Normas de la Iglesia

El grupo de obreros de una asociación dada puede fijar el nivel espiritual de ésta. No es un secreto que hay miembros de iglesia que no están muy interesados en sostener las elevadas normas de la organización. En una gran asociación y en un territorio que abarque ciudades importantes, nuestra responsabilidad debería ser tomada muy en serio. El atractivo del pecado es quizá más fascinante allí que en algún territorio rural. El pecado es pecado, por supuesto, en cualquier lugar, pero al abrigo de las grandes ciudades se concentra en forma especial. Debido a esto, aumenta nuestra responsabilidad de imprimir una fuerte dirección espiritual a toda la hermandad. Creemos que la feligresía se dejará guiar por esa decidida dirección espiritual.

“Si los obreros no los desaniman completamente [a los hermanos] reprendiéndolos por su indolencia e ineficacia y por su falta de espiritualidad, generalmente responderán a todo pedido dirigido a sus mentes y conciencias. Pero los hermanos desean ver frutos.” “Testimonies” tomo 3, pág. 49.

“Hoy día Satanás está buscando oportunidades de derribar los hitos de verdad, los monumentos que se han levantado a lo largo del camino.” “Obreros Evangélicos,” pág. 108.

Algunos miembros dicen que nosotros no necesitamos predicar acerca de las normas como tales, porque “si el corazón es recto, nuestra indumentaria y nuestros actos también lo serán.” Nunca se pronunciaron palabras tan verdaderas como éstas. El corazón debe ser recto, y sólo lo será cuando esté plenamente consagrado. Un corazón verdaderamente convertido no se fijará en unos cuantos “haz esto y no hagas lo otro” que establezca una iglesia. Si el corazón es recto, apoyará las normas, y no creará problemas por no querer quitarse las joyas o continuar yendo al cine o al teatro, ni se enojará con los demás ni tendrá envidia de ellos. ¡Siempre las dificultades tienen su raíz en el corazón!

Las bodas

No hay momento más solemne y sagrado que aquel en que un hombre y una mujer unen sus vidas en el santo estado del matrimonio. La ceremonia debería armonizar siempre con la santidad de la ocasión. Mucha instrucción se nos ha dado como organización en este sentido. No es necesario que la repitamos aquí; la mencionamos solamente para estimular a que celebremos estos servicios en armonía con ella.

Tememos que a veces la fiesta que sigue a la ceremonia no esté de acuerdo con las normas cristianas. Quizá el ministro no tenga plena autoridad allí, pero su presencia puede ejercer una buena influencia. No debería ser el “alma de la fiesta.” Si se convierte en un “invitado común,” la gente perderá su confianza en él. Si en cambio se va al otro extremo y se vuelve un aguafiestas, nadie querrá estar con él. Pero si es un hombre de espíritu vivaz, alegre pero no bromista, todos estarán contentos de que esté presente. Todos lo querrán, porque le imprimirá cierta dignidad a la fiesta.

Spurgeon dijo: “Un policía o un soldado pueden estar fuera de servicio; el pastor jamás. Cualquiera sea el lugar en que nos encontremos, allí estará el Señor para formularnos esta pregunta: ‘¿Qué haces aquí, Elías?’ Y debiéramos poder contestar en seguida: ‘Tengo algo que hacer aquí por ti y estoy tratando de hacerlo.’ El arco, por supuesto, debe dejar de estar tenso a veces, de otro modo perdería su elasticidad; pero no es necesario ‘cortar la cuerda.’ ” “Lectures” pág. 270.

También debiéramos mencionar nuestras normas relativas a los casamientos entre creyentes e inconversos.

“Los pastores no deben efectuar la ceremonia de casamiento de adventistas del séptimo día con no adventistas, puesto que esto es expresamente contrario a las reglas y las enseñanzas de la iglesia.” “Manual para Ministros” pág. 71.

Esta regla debería ser seguida por todos, incluso por los jubilados. Ha sucedido que un pastor ha obrado a conciencia en plena armonía con esta regla, sólo para escuchar una frase como ésta: “Conocemos a un pastor adventista que nos casará.” Semejante declaración ciertamente deja muy mal parado al que quebranta la regla. Es además una fuente de pesar y vergüenza para el que concienzudamente rehúsa celebrar la ceremonia, debido a la debilidad manifestada por su colega en el ministerio al ceder en este punto. Nunca se debería violar esta norma.

Divorcio y segundas nupcias

Los divorcios y los nuevos casamientos constituyen los problemas más complicados y desorientadores que afronta la iglesia de hoy. Tenemos la seguridad de que somos conscientes del peligro de que la actitud profana que manifiesta el mundo con respecto al contrato matrimonial influya de tal modo sobre la iglesia, que aun los adventistas resulten afectados a veces por las normas decadentes de nuestro tiempo.

