no responden de buena gana a los sanos consejos es completamente incorrecto. Por el contrario, responderán favorablemente a todo consejo dado con discreción. Sin embargo, debemos aconsejar tratando de abarcar razonablemente todo el problema que se nos ha expuesto.
Lanzar a boca de jarro perogrulladas a los jóvenes y señoritas frustrados, tiene la misma efectividad que aplicar una inyección hipodérmica a la distancia. Cualquier actitud común puede llegar a ser un barómetro en el que podemos leer los desasosiegos y frustraciones de una vida interior. Los consejos triviales rara vez llegan hasta la vida interior. Llegar a la vida interior exige un conocimiento de la conducta humana. Estas consideraciones nos llevan a la primera de una serie de principios fundamentales, de cuya comprensión depende en gran medida el éxito de los consejos del ministro.
La individualidad
No hay dos personas iguales. Cada ser humano es una entidad separada que posee una herencia física y mental que le es peculiar a él solamente. Aunque la mayoría de la gente, por su modo de conducirse, pueda ser clasificada en categorías, los detalles peculiares individuales hacen que cada vida no pueda ser clasificada en un casillero con el propósito de un análisis. Allí es donde creo que se pierden los primeros puntos en la efectividad del consejo. Se da poca importancia al asunto de las distintas individualidades.
“Cada ser humano, creado a la imagen de Dios, está dotado de una facultad semejante a la del Creador: la individualidad, la facultad de pensar y hacer.”—”La Educación,” pág. 14.
Cuán frecuentemente se escuchan trilladas reglas moralizadoras, que tienen muy poco en cuenta la personalidad individual. Un médico no proporcionará nunca la misma medicina a todos sus pacientes. Con todo, los consejeros espirituales olvidan, a veces, este principio. Unas pocas y gastadas frases, la lectura de unos párrafos severos, y se espera luego que los problemas de los jóvenes queden resueltos.
El ministro, pues, deberá estudiar cuidadosamente al joven que tiene ante sí, reconociendo plenamente que sólo un consejo específico y determinado es lo que puede ayudar a ese joven, de quien no hay un duplicado en todo el mundo. Habiendo reconocido este principio, el nivel de provecho y efectividad de los consejos habrá subido hasta un punto aceptable.
El saber escuchar
Para poder entender inteligentemente a los jóvenes frustrados debemos escuchar su historia. Una de las acciones imperdonables del que aconseja es la de prestar atención solamente a la introducción de la historia, y dar por sentado el resto.
Algunos consejeros pretenden poseer el raro don (si es que existe) de conocer toda la historia cuando aún no se les ha contado la mitad. Eso recuerda el caso del joven que no había dicho menos de una docena de frases, cuando el que pretendía aconsejarle lo interrumpió y le dio un sermón de media hora. Exhausto, al fin de la perorata el consejero preguntó al joven: “¿Esto responde a su necesidad?” A lo que respondió el muchacho: “¡Pero si ése no es mi problema!” Por desgracia este joven no había tenido oportunidad de exponer su necesidad, de decir algo que pudiera ser analizado. El saber escuchar con simpatía, y con mente amplia y despierta, es una necesidad imperiosa. Docenas de personas morirían en la mesa del cirujano si la operación se hiciese tomando en cuenta tan sólo las primeras y breves declaraciones hechas por el paciente mismo. Por esa razón, muchos mueren espiritualmente. Son mutilados sin habérseles dado una oportunidad de describir sus propios síntomas.
“No trate siempre de decir mucho, y no diga nada la mayoría de las veces. La maldición de nuestro ministerio de confortación son las palabras.”—Pedro H. Plume, “Some to be Pastors,” pág. 44.
El escuchar cuidadosamente a los jóvenes desde el mismo comienzo de la entrevista, produce ricos dividendos. El atender escrupulosamente el desarrollo de la historia puede iluminar al consejero acerca de los hechos, las circunstancias, la mentalidad del joven, las razones porque busca consejo, etc.
El saber escuchar implica paciencia. Aunque la misma historia nos sea contada cien veces, la discreción demanda que el consejero la escuche con sincero interés.
“Esta obra es la más hermosa y difícil que haya sido confiada a los seres humanos. Requiere tacto y sensibilidad delicadísimos, conocimiento de la naturaleza humana, y una fe y paciencia divinas “—“La Educación,” pág. 283.
La bondad
Los jóvenes normales son afectuosos, simpáticos y amigables. La juventud responde a la bondad. El pecado puede ser grande, y la situación moral detestable, pero si el joven viene profundamente afligido, buscando ayuda, se le debiera mostrar la mayor bondad.
“Recordad que la bondad puede realizar más que la reprensión.”—”Testimonies,” tomo 9, pág. 224.
“Una palabra de estímulo, un acto de bondad contribuyen en mucho a aliviar el fardo que pesa sobre los hombros cansados.”—“Joyas de los Testimonios,” tomo 3, pág. 110.
¡Cuánto más efectiva sería la obra del ministro si se reconociera debidamente este principio! La transición de la juventud a la madurez tiene “por dentro, fuera, y alrededor de ella” una serie de problemas relacionados con esa evolución. La bondad aumentará las posibilidades de éxito del que aconseja. “Si alguna persona está en el error, sed muy bondadosos con ella.”—“Testimonies to Ministers,” pág. 150.
Los problemas de la juventud son reales. Desconocer sus problemas es lo mismo que desconocer a los jóvenes.
