Algunas veces el pastor desciende del púlpito, el sábado de mañana, avergonzado por su fracaso en la predicación de la Palabra. Las ovejas esperaban con expectación su alimento, pero no recibieron más que paja. La seguridad de haber fracasado arroja una sombra que lo amarga durante todo el día.
El fracaso se debe a menudo a una preparación insuficiente, cosa que a su turno se origina en los planes mal trazados. Tal vez las preocupaciones de la semana relegan la preparación del sermón al último momento, al borde mismo del sábado. El ministro decide a última hora el tema que presentará, y procura ordenar a toda prisa el material que tiene a mano. Predica con una sensación de malestar e inquietud, y la congregación se percata de su falta de preparación.
Desafortunadamente, con frecuencia este mal se torna hábito. El pastor cae en la mediocridad, y la congregación prosigue sufriendo en silencio con la esperanza de que se produzca algún cambio. Peor aún es el hecho de que el Señor se avergüenza de esta clase de obreros.
Pablo amonesta al pastor con estas palabras: “Procura con diligencia presentarte ante Dios como ministro aprobado, obrero que no tiene de qué avergonzarse, manejando acertadamente la palabra de la verdad.” (2 Tim. 2: 15, V. M.) Un obrero que no tiene de qué avergonzarse es un obrero que estudia. Esto supone un plan previo de trabajo que deje tiempo disponible para el estudio.
Preparar la lista de sermones con un año de anticipación orienta los hábitos de estudio del pastor. Saber con anticipación qué tema se presentará en el sermón del sábado siguiente conduce a una preparación adecuada hecha con tiempo. Los pastores que semana tras semana predican con poder, son hombres que se dedican con ahinco a la preparación de los temas. Son hombres que organizan sus sermones con meses de anticipación.
El notable ministro presbiteriano, Clarence Macartney, en su obra “Preaching Without Notes” (Predicando sin apuntes), pág. 90, hace esta observación: “Es sumamente importante que un predicador planee su trabajo con bastante anticipación.”
Cuando planear los sermones para el año
La mejor época para planear los sermones para ol año son los meses de verano. En muchos casos el período de menos trabajo para el pastor coincide con los meses de vacaciones.
¿Cómo ha de hacerse el programa de sermones para el año? El primer paso consiste en confeccionar una hoja de trabajo. Esto puede hacerse de la manera siguiente: Tómese una hoja en blanco, tamaño carta, y divídase en cinco columnas verticales y luego trácense once líneas horizontales. Se tendrán 55 casilleros, que bastarán para los 52 sábados del año. En el ángulo izquierdo de cada casillero colóquese la fecha del sábado a que corresponde, en el espacio restante se colocará el tema del sermón. Una vez que los casilleros estén completos se apreciará de una ojeada el plan de sermones para el año.
Acto seguido analizaremos siete factores que serán de ayuda para planear el programa de trabajo.
1. El calendario de fechas especiales. En este calendario figuran días especiales que requieren sermones particulares, tales como los días pro libertad religiosa, educación y temperancia. Además, hay dos sábados destinados a la semana de oración, y cuatro sábados para la Cena del Señor. Estos, automáticamente encuentran lugar en el programa de predicación para el año.
2. El calendario secular. En el transcurso del año aparecen fiestas y días especiales que se prestan para la predicación de un sermón. Mencionaremos el día de Año Nuevo, el día de la Madre, cuando se podrá predicar acerca del hogar. La Navidad es una buena oportunidad para predicar un sermón sobre la encarnación.
3. Grupos especiales. Al planear los sermones para el año, el pastor debe tener en cuenta las necesidades de los miembros más jóvenes de la congregación. En las iglesias de feligresía numerosa debe destinarse un día para los esposos jóvenes a fin de darles un mensaje apropiado, que resultará muy oportuno y de gran ayuda en vista de los fracasos matrimoniales (pie suceden con frecuencia alarmante. Están los jóvenes que necesitan sermones especialmente preparados para ellos. Deben predicarse en los sábados destinados a la semana de oración de los jóvenes. No debemos olvidar a los niños y sus necesidades. Durante años he seguido la práctica de dedicar cada trimestre un sermón de 25 minutos a los niños. Es probable que en las iglesias de muchos miembros no sea posible seguir esta práctica, pero es sumamente recomendable para la mayoría de las congregaciones. Las iglesias grandes pueden predicar regularmente un sermón para los niños, una o dos veces al mes, separadamente de la hora del culto de los adultos.
4. Problemas de la congregación. Deben planearse sermones que llenen las necesidades específicas de la feligresía. Hay dos formas en que el pastor puede descubrirlas. En sus visitas pastorales se enterará de problemas especiales que serán comunes a un vasto sector de sus miembros. La predicación de sermones que satisfagan esas necesidades hará la obra del pastor más práctica y efectiva. Tenemos que hacer una advertencia en este sentido: Bajo ninguna circunstancia debiera el pastor, en sus sermones o en cualquiera otra forma, revelar las confidencias hechas por un miembro. Eso queda fuera de la ética y es inexcusable.
Otro método de enterarse de las necesidades especiales de la congregación consiste en distribuir una hoja que contenga una serie de temas, y pedir que los hermanos señalen los que consideran de mayor interés.
5. Temas de fortalecimiento espiritual. Hay ciertos temas que el pastor debe presentar por lo menos una vez al año. Muchos ministros están de acuerdo en que no deben pasar doce meses sin que se predique a lo menos un sermón sobre el espíritu de profecía, la mayordomía cristiana, la segunda venida de Cristo y la ganancia de almas.