Según nuestros estatutos y reglamentos denominacionales, el divorcio, aunque siempre es un suceso trágico, se permite bajo ciertas circunstancias. Así sucede también con las segundas nupcias del miembro inocente. Al permitir que el miembro inocente se case nuevamente, admitimos que el contrato matrimonial puede quebrantarse. Si por causa del adulterio de una u otra parte resulta anulado el contrato matrimonial, se deduce lógicamente que aun si el miembro culpable se vuelve a casar no continuará viviendo en adulterio permanentemente. La iglesia, reconociendo esto, y en cumplimiento de su divina misión de salvar a los perdidos, hace provisión para que se reincorpore plenamente en su seno aun el miembro culpable, con la condición de que manifieste arrepentimiento por un tiempo más o menos largo, y se rebautice. El “Manual de la Iglesia” presenta este asunto fundamental muy claramente:

“Por lo tanto, en el caso en que el esfuerzo hecho por un ofensor genuinamente arrepentido, para normalizar su estado matrimonial y ponerlo de acuerdo con el ideal divino, presente problemas aparentemente insuperables, el pedido que haga la persona para ser readmitida en la iglesia, antes de que sea objeto de una resolución final por parte de la misma, será sometido por medio del pastor o director del distrito a la junta directiva de la asociación, para pedir consejo y recomendación sobre cualquier posible providencia que deba tomar la persona o personas arrepentidas antes de su aceptación.

“La readmisión en la iglesia de aquellos que hayan sido despedidos por las razones dadas en los incisos anteriores, se hará sobre la base de un nuevo bautismo.”—Pág. 271.

Esta posición, de cualquier modo, ha creado problemas que están preocupando seriamente a nuestros pastores. Estamos seguros de que hay cientos de obreros que están meditando cuidadosamente en todo este asunto del divorcio y los nuevos casamientos. Personalmente creo que se necesita hacer un estudio más cabal del problema todavía. Hay algo que todos sabemos: el matrimonio es una institución divina. Ese pacto no se acepta por un día, un mes o un año; es para toda la vida. “Así que, no son ya más dos, sino una carne: por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre.” (Mat. 19:6.)

Todo ministro de Dios tiene la obligación de poner énfasis muchas veces sobre la importancia de este contrato que es para toda la vida. ¿No guardamos demasiado silencio al respecto en nuestras predicaciones? Sabemos que hay muchos en nuestras iglesias que se han divorciado y se han casado de nuevo. Quizá temamos herir sus sentimientos. Con todo, ¿no tenemos la responsabilidad de “educar, educar y educar”? Es cierto que muchas denominaciones han aflojado su disciplina matrimonial, y permiten que parejas divorciadas se casen de nuevo y continúen siendo miembros de la iglesia sin que sus dirigentes hagan mucho en lo que a disciplina eclesiástica se refiere. Posiblemente se sientan impotentes frente a las condiciones sociales imperantes. Pero, ¿permitiremos nosotros que nos arrastre esta misma condición de relajamiento? Dudo de que podamos eludir nuestra responsabilidad diciendo: “No podemos hacer nada al respecto.” ¿No es nuestra responsabilidad dar a nuestros miembros un consejo amable y simpático pero firme a la vez?

La iglesia debería saber que nosotros creemos que el contrato matrimonial es permanente v que no se lo debiera quebrantar.

La actitud superficial de algunos de nuestros miembros con respecto a este problema es alarmante. Es evidente que hay quienes consideran legítimo relacionarse hasta cierto punto con la esposa de otro hombre, o con el esposo de otra mujer. Se dicen: “No hay peligro mientras el hombre sepa dónde trazar la línea.” Tal razonamiento manifiesta una trágica falta de comprensión, no sólo de la moral cristiana, sino también del plan de Dios para el hogar. Toda la instrucción que tenemos en la Biblia y en el espíritu de profecía nos muestra que tal proceder es profano. Tales actitudes son semillas cuya cosecha se almacenará en los ya sobrecargados molinos del divorcio. Necesitamos poner renovado énfasis sobre la santidad del matrimonio y del hogar. Debemos recalcar el hecho de que la enseñanza de Cristo acerca del matrimonio consiste en que esa unión no es meramente mecánica o legal, sino que es la completa fusión de dos vidas, de modo que el esposo y la esposa lleguen a ser “una carne,” o hablando en lenguaje más moderno, “un solo cuerpo.”

“Procurad que la institución divina del matrimonio permanezca delante de vosotros tan firmemente como el sábado del cuarto mandamiento.”—Elena G. de White, Carta 8, 1888.

La observancia del sábado

Muchos de nuestros obreros de hoy a lo menos en los Estados Unidos, han sido criados en hogares adventistas en los cuales se guardaba el sábado con bastante estrictez. Muchos de nosotros recordamos que había que lustrar los zapatos, bañarse, etc., antes de la puesta del sol del viernes. El sábado se sigue guardando de puesta de sol a puesta de sol. Deberíamos ser cuidadosos en guardar las extremidades del sábado en nuestro hogar y nuestra iglesia. Nuestra conversación debería estar por encima de todo reproche en ese día. Podemos entusiasmarnos tanto con nuestra obra que aun lleguemos a “edificar iglesias” en sábado. Nos podemos sorprender haciendo cálculos en cuanto al precio de la madera y haciendo de todo menos poner los techos.