“Muchos están sin Dios,” “culpables, corrompidos y degradados… Ellos deben ser objeto de la más tierna compasión y simpatía… Tened siempre presente que vuestros esfuerzos por transformar a otros deben ser realizados con el espíritu de una bondad firme.” “Testimonies” tomo 4, pág. 568.
Planes constructivos
Un plan constructivo es a menudo la solución para un joven confundido. Muchos que vinieron buscando ayuda, se fueron con un sentimiento de remordimiento por haber expuesto su problema y no haber recibido orientación definida; y a veces recibieron una piedra en lugar de pan. He ahí la causa que pone de relieve la importancia de sugerir planes y soluciones concretas.
Una joven pareja vino buscando concejo. A pesar de que se habían bautizado hacía poco, ya eran candidatos para ser expulsados de la iglesia según el parecer de los dirigentes de la misma. Conversé mucho con ellos, no tanto de su problema presente, sino de su futuro inmediato. Les sugerí que ambos retornaran al colegio para completar su educación. Al principio parecían perplejos. ¿Cómo podrían ir? ¿De dónde obtendrían el dinero? ¿Cómo podrían dejar sus respectivos trabajos?
Uno tras otro se fueron solucionando todos los problemas. Les escribí varias cartas de recomendación, los ayudé a obtener los pasaportes y les aconsejé en los asuntos monetarios. Finalmente, aquel caso que parecía tener que terminar en la expulsión de dos jóvenes de la iglesia, se transformó en el caso de dos jóvenes que atendían una de nuestras escuelas, donde ellos encontraron una nueva vida y un futuro nuevo.
En todo consejo deben hacerse sugestiones constructivas, planes definidos. Un consejo que no abre nuevas perspectivas, que no proporciona una salida práctica, y que no produce resultados concretos para bien, ha fallado. Para cada joven hay un futuro. Y en ese futuro el que aconseja debe tratar de guiar al joven.
“Los ojos del Señor se fijan en cada uno de sus hijos; tiene planes acerca de cada uno de ellos.”—“Joyas de los Testimonios “ tomo 2, pág. 367.
“Dios ha asignado un lugar en su gran plan … a todo individuo de hoy día.” —“La Educación” pág. 174.
Creo que una de las razones fundamentales por la que los jóvenes desechan nuestras sugerencias es porque frecuentemente olvidamos mostrarles un camino a seguir. Fallamos al no interesarlos en un plan específico para el futuro Los jóvenes que muestran poco interés en el trabajo de la iglesia, por ejemplo, reciben menos atención que aquellos que muestran tal interés. Pero no debiera ocurrir eso.
Siguiendo una progresión lógica arribamos al sexto punto que está en íntima relación con quien ha venido a buscar consejo. Una planta, al poco tiempo de trasplantarla, seguramente morirá si la dejamos de atender. Morirá a pesar de que la hayamos trasplantado cuidadosamente, o a pesar del buen terreno en que haya sido colocada, si no se la atiende con frecuencia. A medida que se va arraigando necesita cultivo, protección, abono, poda y muchos otros cuidados.
¡Cuán a menudo nos conformamos con “oír un poquito” a los jóvenes, y después los dejamos seguir por su camino! Muchas veces no inquirimos acerca de su bienestar y de sus progresos. Todo consejo que no es seguido por una solución satisfactoria aprovecha muy poco. Jesús volvió vez tras vez para ayudar a Pedro, a María y a otros. Al atender a cada consulta sucesiva, el pastor puede medir el progreso hecho y estará en situación de dar un consejo y una dirección definidos.
La oración
Podemos aconsejarla como base para la solución de la mayor parte de los problemas, a condición de que se tenga en cuenta este axioma: “La tierra no tiene dolores que el cielo no pueda remediar.”
Con el debido tiempo el ministro puede llegar a ser un eficiente médico del alma. Al atender con fidelidad y concienzudamente a cada alma, el pastor llega a ser un poderoso instrumento en las manos de Dios.
Tratar de resolver los problemas por medio de la oración y la confianza en Dios es propio de los consejeros cristianos. No importa cuán profundo haya caído el joven en el pecado, no importa cuán complicada sea la red de circunstancias en las que parezca estar preso, no importa cuán sin esperanzas se le muestre el futuro; en nuestro Señor hallamos suficiente gracia y ayuda aun para él; y el camino para llegar y apropiarse de esa gracia y de esa ayuda es la oración sincera y esperanzada. El consejero sabio no desaprovechará el uso de estos muy fructíferos medios de guiar a la juventud y resolver sus problemas. El brazo de Dios no será acortado. Todavía es posible encontrar la solución de nuestros problemas por medio de la oración.
“Después de haber recibido consejo de alguna persona sabia y juiciosa, aún tenéis un Consejero cuya sabiduría es infalible. No dejéis de presentarle vuestro caso y pedir su dirección. Él ha prometido que si alguno tiene falta de sabiduría y la pide, la dará abundantemente y sin reprochárselo.”—“Testimonies” tomo 2, pág. 152.
“Los que decidan no hacer, en ningún ramo, algo que desagrade a Dios, sabrán, después de presentarle su caso, exactamente que conducta seguir. Y recibirán no solamente sabiduría, sino fuerza. Les será impartido poder para obedecer, para servir, según lo prometió Cristo”. “El Deseado de Todas las Gentes” pág. 605.
Sobre el autor: Pastor evangelista de la Asoc. del Sur de Nueva Inglaterra.