6. Series de sermones. El interés de la congregación en la hora del sermón se acrecienta con la presentación de series de sermones. Si el pastor lo desea, puede presentar hasta tres cortas series de sermones en un año. Se ha descubierto que puede mantenerse el interés durante seis a ocho sábados seguidos. De modo que no es conveniente hacer durar la serie más de este tiempo, a menos que se trate de temas excepcionales.
El pastor que sabe con un año de anticipación qué va a predicar, cuenta con tiempo de sobra para preparar estas series. Los temas que pueden utilizarse son innumerables: biografías, temas de la vida de Cristo, doctrinas bíblicas, o la explicación de un libro de la Biblia.
7. Sugestiones del espíritu de profecía. En la lectura sistemática del espíritu de profecía uno encuentra declaraciones de la sierva del Señor tocantes a temas que deben presentarse al pueblo de Dios. Como ejemplo citaremos dos de las muchas que aparecen en “Obreros Evangélicos,” págs. 153-168: “Algunos predicadores creen que no es necesario predicar el arrepentimiento y la fe. . Pero muchos hay que están en triste ignorancia acerca del plan de salvación; necesitan más instrucción acerca de este tema de suma importancia que en cuanto a cualquier otro.”—Págs. 166, 167.
Si el pastor sigue este plan, nunca dudará acerca de qué va a predicar cada sábado.
Un programa preparado de antemano, como éste, debe proyectarse a otras fases del trabajo ministerial. La obra evangélica debe planearse en forma similar, con meses de anticipación. El evangelismo personal y la actividad de los obreros voluntarios, si se bosquejan de este modo, serán menos casuales y más efectivos.
El resultado de este método de planear las cosas será de lo más halagador. Desde el punto de vista pastoral, anima a la preparación de mejores sermones con más tiempo. Capacita al pastor para hacer del culto público una unidad integral, con himnos, oraciones y textos que encuadren en el tema del sermón. Hace posible que se anuncie el servicio en el boletín de la iglesia y en los periódicos locales. Le permite progresar en la oratoria sagrada. Lo eleva por encima de la mediocridad.
Además, los miembros de su congregación estarán más felices, porque se sentirán mejor alimentados. Será un incentivo adicional para asistir a los cultos del sábado. Hará desaparecer la incertidumbre nerviosa que experimentan algunos miembros antes de la presentación del sermón. Nunca están seguros acerca de qué clase de sermón se va a predicar, y en consecuencia dudan de traer a la iglesia a personas que no son de nuestra fe.
Un lugar para la obra del Espíritu
Algunos pueden creer que este plan no deja lugar para que el Espíritu Santo impresione al predicador con el mensaje que debe presentar en un sábado dado. Pero, más de una vez, debido a algún acontecimiento especial en la experiencia pastoral o a ciertos sucesos significativos de orden mundial, se hará necesario modificar el plan trazado.
Por lo tanto todo plan de sermones para un año estará “sujeto a cambio sin previo aviso.” Con esta salvedad se hace amplia provisión para la dirección del Espíritu Santo.
Por otra parte, el Espíritu Santo no se limita a impresionar sólo en tiempo de crisis. Puede influir en un pastor en su preparación para suplir las necesidades del rebaño tanto con un año como con una semana de anticipación.
Hay quienes enseñan que no debe realizarse ninguna preparación acabada, porque el Espíritu Santo dará el mensaje en el momento debido. Esto es verdad en cierto grado. Nunca debe disponerse un sermón de modo que no deje lugar a la entrada del Espíritu Santo; no debe limitarse su obra. Sin embargo, si el Espíritu Santo está presente durante la preparación del sermón, no es probable que esté ausente en el momento de presentarlo. Creará destellos de discernimiento. Desarrollará la espontaneidad. Proporcionará ese “algo” misterioso que dirige el mensaje a su destino como una flecha al corazón.
Se ilustra mejor este hecho con la siguiente anécdota que Martín Niemoller cuenta del Dr. Klaus Harms, notable predicador de la Alemania del Norte. “Cierta vez que el Dr. Harms asistía a una conferencia de ministros, un pastor joven dijo: ‘Personalmente nunca preparo mis sermones, porque estoy bien seguro de mi Señor y Salvador, y del Espíritu Santo, y sé que en el momento preciso me darán el mensaje necesario, de acuerdo con la promesa/ El Dr. Harms replicó: ‘Tengo 75 años de edad y he predicado durante 50, pero debo confesar que en todo el tiempo que he estado en el púlpito, el Espíritu Santo nunca me ha hablado una palabra. Sin embargo debo hacer una excepción: Con frecuencia me ha hablado al retirarme del púlpito; y lo que me ha dicho es: ‘Klaus, has sido un holgazán’ ”—The Pulpit Digest, diciembre de 1952, pág. 22.
Un plan de los sermones para todo el año deja suficiente lugar para la inspiración del Espíritu al mismo tiempo que hace provisión para la traspiración. La inspiración sin traspiración es generalmente “sin forma, y vacía.’’ La traspiración sin inspiración carece de vida. Sucede lo mismo que con los cuerpos del valle de los huesos secos de Ezequiel: no hay espíritu en ellos. Pero ambas unidas originan un régimen espiritual que infundirá vida y vigor a todo cuerpo espiritual. La traspiración proporciona el material. La inspiración le prende fuego.
En conclusión podemos decir lo siguiente: El planear vuestros sermones para todo el año os ayudará a transformaros en obreros que obtienen la aprobación de Dios, obreros que “no tienen de qué avergonzarse, manejando acertadamente la palabra de la verdad.”
Sobre el autor: Presidente de la Asociación de Nueva Jersey, EE.UU.