Demasiado a menudo se pierde un tiempo precioso anunciando reuniones sociales, horas de juegos, cenas o películas (algunas películas que jamás deberían presentarse) a la hora del sermón. ¿Cuánta inspiración y elevación espiritual puede experimentar un pastor o una congregación cuando precede al sermón un vigoroso anuncio respecto a una gran venta que se va a realizar en cierto lugar…?

Normas relativas a la vestimenta

Las mejores normas relativas a la vestimenta las encontramos en 1 Pedro 3:3, 4: “El adorno de las cuales no sea exterior, con encrespamiento del cabello, y atavío de oro ni en compostura de ropas, sino el hombre del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de un espíritu agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios.”

En el “Manual de la Iglesia” leemos lo siguiente:

“Nuestros hábitos de vida deben basarse en principios y no en el ejemplo del mundo que nos rodea… El vestido es un factor importante en el carácter cristiano…

“Los cristianos deben evitar la ostentación llamativa y ‘el adorno profuso.’ La vestimenta debe ser cuando sea posible, ‘de buena calidad, de colores que sienten bien, y apropiada para el servicio. Debiera escogerse con fines de duración más bien que para la ostentación.’ Nuestra indumentaria debe caracterizarse ‘por la gracia, la belleza y la adaptación de la sencillez natural.’…

“Se enseña con claridad en las Escrituras que el uso de joyas es contrario a la voluntad de Dios. ‘No con cabellos encrespados, u oro o perlas, o vestidos costosos.’ es la admonición del apóstol Pablo.’ ”—Págs. 224. 225. ’

Nuestra denominación no tiene una legislación definida en el sentido de borrar de la iglesia a una persona que use adornos. Con todo, la instrucción que hemos citado más arriba es completamente clara. En verdad respalda firmemente cualquier programa educacional que queramos emprender en la iglesia en este sentido. No deberíamos tener dificultades para saber qué consejo dar al respecto. Ni deberíamos encogernos de hombros y permanecer en silencio. Nuestro consejo debería ser positivo y en armonía con la instrucción que tenemos en la Biblia y en el espíritu de profecía. Que la iglesia no tenga una legislación definida en relación con ciertos asuntos no significa que no tenemos la responsabilidad de educar a nuestros miembros.

Nos preocupa enormemente ver cómo se van “duplicando” las normas, por decirlo así. Algunas personas no usan adornos dudosos cuando asisten a la iglesia, pero cuando se los ve en la calle o en alguna reunión social que comparten con no adventistas, difícilmente se las puede reconocer. Si el mundo fuera tan ciego como Isaac, cuando Jacob lo engañó, podría pasar. ¡ Pero el mundo tiene ojos para ver! ¿Ganan nuestros hermanos de este modo el respeto del mundo, o se ponen en ridículo? Vds. mismos, amables lectores, pueden juzgar. Tales adornos son sólo una revelación de que existe un gran vacío en el corazón y revelan una falta de madurez en el carácter que es verdaderamente alarmante. Señalan la necesidad de verdadera ayuda espiritual.

Asistencia a teatros y cines

Nos resulta imposible saber cuántos de nuestros miembros asisten a los cines, pero hemos oído decir que la cifra es bastante elevada. Sin duda demasiados hermanos asisten frecuentemente. Cuando era niño nos enseñaron a no asistir a los cines, porque las películas eran elaboradas por personas que en la mayoría de los casos carecían de principios. No puedo creer que las películas hayan mejorado mucho desde entonces. Probablemente algunas sí. No obstante, la inmensa mayoría son mucho más sutiles, mucho más engañosas, sin duda, aunque parezcan más inocentes. Tampoco las personas que las fabrican deben haber mejorado, necesariamente. Pero, ¿no será posible que en gran medida este problema se deba a nosotros mismos? ¿No es verdad, acaso, que en nuestros colegios, institutos, iglesias y servicios evangélicos hemos presentado muchas de esas películas que Hollywood distribuye? ¡La única diferencia consiste en que nosotros presentamos películas anticuadas! Es verdad que argüimos que el ambiente en cierto modo las santifica. ¡Una película proyectada ante santos, se santifica…! ¿Lo creemos realmente? No separamos de la feligresía de la iglesia a nadie que asiste al teatro. Sin embargo, ¿nos cruzaremos de brazos y diremos que no tenemos la responsabilidad de educar a los hermanos? No vacilemos en aconsejar de acuerdo con la Biblia y el espíritu de profecía. Si es necesario dar películas, quedémonos con las que no se encuentren en el límite de lo censurable. Creo que debemos ser muy cuidadosos en el desarrollo de nuestro programa evangélico. Permanezcamos lo más lejos posible de ese límite. A menos que estemos dispuestos a poner nuestra casa en orden, no critiquemos a nuestros jóvenes.

Sobre el autor: Presidente de la Asociación de California del Sur, Estados Unidos.